Presentación

Presentación

lunes, 28 de noviembre de 2016

Pasajero

Pasajero

Dicen que las amistades se trabajan. La verdad sea dicha, me he visto en dificultades al tratar de definir al amigo en todo momento, porque existe el dilema de que la compañía no genera nunca amistad. Por eso pueden decir muchos que las amistades se trabajan y producen. Yo creo en que la amistad es natural, si entendemos que la casualidad es parte de lo natural; si forma parte de lo natural la posibilidad de compartir gracias a la existencia de los afectos y, sobre todo, de la palabra. Pero no creo que lo natural es algo que nosotros definamos. Es decir, que las amistades se terminan sin que nos percatemos, que claramente puede haber diversión y placer en medio de la incomprensión y que, a veces, la coincidencia no es tan profunda como creíamos.
Natural es siempre una palabra difícil de usar, porque el conocimiento de la naturaleza, que no de la totalidad, es algo que requiere de un esfuerzo que lo cotidiano no nos da. La amistad es natural al hombre, pues raro es el que muere sin haber tenido algún amigo. Pero la amistad no es como los cabellos que, cambiando sólo de color, se obstinan en pugnar contra la calvicie. No es una necesidad, y por eso no somos amigos de cualquiera con el que hayamos compartido algo. Si la amistad es algo que sobrevive por nuestra mano, querrá decir que está hecha más de obligación ante la soledad, y no de una coincidencia afortunada. Si el amigo es alguien a quien consideramos así a partir de una relación elaborada, la amistad es la proyección de una máscara que continuamente es reelaborada.
Claramente, el uso de la palabra natural en el hombre siempre incluye la importancia de Eros. El caso de la amistad no es una excepción. Las amistades podrán durar más que los romances primerizos, pero eso no quiere decir que por ello las relaciones maduras son las que se mantienen con denuedo. Porque si hay denuedo en mantenerlas, es que han dejado de ser amorosas. El denuedo en la amistad proviene de lo que ella, en el mejor de los casos, infunde en nosotros. Es por ello que sabemos que tenemos amigos en medio de la soledad. La amistad virtuosa, ejemplo preferido de los que defienden la necesidad de la amistad, no es posible ella misma si sólo uno lo es o desea ser virtuoso. El lazo no es lo que habrá que mantener, sino que es la consecuencia del erotismo presente. Seguramente es por esa razón que no es sólo una asociación con vistas a un fin. Eso podría ser la camaradería: hija del deseo de convivir, que no necesariamente de amistarse.

La amistad no es, por ello, la praxis de la convicción política contra lo moderno. No es, simplemente, una praxis. Considerarla así es moderno. Por ello la amistad no es una prueba en contra de la teoría de la naturaleza egoísta. La coincidencia no hace amarga la vida, ni hace verdad al egoísmo. Por eso la palabra  naturaleza es más compleja. La amistad se puede acabar, y eso no la hace menos buena. Tampoco nos hace insensibles. Cabe hablar del prójimo sin hacerlo amigo.


Tacitus

domingo, 27 de noviembre de 2016

Lo que fue



Las bodas son una bella tradición. Representan la pérdida de la individualidad, la nulidad del yo en el beso del nosotros respaldado por la obediencia a Dios. En las bodas se comparte la alegría del amor, se reafirma la tradicional y debida obediencia a Dios. Dios hizo a la mujer de la costilla del hombre; la unión entre la mujer y el hombre trasciende el ámbito histórico. La tradición del matrimonio se basa en la propia constitución humana. 

Hay tradiciones que se fundan en sucesos históricos, como el día de la independencia mexicana. El festejo no se funda en aquella ambigua idea de la liberación, sino en la autonomía y el patriotismo nacional. Cualquiera que después de celebrar alegremente el 15 de septiembre recaiga en la cruda de la conciencia, se dará cuenta que el patriotismo y la autonomía mexicana han sido devorados, como los hermanos de Zeus, por el tiempo.  Lo mismo pasa con cualquier tradición que ha perdido su vitalidad: se transforman en cualquier entretenimiento y pierden su sentido; lo mismo hacen quienes van a un bar cada semana al cine o a un concierto, lo que se busca es dejarse devorar por el entretenimiento. 

No hay peor entretenimiento que al que se le maquilla con lo que fue, no ha sido y quizá ya no sea: las reuniones de ex alumnos. Dichas reuniones comen la botana del recuerdo del trato cotidiano de la escuela; al cambiar el trato cotidiano de los antiguos escolares, esas reuniones se fundan en el intento de querer revivir “los buenos tiempos”. Quizá no haya momento más triste en las reuniones que añorar buenos momentos en momentos grises. ¿Para qué reunirse si sólo se intenta cicatrizar las heridas con un placebo?, ¿valen para revalidar la vida social, hacerla común y quitarle lo valioso a los recuerdos escolares? En alguna ocasión vi una reunión que casi me hace llorar: gente que se tenía por diferente, que pretendía hacer de la reflexión su vida, recordaba los años en los que todavía reflexionaba, pero sin reflexionar y sin la mínima intención de volver a hacerlo. Supongo que ha de ser tan triste como un poeta que recuerda haber hecho bellas líneas y ya no los quiere hacer porque se han podrido sus alas poéticas con las cuales podía ver la belleza de la verdad. 

Fulladosa

sábado, 26 de noviembre de 2016

¿Seres vivos o parásitos?



¿Seres vivos o parásitos?
A pesar de que las enfermedades me han acechado últimamente, y más aún con el estrés del trabajo, me he desistido de ir al médico. Esto por dos razones: una, porque no creo que tengan el don ni los conocimientos para hacer sentir mejor a la gente; y dos, por algo que me recriminó un cochino matasanos. La última vez que fui con ellos, tiene como cuatro años. En esa ocasión sólo fui porque mi madre me lo pidió, diciéndome que le dijera al “doctor” lo que tenía, pues eran muchas quejas sobre mis dolencias. Le comenté los síntomas que padecía, donde el dolor de cabeza era el principal mal de mi decadencia física. Continué diciéndole lo que me sucedía, mientras él hacía un expediente de mis infortunios. Antes de terminar de escribir en su computadora, me comentó que debía comer bien y a tiempo, que no tenía la necesidad de requerir de mi madre para ello, por lo que tenía que cuidarme. Si bien sus recomendaciones no eran, o no parecían, equivocadas, sólo asentía a lo que estaba escuchando; sin embargo, dejé de hacerlo a tal grado de haber cambiado mi expresión de diferencia a una de enojo, esto después de haberle dicho a qué me dedicaba. Creyó que era un trabajador común y corriente, pues la apariencia con la que me presenté no daba para más. Parece ser que se sorprendió cuando le dije que estudiaba, y su impresión fue todavía mayor cuando le expresé que amaba a Sofía. “¿Pará que sirve la filosofía”?, me preguntó. Quizá todos han escuchado este cuestionamiento, y tal vez también no la han respondido, pues, aunque no sea obvia, se nos hace estúpida. Además, ¿qué podemos contestar?, ¿acaso quieren que les hablemos de las ideas de Platón y de la nada de Heidegger?, o ¿quieren que les digamos de lo que pensamos sobre la relación entre Julio César y Sócrates? (Esta última pregunta me la hizo un “amiguito” de mi padre.) Por lo tanto, no contesté, empero, hice mis respectivos balbuceos, pues mi boca quiso traicionarme. Posiblemente, esto fue la causa de que el “bendito” médico me dijo lo siguiente: “Si no fuera por la gente común y corriente, la que sostiene la economía del país, ustedes no podrían estudiar. Ustedes son privilegiados, pues lo que hacen no sirve para nada”. Prosiguió con sus frustraciones, que casi me las pega. Lamentable situación que una persona que se preparó demasiado tenga un pensamiento tan despectivo de algo tan importante en la vida, ¿o no?...
La filosofía de nuestro tiempo vive. Pero, ¿qué vida? ¿Qué funciones tiene su vida? Hay muchas clases de vida sobre la tierra: la de los vivos y la de sus parásitos. La del hombre. La de los gusanos. Me pregunto si la filosofía actual vive como un hombre o como un gusano. No hay razón alguna que nos obligue a desechar este género de problemas. No hay razón para negarles respuestas.
Paul Nizan
Los perros guardianes

Ínez Godin

viernes, 25 de noviembre de 2016

Aquelarre del 25 de noviembre del 2016

La emoción que sentían crecía conforme aumentaba el número de pasos dados. Pero no crecía por la situación en la que se encontraban, sino porque un sueño de una de ellas estaba cumpliéndose. Siempre se maravillaban cuando les pasaba ese tipo de cosas. Intuir y ser partícipes de la magia de un sueño las llenaba de fe, como cuando pedían un deseo con una pestaña o un diente de león. El sueño, dijo una alguna vez, es como un deseo pero más sincero, porque lo pide directamente el alma.
En ese momento sentían sus sentimientos ensanchándose a cada minuto. Los pasos seguían, pero no como los demás días. Estos iban llenos de ira y fuerza. Las voces, contrarias a los pasos, parecían perdidas. Se escuchaban gritos a diferentes tiempos aunque se expresaba un mismo mensaje, rabia y dolor.
Siento que no encajo, dijo la que había soñado semanas atrás lo que se hizo realidad el 25 de noviembre del 2016. Y entonces, ahí, en medio de un ritual de brujas que no sabían organizarse ni escucharse, hicieron su propio aquelarre. Espontáneo, sincero, alegre; así salió como si lo hubieran planeado con meses de anticipación. Ellas, al llevar a cabo su ritual, llamaron la atención de las brujas que las rodeaban por la fuerza y la unión que mostraban. Algunas intentaron entrar, aunque con poco éxito, pues no entendían la relación y el lenguaje de esas pequeñas brujitas que habían decidido empezar a resurgir de entre las piedras.
Poco después, entendí que su ritual no había acabado completamente, ni que había empezado precisamente ese día en esa zona de la Ciudad de México. Aún les faltaban muchas cosas por sanar, pero sin duda mostraron un gran desahogo al gritar con la amiga y hacer que, juntas, resonaran más sus palabras.
La chica entre dos planos

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Occhiolism

Tal vez porque soy joven
El amor para mí es un secreto;
Una inconsolable obra humana
Que se aleja cuando creo que la abrazo,
Cuando creo que la estoy viendo.

Tal vez por que soy joven
Confundo el dolor con el capricho;
Y puede que sea la ausencia,
No de otro,
De mí mismo,
 Lo que me hace pedirle a las musas
Un trabajo que no les corresponde:
Amarme.

Amarme porque están en mis palabras
Y serán inmortales en mis letras
En mis días
Porque serán más que todo
Y porque han de vivir
Lo que  yo jamás podría.
Una vida buena lejos de tribulaciones
De llantos obscenos
Sin complicaciones
Llenas de hermosos sueños.

Tal vez por eso las retengo lo más que me es posible
Porque en el futuro
Sólo podré volver a verlas
Si a caso el recuerdo me las describe.

Tal vez porque soy joven
El trabajo me parece ufano e insensato
por eso me fío de la inspiración
Aunque la vida ya no me inspira tanto.

Tal vez hablo de llantos, y pérdidas
De ensueños taciturnos
Y penas incongruentes
Porque no he sentido el rigor de la vida
Porque he tenido suerte
Y he podido dilatarme
Hurgando en los escondrijos de mi mente. 

Tal vez porque soy joven, ansío la atención
Y vivo con el vacío del afecto y el calor humano.
Porque aunque he pasado por muchas manos
En pocos nidos me he sentido realmente amado.

Tal vez porque soy joven
He sido siempre el problema:
Pido un amor absoluto
Pido comprensión a manos llenas,
Pero yo sólo he llegado a obsequiar
Algunas risas, varios llantos y unos cuantos poemas.

martes, 22 de noviembre de 2016

El nuevo Prometeo

Hace ya bastante tiempo que permanecía una idea algo curiosa en mi mente. Esta surgió en el ámbito de una plática de amigos, pero poco a poco cobró más fijeza. Además, había prometido hablar sobre el tema.

Frankenstein, novela, a mi parecer, un tanto tergiversada por la tradición, tiene un punto que despertó mi atención. Sin embargo, cabe señalar un tanto el origen de dicha novela.

Su nacimiento, como queriendo insinuar la obra más famosa de Locke, su Ensayo sobre el entendimiento humano, tuvo origen, a su vez, en una plática entre amigos. Shelley, del mismo modo, nos ofreció al Nuevo Prometeo a raíz de una velada con unos amigos, entre ellos, Lord Byron. La historia de nuestra autora fue la única que sobrevivió a dicha velada. Pero, ¿tendrá algo Frankenstein que merezca estar a la altura de los clásicos? Misma Shelley afirma que su novela tiene los ingredientes de Homero y Shakespeare. Que, incluso, tiene lo principal de la obras literarias, el choque de las pasiones y sus constantes conflictos. Y es ahí donde quiero fijar nuestra atención.

La analogía de Víctor Frankenstein con el Nuevo Prometo supone dos cosas: por una lado, éste le ha robado algo a los dioses, por el otro, Frankenstein estará destinado a vivir encadenado a una piedra donde un ave lo devorará día y noche. Así, Víctor robó el secreto de la Creación, de modo que hizo una Criatura. Y aquí entra la imaginación.

La imaginación en este punto nos debe servir, en mi opinión, para lo siguiente. Tras percatarnos de los varios niveles de narración, descubrimos que la Criatura desarrolla lenguaje y en él comienzan a germinar un cúmulo de pasiones. La escena principal donde vemos el desarrollo de este problema es cuando la Criatura observa a una familia a través de un orificio. Es ahí donde, quizá, en realidad quién haya cometido un robo fue la creación de Frankenstein hacia nosotros como lectores. Nos roba, en efecto, los más bellos sentimientos humanos, como el amor, la amistad y la ferviente necesidad de una familia. La Criatura simplemente nos ha mostrado lo verdaderamente humano.

Así, es en el núcleo de la novela donde vemos florecer las más bellas pasiones humanas. Lo más curioso es que se ven reflejadas por medio de una creatura que, originalmente, no es humana. Y con esos revuelos, Víctor Frankenstein se ve perseguido por la sombra de su creación, cual Prometeo encadenado robando el fuego de los dioses.

Visto así, la Creatura nos ha robado lo verdaderamente humano, donde Shelley nos demuestra, por medió de Víctor que, posiblemente, la más alta arrogancia humana sea la búsqueda del saber más allá de nuestros límites. Al final del día Víctor Frankenstein rebasó los conocimientos filosóficos y científicos; quizo equipararse a los dioses. 


Aurelius

lunes, 21 de noviembre de 2016

Está bien

–Después de un fructífero día sabiendo que me había salido con la mía y nadie había hecho nada para evitarlo, y que los que quisieron cobrar por sus daños no lo habían conseguido, me dirigí a casa. Como siempre un cigarro debía encender mi aliento para hacerlo lapidario, porque qué bárbaro: cómo pesa el desdichado. Un paso tras otro, tras otro y tras otro. El humo se perdía como se había venido perdiendo mi dignidad después de tantas maldades, misma que escondía tras la fachada de “aquí no hay nada”. Sin falta estaba el buen Saúl sentado a  media calle, echando “bao” en sus manos para calentar su pene descubierto, no sé si por las inclemencias indumentarias que padecía sepa Dios a cuántos años, o por su tendencia a mostrar sus partes a todo el que pasará; con ese hombre nunca me quedó nada claro. Recuerdo que lo envidié tantas veces al verlo por la mañana, o al medio día, o pasada la hora de la comida, e incluso esa noche tan fría; tener una vida sin responsabilidades, sin deseos, sin preocupaciones, sin prejuicios propios o ajenos, como un fantasma me parecía tan atractivo. ¿Qué habrá sido de ese hombre? A veces recorro mis antiguas calles y ya no lo encuentro entre la muchedumbre. El caso es que después de saludarlo –a veces contestaba y a veces no– seguí derecho por La Viga. Una rata se cruzó entre mis pies y, despavorido, me deshice de ella cambiando el sendero; un hoyuelo en la tierra del camellón la ocultó para mí. Al llegar a Fray Servando, lleno de autos y yo lleno de valor caminé entre los coches que me impedían el paso. Obviamente eran mis dominios y no había nadie que lo supiera, y es bien sabido que no saber vuelve a la gente impotente, o eso creía yo. Entonces, como nadie lo sabía, nadie me lo podía arrebatar. Crucé la peligrosa avenida y seguí entre prostitutas y perdedores, pasando como si fuera el Cesar. Nadie a tan corta edad había conseguido tanto dinero, a no ser que fuese rico y lo sacara de la cartera de papá. Otro cigarro se dibujaba en el imaginario de mis deseos y al detenerme por él, sentí que me apagaron la luz.
            La desnudez nunca fue algo que me pusiera molesto. – ¿Qué tiene de malo? Así nos hizo Dios, ¿no? La ropa es un invento más de las buenas consciencias para darle sentido a algún pasaje del Génesis– decía mientras daba cátedra a mis amigos con mis ponderados razonamientos. De haber sabido que la vida misma, el destino, la suerte, Dios, o quien ustedes quieran, me iba a cerrar la boca con tanta fuerza, habría cuidado mis palabras con más esmero. Al despertar estaba colgando, casi como Edipo, pero sin hoyos en los pies, de un techo alto,  totalmente desnudo. Temblaba de miedo por fuera y de frío por dentro. A mi alrededor nada más se veían autopartes, botellones de agua, manchas que yo rogaba porque fueran de aceite y no de sangre, y risas de esas que dan mucho miedo. La risa a veces contagia el llanto. Rompí a llorar, claro que sí; fue cuando unos pasos risueños se acercaron. La risa se interrumpió para que aquel hombre pudiera decir –No se te olvide que eres muy inteligente. Tampoco se te olvide que creíste que tu inteligencia te salvaría. Y menos se te olvide que por inteligente te está cargando la chingada.
            Nuestra individualidad se ve perpetuada con cada caída y cada raspón que no logran dividirnos sino fortalecernos, pero el que pase un cuchillo de esos de vaquero por entre las muchas tripas que tenemos nos recuerda que el individuo puede cuartearse fácilmente. Eso fue lo que siguió al contundente discurso de aquel hombre. Como tres flashazos sobre los ojos de un niño recién operado de la ceguera fueron esas estocadas. La sangre tibia hace que uno aprecie la vida, claro que sí, si no ¿por qué buscar calor? Esa sensación de calor no duro tanto. Pronto sentí como esos flashazos cauterizaban en mí y el calor se volvió fuego en mi interior. Hubiera querido que fuera de ese fuego que nos lleva a seguir adelante, pero no, era más bien de ese fuego que todo lo destruye, así que no pude más que desea morir en ese justo momento: sin testamento, sin último adiós, sin arrepentimiento, sin ir al cielo, sólo morirme; al fin y al cabo en eso culmina la vida.
            Lo más cerca que uno puede estar de controlar su cuerpo completo es ceder antes el desmayo. Y lo más cerca que otro puede estar de controlar nuestro propio cuerpo es no dejar que suceda.
            La electricidad es una bendición de la naturaleza, pues es gracias a ella que podemos siquiera imaginar el flujo de energía que hay en el mundo. Y darnos esa imagen es darnos consciencia de que somos eternos como la energía. De nuevo, no hay nada de malo en morir si uno es energía. Pero si está uno vivo, lo que menos quiere es sentir esa energía. Yo la sentí en su momento y juro que ahora me siento temeroso al cambiar focos; la electricidad disipa el dolor por instantes, pero no nos recarga de energía. La energía nos viene de algún otro lugar en el que la imagen eléctrica no es suficiente para impulsar nuestros pasos. La energía viene de ese fuego que todo lo destruye.
            No hay más que decir, sólo que ese día no se borra de mi memoria, por más que yo intente manipularla. Tampoco se borran de mi memoria las últimas palabras que escuché antes de caer por fin en la inconsciencia: “De estos chavitos sólo se pueden esperar puterías. Ojalá se les quite lo pendejos.”
            No se me quitó lo pendejo. Pero sí se me quitó lo inteligente. Mis días no volvieron a ser los mismos. Sigo teniendo ganas de morir a veces, pero por razones distintas. Mis días siguen siendo fructíferos. Mi vida sigue siendo buena. Ahora ya lo sé. Creo que estas pequeñas experiencias nos dan tema de conversación. Y para qué vivir si no es para conversar.
            –No mames, cabrón. Todo eso inventaste para no ir a trabajar cuando se te antoje.
            –Ya dije: venimos al mundo para conversar.
            –Entonces, ¿no es cierto?
            –Puede que lo sea, puede que no. ¡Dime que no está buena la historia!
            –Sí, pero ¿cómo saber si es verdad o no?
            –No puedes. Sólo te queda creerme.
        ¿Qué te creo?
–Que la vida siempre está bien.
Talio

Maltratando a la musa

Canto de canción

Canto para la gente
gente que siente
lo que ellos sienten
para que canten también.
Canto como las aves
aves al vuelo
entre las claves
de sol y de sueño.
Canto sin distracciones
distracciones para los
ocupados hombres
que no son malos.
Canto de amores
amores que son
pasados, presentes,
y eternos de corazón.
Canto de esperanza
esperanza para mis
amigos de comparsa
en la vida feliz.
Canto en la vida
vida que pasa
y pasa, sufrida
con llanto y risa.
Canto en sentimientos
sentimientos, acciones,
imágenes, momentos,
falsas fricciones.
Canto a los hechos
hechos canciones,
hechos deshechos.

Canto canciones.