–Después
de un fructífero día sabiendo que me había salido con la mía y nadie había
hecho nada para evitarlo, y que los que quisieron cobrar por sus daños no lo
habían conseguido, me dirigí a casa. Como siempre un cigarro debía encender mi
aliento para hacerlo lapidario, porque qué bárbaro: cómo pesa el desdichado. Un
paso tras otro, tras otro y tras otro. El humo se perdía como se había venido
perdiendo mi dignidad después de tantas maldades, misma que escondía tras la
fachada de “aquí no hay nada”. Sin falta estaba el buen Saúl sentado a media calle, echando “bao” en sus manos para
calentar su pene descubierto, no sé si por las inclemencias indumentarias que
padecía sepa Dios a cuántos años, o por su tendencia a mostrar sus partes a
todo el que pasará; con ese hombre nunca me quedó nada claro. Recuerdo que lo
envidié tantas veces al verlo por la mañana, o al medio día, o pasada la hora
de la comida, e incluso esa noche tan fría; tener una vida sin
responsabilidades, sin deseos, sin preocupaciones, sin prejuicios propios o
ajenos, como un fantasma me parecía tan atractivo. ¿Qué habrá sido de ese
hombre? A veces recorro mis antiguas calles y ya no lo encuentro entre la
muchedumbre. El caso es que después de saludarlo –a veces contestaba y a veces
no– seguí derecho por La Viga. Una rata se cruzó entre mis pies y, despavorido,
me deshice de ella cambiando el sendero; un hoyuelo en la tierra del camellón
la ocultó para mí. Al llegar a Fray Servando, lleno de autos y yo lleno de
valor caminé entre los coches que me impedían el paso. Obviamente eran mis
dominios y no había nadie que lo supiera, y es bien sabido que no saber vuelve
a la gente impotente, o eso creía yo. Entonces, como nadie lo sabía, nadie me
lo podía arrebatar. Crucé la peligrosa avenida y seguí entre prostitutas y
perdedores, pasando como si fuera el Cesar. Nadie a tan corta edad había
conseguido tanto dinero, a no ser que fuese rico y lo sacara de la cartera de
papá. Otro cigarro se dibujaba en el imaginario de mis deseos y al detenerme
por él, sentí que me apagaron la luz.
La desnudez nunca fue algo que me
pusiera molesto. – ¿Qué tiene de malo? Así nos hizo Dios, ¿no? La ropa es un
invento más de las buenas consciencias para darle sentido a algún pasaje del
Génesis– decía mientras daba cátedra a mis amigos con mis ponderados
razonamientos. De haber sabido que la vida misma, el destino, la suerte, Dios,
o quien ustedes quieran, me iba a cerrar la boca con tanta fuerza, habría
cuidado mis palabras con más esmero. Al despertar estaba colgando, casi como
Edipo, pero sin hoyos en los pies, de un techo alto, totalmente desnudo. Temblaba de miedo por
fuera y de frío por dentro. A mi alrededor nada más se veían autopartes,
botellones de agua, manchas que yo rogaba porque fueran de aceite y no de
sangre, y risas de esas que dan mucho miedo. La risa a veces contagia el
llanto. Rompí a llorar, claro que sí; fue cuando unos pasos risueños se
acercaron. La risa se interrumpió para que aquel hombre pudiera decir –No se te
olvide que eres muy inteligente. Tampoco se te olvide que creíste que tu
inteligencia te salvaría. Y menos se te olvide que por inteligente te está
cargando la chingada.
Nuestra individualidad se ve
perpetuada con cada caída y cada raspón que no logran dividirnos sino
fortalecernos, pero el que pase un cuchillo de esos de vaquero por entre las
muchas tripas que tenemos nos recuerda que el individuo puede cuartearse
fácilmente. Eso fue lo que siguió al contundente discurso de aquel hombre. Como
tres flashazos sobre los ojos de un niño recién operado de la ceguera fueron
esas estocadas. La sangre tibia hace que uno aprecie la vida, claro que sí, si
no ¿por qué buscar calor? Esa sensación de calor no duro tanto. Pronto sentí
como esos flashazos cauterizaban en mí y el calor se volvió fuego en mi interior.
Hubiera querido que fuera de ese fuego que nos lleva a seguir adelante, pero
no, era más bien de ese fuego que todo lo destruye, así que no pude más que
desea morir en ese justo momento: sin testamento, sin último adiós, sin
arrepentimiento, sin ir al cielo, sólo morirme; al fin y al cabo en eso culmina
la vida.
Lo más cerca que uno puede estar de
controlar su cuerpo completo es ceder antes el desmayo. Y lo más cerca que otro
puede estar de controlar nuestro propio cuerpo es no dejar que suceda.
La electricidad es una bendición de
la naturaleza, pues es gracias a ella que podemos siquiera imaginar el flujo de
energía que hay en el mundo. Y darnos esa imagen es darnos consciencia de que
somos eternos como la energía. De nuevo, no hay nada de malo en morir si uno es
energía. Pero si está uno vivo, lo que menos quiere es sentir esa energía. Yo
la sentí en su momento y juro que ahora me siento temeroso al cambiar focos; la
electricidad disipa el dolor por instantes, pero no nos recarga de energía. La
energía nos viene de algún otro lugar en el que la imagen eléctrica no es
suficiente para impulsar nuestros pasos. La energía viene de ese fuego que todo
lo destruye.
No hay más que decir, sólo que ese
día no se borra de mi memoria, por más que yo intente manipularla. Tampoco se
borran de mi memoria las últimas palabras que escuché antes de caer por fin en
la inconsciencia: “De estos chavitos sólo se pueden esperar puterías. Ojalá se
les quite lo pendejos.”
No se me quitó lo pendejo. Pero sí
se me quitó lo inteligente. Mis días no volvieron a ser los mismos. Sigo
teniendo ganas de morir a veces, pero por razones distintas. Mis días siguen
siendo fructíferos. Mi vida sigue siendo buena. Ahora ya lo sé. Creo que estas
pequeñas experiencias nos dan tema de conversación. Y para qué vivir si no es
para conversar.
–No mames, cabrón. Todo eso
inventaste para no ir a trabajar cuando se te antoje.
–Ya dije: venimos al mundo para
conversar.
–Entonces, ¿no es cierto?
–Puede que lo sea, puede que no.
¡Dime que no está buena la historia!
–Sí, pero ¿cómo saber si es verdad o
no?
–No puedes. Sólo te queda creerme.
–
¿Qué
te creo?
–Que la vida siempre está bien.
Talio
Maltratando
a la musa
Canto de canción
Canto para la gente
gente que siente
lo que ellos sienten
para que canten también.
Canto como las aves
aves al vuelo
entre las claves
de sol y de sueño.
Canto sin distracciones
distracciones para los
ocupados hombres
que no son malos.
Canto de amores
amores que son
pasados, presentes,
y eternos de corazón.
Canto de esperanza
esperanza para mis
amigos de comparsa
en la vida feliz.
Canto en la vida
vida que pasa
y pasa, sufrida
con llanto y risa.
Canto en sentimientos
sentimientos, acciones,
imágenes, momentos,
falsas fricciones.
Canto a los hechos
hechos canciones,
hechos deshechos.
Canto canciones.