Presentación

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miércoles, 29 de junio de 2016

Dos Líneas (primera parte)

¡Cómo es que estoy haciendo esto? Subo al carruaje y tomo asiento y los caballos comienzan su marcha bajo el estímulo del látigo.
¿Y qué si resulta cierta la idea de la que Jorge me ha hablado tan insistentemente? ¡Pero él no es más que un gendarme de clase baja! ¿Cómo pueden sus palabras tan incoherentes tener algún efecto en mi ánimo? ¡Yo —estudioso de las letras antiguas, y reputado como hombre de fino juicio— creyendo en una idea que no pudo provenir sino de la más baja superstición!
Pero es cierto que éste es un caso verdaderamente singular. Siete muertes tendrían que ser atribuidas al terrible efecto de esas dos líneas plasmadas en una sencilla hoja de papel, si creyésemos en la absurda suposición del gendarme Jorge. ¡Una “página maldita”! Casi me carcajeo al pensarlo así, pero en el fondo de mi alma no puedo evitar que aparezca cierto dejo de aprensión, sobre todo después de que el señor Rubalcaba, aquel admirable Doctor, se convirtió en la séptima víctima de lo que sea que cause esta serie de muertes. Y sin embargo es dudoso hablar de una “serie”, ¿cómo asegurar que esto no es más que una compleja interpolación de cadenas causales independientes cuya coincidencia es nada más que un curioso accidente del tiempo, así,  sin significado propio ni mayor relevancia que el hecho de involucrar la muerte de algunos hombres excelentes? ¿Pues no es acaso la mente humana la que, en su afán de dar sentido a lo que presencia, se afana en conectar los sucesos y aun deformar los hechos, inscribiéndolos por la fuerza en un sistema según el cual todos apunten a una sola idea?
Pero, ahora que lo pienso, me parece mayor desgracia que la muerte del Doctor Rubalcaba, la del tan talentoso autor de esas supuestas dos líneas asesinas. Ese escritor que, a sus treintaiocho años, llevaba ya algún tiempo abriéndose paso en el ámbito de las letras nacionales y que incluso había comenzado a ser conocido fuera de nuestras fronteras. Leyendo sus más recientes piezas, yo fácilmente hubiese podido asegurar que aquel hombre estaba en la cima de su talento. Y todo esto me llena más de intriga. Rubén López de Gracia, un hombre relativamente joven para la cantidad de logros que había acumulado en este mundillo de nuestras letras. Rubén, el primero de la lista de víctimas que el gendarme Jorge atribuye a la “página maldita”. Y, entre López y Rubalcaba, la madre y la joven esposa del primero, un detective y dos agentes de la policía nacional.
¡Qué cosa tan rara! El relato de los sucesos, tal como me lo contó Jorge, me resulta inverosímil. López de Gracia encontrado sin vida en su escritorio. Sentado en la silla de manera normal pero echada su cara sobre el escritorio, como si se hubiese dormido mientras trabajaba. Dos libros abiertos sobre el mueble: uno de ellos rotulado como Cuaderno de intentos y frases sueltas y el otro como Diario Personal y algunos tomos apilados en la esquina de la superficie. El pelo del fenecido cubriendo la página del Cuaderno de intentos y frases sueltas, la “página maldita”. El Diario, por su parte, colocado justo a un lado del Cuaderno… mostrando la última entrada en él escrita.  Todo esto es lo que describió a los agentes de policía —Jorge entre ellos— el viejo jardinero que la madre de López de Gracia envió a la Comisaría para que informara lo ocurrido.
La madre, la segunda víctima de las líneas fatales. Ella fue la primera en ver el cadáver de Rubén. Lo encontró y rápidamente llamó a voces a su nuera y al jardinero y le pidió a éste último que fuese  buscar la ayuda de la policía. Ella entró a la habitación tan sólo para ofrecerle a su hijo una taza de té, pues era costumbre de aquel joven escritor tomar té mientras escribía por las tardes. La madre no quería que nadie tocara nada en la habitación hasta que llegara la policía, de modo que despachó al jardinero e hizo salir de la pieza a su nuera, pero mientras esperaba, ella misma no pudo evitar echar un vistazo a lo que había en torno al cuerpo de su hijo. Miró, probablemente,  la página del Diario, la cual quedaba a la vista y pudo leer lo que en ella había escrito López de Gracia. En realidad, lo último que él había escrito. Pero el último registro del Diario de López de Gracia seguramente le causó a la madre una curiosidad imperiosa, y no pudo resistirse al impulso de retirar, aunque cuidadosa y aun cariñosamente, la cabeza de su hijo, dejándolo a un lado del Cuaderno... Y entonces habrá leído las dos líneas ahí escritas y, si hacemos caso a lo que proclama Jorge, habrá muerto al instante. Pues cuando el jardinero volvió, acompañado por los gendarmes, la pobre anciana se encontraba tendida sin vida en el suelo, justo a un lado de la silla donde yacía todavía su hijo y él recostado en el escritorio a un lado del Cuaderno… a diferencia de como el jardinero lo había visto antes de marcharse hacia la comisaría. Es comprensible que la anciana no haya podido evitar la curiosidad luego de leer la última entrada del Diario de su hijo:
¡Me encuentro sumido en la mayor excitación que haya experimentado! En tan sólo dos líneas creo que he realizado la mayor obra de mi vida. Jamás había escrito algo tan bello y no creo que haya sido escrito o se escriba en el futuro algo que iguale la gloriosa perfección de estas dos líneas, ¡ni siquiera en cuatro mil páginas enteras! ¿Qué rayo de entendimiento me ha alcanzado? ¿Qué luz ha deslumbrado mis ojos y guiado mis manos? Tal belleza he plasmado, que siento que podría morir en su presencia, ¡su enigmática presencia! No es tan sólo el hecho de que la intimidad de mi diario personal me permita darme el lujo de ser jactancioso y dar rienda suelta a mi vanidad de escritor; verdaderamente me expreso de esta manera con justicia, soy sincero al proclamar aquí la grandeza de esas tan pocas palabras. Pero a cada instante y con cada palabra que cruza ahora mi mente, siento que se me va la idea que apenas hace unos minutos he plasmado en mi cuaderno de intentos, como si mi mente fuese tan débil que no pudiese retener una idea tan magnífica y tan magníficamente expresada. ¿Siquiera entiendo realmente lo que yo mismo escribí? Siento que se me borra, como si no lo hubiese escrito yo realmente, debo releer esas dos líneas antes de continuar esta anotación, quiero escribir aquí algún comentario, una explicación que me ayude a retener algo de claridad sobre aquella idea que ahora me resulta ya confusa y evanescente…
Yo mismo estoy ansioso de leer esas dos líneas, desde que Jorge me relató lo que decía la página del Diario, pues cualquiera que haya conocido en persona a aquel escritor, se percata de que si él llegó a expresarse así de un escrito suyo —aun en secreto— debe ser porque el escrito era verdaderamente una maravilla. Pues él era un hombre honestísimo y era además de una humildad admirable y odiaba vanagloriarse de sus creaciones. Incluso a veces llegaba a subestimar sus propias obras y su espíritu perfeccionista era de lo más severo. Realmente no culpo a la anciana por leer esas dos líneas.
Y además, a un lado del cadáver de la anciana, los policías hallaron el cuerpo, también sin vida, de la joven esposa de Rubén López de Gracia. Aquella dulce joven de nombre Laura, que seguramente aportaba a la vida de Rubén las mayores alegrías, aun en tiempos adversos. Jorge asegura que ella habrá encontrado a su suegra sin vida y, a pesar del horror que seguramente experimentó, no habrá podido evitar notar el cambio de posición del cuerpo de su propio marido. Seguramente —dice Jorge— la imagen cambiada del marido hizo que la atención de la mujer se volcara rápidamente sobre las dos líneas escritas en el Cuaderno… y su mente, como un sabueso que al distinguir el olor de una presa no se resiste al impulso de correr tras ella, devoró ávidamente el contenido de esas líneas, sin percatarse de que hacerlo equivalía a tragar el veneno que acabaría con su vida.
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L. Pulpdam


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