Escribir,
sin duda alguna, es una actividad puramente humana y su importancia está más
allá de los recordatorios. Pensar en la importancia de esta preciosa aunque
olvidada actividad nos remite a pensar en el propósito que tiene la escritura,
es decir en ese para qué. Y es que
para quien le da importancia al escribir la causa de sus pininos literarios
puede ser cualquiera, siendo la ceguera de uno mismo lo que me preocupa, pues
esto nos conduce por nuevos derroteros insospechados, quizá errados, quizá
acertados, pero nunca por voluntad, y una actividad humana sin voluntad lejos
está de humanizarnos. Es simplemente cuestión de caminar por la senda de la búsqueda
del camino recto, pero habrá que ver más a detalle cuál podría ser la buena
causa.
En la escritura se ven incluidas un
sinfín de características que nos hacen saber más y más que de a de veras que es
un quehacer puramente humano, como ejemplos podemos ver que hay quienes buscan
tener un precioso estilo, otros que buscan tener una esplendorosa claridad en
sus decires, otros que buscan dejar estupefactos a sus lectores, etc., etc.
Cada ejemplo nos deja ver que sólo los hombres buscamos la belleza, el
ejercicio y perpetuidad de la razón y/o trascender eternamente, entre otras
cosas. Sin embargo, entretenerse buscando darle realce a una u otra
característica nos impide buscar hacernos mejores hombres, pues no la pasamos
buscando darle placeres, del tipo que sea, a los lectores y a nosotros
(entendiendo el placer en su sentido más moderno). Dudo mucho que Miguel
Hernández en las cartas a su esposa haya querido deleitarla con sus
maravillosas figuras literarias, o le haya querido poner en un estado sumamente
reflexivo, o peor, dejarla anonadada con su sapiencia. Creo más bien que él
trataba de expresarse a sí mismo para que su esposa, un ser que le es todo
suyo, supiera de ellos dos y de lo que los hace uno solo a pesar de las rejas
que les separaban. De igual forma dudo mucho que Aristóteles se sintiera el
mesías de la razón, la buena vida, la belleza y el conocimiento, aunque tampoco
creo que escribiera por escribir; los motivos que lo llevaron a hacerlo me son
más oscuros. Y por último, dudo muchísimo que Dostoievski se haya propuesto
analizar toda alma habida y por haber. Son bondades de la creación el que haya
hombres que puedan escribir de tal manera, ayudándonos a ver más allá, pero
también son bondades de los hombres el querer escribir porque quieren saberse,
compartirse, darse, etc.
Con todo lo anterior no quiero decir
que sea malo preocuparse por hacer
reflexionar a los demás, o que sea malo buscar la claridad –por supuesto que
no–, pero sí quiero decir que no siempre se escribe con esas miras, pues no
siempre somos tan brillantes como para darle a los demás qué pensar, quizá sólo
les queremos hablar porque nos importa hablar con ellos, aunque no sepamos
completamente para qué, pues somos seres más inmediatos que premeditados,
talvez sólo queremos decirle a los amigos lejanos cómo estamos, y en el proceso
hacernos de nuevos amigos. Si siempre escribimos para pensar, espero que
siempre vivamos para escribir, y si siempre vivimos para escribir, espero que
siempre vivamos para el bien, pues el que escribe con ese deseo, más allá de
ser un gigante de la conexión bioeléctrica, una flor en tierra yerma o un
obelisco omnipresente, será un hombre con amigos, con vida, es decir:
escribimos para nosotros y para los otros, pues la escritura nos hace iguales y
en esa igualdad encontramos algo más que nuestra propia mirada. A lo mejor sólo
hace falta que queramos abrir un poquito más los ojos, más allá de nuestra
deslumbrante luz.
Escribir es ser, pero no sólo
escribir.
Talio
Maltratando a la musa
Noche de paz
Fiestas
han comenzado y hay comida
deliciosa
que nos llena la barriga
de algo
más que suculentos manjares;
de
esperanzadoras felicidades.
El
frío acaricia los rostros de amigos
que,
contentos, se cierran los abrigos
mientras
beben cálidas bocanadas
de
risas y tristezas ya pasadas.
Las
cabezas blancas rezan y piden
que,
en la guerra, aquellos que sufren
encuentren
en esa brillante estrella
la
fuerza para dejar la querella.
Los
niños nos recuerdan la caridad.
Esta
es noche de paz, es Navidad.