Presentación

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domingo, 30 de abril de 2017

El problema: parte II (aceptación de la sofística)



Cuando escucho la frase “en gustos se rompen géneros”, siempre veo una barrera, límite o intención de que ya no se discuta qué es lo bueno. El gusto deforma nuestra compresión de lo bueno. Lo bueno se reviste, se maquilla, según se estile en la época a partir de lo que resulte agradable. Por eso no resulta sorprendente que haya frases, modos de escritura, estilos artísticos, que predominen durante épocas sin que se sepa por qué. Una causa nunca será el gusto, pues el gusto es irracional. El gusto cancela toda posibilidad de que la filosofía sea filosofía, el gusto hace que el ser se esconda y se revele. El gusto nos enceguece a ver el mal.

Nos gusta leer lo que nos agrada y difícilmente cuestionamos esos gustos. El gusto como guía intelectual influye en el gusto como modo de actuar; quizá lo que nos motive a actuar influya más en lo que nos gusta leer y pensar que viceversa. No es difícil que coincida que a quien le gusta leer a autores bohemios intente actuar como un bohemio. Si aceptamos la influencia del gusto en las acciones, se oscurece o cancela la posibilidad de que sepamos por qué actuamos, para qué actuamos y si acostumbrados a que nos guste actuar mal, podamos actuar bien. Pero quizá esta reflexión no sea del gusto de muchos, por el tema, el modo de presentar los argumentos o la persona que lo esté escribiendo. Rebobinaré. 

El gusto parece formarse por lo que nos agrada y lo que nos desagrada, para conseguir lo primero y para evitar a toda costa lo segundo. Pero si la única base es el gusto, ¿cómo sabemos cuándo nos empezó a gustar lo que nos gusta y a disgustar lo que no nos gusta?, ¿se trata de pensar cuándo comenzó?, ¿somos tan moldeables que según nuestras experiencias en determinada etapa y con cierta magnitud forman o determinan lo que somos? Por ejemplo, si vivimos en tiempos de guerra, ¿la destrucción moldeará lo que nos agrada y desagrada de tal manera que una persona que ha vivido entre detonaciones no se comportará de la misma manera que una persona que ha vivido en plena opulencia? Una persona con gustos (prejuicios) contemporáneos responderá que el contexto influye decisivamente, pero eso niega la posibilidad de que las personas podamos elegir, de que podamos revertir el paso de la historia. Aunque toda elección se hace desde un contexto. 

Creo que me he desviado del problema que quería describir. Pero de cierta manera cada párrafo de este texto trata de distintas maneras el problema del gusto. El gusto vuelve todo retórica. Si aceptamos que no hay verdad, que toda palabra parte de un estado de ánimo que fue formado a partir de lo agradable y desagradable de la persona que lo manifiesta, no hay manera de decir por qué es preferible escribir cuento a novela, ensayo a poema; tampoco se puede decir por qué es preferible ser justo que injusto; no podríamos determinar si es mejor Coehlo que Platón, tan sólo uno nos gusta más y el otro menos; mucho menos se puede decir por qué es preferible dedicarse a estudiar una carrera que otra. ¿Por qué no digo el problema con toda su crudeza?, ¿por qué no declaro con suficiente claridad lo que acabo de afirmar?, ¿por qué distraigo haciendo referencia a una entrada anterior y con ello juego con el gusto que tenemos por el escándalo? Porque quizá algún lector, si lee con sangre, pueda resultar perjudicado por las ideas. 

El problema de no dialogar, hasta donde lo he podido entender, es que el pensador ha renunciado a la posibilidad de que pueda influir en su sociedad de alguna manera, de que no sepa cuándo se está engañando a sí mismo, cuándo está engañando a los demás o cuándo está siendo manipulado por alguna idea (como la idea que tanto les gusta a los estudiantes de filosofía de que la filosofía es inútil). Es decir, quien no dialoga, no sólo no quiere confrontar sus ideas, no sólo no se interesa por sus amigos, no se interesa por vivir bien.

Fulladosa

viernes, 28 de abril de 2017

Ruina #1

-Las personas siempre dejan algo de ellas mismas en nosotros. Negarlo es necio; olvidarlo es la más grande tontería.

-Una semana es mucho más tiempo del que parece. Los aquelarres y los rituales no sólo se hacen en los bosques o en persona.

-"Come chocolatinas, pequeña, come chocolatinas! Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas, mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería. ¡Come, pequeña sucia, come! ¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes! Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño, lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida." Tabaquería, Álvaro de Campos. 

La chica entre dos planos

jueves, 27 de abril de 2017

Dejaré de escribir...aquí

Se ha "discutido" bastante respecto a por qué los Nombradores mudos no dialogan entre ellos y creo que es porque realmente son (somos) mudos. No existe el verdadero interés en dialogar y mientras más se siga insistiendo, ingenuamente, que se hace, más grande será el abismo que los separe. Cuando algunas personas abandonaron el blog lo hicieron porque "no querían decir tonterias" , los que nos quedamos tal vez pecamos de soberbios o tal vez nos ganó el optimismo. No obstante creo que aquellos que lo dejaron fueron más honestos, ellos serían mejores escritores pues, los que nos quedamos asumimos que teníamos algo que decir, tal vez que realmente sabíamos escribir.

No, no se es escritor por construir enunciados a través de palabras hasta construir un párrafo y luego un texto. Tampoco escribir de manera clara garantiza que se esté escribiendo algo que valga la pena ser leído. Así como plantar flores de plástico en el jardín no te hace jardinero. Hay mucha diferencia entre ser un cuenta historias y un Escritor. Un Escritor no cuenta historias porque sí, en sus escritos hay profundidad, no fingida, sino la profundidad que da conocer y querer mostrar algo de la condición humana. No sé exactamente todo lo que hace a un escritor un buen escritor, sólo sé qué no lo hace y definitivamente escribir sus berrinches diarios en un blog público no es ser un buen escritor (no importa cuanto las falsas adulaciones digan que eso es interesante); tampoco lo es escribir como si se hubiera salido de un siglo pasado, con personajes tan planos que al leerlo uno sólo puede reírse y ofenderse de que el autor esté más ocupado en usar palabras rimbombantes que en hacer el favor de darnos un personaje perfectamente redondo que nos haga sentir algo y en el que nos podamos identificar. Tampoco lo es aquel que escribe como si fuera tocado por las musas y todos los demás bastardos no mereciéramos leerlo (aunque en el fondo desea que lo hagamos).

En los Nombradores mudos, leí textos estupendos.Un par de Javel me hicieron sorprenderme de su capacidad creadora (para bien). Algún texto de Siranda me encantó por su peculiar y mordaz estilo; qué decir de los poemas de Talio que sin duda son de lo mejor que hay en el blog. Lo que intento ilustrar es que en el Blog hay talento, hay muy buenos textos, texto buenos, pero también hay textos tan plásticos que incluso los encuentro ofensivos. Que nos guste escribir no significa que debamos hacerlo, de esos "amantes" de la escritura están llenas las librerías de Samborns.

Se me ha dicho que suelo ser visceral y "agresiva" en mi forma de escribir, pero mi querido lector, te estoy hablando sin pudor, como te mereces que te hablen, te habla una persona real, con palabras reales. No voy a escribir lo que quieres leer, lo que es bonito leer. Si me has leído anteriormente notarás que me gusta la tragedia, me encanta terminar mis cuentos con finales "no felices" porque de eso hay más en el mundo real. Por el respeto que te mereces como lector, jamás te di una palabra que estuviera pensada como adorno, puede que no te haya gustado leerme, pero me alegra no gustarte por lo que soy que gustarte por lo que pude pretender . No quiero (y no sé) hacer comentarios ambiguos refugiándome en la oscuridad de la evasividad. No puedo decir que todos somos amiguitos y que todos son buenos en lo que hacen. No estamos en el club de los optimistas. No busqué nunca hacer amigos, por eso yo me opuse cuando se habló de una reunión para convivir. Yo buscaba compañeros de escritura, gente que estuviera comprometida y enamorado de esto como creo que lo estoy. No quiero escuchar que soy buena, quiero saber en que estoy mal,

No, no somos amigos y en eso no radica el "fracaso" de nuestro dialogo, radica en que no podemos y no queremos ser honestos. No somos capaces de escuchar una critica y no nos interesa recibirla. En todo este tiempo jamás espere laiks ni comentarios asertivos. Estaba aquí porque quería crecer como escritora (con minúscula) y a través de la crítica (objetiva) ir mejorando, sólo una persona se acercó a decirme en qué podría mejorar, esa persona ahora es mi mejor amigo y el escritor a quien más fe le tengo. Alguna vez le dije a un Nombrador mudo que no me gustaba lo que había escrito y por qué, herí su orgullo y mi comentario lo tomó como si fuera una muestra de incomprensión o envidia o yo no sé qué idiotez. No lo hice porque fuéramos amigos, lo hice porque eramos compañeros y me quedé esperando que él hiciera lo mismo por mí. En eso radica el problema de este Blog, parece que no nos interesa crecer. Todos estamos tan seguros de lo que somos y de que lo que hacemos lo hacemos bien que una crítica nos ofende. Y, por otro lado, nos da miedo decir que algo apesta porque queremos seguir guardando las apariencias y seguir en la convivencia pasiva de no molestar al otro. Nos cuesta tanto decirle a alguien que es bueno, como si por el hecho de no admitirlo públicamente el talento del otro fuera a disminuir.

Dejaré de escribir aquí porque publicar lo que escribo en mi computadora se me hace un ejercicio estéril, no siento que haya crecido o aprendido con el solo hecho de hacer público lo que está en mi cuaderno. Seguiré escribiendo, (mejorando con lo comentarios de "eso es basura" que me han hecho aquellos que a partir de ello considero mis amigos) pero ya no aquí, pues como habrán leído en este año sólo pude escribir algo "interesante", eso me dice de cuán mal estoy haciendo. Me voy triste, porque realmente tenía fe en este proyecto, pero desgraciadamente, la pedantería, la ingenua hipocresía. la envidia y el silencio no llevan a ningún lado. Sigan escribiendo nombradores, hay algunos que tienen lo más difícil de lograr: un estilo. No están para complacer pero, deténganse a agradecer las críticas, no pasen airados y ofendidos de largo que la soberbia es el principio de todos los pecados.


martes, 25 de abril de 2017

La palabra muerta (Reflexiones en torno a un Nombrador mudo)

La palabra muerta es aquella que alguna vez tuvo vida, de lo contrario jamás habría muerto. Entonces preguntamos por cuál sea la vida de la palabra y ahí se nos vienen muchos problemas. En realidad nosotros no le damos vida a la palabra, ésta ya la tiene desde su propia existencia. El problema radica, quizá, en el sentido que nosotros le damos, justo porque no todos compartimos las mismas opiniones ni creencias. De modo que tenemos dos preguntas: ¿por qué interesarnos en la pluma de otra persona? y ¿para qué escribo?

A la primera cuestión no es tan sencillo responder. De la respuesta que demos a tal cuestionaminento derivan nuestras concepciones de comunidad, conocimiento y, creo, compasión. Yo me fijo en la persona de al lado no porque me ayude a reflexionar y profundizar mis propias creencias, ideas o convicciones, sino porque me interesa su bienestar y aprecio su compañía. De hecho, nos rodeamos con los mejores porque creemos que en realidad lo son, ¿cómo saber esto último? Buscamos compañía porque gozamos el tiempo compartido. Compartir el tiempo es tan invaluable que ni siquiera sabríamos cómo tasar su valor. Tanto la amistad y el amor son todo un misterio cuando le preguntamos al amigo, ¿cómo es que llegamos a ser tan amigos? No hay respuesta para ello, pues no se puede trazar un origen de algo que es infinito en el tiempo. Habrán razones y excusas, pero no teorías ni pruebas feacientes. La amistad no se ve con los ojos.

De la segunda en ocasiones es fácil responder. Así como solemos ver fotografías para evocar nuestros recuerdos, así podría rememorar cada Nombrador mudo en saber trazar el origen de su pluma. Siempre que haya una pizca de amor y bondad dudo mucho que las palabras expresadas en este blog lleguen a estar muertas. Quizá esta sea otra característca del Nombrador, que sólo habla para sí mismo. En el fondo sí, hablamos para nosotros, porque también buscamos clarificar nuestras ideas, pero el hecho de hacerlo en comunión implica que también puedo asombrarme con las ideas de otros. No existe la "última palabra", ya que siempre habrá algo qué decir, desde lo más nimio hasta lo más sublime. Escritores van y vienen, pero la palabra siempre vive, nunca tendrá un final siempre que haya un alma lo suficientemente sensible que, volteando al cielo, no pueda decir "¡qué bello es el cielo!".

Si algún Nombrador ya no tiene nada que decir, ya no escriba, deje morir ese cacho de vida que se nos ha regalado por parte del Creador. Al final del día, yo preferiré ver a mi amigo o a los ojos de mi amada en mis últimos momentos, es que soy tan humano que no me perdonaría el no verlos una vez más. Nombradores, hay que ser amicus protectio fortis (fuerte por la protección de los amigos), ¿no acaso esa fue una de las razones de la cólera, y cierta debilidad, de Aquiles?  


Aurelius

lunes, 24 de abril de 2017

Vida romántica



En un sueño de amor se va la vida,
en vigilia el dolor se vuelve muerte
que escondida, lúgubre e inerte
nos da felicidad y nos convida

de las flores que comparten su candor,
soñando polen, volando con los vientos
adornando cuerpos, brindando alientos
que nos niegan y presumen el calor

de todo el orbe que se crea a sí mismo,
de todo hombre que mira el cielo,
de todo calor que se crea en el hielo; 

de la experiencia del romanticismo.
Es un sueño, es la naturaleza,
es la muerte y la vida que empieza.




Talio




Pretexto texteado: lamento, en esta ocasión, ofrecer solamente un simple soneto, pero mi computadora, nuevamente y muy desfortunadamente también, se encuentra averiada.

Por último algo que pensé leyéndolos en estos días:


Del diálogo no dudamos, del desprecio tampoco.

domingo, 23 de abril de 2017

El día de los sírfidos




Abrió las puertas y lo abandonó el frío. El calor era un alivio confortante. Lo recibieron libros, cientos, millares. La librería olía a café. Al fondo visible, a la izquierda, un pequeño, casi improvisado, Starbucks se postraba pretencioso. Al menos el café olía muy bien, pensó él, mientras sus ojos recorrían el lugar. Al lado de la entrada, la zona de cajas, a la derecha, los regalos y tarjetas de felicitaciones. Al fondo a la derecha estaba el final de la fila, un suplicio sin final aparente. Caminó hacia la fila, observando los libros lo menos posible: ser aficionado a la lectura, pobre y estar en la librería más grande de la ciudad es como ser un niño con caries en una dulcería. La buscó, pero ella todavía no llegaba, no estaba formada, ni viendo libros con la curiosidad que la caracterizaba. Resolvió esperar formado, después de todo, sería un lindo gesto guardarle un lugar. Él había escuchado que sólo se autografiarían doscientos libros, y fácilmente había más de la mitad de esas personas en la fila, una oruga multicolor que se extendía hasta el piso de arriba, naciendo en la entrada del auditorio de la librería. Lo que hace por ella. Él que detesta a la gente, el barullo, la mala literatura, que el mundo le recuerde lo pobre que es, formado en una fila para recibir la firma del peor escritor famoso del país. Todo por verla un rato. Se buscó en las bolsas del abrigo: dos cucharas, tres paletas: ambas con la finalidad de hacerlo olvidar que ha dejado de fumar; monedas, su credencial y su celular: no llevaba audífonos. La bossa nova fría y apresurada seguiría siendo lo que escuchara. Eso y el murmullo de la gente. No quería escucharlos, comprometido a su prejuicio de que la gente es idiota. Cada oportunidad que tenían las personas, le reafirmaban esa idea enclavada en su cabeza.
Procuró distraerse con los libros más inmediatos a su lugar en la fila, esperando ansioso el verla llegar. Yordi Rosado había sacado un nuevo libro: quióbole con este pendejo, ya tiene como tres libros y yo no puedo ni recibir un méndigo like en mis entradas de blog- pensó para los adentros que lo tenían absorto, recorriendo libros con los ojos, refunfuñando en su mente, celoso del acuciante éxito de la literatura de Sanborns. Cualquiera puede escribir, pero no cualquiera debería escribir. No al menos si se tiene un fin deshonesto para hacerlo: buscar la adulación, creer que se sabe algo sin dejar lugar a duda, escribir para quejarse del mundo. Le parecía que hoy día era más una moda que una convicción el decir que se es escritor. Que la basura que pulula las páginas del mundo eran historias vanas y propositivamente enredadas, maquinadas en la mesa de un Starbucks, quizá hasta el punto de la ridiculez y escribir en una máquina de escribir, más preocupados en la apariencia que en el contenido, deseando ser visto como un escritor refinado tomando un café asqueroso en una tienda pretenciosa, creyéndose hijos de Bukowski o Haruki Murakami. Parodiando escritores, embriagándose hasta la inconsciencia porque pues eso es lo que hacía Hemingway, escribiendo mientras trotas por la calle, porque pues así hacen los escritores japoneses chingones: en fin, jactándose de un talento ficticio a la menor provocación. Que lo que uno escriba le guste a nuestra mamá, no quiere decir que valga la pena que los demás nos lean, totalmente inconscientes del hecho de que ser escritor, es algo que no se puede auto proclamar, que el hacerlo inmediatamente nos descalifica como tal. Y le daban tirria los estantes y estantes de libros de autores como esos, la horda de Carlos Cuauhtemocs Sánchez, Paulos Coehleños, Susanne Collinses, Alejandros Jodorowskys y Dan Browns región cuatro, con sus fotos en sepia o blanco y negro adornando la solapa de sus libros, en una pose pseudo intelectual: sosteniendo la Divina Comedia como si fuera un gato, cruzados de piernas o con la mano en la barbilla: el peor error de quien escribe es asumir que tiene algo que decir, que la gente debe leerlo. Eso impide el diálogo desde antes de que se pueda gestar. Estaba harto de escucharlo, de adelante y atrás le llegaban las pláticas huecas, de terminologías oscuras y truculentas, el afán patético de reafirmarse a través del conocimiento que pretendían poseer. Era tan triste para él pensar que esa era la escena “intelectual”: el creerse ser intelectual. La pose por encima de la honestidad. Un mundo en el que no importa lo que realmente seas, sino lo que proyectas: el imperio del efecto Facebook, de la identidad suspendida, de esencia subsumida bajo la forma. Hojeó un libro de poemas del estante: versos huecos, de lugares comunes y arritmia atronadora: a leguas se notaba que el autor escribía pensando en la reacción de la gente más que en realmente contar algo, expresar lo que siente: no quería provocar, sino apantallar. Cerrar el libro es más fácil que cerrar los oídos. Tres personas delante de él hay un hombre que marea a una joven con su interpretación de la influencia Borgiana en la literatura del autor por el que esperan formados, al tiempo que se jacta de haber tomado un curso carísimo para entender a Borges impartido por Guillermo Fogwill, de haber ido a Lepanto para ver dónde perdió un brazo Cervantes: una retahíla sosa de todas las experiencias que, a sus ojos, lo volvían culto y educado. Ahora le contaba a la joven que estuvo presente en la conferencia de Slavoj Zizek donde habló de la condición humana a partir de los retretes del mundo, que en su visita a Irlanda pagó un tour carísimo para que le dieran el recorrido del Ulises de Joyce. El tipo era insoportable, él lo sabía, la joven lo sabía – lo denotaban sus ojos hastiados, asqueados, ojos de mirilla de pistola, presta a disparar- la gente decente de la fila lo sabía: todos menos aquel hombre imbuido en sus fantasías pseudo intelectuales, en sus anécdotas, quizá incluso ficticias, que se habían convertido en la justificación, en la vela izada de una vida sin dirección y sin puerto.
-Usté es un pendejo- dijo la joven, finalmente llegando a su límite. La cortesía no tiene lugar cuando se lidia con la estupidez y pedantería – No tiene ni idea de lo que está hablando y sólo quiere apantallar. Me da asco, pinche viejo pendejo.
La expresión de genuina indignación. La negación a aceptar una verdad evidente. El hombre pedante ofendido, pues sólo buscaba una plática profunda con alguna persona. Un mártir de nuestro tiempo, el hombre que desea dilucidar un asunto, pero encuentra siempre negativas, cerrazones, apatía. Pero no sabe que él la provoca, ni siquiera se ha percatado de que su interés no es el conocimiento, sino el re-conocimiento. Y por eso se siente como la víctima aquí. No entiende las miradas réprobas que le llegan de atrás y adelante, los ojos de fuchi, las muecas de indignación, el silencio enjuiciador que sobresale por encima de la maldita bossa nova que nunca va a parar.
-Señorita, me ofende. Yo sólo quería platicarle, hacer amena nuestra espera. Pensé que usted sería distinta, que sabría apreciar la literatura y que podría disfrutar de mis vastas experiencias de tantos años empapado en literatura.
- ¿Empapado en literatura?  Usté tiene empapada de mierda la cabeza. ¿Quién se cree que es? Es sólo un hombrecillo solo, patético y pedante. No quiero seguir hablando con usted, me ha hecho tan pesada la espera que ya estoy hasta la madre de estar formada.
- Lejos estaba en mis pretensiones el incomodarla, señorita. Sólo pensé que le gustaría platicar sobre el autor que vamos a conocer, ese gran escritor heredero directo de las plumas de Shakespeare y Cervantes.
- ¿Lejos estaba en mis pretensiones el incomodarla? Hable bien, no sea mamón. Esto es la vida real, no una obra de teatro del siglo XVI. Ya no me hable más, tengo un gas pimienta en mi mochila y no dudaré en usarlo. Aléjese de mí, asqueroso.

Un beso interrumpió la escena para nuestro protagonista. Era un beso cariñoso, cálido, que reconoció al instante. Era ella. Radiante y fresca como rocío. Sus ojos cafés reflejando su rostro emocionado por la escena que sucedía en la fila. Le daba lástima que ella se hubiera perdido el espectáculo, la caída de un Ícaro idiota que cree tocar el Sol cuando en realidad se está ahogando en agua salada. Ya habría tiempo de contarle todo, primero los abrazos, los besos, los te extrañé, los dónde estabas, los hacía un buen de tráfico y se me hizo tarde, los no importa me da gusto que ya estés aquí, los ya estaba harto de estar formado. Y de pronto, la espera era más llevadera. La bossa nova ya no sonaba tan monótona, incluso tenía cierta vitalidad. Pero era consciente de que su experiencia con las cosas era la misma, sólo su impresión cambiaba porque ahora estaba con ella. El resto del tiempo en la fila se les fue en platicar, como suspendidos, en medio de la pretensión de aquel lugar, de la intelectualidad rezumando por los estantes, de los carteles que incitaban a leer “Leer evitará que tus hijos digan: Fierro pariente” “Cuidado, leer puede provocar cultura” “Ayer me leíste y no podías parar y me leíste hasta el amanecer. Cuando desperté yo te quise leer y me dijiste que no leo bien” y demás florituras de la publicidad de las librerías de hoy día. Pero ahora ya le importaba menos, le seguía molestando, pero ya era más llevadera su estancia. La espera hubo de terminar, los pasos hubieron de ser dados hasta que llegaron al auditorio, donde les recibió un nocturno de Chopin, porque pues ¿porqué no? es Chopin y nada dice soy un escritor fino y renombrado como poner a Chopin a telonearte tu evento.   
Encontrar lugar fue difícil, sobre todo por el pésimo trabajo de los acomodadores de la librería, que en vez de agilizar, entorpecían el tránsito de la gente, la gran mayoría con sus libros nuevos de aquel autor tan reconocido. Las primeras filas fueron las primeras en llenarse, los celulares desenfundados, prestos a tomar fotos que irían a parar a alguna red social que atestiguara su buen gusto y su pasión por la cultura. El mundo lleva tanto preguntándose si se escucha la caída de un árbol si no hay nadie que la escuche, pues ahora, en el mundo posmoderno que arrecia allá afuera, el mundo se pregunta si ha ido a un evento cultural si no lo postea en una red social; este es el futuro de la escena intelectual: que no haya escena intelectual.
Aquel autor se tomó su tiempo. Llegó como todo un rockstar, en medio de aplausos, con su modelo de turno edecaneando su entrada como si fuera luchador entrando al ring. Hasta a Chopin parecía dolerle aquello, el piano entrecortado atestiguando una falla de sonido. La edecán toma su lugar en primera fila, el autor se sienta, donde enfrente le espera una coca cola y un cenicero donde irá a depositar los cigarros que ya está sacando de la bolsa de su abrigo. La ovación no cesa, los gritos de mujeres son una muestra de que “el universo conspira” para que los humanos sigamos siendo idiotas. Él se mantiene en su lugar, ajeno a aquel murmullo, pensando en que de esto sale una excelente idea para un cuento, porque, obviamente, él siempre tiene hilo de dónde cortar: de esta anécdota puede sacar hojas y hojas de una historia, porque pues todos sabemos que la extensión es igual a calidad. En esas ironías que pensaba se le iban los segundos casi eternos que le tomó a aquel hombre para saludar al público, mandar besos a sus fans y, por fin, sentarse para que diera inicio la firmadera de autógrafos. Y entonces, oh sorpresa. Pues que el tipo este trajo unos poemas inéditos y como regalo a su fiel base de seguidores, les leerá a continuación.
“Este lo escribí ayer en la madrugada”, dice orgulloso aquel hombre mientras apaga el pucho del primero de muchos cigarros que se ha de fumar esta tarde. Ella, su novia, al filo de su asiento, un poco apenada le confiesa a nuestro protagonista: no soy buena con la poesía: me gusta pero a ella no le gusto y no la entiendo. ¿Me puedes explicar lo que quiere decir con sus poemas? ¿cómo decirle que no? es tan adorable, es la luz de sus ojos, esa sonrisa tierna y cómplice que le instan a mover montañas y atrapar mariposas. Sí, cariño, lo que tú quieras. Suspende sus prejuicios, dispuesto a ser honesto y aceptar si los poemas son buenos. No cualquiera escribe buena poesía, sobre todo en un mundo sumergido en el cáncer llamado verso libre, que hace que casi cualquier cosa sea vista como un poema. Y versos libres fueron lo que leyó aquel hombre, eso sí, recitando con una voz tan masculinamente fingida, como si fuera el coro de una obra de teatro, como si estuviera poseído por el mismísimo Rimbaud y empieza:

Duermevela: noche oscura
Trajín indolente,
pústulas manos.  
Encallada soledad.
He aquí el esfuerzo desdeñado
de mi tortuosa ansiedad
que no halla respuesta
ni vacíos que llenar.
Ni muertes pequeñas
Ni grandes anhelos:
la noche es un orgasmo
que no termina de llegar.
Me deshago en palabras
Inútiles, estancadas.
Las palabras son
escopetas recortadas.
El poema acaba y aquel hombre termina de recitar con una cara de satisfacción palpable, con un orgullo henchido en una mirada soberbia: está esperando una reacción. Y la reacción llega. Una multitud lo ovaciona como si fuera un dios de la escritura. Las mujeres le gritan y los hombres aplauden. Mientras tanto, en medio del estruendo, la novia de nuestro protagonista le pone un dedo curioso en el hombro: no entendí el poema ¿qué quiere decir?
-Pues básicamente lo que dice es que está harto de estar solo, que masturbarse ya no lo alivia como antes, que tiene años, probablemente, sin tener sexo; que por más palabras bellas que le recite a las mujeres, ninguna lo quiere.
- ¿Eso dijo? Pero si lo que recitó se escuchaba tan profundo.
- Pues ese es el chiste, que no se note lo que en realidad dice. Así es como se las gastan este tipo de personas.
- Lo que pasa es que estás celoso de que tenga éxito.
- Me conoces tan bien. Sí me dan celos que él sea famoso, leído y yo no tengo ni perro que me ladre, mucho menos que me lea, pero no tengo celos de su talento, porque no tiene ninguno. Es más, el último verso se lo pirateó de una canción de Radiohead: “Words are sawn off shotguns” de la canción Jigsaw Falling Into Place.

A ese poema le siguieron varios, del mismo talante. Nuestro protagonista realizó las traducciones pertinentes. Para el final del recital, su novia ya lucía desencantada, ahora veía la realidad detrás de los poemas que ese hombre escribía: detrás de sus palabras oscurecidas no había nada, por eso utilizaba un lenguaje ennegrecido, para ocultar el vacío, la esterilidad de su poesía. Pero al menos al decir nada, decía mucho: es claro que conoces a alguien por lo que escribe, incluso cuando es deshonesto, pues su escrito te transmite la misma deshonestidad, la misma plasticidad de quien la escribe.
La lectura termina: acto seguido, la horda humana se abalanzó hacia aquel hombre que fuma cigarros sin parar, aquel hombre de mirada distraída, propia de quien ya no quiere estar en donde está, pero se debe a esta gente, sin ella, la farsa, el teatro se cae. Y entonces los empujones, los improperios, la ansiedad de tener una rúbrica en un libro. Poco a poco las personas pasan, algunas se toman fotos, un par de mujeres le roban un beso que al autor visiblemente le ha incomodado. Quiere mujeres, pero no cualquiera, aparentemente. Y por fin pasan ellos, su novia ya sin tanto entusiasmo como antes, le entrega el libro y le dice su nombre para la dedicatoria. Aquel hombre no es indiferente a la belleza evidente de su novia, pretende apantallarla con una dedicatoria “poética”. Ella recibe el libro y la mirada coqueta de un hombre entrado en años, ya con canas y que apesta a Marlboro. En algún otro momento, esa mirada le habría gustado, ahora sólo siente lástima e incomodidad. El autor lo nota, contrariado. No importa que cien mujeres le rindan pleitesía, lo que le importa es esa única mujer que le muestra tan abiertamente un desdén al que su literatura ha intentado distanciar de su persona. Intenta que no se vaya, pero es muy tarde, aquella mujer ya no está bajo el influjo de los encantos de su retórica. Se aleja y ambos se van. En un intento desesperado por recuperar el reconocimiento que siempre ha buscado, que le ha sido esquivo desde que era pequeño, se levanta, la coca cola se cae, el cenicero escupe ceniza y él choca con la mesa: “No te vayas ¿no te gustaron mis poemas?” –exclama, ya sin la altanería previa en la voz, con ojos compungidos y desesperados.
-No, no me gustaron- Profiere ella, seca y cortante.
Aquel hombre no está acostumbrado a que le digan ese tipo de cosas. El ser un escritor reconocido le ha habituado al elogio vacío, al aplauso sonoro. La gente no quiere que le digan la verdad, quieren que les digan lo que quieren escuchar. Y él no lo podía soportar.
- ¿¡Porqué no te gustaron!? Si son versos que me salieron del alma ¡como tocado por las musas!
- Eso no es cierto, sólo escribes extraño para que la gente crea que tienes profundidad. Eres mal poeta, pero eres peor persona.
- ¡Pero sólo escribo para vivir, para ser reconocido, para pagar mis antojos, para conquistar corazones!
Un silencio enorme se hizo en aquella sala…Un silencio de puntos suspensivos, un silencio atronador y revelador. Aquel hombre no era un escritor, era un cuenta historias sin profundidad, un jarrón vacío, un bosque sin árboles, un barco sin mástil, un orador mudo.
El resto de personas salieron, decepcionados. Este día representaba la caída del último gran ícono de la literatura en el país, un ídolo incendiado por el desdén de una mujer, por su propia vanidad y orgullo herido. Sus ventas no bajaron, pero su interés por escribir ya no fue el mismo. Aquel día en la librería, fue un día de revelación para él, descubrió que no era una avispa ni una abeja, sino un simple sírfido.