Presentación

Presentación

jueves, 29 de septiembre de 2016

Sana competencia


El corazón le latía estruendosamente, temía que el sonido lo fuera a delatar, sin embargo, ella parecía no tener ni la mínima sospecha de que la habían estado siguiendo desde el centro comercial. Él permanecía a una distancia prudente, llevaba casi una hora acechándola, desde que la había visto bajar de aquella camioneta sabía que ella era la adecuada, era perfecta, era el trofeo que necesitaba y no la dejaría ir. Ese era el último día que tenía para conseguirlo y había pasado toda la mañana buscando una presa perfecta, no podía permitir que alguien lo hiciera antes que él. Sus padres siempre habían fomentado la sana competencia en él, <<tienes que ser el mejor>>, <<tienes que escoger la carrera mejor pagada>>, <<tú puedes hacerlo mejor que cualquiera>>. No creía que fuera casualidad que el lema de su mini secta fuera "Sé el mejor" y esa era la motivación de cada día, de cada segundo, de cada acto. Era justificable que a su edad su ego fuera del tamaño de su lista de trofeos. Se le había vuelto una obsesión cada vez más demandante, no podía parar, necesitaba sentirse poderoso, que ninguna meta podía derrotarlo, todo cuanto se proponía tenía que conseguirlo, lo regodeaba someter a las personas a su voluntad. Desde más pequeño, había empezado a llenar sus vacíos con hermosos trofeos, sus padres siempre ausentes dejaron de ser motivo de tristeza, ellos le daban dinero y todas las facilidades a modo de amor y a estas alturas, era algo que había aprendido a valorar, sin embargo había un vacío que siempre permanecía. No encajaba en la escuela, su hermana no le dirigía la palabra y esta era la única actividad en que destacaba, si sus padres pudieran ver con que facilidad había logrado todo lo que se había propuesto, cuán grande era su colección de victimas, desde ancianos hasta niñas de la edad de su hermana; tal vez  entonces lamentarían no prestarle la atención que alguien como él merece, alguien que es el mejor. En las noches, las pesadillas eran tantas y tan recurrentes que terminaban ahuyentándole el sueño, pasaba la noche en vela pensando en el nuevo trofeo que adquiriría al día siguiente, eso le reconfortaba, era lo único capaz de apaciguar la constante ansiedad con la que vivía. Sus padres habían insistido en que tomara terapia, pero él sabía que sólo lo hacían para deshacerse de él, estaba perfectamente sano y era el mejor, sólo que ellos nunca habían tenido tiempo de verlo. Cuando el mundo viera su colección infinita de trofeos no habría duda de su talento. 

Ahora, permanecía al asecho, aguardaba detrás de un auto negro, un auto que estaba estacionado a la distancia perfecta para quien busca asechar. Estaba esperando el momento ideal, era tan perfeccionista y ceremonioso (de no ser así no habría logrado todo lo que había logrado hasta entonces). No podía ignorar el peso de la mochila que llevaba colgando en la espalda, el sol dejándose caer de lleno sobre su cuerpo envuelto en su uniforme de depredador, el sudor que le escurría por el rostro y las axilas. Varias cuadras siguiendo esa camioneta habían logrado que mojara su camisa de sudor. Pero todo eso era poco comparado con el peso de las expectativas, la promesa del triunfo, la ansiedad, el temor. Aunque era difícil no vivir ansioso, siempre estaba la amenaza de la competencia, las "vitaminas" que le recetaba su terapeuta y la factura de todas las adicciones que tiene alguien de su edad.  Siempre tenía un miedo latente a que alguien más pudiera arrebatarle lo que él sentía que le pertenecía, porque él era el mejor, siempre se lo repetía y, la idea de estar compitiendo con otros depredadores era algo que lo estimulaba al mismo tiempo que le deprimía, por eso iba siempre por la mejor presa. Bien pudo haber ido por la mujer que estaba cruzando la calle, pero era algo demasiado fácil y trillado, no había merito si no suponía un reto. Así que cuando vio a aquella mujer, con su vestido ajustado, todo su exhibicionismo a flor de piel y sus bolsas pretenciosas exudando derroche, supo que tenía que ser ella. El hecho de mirarla estacionarse en lo más solitario del estacionamiento, a esa hora, y con todas las ganas de él por hacerse de otra víctima, tenía que ser una señal del destino. 

Las manos le sudaban, sentía la electricidad recorrer todo su cuerpoAl fin llegó el instante perfecto, la mujer montada en unos extravagantes tacones, comenzó a caminar con las bolsas de sus compras, bolsas que llevaban ridículamente dibujaba su respectiva marca por todos lados. Le hizo gracia pensar que en cierto sentido ella no era tan diferente de él, se colgaba los trofeos de todo lo que podía comprar, también comprendía que, al igual que él, ella también estaba intentando llenar un vacío, también estaba compitiendo en aquel mundo y ¿qué otra manera existe de sobrevivir si no es ésta? Algo que todo el mundo repite no podía ser malo, se recordaba. El mundo y la sociedad son tan demandantes que uno termina intentado cazar algo antes de ser devorado. En su cabeza había una escena de Discovery chanel, una escena en la sabana, cerca de un río: él, un león asechando a una gacela y a su vez, un cocodrilo sigiloso acechándolo a él. Volteó hacia atrás comprobando que nada (tangible) lo asechaba. Se sacudió esos pensamientos y volvió a enfocar su atención en la mujer de la que ya había previsto la debilidad que acompaña a ese tipo de mujeres, así que se acercó lo más casual e inocentemente que pudo. "¿Me permite ayudarle?" le preguntó, ella miró su ropa, su rostro y asintió con una sonrisa que desparramó encanto. El sintió un puñetazo en su ego, esta mujer sería muy fácil, no quería ser una presa sólo quería cooperar, sin embargo él tenía la destreza para que ella terminara llevándose una sorpresa. Acompañó a la mujer a su departamento, estaba ansioso de poder sacar todos sus artilugios y técnicas más voraces. Ella abrió la puerta y lo invitó a pasar, siempre es lo mismo, las mujeres de esa edad suelen ser tan predecibles. Ella le indicó donde podía dejar las bolsas, él obedeció, se quedaron mirando un par de segundos y ella al fin dejó escapar una sonrisa. Él era perfectamente consciente de sus encantos, sabía que para muchas mujeres resultaba irresistible, pero eso no era suficiente, tenían que someterse a su voluntad. 
-Bueno,  ¿ya me vas a decir lo qué vas a querer a cambio?- rompió ella al fin el silencio.
- No quiero nada, yo le ayude porque ese es mi deber.- Intentó sonar lo más caballeroso y natural que pudo, sabía que eso las hace bajar la guardia.
- Vamos, puedes pedírmelo. ¿No hay algo que tengas para mí?- sonrió ella de una manera coqueta. Él odió esa mueca, no le gustaban las cosas fáciles. El tiempo seguía derritiendose y tarde o temprano tendía que actuar. Se quitó la mochila que llevaba en la espalda y sacó el contenido.

No hallaba la manera de ocultar su sonrisa, ya no había lugar a dudas para su poder. La imagen de él exprimiendo el jugo vital a esa mujer sería algo que le daría paz por muchos días. Caminaba directo hacia la mini secta, ya quería ver la cara de sus compañeros, envidiosos, mediocres, perdedores. Al llegar, les contaría a lo que ella estaba dispuesta y la desagradable sorpresa que se llevó cuando él dejó ver sus intenciones al vaciar todo lo que llevaba en la mochila. Palpó lo que llevaba en la bolsa del pantalón, aquel bulto lo hacía sentirse un héroe, sabía que ya nadie podría romper su record. Después de todo, no es fácil ser un niño explorador de nueve años y vender ese número de cajas de galletas. Exhalaba dicha, un trofeo más. 



martes, 27 de septiembre de 2016

Críticas tardías: Guëros.

La primera vez que vi la película estaba en la FES Acatlán. Sentarme solo, escuchar las bocinas garraspeantes de un auditorio que intenta formar parte del mundo actual y que de vez en cuando ofrece algo que vale la pena,  ver una película hecha para universitarios, me hizo contemplar elementos diversos que formaron una buena opinión sobre la película. Después de muchos meses de haberme enamorado de ella, la conseguí en la lagunilla tal y como lo prometió uno de esos ‘conocedores’ de cine que se ponen afuera de una tienda que tiene un sillón donde la gente puede ir y sentarse para beber unas caguamas; el sujeto me dijo <<cuando la veas en un puesto, significa que va a estar en todos lados. Los pinches cineastas de hoy prefieren vivir de los festivales, y se cuelgan de ellos lo más que se pueda. Viajan y la promocionan como la gran cosa, en vez de sacar el baro para poder distribuirla en el país, porque saben que aquí hay piratería, pero ¿quién hace la piratería? La gente que trabaja en los estudios. Nada más. Para cuando llegan a salir en DVD la gente ya hasta se olvidó de su película. Así le pasó a “La dictadura perfecta”>>. Es obvio que adorné sus palabras, porque para ese entonces él y yo ya llevábamos muchas cervezas encima. Pero esa era la idea general. Y tal y como lo dijo, cuando vi “Güeros” en el primer puesto de la entrada al tianguis, la vi omnipresente al lado de “Straigth Outta compton“. Al verla en mi casa me percaté de que ya no me parecía tan agradable. Que esa pequeña oda a al Distrito Federal, que la música de Agustín Lara, que la poesía y la autocrítica al cine ya no me parecían los ángulos rutilantes de un diamante que se dirigía a la perfección de manera tan repentina que incluso parecía que veía a Ruizpalacios como un hombre que podía detener el estanco del cine nacional. Cuando la vi por segunda vez pensé que en realidad sólo era una película para universitarios; anécdotas ociosas que se difuminaban en el centro de la historia, que en realidad es muy simple: cómo combatir el aburrimiento en la capital. Esta idea hizo que algunos críticos o criticones [dependiendo quién lo vea]- como Kristoff Raczynski- la considerara una película tibia, y tiene razón para creerlo. La película parece no dar un tema, o una idea que pudiera debatirse, sino más bien sólo presenta situaciones que carecen de una lógica elemental con la cual se construya una historia que no tenga como base la mera ejemplificación del ocio como argumento fantástico y que entonces convierte toda la pieza cinematográfica en una mera amalgama de imágenes atractivas que le dan el soporte que le falta a la historia como tal. Todo ese romance estudiantil hacia películas que exploren el lado más profundo de algo como las huelgas y las marchas, e incluso generalizándolo un poco más, todo lo que represente algún movimiento juvenil como por ejemplo en “Quadrophenia” (en la cual no hay nada de positivo en el ambiente), suele llamar la atención de una juventud desesperada por encontrar una identidad que le diga que forma parte de algo más que una formación académica rígida que somete las aspiraciones individuales de las personas, y las transforma en meros instrumentos al servicio de las instituciones (en el mejor de los casos). Es fácil comprender por que un público joven es el centro de la glorificación de la película.

Sin embargo, yo seguía considerando-como chilango que soy- que no había película que hablara tan bien del distrito federal y sus alrededores, ya que regularmente las historias que exponen en el cine nacional se centran estrictamente en los ambientes sociales y el choque entre  clases( que también aparece en la película). Por que… seamos honestos, eso es de lo único en lo que regularmente hablamos. Si no estamos hablando de asaltantes, secuestradores, carencia, marginación, corrupción, pobreza, impunidad, narcotráfico, en fin, en cualquier elemento infausto que nos rodee, parece que sentimos que no estamos viendo una película mexicana (a excepción de esas películas que intentan ser un símil de las comedias románticas Norte Americanas). Esto me hacia darle un lugar aceptable dentro de mis gustos personales, por lo cual la vi una vez más.

La tercera vez que vi la película pude captar elementos que complementaban lo que ya había visto la primera vez y me pareció una mejor película todavía. La idea de darle preponderancia al audio, a todos los sonidos ambientales de un encierro, a el sonido de la respiración en un beso deseado, al ataque de pánico tras la falta de actividades, es lo que hace que uno ponga atención a los detalles de la vida cotidiana que nos muestra la película, y también sirvió para recordarnos que a veces en el cine se nos olvida la importancia del audio. Comencé a pensar que el guión de Ruizpalacios y Gibran Portela (Autor de  “La jaula de oro”) no estaba tan mal después de todo, pero entonces pensé que al final esos grandes detalles son cosa de post-producción (la cual tardo cerca de dos años). La fotografía también es agradable, y se sirve de un blanco y negro que le ayuda bastante. Las actuaciones son convincentes y el ambiente estudiantil es retratado de una forma muy similar a como pasa en la universidad publica de nuestros días. También hay buen uso de la música. Pero en general sigo dudando del motor que inspira a los personajes, ya que la convicción con la que se manejan es completamente opuesta a lo que veníamos viendo desde un principio, y las situaciones que los rodean son en su mayoría sólo ambientaciones que bien podrían no estar ahí y no cambiarían en nada la historia de la película, o lo que es igual, muchas escenas  están ahí nada más para agregarle el toque de Road-movie que querían presentar. 

Y para terminar, hay un tema que si es interesante dentro de la película más allá del ocio puro. La cuestión racial es algo de lo que no nos hemos desprendido. La separación de identidades mediante la selección por el color de piel y el valor que se le atribuye  a la descendencia racial es todavía un elemento que afecta a la concepción de una alianza social. Estas distinciones pueden ser sin dolo, por mera costumbre, o pueden hacerse para denotar las aparentes deficiencias argumentales de las personas que expongan ideas que según el color de su piel no le pertenecen. Y es curios que tanto el título como la palabra sean sólo una cohesión anecdótica y no sea el elemento central de la historia base, que es la búsqueda de Epigmenio Cruz. De cualquier manera es una película recomendable para estudiantes universitarios, y puede ser que cada que lleguen nuevas generaciones podrán sentirse identificadas con la película y es probable que por esa razón llegué a no desaparecer tan fácilmente del imaginario colectivo estudiantil.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Pedazos de arte volátiles

Salvador Novo dice que la fotografía no vino a sustituir, sino a continuar lo que la pintura ya tenía en manos: la creación o la reproducción. Cierto es que poder sublimar un instante único de la vida nos daría la impresión de poder llamar obra de arte a la labor de un fotógrafo. ¿Pero no sería un absurdo el pensar que todo instante de la vida corriente es digno de recordarse? La pregunta no es qué debemos recordar, sino qué debemos sentir. La experiencia estética debería ser, sin más, el ápice de la fotografía. De lo contrario correríamos el riesgo de poder llamar arte a lo que hoy denominamos selfies.

Tanto la fotografía y la cinematografía deambulan y titubean en poder llamarse obra de arte, no tanto por reglas o normas, sino por un pequeño criterio: el sentimiento. La pintura bien puede ser reproducción, pero en el fondo lo que se pretende es mover el ánimo del espectador. En ello no sólo hay habilidad en el manejo de los contrastes, sino que va inmersa una intención, es decir, hay un propósito. ¿Sucederá lo mismo cuando todos tenemos, sin tantas complicaciones, una cámara al alcance de nuestras manos? Para Novo, la fotografía atañe más al gusto, y como sabemos, en gustos se rompen géneros. Suscitar la emoción estética sería el garante que ciñe al fotógrafo y se nos presenta como artista. Entonces, ¿tanto una pintura como una foto simplemente retratan la realidad?, ¿No será que en la primera la imaginación adquiere su máxima expresión creativa, mientras que la segunda sólo requiere de saber manipular su instrumento? Quizá, pero hoy en día las fotos se pueden manipular, modificar, añadir, eliminar. No obstante, hay fotos que, en verdad, mueven al sentimiento. Como aquella que muestra a un civil de pie frente a un tanque de guerra.

No obstante, ¿dónde yace aquel apelativo de la imaginación activa que opera incesante ante toda obra de arte en aquello que llamamos fotografía? Quizá, en nuestros días, la fotografía tenga todavía que madurar, no para las mentes eruditas, sino para poder llegar al corazón de todos los individuos tal como lo hace La Victoria guiando al pueblo de Delacroix. O será que, como ya lo decía Sócrates de aquella ciudad de palabras, que la pintura y la poesía van de la mano con la educación, de ahí su posible censura o, en su defecto, modificación para su presentación.


Aurelius

Hablando con la boca

Cuando el viento sopla, nuestro cuerpo se nos hace evidente por completo; sabemos que el cabello se nos está moviendo; sentimos la piel enfriarse poco a poco; los labios van buscando humedecerse y no partirse; los parpados cerrados vibran ante nuestros ojos; todo es más difícil, sobre todo respirar. ¡Qué difícil es sentir el viento si le pone uno atención! Pero no me hagas caso ahora, que sólo estoy divagando mientras espero encontrarte nuevamente. Ya no tarda en llegar el momento de mirarte. Si vieras cuanto anhelo estar en tu presencia no me dirías nada y sólo me dejarías tocarte. Es que tocarte me hace casi lo mismo que el soplo de viento pero un poco más al revés: me mueve el cabello con intensidad, mis parpados se mueven delante de mis ojos, mis labios buscan partirse humedecidos, esta piel se va poniendo más y más caliente y todo es más fácil, excepto respirar.
            Aún recuerdo el día en que te vi por primera vez. No fuiste nada especial. No es que haya desaparecido todo alrededor para mostrarme tu presencia. Estabas rodeada del todo. Pero sí recuerdo que desee que todo lo que no pasó hubiese pasado. Desee mirarte muchas veces más. Eras lozana, como si nadie te hubiera tocado nunca y todo en ti se haya dado de esa manera: natural. Apenas se atravesaba el cabello por ti no sabía si dejártelo y admirarte cubierta de salvajismo o quitártelo y desear aterrizarte. Nada más que, como muchas cosas en mi vida, me consolé sólo con mirarte y nunca me acerqué a ti. Así soy yo, ¿qué quieres?
            Justo cuando me había olvidado de ti –por lo que sea, no precisamente porque sea un ojete– volviste a aparecer para recordarme que no me había olvidado, sino que me ocupé mucho de otras cosas. Afortunadamente para mí esta vez fue completamente diferente. Primero, ya no eras lozana, ahora eras más bien frágil. Segundo, el salvajismo se había apoderado de ti, no sé si por la experiencia o por la falta de práctica. Estabas a punto de dejarme acercar justito a ti. Seguramente no lo sabías –eso que ni qué. Es que lo supe cuando me pude acercar a todo lo que te enmarcaba.
            La luz pasaba por un lado y por el otro. El aire era el menor de mis problemas, pues si soplaba ni me acuerdo y a otra cosa mariposa. Nomás andaba buscando un pretexto para pegarme a ti, pero como ya dije antes, soy un miserable cobarde y nomás no podía. A pesar de saber que, dada tu nueva naturaleza, nada habría de impedirme sentirte, me hacía bolita detrás de cualquier trago, de saliva o de alcohol, o de lo que fuera que pudiera imaginar en ese justo momento en que quería mover la boca. Después de mucho darle vueltas a la imaginación de una sustancia lo suficientemente espesa para darle peso a mi boca y que te cayera encima como un cazador furtivo a su presa, o quizá más bien ligera que me llevara volando hasta tus contornos, me pude acercar, y lo más gracioso es que no supe ni cómo.
            Mirarte de cerca me dejó verte a detalle. Esa perfección, que de lejos era obvia, se convertía en el mayor cúmulo de imperfecciones y despreciables defectos. Tu color no era el que siempre vi; tu forma estaba delimitada por una inmensa nada, lo cual explica tus constantes movimientos durante todo este tiempo: de la felicidad a la tristeza, pasando por los sollozos y por la amarga bilis que todo lo atraviesa; lo que había adentro no lo pude ni ver, porque sin más ni más me fije en los surcos que, como todo lo que envejece, se asomaban con tu felicidad. – ¡Cómo pude quedarme perdido tanto tiempo contemplándote y al filósofo nunca le puse atención! ¡Qué divertida esa mi triste historia! – Todo brillando por dentro era indicio de que tenía que hacerlo. Lo hice.
            Si pudieras ver lo que veo, sabrías lo ridículo que es resumir tantos años en esos quince segundos y luego traducirlo a unas cuantas palabras, para que parezca que es una historia completa, pequeña pero entera. Si pudieras ver, quizá no me habrías dejado arrimarme. Pero como no puedes y estás a expensas de tu amo, sucedió. Fue la experiencia más lenitiva que jamás tuve. Tal vez sí la tuve, pero como suele ser tan efímera como los quince segundos que dura, no recuerdo alguna otra. Ésta sí, porque me obligué a no olvidarla jamás. No hay espacio ni tiempo cuando el deseo es sincero[1], o como dice algún caifán: cuando el amor es parejo nomás un pujido se oye. Creo que ninguna de las dos queda para lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que esto que te cuento no tiene un lugar específico en la historia, pues como toda experiencia pasajera, forma parte de un todo más grande y así hasta donde alcancemos a ver… Pero al fin pude tocarte dulce boca. Es la experiencia más excitante que he tenido en toda mi vida. Se repite a menudo, ya sea en el recuerdo, ya sea en realidad. ¡Qué beso te di! ¡Qué beso me diste!

Talio

Maltratando a la musa


Moras de besos a mordidas

Estos y aquellos
azadones pelearon
por dejar marca

en esas tierras
rosadas y fértiles.
En esa lucha

se hallaron con la
eternidad del beso.
Siempre a mordidas.




[1] La original de Alí Primera dice: No hay distancia ni tiempo cuando el amor es sincero

domingo, 25 de septiembre de 2016

Un susurro violento



Sé que un día tendrás una hermosa vida, sé que
serás una estrella en el cielo de alguien más,
pero ¿porqué? ¡¿porqué?! ¡¿PORQUÉ?!
¿porqué no puede ser en el mío?
 Pearl Jam. Black
Silencio. Sus pasos eran un susurro que apenas levantaba el polvo. Una sonrisa triste dibujaba su boca. La cara sucia, la ropa pegajosa de un par de días sin cambiarse; el frío pelando unos labios que se parten al hacer la mueca que provoca la desazón, un cigarro es lo único que impide al mal sabor del día el abarcarlo todo. A lo lejos suenan bombas, algunas metralletas ocasionales, disparos solitarios rompen la tranquilidad interina. De vez en cuando irrumpe el sonido de gente muriendo. La ciudad rezuma óxido, grietas que se clavan en la tierra, ventanas rotas, casas derruidas, desesperanza y muerte. Mientras camina, siguiéndola  a la distancia de los conocidos no de los amantes, rememora los parámetros de la misión: hacer un nido en una de las diez torres emblemáticas de la ciudad, atrincherar las calles principales, esas que conectan con la plaza principal; custodiar los cuatro puentes que llevan a la ciudad. Defender la posición, cueste lo que cueste. La torre central otorga la inmejorable vista que sólo da la perfecta periferia, desde ahí podría defender los puentes y la posición de la infantería, que estaba dividida en dos frentes hacia el este y el norte. En cuanto a ella…el enfado nubló todo en absoluto. Oídos sordos, una cabeza con todo decidido de antemano. Sin derecho de réplica, sin espacio para las oportunidades. Lo malo no es tener problemas, sino que de uno sólo nosotros creamos más. Algún día tenía que terminar mal su situación, piensa ella, siempre predispuesta a la desgracia, es lo que esperaba y se siente aliviada de volver a su talante regular. Pero que las cosas terminen mal no es motivo para no hacerlas. La vida siempre termina mal, suponiendo que la muerte sea algo malo. Si las cosas se corrompen, ¿pues qué de pavoroso tiene el cómo terminen? Pero no escucha nada más que a sí misma, todo es tan caótico...y ellos son tan parecidos en algunas cosas. Necios, irreductibles. Con cada paso va siendo más y más consciente de la relevancia que tenía todo esto para él. Todos los humanos pendemos sobre el abismo pero nos agarramos de cosas distintas para no caer. Ella era un susurro violento que venía a sacudir su mundo. Siempre lastimas a quien te importa, es una obviedad. Quizá por eso dicen que los francotiradores trabajan solos. Un azar inaudito los juntó. Si a él lo hubieran aceptado en la carrera de historia del arte, si ella hubiera sido aceptada en la carrera de arte dramático…no se habrían conocido en la milicia, quizá ahora no estarían en medio de esta guerra que no acaba, rodeados de campos minados, alambres de púas, trincheras, calles enrojecidas, en medio del ruido insoportable de la incertidumbre del mundo. Pero pues nunca tuvieron opción, la vida les sucede. Uno sólo hace lo que cree mejor y en las circunstancias que le son dadas. Un día eres parte de una nación, de repente los recursos de acaban, el clima enloquece, la comida escasea, los animales mueren, Dios no basta, la ciencia no responde y la filosofía no reverdece. La paz armada termina. A veces actuamos sin sentido. Es parte del ser humano. El absurdo es condición permanente en la existencia. Algún idiota puso el mundo a merced del humano. Miles de años y aún no sabemos si el idiota fue Dios. Pero seguro nosotros somos idiotas. Y él más que nadie. Todo se le escurre entre los dedos. Siempre. El mundo jamás le ha concedido una segunda oportunidad y quisiera una. Para él vivir es un lujo descarapelado, un chocolate derretido. Con cada paso que da, se siente más lejano de lo demás, de ella y de la ciudad. Sin un nexo, una constante que relacione al yo con lo otro, la realidad se nos desmorona.  Y no quiere morir sintiendo que nada embona, lleno de dudas y vapuleado. Hoy podría ser el día. Hoy podría escuchar el funesto y definitivo sonido de un trueno zumbando antes de entrar a su cabeza. Y pensar que lo último que ella le dijo fue adiós. Y no un adiós cualquiera, uno seco, tajante, de brazos estáticos; el desdén efervescente convocando la palabra en una mirada de ojos elusivos que muy pronto perforan el piso. Entonces cae una bomba que le recuerda dónde está, que sus problemas personales no pueden anteponerse a la defensa de la libertad, recuerda que, por alguna razón, al líder de la coalición le parece simbólica esta ciudad, que la ciudad tiene un edificio menos y un escombro más. Ella ni se inmuta por la explosión. Sigue caminando. Que un edificio se caiga lo espera, es una guerra a final de cuentas; que él la hiera no es algo que estaba contemplado y por eso incomoda. La guerra es inevitable y las cosas finitas se caracterizan por su fragilidad. El amor es hijo de la belleza y de la guerra. Pero ella no quiere nada, en su cabeza todo está decidido en calidad de ya, toda palabra que le diga rebota tildada como mentira, como una ilusión. Es una mujer tan determinada y se empeña tanto en pensar más que sentir, él casi la admira por eso, sino fuera por lo pernicioso que es el no dejarse sentir. Ahora recuerda que jamás se lo ha dicho, que las imágenes que le dibujan una sonrisa antes de dormir ahora no son más que la ceniza de un futuro que no será para él, recuerdos insomnes de lo que ya no es. Extrañará aquel parque en el que solían encontrarse, la emoción de verla a lo lejos cuando llega. Quizá sea demasiado tarde para decirle que no se vaya, en tres calles habrán de separarse, él a defender la torre, ella a encontrarse con el equipo de demolición –en el puente al nordeste- y después a su posición en una de las torres de la ciudad. Y ella casi levita entre la debacle. Ella es color en este mundo gris que se cae a pedazos. Qué ganas de alcanzarla y robarle un beso que valga la cachetada posterior, qué ganas de expresarle lo que siente, aunque eso no cambie nada para ella, aunque eso no le recuerde que había algo ahí que valía la pena ser salvado...qué ganas de intentar hacer estallar su risa. Qué ganas de abrir clandestinamente los ojos tras besar sus labios y ver esa sonrisa que le irisaba el alma y le hacía creer en la paz. Había una belleza inefable en el besarse en medio de tanta desdicha, en medio de cadáveres de gente que ya no es de ningún lado, en medio de rocas y ceniza, metal ardiente, árboles solitarios cuyas ramas se entierran en la tierra muerta, que se queman en un grito silencioso atronador, entre hombres que agonizan, hombres obstinados cuyas uñas se aferran a las cosas a su alrededor en la antesala de la muerte. El afecto en medio de tanta mierda no vilifica en lo absoluto el sentimiento, lo vuelve resplandeciente porque se tiene consciencia de la finitud de las cosas. Una bala cambiaría todo. Una bala los separaría algún día. Ahora están a una calle de separarse y no se han dirigido la palabra desde la discusión. Quizá no todas las balas estén hechas de cobre, quizá no todas salgan de pistolas sino de bocas. La calle se termina. Un niño llora a lo lejos. Un camarada malherido en medio de la calle pide la misericordia de una muerte rápida. Un cuchillo se desenfunda y brilla con el Sol inmisericorde. Ella se agacha junto aquel hombre y le susurra algo. El moribundo agradece. El sonido del metal perforando la carne y luego el sonido de un último suspiro. Con el pantalón limpia el cuchillo, lo guarda en su funda, toma de nuevo su rifle y continúa: Aquí no ha pasado nada. No queda ni el recuerdo de la sangre escurriendo en el filo del cuchillo. Fue como si no importara. Y durante todo ese momento, él jamás se acercó. Miraba al muerto mientras pensaba en la solemnidad conformista con las que a veces afrontamos el fin, en la rapidez con la que tienden las cosas a sus funestos desenlaces. Como si las cosas tuvieran prisa alguna por irse a la mierda. Como si no fuera suficiente con lo que ya pulula en la Tierra, como si realmente fuera necesario matarnos entre nosotros. Las relaciones humanas llevan el cariz de la tragedia. Nada permanece. Sólo el horror de la supervivencia más mezquina, la plagada de sinsabores, la regada de pólvora, la de aire enrarecido y días que se van como vinieron. Y otra bomba cae. Decenas de voces se silencian demasiado pronto. Y se van, se van lejos, a surcar el Leteo, a nadar a la deriva en un letargo demasiado eterno.  
La última calle ha terminado y ella no voltea. Todo sucede demasiado rápido. Los Orfeos del mundo siempre voltean, algo hay en la reafirmación del otro, del amante, que sólo es satisfecha tras la obstinación esperanzada de verle de nuevo; esa última mirada amortigua la amargura de la despedida, es el presagio de un futuro encuentro, es la añoranza que empieza a carcomer un alma arremolinada de pasiones impacientes, es gritar con los ojos que esto no se ha acabado. La encrucijada lo lleva a uno a la torre, a la otra al puente, los caminos se separan…y ella no voltea. Había empezado a hacerlo unos días antes. Él siempre que se despedía de ella le mandaba un beso y se quedaba esperando hasta que sus ojos no pudieran verla más. Al principio ella jamás volteaba, la despedida era sólo eso, pero él siempre guardó la esperanza de que algún día voltearía, es lo que más anhelaba cuando empezó el idilio. Y lo hizo, hace algunos días por fin empezó a voltear, a regodearle el ánimo con una última sonrisa que le repiqueteaba la cabeza todo el camino de regreso hasta su pieza. Se sentía tan dichoso. Todo era tan bello que sólo podía arruinarlo él mismo, como siempre hacen los humanos. Hay días en los que se odia. Hoy es uno de esos días.  
  La ciudad lanza lamentos a través de alto parlantes en todas las calles principales. La alarma es un sonido que vaticina demasiado tarde la llegada del enemigo. Los gritos desesperados, la gente corriendo, las arengas para levantar la moral, las armas cargándose, las respiraciones nerviosas de gente que ha de morir esta tarde, impiden que se escuche el sonido de un ejército que se acerca marchando. Esperaban un ataque frontal, pero lo cierto es que el sonido del ejército parecía rodearlos. Es una ciudad en medio de un lago dentro de un valle. (Casi) nada puede tener sentido cuando vives en una ciudad reposada en un lago en medio de montañas. La ciudad es el símbolo de la esperanza en una tierra azotada por la desolación, la desazón; donde la gente siempre está a la defensiva. No es una ciudad importante, no es una capital, es un lugar tan al azar como el azar se puede permitir. Pero es importante por su nombre. Hope. Sin esperanza todo está perdido. Y eso hasta los enemigos lo saben. Si perdían la ciudad de Hope, la guerra estaría francamente condenada. El ser humano es una bestia que está dispuesta a morir por alguna causa que considere digna, nos parece bello y loable. Anegamos nuestras mentes de objetivos, pero siempre es necesario algún combustible extra que nos incite a la acción. Necesitamos leitmotivs. Sin esperanza, la vida no vale nada. La indiferencia es prima hermana de la desesperanza. Por fin llega a la torre principal y puede escuchar la expectación a las afueras. Ha eludido las trampas que puso en las entradas por la mañana, aquellas trampas que, si se detonan, sólo significará que su muerte es casi un hecho. Están puestas ahí pensando en la peor de las posibilidades, en que la ciudad caiga y la infantería enemiga se acerque a su posición. Tres estallidos significarían que los enemigos ya están en el primer piso de la torre. Es una persona positiva, pero últimamente el pesimismo le gobierna. Otras veces no habría ni pensado en colocar aquellas trampas, sin embargo la posibilidad de que las cosas salgan mal le martillea en la cabeza. Pero no quería pensar en eso. A menudo la idea de morir detona en la muerte. Si quería sobrevivir, mejor alojarse en los pensamientos que le incitaban a la vida. Pero eso era problemático, porque no sabía por qué peleaba. Su familia había muerto al inicio de la guerra, hacía ya varios años, sus amistades se reducían a compañeros de tragos y de trincheras, amistades efímeras, artificiales, que en poco satisfacían el significado de la amistad. Ella. Quedaba ella. Pero no peleaba por ella. Eso era inexacto. Peleaba por el hombre que ella veía en él. Porque ella lo incitaba a ser mejor, porque su franqueza era un aire puro que respirar en medio de la polución de la actualidad del mundo, porque ella le hacía sentir la levedad del instante, ser consciente del ahora como jamás lo había sido, porque ella realmente veía en sus ojos, por la posibilidad de ser él realmente, sin los atavíos de una ciudad sumida en la niebla perpetua.
 Los nervios crecen con cada escalón. Los hombres se hacen hormigas, la ciudad se hace grande. Ya casi llega a su posición, a su nido. Ahí está su rifle, la extensión de su brazo, munición y granadas, alimento, agua. Esto es para lo único que es bueno, lo único que no le sale mal es provocar la muerte a los otros. Aprendió a disparar desde pequeño. Con el rifle nunca falla.  Desde la punta de la torre podía observar toda la ciudad. Incluso en ruinas, era bella. El Sol despuntaba en un cielo plagado de nubes y el humo negro que emanaba de algunas partes de la ciudad se unía al cielo a cuenta gotas. Algunas aves, ajenas a los conflictos de los hombres, volaban en el horizonte. Extrapolando su sentir, pensó que quizá desde donde estaba Dios, incluso la guerra se vería hermosa. Tomó su rifle para salir de la contemplación en la que se había sumido. Por la mirilla recorrió la parte este de la ciudad, vio mucha gente corriendo, gente escondida en lo que algún día fueron grandes ventanales de edificios, algunas personas rezaban en la calle, los demás buscaban dónde esconderse. Con la mirilla llegó al puente que ella tenía que defender desde una torre. La mirilla por fin la enfocó.  Le daba órdenes a unos soldados en medio del puente…
Era tan extraño estarla observando a través de la mirilla de un rifle francotirador, pensó en lo mucho que eso asemejaba al escrutinio en el que friccionan las relaciones humanas. Se ve tan hermosa, con el cabello abundante hecho girones por el viento, los labios carmín que hipnotizan y la mirada azulada. Pero el tiempo les está ganando, para este momento, ella debería ya estar camino al edificio desde el que protegerá a la infantería y detonará el puente, de ser necesario. Ella se salió muy pronto, no quiso escuchar más, no quiso saber nada más de él, ni de la misión ni de nada. A la mierda con todo, pero sobre todo contigo. Y entonces no se enteró de toda la misión. Y ahora es muy tarde. El sonido de unos motores perforando el viento irrumpe violentamente en el escenario, una flota de aviones se materializa desde arriba de la torre. Balas llueven a granel desde el cielo y algunas bombas esparcen cemento por doquier. Han llegado. La mirilla deja de enfocarla a ella, le manda un beso, le susurra algo que el viento jamás le llevará y voltea hacia el noreste. Una cuadrilla avanza hacia el puente este. Pone el dedo en el gatillo. Entonces recuerda, antes de que la pasión le gane, que no puede disparar primero. Sus disparos siempre deben ir cubiertos con los de sus camaradas, a fin de no revelar su posición a un posible francotirador enemigo. Revelar su posición significaría la muerte. Unos minutos eternos pasan antes de que las balas empiecen a llenar los cuerpos de los enemigos. La cuadrilla se divide en dos flancos a los lados del puente. La batalla ha empezado y él ya ha matado a cuatro personas. El primero siempre es el difícil. Conforme la cuenta se incrementa, los hombres empiezan a dejar de ser carne y se convierten sólo en cifras. Son demasiados y ya no importan. No se da abasto. La cercanía de la muerte le hace sentir vivo. Esto es lo más cercano que estará a replicar la sensación que ella le provocaba. Desde el oeste empieza a escuchar el sonido de balas y explosiones. Son muchos enemigos y tan pocos francotiradores, sólo diez para defender toda la ciudad. Y un francotirador- ella-, no ha logrado subir para defender su posición. Él ahora dispara hacia el sur, le urge llegar con la mirilla al flanco este. En el este, las tropas resisten valerosamente los embates enemigos. El puente resiste pero quién sabe por cuánto tiempo, la artillería enemiga avanza en bloques. El aire huele a muerte y hasta arriba de la torre llega la ruidosa sinfonía de la agonía y el miedo. Tiene un momento para poder buscarla, la mirilla llega a la  segunda torre del este,  donde ella tendría que estar. Pero no la ve. Se desespera. La paciencia es una virtud indispensable para los francotiradores. Su pulso se volatiza. Falla el siguiente tiro. Empieza a pensar lo peor. La incertidumbre es terrible. La han matado, piensa. Van a tomar la ciudad, teme.
Así transcurren los minutos hasta hacerse horas. Ha perdido la cuenta de cuántos hombres ha matado. Uniformes negros siguen saliendo de entre los árboles fuera de la ciudad. Cada vez hay menos camaradas. Están perdiendo, lo sabe. Sus ojos cuentan tan rápido como pueden los uniformes ensangrentados que yacen en el piso allá abajo. Miles de muertos. Ojalá hubiera podido abrazarla de nuevo. Ojalá no fuera tan imbécil y hubiera arruinado todo con ella. Ojalá ella supiera lo mucho que significa ella para él. Le queda el consuelo de que siempre la besó y abrazó como si no hubiera un mañana. Ahora es muy tarde para todo, un segundo escuadrón aéreo ataca la ciudad. Dos torres caen escandalosamente, dos francotiradores -dos amigos interinos- menos, el cemento cruje y el piso se cimbra. Los aviones circundan de regreso, las balas que les disparan de abajo no les aciertan a todos y sólo algunos caen entre humo y fuego. Con la segunda oleada tres torres más caen. Todo se está yendo a la mierda. Con qué facilidad todo se cae en pedazos enfrente de uno. Hace poco tiempo, la alegría impregnaba esta ciudad llorona, veía todo desde los ojos luminosos del goce del momento. Qué ligero es el velo que maquilla la desoladora realidad. Está tan solo en el centro de una ciudad incendiada, de un mundo pudriéndose y una humanidad haciéndose pedazos. Quiere volver a como estaba antes de todo esto, antes de la guerra, cuando ser positivo era más sencillo y no sabía a mentira, a nana para poder dormir. Suspira. Respira profundo. Apunta. “Sálvame”. Tira el gatillo. Un hombre abajo, al sur, muere con el casco perforado. Recarga. Apunta. “Dame una oportunidad”. Tira el gatillo. Un hombre cae al agua bajo un puente en el este. Recarga. “No quise hacerte daño, lo siento”. Recarga. Apunta. Tira el gatillo. Un hombre se ahoga en su propia sangre en el norte. Recarga. Apunta. “Te quiero”. Tira el gatillo. Un hombre de negro que abraza un cadáver flotante en la orilla del río oeste muere. Recarga. Apunta. “Cada beso y cada verso que te he dado es jodidamente honesto”. Tira el gatillo. Un corazón desparrama sangre en el sur. Recarga. Apunta. “La próxima vez seremos perfectos”. Tira el gatillo. Un hombre cae muerto sobre un cadáver en el este. Recarga.
  Otras tres torres se derrumban y lo sacan de su trance. Ahora lo sabe con certeza: la ciudad será tomada. La esperanza se ha esfumado. Sólo queda el plan de contingencia. Desde su posición privilegiada, él puede volar los cuatro puentes que llevan a la ciudad. Sólo quedan dos francotiradores, ella y él. Tiene que hacerlo. Sólo así la ciudad puede ser salvada de la completa aniquilación, del eterno olvido. Desde el norte sigue llegando infantería enemiga, debe ser el primer puente que vuele. Está nervioso, le cuesta trabajo mantener sus sentimientos a raya ¿Dónde estará? ¿qué estará haciendo? El sudor le perla la frente y las manos. Enfocar le toma demasiado. Un buen francotirador sólo dispara cuando tiene un tiro certero. El puente vuela en mil pedazos, mandando al agua a todos los hombres que había sobre de él. Todo está tan cerca de irse al carajo que debe apurarse. El puente del oeste exuda uniformes negros. Esta vez le cuesta menos apuntar y el puente cae muy rápido, un hombre se parte en varios pedazos, el agua enrojece. Voltea hacia el puente del sur y busca el paquete de explosivos pegados en el puente. Contiene la respiración. Abre bien los ojos y dispara. El puente cae al agua en una explosión que sisea. Sólo queda el puente del este y el enemigo se abalanza hacia el puente. Se dispone a volarlo, está buscando el paquete de explosivos, pero no lo encuentra. Observa el lado del puente que da a la ciudad. Nada. Entonces lo recorre hacia la salida de la ciudad y entonces…la ve. Es ella, viene corriendo hacia el puente ¿qué hacía fuera de la ciudad? La alegría de verla se mezcla con el terror de saberla en medio de la carnicería. Tiene un balazo en la pierna, un par de hilos profusos de sangre pueblan de rojo su pantalón. Lleva su rifle a la espalda y una pistola en la mano con la que dispara hacia atrás. Ya casi no hay fuego de cobertura, él debe protegerla, pero también debe volar el puente. Para salvar la ciudad, debe sacrificarla. El mundo es un lugar muy injusto. La tragedia se cierne en la vida de los hombres; lo trágico es saber cuál es el final, intentar evitarlo y acabar provocándolo. Actuamos sin saber cuál de esos actos nos está llevando a la desgracia. Si tan sólo no se hubiera ido. Si se hubiera quedado aquella vez, si no hubiera decidido no escuchar, si él no hubiera sido tan estúpido en primer lugar. Pero ahora ya no importa, esto es lo que hay y duele, ella está abajo y no en su torre, pero es lo que hay. Un hombre le apunta a la mujer que quiere, a una mujer que le hace sentir tan jodidamente vivo, que le enseña a vivir, a compartir la soledad de la existencia humana, a saborear la vida. Y debe matarla, no puede dejar que la capturen los enemigos ¿Por qué nunca regresó Dios por nosotros? ¿porqué Dios no nos dio una segunda oportunidad? ¿por qué nos abandonó en medio de tanta oscuridad y desazón? Teniendo esperanza sería más sencillo. Ser optimista es un trabajo complicado, sobre todo en tiempos como estos. ¿Qué garante de vida se tiene cuando todo se desploma frente a tus ojos? Dispararle a ella o al paquete de explosivos sólo son renuncias distintas, sacrificios diferentes. Es más fácil rendirse que luchar por lo que uno quiere. Si caemos, es sencillo culpar a la gravedad u otra ley natural, pero si nos levantamos y lo superamos, el mérito es todo propio…
Ha decidido. Ya tiene claro qué es lo que tiene que hacer. Ha sido un minuto eterno que está por llegar a su fin. Apunta, contiene la respiración. Lo siento. En verdad lo siento. Cierra los ojos un segundo. No hay eros sin polis, pero no hay polis sin eros. Piensa en la antinomia y después piensa en ella, como suele hacer todos los días. Ojalá ella tuviera alguna mínima idea de lo haría por ella, de lo mucho que a él le importa…ojalá a ella le importara que a él le importe. Abre los ojos, ya dispuesto a disparar, el dedo se hunde lentamente en el gatillo, la mirilla enfoca el paquete café en el puente…no puede hacerlo, no a costa de ella. No quiere dejarla ir. No dispara. Entonces, desde el oeste, atrás de él, el sonido de una hélice furiosa antecede al sonido de una explosión, a un susurro violento y frío que en un instante se convierte en una tormenta ardiente que abraza su cuerpo y lo incendia en un grito de dolor. Hoy por fin fue el día. La torre se quema y se está derrumbando…

 Abajo, al este, en medio del único puente en pie, una mujer corre como puede mientras con ambas manos se hace presión en una pierna que no para de sangrar. Corre mientras observa lo que queda de la torre principal, que acaba de estallar, la penúltima de las emblemáticas torres de la ciudad Hope, que está a punto de ser tomada. Una lágrima solitaria y rebelde rueda por su mejilla, muere en una mueca enfadada y triste que dice en un susurro la palabra adiós.   


jueves, 22 de septiembre de 2016

Idea

El alma es igual que el aire.
Con la luz se hace invisible,
perdiendo su honda negrura.
Sólo en las profundas noches 
son visibles alma y aire.
¡Sólo en las noches profundas!
¡Qué se engrandezca tu alma,
pues quieren verla mis ojos!
Oscurece tu alma pura. 
Déjame que sea tu noche,
que enturbie tu transparencia. 
¡Déjame ver tu hermosura! 


Manuel Altolaguirre 


lunes, 19 de septiembre de 2016

La ignorancia en el deseo

La ignorancia en el deseo

Eros no puede explicarse mediante la costumbre. No hay edad en la tenga que surgir. No perseguimos lo mismo, aunque sí cosas semejantes. No apreciamos la belleza de la misma manera, y no hay un único modo en que se dé. No existe siquiera, por más que así lo queramos pensar, una edad en donde el deseo sexual se intemperante por excelencia en todos los individuos. Puede que sea normal, pero ello es debido a que es natural. Es decir, que haya cosas que todas las parejas y los amigos suelen hacer, deseos en los que coinciden, pero eso no explica ni su surgimiento ni la manera en que la educación templa el alma. Ese es el problema central.
No puedo decir el origen exacto de la costumbre; nadie puede. Seguramente, mucho tiene que ver la coincidencia de los fines en la palabra. Puedo decir que, desde siempre, el centro de la educación es un conflicto erótico. La atención y la inteligencia, factores reconocibles desde siempre, no es gratuita: no todos perseguimos lo mismo, ni deseamos que se nos hable en términos ininteligibles. Quizá la educación, el esfuerzo por mantenerse en un camino que parece inagotable, dependa mucho de un deseo constante. No decepcionar al maestro es algo que debe surgir de algo que el maestro nos indicó. Algo hizo con nuestro deseo y nuestro modo de ver el bien. Algo que mostrar que el camino en el conocimiento, que el camino del actuar y el pensar van de la mano por nunca dejarnos descansar ni permitirnos cojear.
Por otro lado, algo hay acerca de Eros que permite que reconozcamos ideas y deseos latentes en las almas de los hombres a lo largo de la historia. El conocimiento de una obra literaria es, ciertamente, histórico. Pero no lo es simplemente porque retrate o cuestione el momento histórico, pues no son nunca narraciones históricas; tienen una ventaja eterna frente a la narración de los datos. Es así porque enseña que, en España, Rusia o Alemania había un problema que podía ser meditado para siempre. Un problema en el modo de vivir y pensar de la naturaleza de los hombres frente al mundo en que se está. El romanticismo es una inquietud latente en la pasión. La fiereza o mansa naturalidad de los corazones que se ven arrastrados en un vértigo, confrontándose con el apocamiento burgués: con los grilletes de la costumbre racionalista. Hasta tuvo una fresca versión de la educación en la importancia que le otorgaron a la sensibilidad para el conocimiento.
Las enseñanzas románticas sobre la pasión, la importancia de Eros en la vida del hombre es un conflicto en el que la verdad está en medio. Sócrates decía que el filósofo era sin duda el hombre más erótico de todos. Los realistas dicen que Eros, en su naturaleza descarnada, está lejos de mostrar el bien. Ese conflicto lo acarreó el hombre moderno hasta la novela romántica y hasta el nihilismo. La insatisfacción de Fausto lo lleva a desear su juventud, a probar el mal para subir al cielo. Las versiones más escuetas del amor cristiano lo convierten en resequedad para el amor. 
Que lo erótico sea parte del problema del conocimiento y el bien no es nada falso. La distinción en la pasión y el amor no puede verse si no hay primero esfuerzo por acercarse a la verdad. Es decir, que no hay manera de ver cómo, movidos por Eros, nuestros deseos no eran los mejores, hasta que comenzamos a pensar en lo mejor. Nos gusta decir que no somos perfectos, pero no nos damos cuenta que eso es el peor pretexto de todos, y el mejor indicio sobre la naturaleza del hombre. 



Tacitus