Alegría por la verdad
La
fe tiene poco lugar en los debates ideológicos, más allá de la fría cortesía de
los que la consideran como simple modo de vida. Es así porque la fe no es
ideología. Sin embargo, huir de aceptar a la fe como ideología no es suficiente
si se piensa que la fe nos permite cobijarnos de dar razón. Huir de la
ideología a la fe como sospecha de lo invisible es idolatría, pues sin dar
razones de la fe ella se convierte en diálogo silencioso con el Dios personal.
Así la fe se expresa bien en lo que Nietzsche decía del cristianismo:
platonismo moralizador, doctrina de la idea tranquilizante ante la zozobra, con
el riesgo latente de degenerar en la esclavitud del último hombre.
Todo
radica en la manera en que nos aventuremos a indagar el misterio del Dios hecho
carne. La encarnación no perdona los pecados de los elegidos por
predestinación, sino los pecados del hombre. El conocimiento, en la fe
cristiana, debe estar inclinado a entender el misterio de la Trinidad, pero en
él es complicado penetrar en tanto no nos conozcamos a nosotros mismos, como
hechos a imagen del Creador. Según Orígenes, para poner una gran ejemplo, dicho
conocimiento sólo se completa mediante la investigación de nuestras culpas y
fallas éticas, de nuestros buenos o malos sentimientos y acciones; al mismo
tiempo, la pregunta debe investigar la naturaleza del alma como sustancia,
preguntándose sobre su eternidad, su perfección y su relación natural con el
cuerpo a que le da vida. La pregunta por la inmortalidad o mortalidad del alma
como distintivo de lo humano es un modo de indagar en la creación que nos pinta
como perfectos y buenos; la pregunta por el bien de nuestras acciones o de
nuestros sentimientos y pensamientos no puede ser respondida del todo en tanto
ignoramos la naturaleza del alma y su posible bondad original. Quien no busque
la razón en los principios del orden eterno está encerrado en la ignorancia de
sí mismo y, por lo tanto, mantiene las dudas sobre la posibilidad de actuar
correctamente, incurriendo constantemente en el mal.
Dios
hecho carne es un misterio que sólo se puede escrutar por el amor. No el amor
de la pasión moderna, sino el amor a Dios mostrado en el conocimiento,
posibilitado por la fe. Por eso los elegidos no son un grupo predestinado, sino
los que son capaces de amar rectamente. Esa posibilidad la otorga también la fe,
mediante el inicio y el camino de la conversión. Si esa búsqueda es
estrictamente personal, no hace falta ni de dicha conversión, ni de hacer
presente la verdad de la fe al prójimo, con esperanza de su conversión, o, al
menos, de su guía. Eliminar la razón de la fe, es creer en el amor moderno. Si
no hay esfuerzo posterior en el dar razón, el hecho mostrado por la conversión
en realidad se debilita. El sentido político del cristianismo no es la tiranía
universal, pero tampoco es el montar la saeta propia, sino la caridad y la
virtud de fe, el conocimiento de lo justo para el amor a Dios mediante el
prójimo, que guía la práctica hacia el bien; por eso no es una ideología.
La
alegría inmensa de quien espera con paciencia e ímpetu la llegada a su huerto
por parte del Señor, sólo puede ser entendida en quien lo busca fielmente y
sabe de su amor; siente alegría por saberse salvado de la caída, perdonado por
sus males. La fe es creer en lo invisible, no en lo incognoscible. De otro
modo, sólo beberemos de nuestra aflicción en la sombra ante la lejanía del
Salvador. De otro modo, seguiremos siempre en la soledad recalcitrante del
mundo profetizado por el nihilismo. Escarbaremos hasta la llaga en nosotros,
mientras nos hundimos en el mar de las ideologías. Dejarse hundir en ese mar,
es dificultarse la libertad por la verdad.
Tacitus