El alma en sus sendas
Los
prejuicios morales también son un camino, una guía con ayuda de la cual la
experiencia se allana. La palabra “bueno” genera disensión inmediata: dicen que
es cuestión de criterio. Pero esa afirmación es absurda, pues lo bueno no es un
concepto, sino un principio de la acción por el que toda obra es llevada a
cabo. Sin el bien, no existiría tal cosa como el deseo. ¿La disensión está en
el criterio, o en la dificultad de discutir y ver lo mejor para cada acción? La
moral tiene, a través del bien, un vínculo con la comprensión del alma humana.
Si eso es cierto, un conocedor del alma humana no existe sin sabiduría sobre el
bien. Si eso es cierto, hace falta repensar la cuestión de la técnica, puesto
que es ella la que ha guiado el conocimiento moderno sobre el alma. La teoría
de las personalidades, el estudio de la psique, la investigación sobre la
depresión, el estrés, los valores sociales, la formación académica, la
formación cultural son todas maneras expresivas que remiten a una tecnificación
especializada del ser humano, resumida en la idea del espíritu. La existencia
de la naturaleza humana es comprendida desde cada apartado en un sentido
específico. ¿Son idénticas, por ejemplo, las teorías modernas de la formación
del carácter a la maestría platónica que permitía, mediante el arte mimético de
ideas y acciones, manifestar dialógicamente un tipo de hombre?
El
problema de afirmar la existencia de la naturaleza humana es la ambigüedad
existente en la relación que la palabra naturaleza tiene para nosotros con
nuestro relativismo moral. En primer lugar, es importante reconocer que la
palabra alma, como expresión de la naturaleza del hombre, no tiene ya ninguna posibilidad
de ser plenamente sabia bajo el conocimiento actual. La naturaleza humana, por
ello, parece algo plenamente presente al hablar de ella, pero se esfuma en
cuanto queremos aventurarnos a comprenderla. Naturaleza es una oscuridad que
parece alumbrarse es la regularidad. Pero el hombre es el único ser no regular.
La naturaleza del alma ya no es, primeramente, la misma que la de la vida. Ese
dato parece pasar insospechado. ¿Qué relación existe entre la sabiduría posible
del alma como vida y el conocimiento posible de las comuniones morales, de las
opiniones compartidas y el carácter presente en las afecciones, los placeres,
los gestos y las apetencias? Me atrevería a decir que, en tanto que la vida es
comprendida como cuerpo, las facultades y movimientos del alma permanecen en la
incomprensión. Pero esta vía, que fue abierta por la filosofía para que los
interesados en ella pudieran seguirla, no es la única que se nos ha legado. La
poesía ha ejercido dominio sobre la representación de los rasgos humanos y de
sus problemáticas inherentes desde su aparición. Hay que caminar entre los
vericuetos que hay al pensar la existencia de un conocimiento sobre el hombre
que se descubra en el poder modesto de la palabra; el problema de la verdad
sobre el hombre es más complejo que el establecimiento de una escala técnica.
¿Por
qué hay comprensión de algo cercano en los personajes platónicos? Esta pregunta
se vuelve aún más radical en el caso del personaje platónico principal:
Sócrates. Sobre su carácter, hay rasgos fijos que nos pueden llevar a las
conclusiones más irreverentes, pero también más irreflexivas. Sócrates, a
través de sus preguntas, puede volverse un ídolo. Podríamos pensar con mucha
seriedad, que su imagen pervivió para el hombre moderno. Esa es la esencia del
llamado platonismo. ¿No es algo extraño que, pensando a Nietzsche, las
fronteras entre la filosofía y poesía sean profundamente trastornadas y, acaso,
disueltas? Al mismo tiempo ¿cómo tomamos el vigor reflexivo de Nietzsche en sus
embestidas? Si Sócrates puede ser un problema, debemos ver que la diferencia
que existe entre él y los demás hombres no es un mito. El diálogo con Sócrates
requiere de nuestro propio pudor. El preguntar socrático es un modo de vida, no
una visión del mundo. En su preguntar cada uno se delata seguidor, contrario o
fanático. La vida de Sócrates es el problema de la filosofía. Sus rasgos
humanos y el contraste con sus interlocutores no sólo apuntan a la radical
distinción de uno con respecto de los otros: los actos y palabras son un faro
para el cuidado de la palabra y el acto. Que difícilmente hay alguien igual a
Sócrates no implica que sea sólo una ficción, puesto que sus preguntas tienen
un sentido desde el que más de una mirada puede orientarse, ya sea denodada o
débilmente. ¿Esa comunión es posible, no obstante, por alguna semejanza cuyo
puente sea el ser hombre del lector y de Sócrates, o porque Sócrates es el
creador de la comunión histórica? ¿Esta pregunta puede, al mismo tiempo,
abordarse socráticamente? Si se quiere saber sobre la “naturaleza humana”, tal
vez sea importante que ese preguntar sea llevado a cabo. ¿Cuál es el carácter
de Sócrates? Acaso esa pregunta sea difícil también de comprender sin orientar
la respuesta al ámbito moral moderno. Pero esa unión sería apurada, puesta que
la pregunta socrática con la virtud no tiene sentido si no se ve la relación
entre el modo de vida y Eros. Es posible que esa relación entre Eros y modo de
vida pueda servir para apuntar hacia la presencia general de Eros en los
hombres, puesto que comprender a Sócrates requiere también observar a los
hombres con los que discute. Quizá en la medida en que esa relación se alumbre,
nos podamos aproximar a preguntar socráticamente; o, mejor dicho, alumbrar esa
relación requiere del preguntar socrático, que no halla perfección sin conectar
la vida con la palabra.
Las
obras poéticas se prestan tanto a ver en su arte una imagen de la sabiduría que
sobrevive al tiempo y a ser expresiones artísticas abiertas al lector, pero
cerradas en el tiempo. Entre la historia y la actualidad, se nos dibuja la idea
de la sabiduría de los poetas. La particularidad de cada obra puede ser
catalogada como producto de un período, lo cual al mismo tiempo puede mostrar
caras comunes, pues hablan de personas. ¿Dónde ha de hallarse la sabiduría
poética? Si se dice que el poeta tiene visión panorámica, ¿qué distingue a cada
una de sus obras si todas tienen la intención de ser un retrato? Al mismo
tiempo, no debe olvidarse que puede observarse que la poesía ha enseñado lo
mismo sobre la tragedia que sobre la comedia. ¿A qué responde esa división tan
obviada? No parecen categorías formales, y mucho menos parece que dicha
división dependa del efecto que tenga en sus lectores. La enseñanza de la
poesía en ambos camino habla de los hombres. ¿Es que sólo la tragedia habla de
hombres graves mientras que la comedia de los livianos? ¿Qué pasa con la
comicidad del Sócrates de Aristófanes en ese caso? ¿Qué con don Quijote? La
risa y la conmoción son expresiones que en la misma medida se dan en el hombre.
A veces ambas distinguen a los inteligentes de los simples. La diferencia no
debe ser superficial, puesto que son puntos desde los que la poesía misma ha
existido. Sacar una diferencia moral es ir entre ambos extremos es ir a prisa.
La comedia y la tragedia no son ideologías, pues el arte de ambas consiste en
que el poeta pueda hablar del hombre con una grandeza que no haga de la
historia algo superficial, sino un rasgo insalvable. El conocimiento de la
tragedia griega tiene que abrirse en la experiencia trágica de la vida. Sin
distinguirnos de los griegos, eso es imposible, pues en caso contrario puede
afirmarse que la tragedia es lo que experimento cuando me azota cualquier
preocupación. Si no pensamos lo trágico a partir de la verdad de la tragedia
presente en la relación de los actos humanos con su eterna limitación, no hay
sapiencia trágica, sólo depresión moderna. Si hay rasgos humanos que no nos
parecen lejanos por estar expresados en palabras, debe atenderse a una
diferencia que los asemeja. La verdad poética no se expresa tampoco en un
catálogo histórico de personajes. Los personajes de la poesía no son reflejos
temporales. El alma del hombre, en su movimiento y su expresión, abarca los
parajes de la comedia y los abismos de la tragedia. El duelo entre filosofía y
poesía no será jamás una cuestión técnica, y la poesía es un tanto distinta del
retrato, aunque estén ambas hermanadas en el nombre original de la poesía
misma.
Tacitus