Presentación

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jueves, 29 de octubre de 2015

Meditaciones lúgubres




Con el sabor amargo en la boca que deja un día de fracaso, me he sentado entre la niebla a meditar y a cavilar sobre los pasos que voy dando. Casi es imperceptible la llovizna en mi piel. Un frío calcina mi alma y ese es el que más me atemoriza. Dicen que ese frío se te mete en los pensamientos y por las noches te duelen, no te permiten descansar. Dicen que hay que cuidarse de ese frió embustero que te resfría las ganas y hasta te hace llorar. Es ese frío el que siento, lo siento susurrante como va reptando por mis huesos, me atrofia las articulaciones del cerebro, entumece estos dedos.
Quisiera perderme en la neblina para sentir que me fundo en un todo. Quisiera encontrar un haz de calor en esta opacidad.

Cuanto más medito en lo que he dado por seguir a esa antigua musa griega, más desdichada me veo. He dejado pasar amados personajes porque sé que esta vida que elegí es muy celosa, no perdona distracciones. He visto pasar los placeres más comunes, aquellos que más risas engendran, ¡cuanto he dado por perseguirte a ti preciosa deidad que ilustra a los hombres!  Te he preferido por sobre
cualquier amigo siguiendo los pasos de Aristóteles cuando sentencia <<soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad>>, y mira hasta donde me han llevado mis pies torpes.
En días como hoy, reconozco mi incapacidad, mis ambiciosos anhelos y mis deformes capacidades y lloro, sollozo en silencio preciosa amiga. De tanto anhelarte se me hinchan las emociones y sólo consigues maravillarme, extasiarme, seducirme,  para después darme la espalda airada, siempre fantasmal, tú.

Aquí, en medio del bosque helado, me he preguntado si no estaré errando como un adolescente encaprichado que pone sus ojos y su amor en una estrella demasiado lejana. Me veo a mi misma como el ciego y despreciable Hipólito (en la novela de Federico Gamboa) poniendo sus esperanzas en un amor no correspondido. Es decir, pensando siempre en ti he clausurado los demás ámbitos de mi vida. Es que  entre más libros leo, consciente estoy de que nada sé, y entre más amor te tengo más despreciada por ti me siento. Tal vez estoy pretendiendo volar muy alto cuando mi naturaleza no es pasar del suelo. Quisiera decirte que me estoy despidiendo, pero solo recordar mi nariz entre las hojas de eso libros viejos que me permiten acercarme a ti, quisiera abrazarte y rogarte que me rescates de este frío. ¡Oh, adorada compañera! puedo alejarme de todo menos del calor de la razón, no me desprecies como se desprecia al mal amante, acógeme como se acoge dulcemente al que se esfuerza por hacerte inmortal una caricia. Lubrica mi pensamiento y los engranes de mi ser para que encuentre mi lugar en el mundo, para que aprenda como ser un verdadero ser humano, para que pueda ser feliz.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Reflexiones que se dan en la combi que va para mi casa (Parte I)

El otro día iba ya en camino para mi casa, en el transporte que tomo ordinariamente, éste es un pequeño compartimiento en donde deben entrar 19 almas, no importando tamaño, olor, raza o color (aquí sí noto la idea de la democracia; todos somos iguales), y para que obtengas los beneficios que te da este pequeño lugar, solo debes pagar tu respectivo pasaje. En este vehículo hay un pequeño protocolo, si eres el último en subirte, ya valiste, te tocará apenas tocar el asiento con tus asentaderas, eso sí encuentras un alma piadosa, sino prepárate para luchar a muerte por entrar un poco en el asiento.
                Yo, ese día pude ocupar un lugar en donde pude ir bien sentado, no era un buen lugar, pues ésta parte de la combi es en donde ves pasar lo que otros ya vieron anteriormente (en el sentido literal, no metafórico), ya que es el único asiento donde vas de espaldas, atrás del conductor. Al ir atrás del conductor, tienes una perspectiva general de la combi, ya que ves a todos y escuchas todo lo que hace el chofer, desgraciadamente más su música, pero es aquí cuando veo una evidencia de lo que dice Sócrates en la República, que la música es la que más penetra el alma, la que afecta vigorosamente, pues trae con ella educación y gracia de la belleza. Que el conductor de la combi no tenga conocimiento de lo que dice Sócrates, no es su culpa, pero ese problema ya lo veremos después (eso si al autor de esto no se le olvida). Entonces, ¿Cuál es el problema que tratare? Este problema del que se hablará, es porque sigo escuchando gran parte de lo que dice el conductor, pero ahora con una pasajera que va adelante, que es igual de ruidosa.
                Releyendo lo que he escrito, me puse a pensar que ustedes podrían pensar que razón tengo para no ignorar el ruido que iban haciendo las personas que estaban en la parte de adelante del vehículo (yo me preguntaría lo mismo), sencillamente porque me aniquilaba el aburrimiento, ya que no llevaba audífonos y creo que mi cerebro estaba conspirando contra mí, pues no me llegaba nada que valiera la pena pensar —irónico ¿no?—, aparte en este lugar que ya les mencione en que iba, no se puede dormir, todos te pasan su pago (por esto no es un buen asiento).
                 Por eso estaba destinado a soportar semejante martirio, pero entonces, a la acompañante del chófer se le ocurrió decir algo interesante (no creo que ella dijera esto para serlo) quizá mi mente como instinto de supervivencia me hizo verlo de este modo. Pero ya basta de blablasear y vamos a lo que nos interesa.
                Lo que menciono la mujer es algo que percibió durante su estadía en la combi, pero que venía de afuera, del exterior, y esto eran a dos hombres trabajando arduamente en una zona muy peligrosa, y creo que fue la causa de que ella dijera: —¡que peligroso! Como arriesgan su vida.
                Éste hecho es que logro que yo prestará atención a lo que estaba afuera, también alcance a ver a estos dos hombre a los que ella mencionaba, y tenía totalmente la razón, era un lugar sumamente peligroso, ya que estaban en plena autopista, por los muros de contención, limpiando. No había nada que advirtiera a los conductores sobre estos dos prójimos.
                Lo que menciono la mujer después, es lo que me ha motivado a reflexionar. Lo que dijo nuestro personaje fue: —Para lo poco que les pagan, ¡pobres!— (Con un tono de lastima) —¡oh! Súbele a esa canción. (Perdón, lo importante es lo viene antes del ¡oh!) .
                Las dos líneas que menciona nuestro personaje, creo que son grandes motivos que dan para pensar un buen rato, ya que vemos que como estos dos hombres que arriesgan su vida hay miles. Mientras, que por el otro lado ver si lo que dijo la pasajera es lo que piensa la mayor parte de los habitantes de nuestra sociedad; que vale la pena arriesgar nuestra integridad física, si hay una buena remuneración per cápita, y que problemas trae pensar así.

Continuara…

Medianía seria

¿Por qué existen dioses en la naturaleza? ¿Para qué pensar sobre ellos si nunca podremos verlos? ¿Cuál fue el origen de nuestro lenguaje? ¿Qué significado tiene que haya experiencia de lo inefable? Contestarlas no es tan fácil. Al leer dichas preguntas quedamos perplejos por su tamaño titánico. Por lo mismo evitamos precipitarnos para dar una solución. Parecieran excedernos tanto que se escapan a nuestro entendimiento humano, ahí sí necesitaríamos ser dioses para enfrentarnos a los cuestionamientos. 
    Aunque ya no hagamos preguntas concernientes a la divinidad, el tamaño y profundidad siguen presentes en nuestras investigaciones, incluso la apariencia irresoluble. En diferentes disciplinas de conocimiento se muestran las dificultades titánicas en el estudio del hombre. Por ejemplo, en la física o la química, aún resulta un enigma y una interrogación abierta cuál es el origen del universo. O en la biología todavía no se tiene una certeza absoluta en cuál fue el comienzo de la vida en la Tierra. Entre explosiones y contracciones constantes, contribuciones cosmológicas y caldos no comestibles , los especialistas discuten y emprenden sus investigaciones. En este sentido los congresos o las publicaciones ayudan bastante para mantener comunicados a los especialistas. Los callejones sin salida se mantienen, la ciudad sólo se ha sofisticado. 
    Frente a ello, la mayoría de las personas o, en términos refinadamente precisos, el vulgo, no comprende ni una letra de lo que se expone.  Entre estos hombres y aquéllos parece abrirse un abismo irresoluble, y de un algún modo puede verse con claridad: quien ascendió a los cielos del conocimiento no desea aterrizar para hablar con el resto de los hombres. La plática que pueda haber entre ambos puede resultarle al etéreo una insipidez o una pérdida de tiempo. Aunque sea una persona chaparrita, ahora su corazón es de gigante. 
    Sin embargo, ¿no cabe la posibilidad de que aquel desinterés no tenga nada que ver con su condición? En ocasiones el especialista puede esconder su ignorancia al rechazar la plática con alguien ajeno al gremio. Ya sea por vanidad o por un verdadero temor a reconocer su deficiencia, cuántas veces no hemos sabido que el especialista no quiera saber nada afuera de su área: que el biólogo huya de las matemáticas al creerlas incompatibles con la vida animal o que el lingüista asuma que su conocimiento y el de la investigación política sean agua y aceite*. Siendo así, con mayor facilidad, el especialista puede evadir la conversaciones con los vulgares, ¿para qué hacerlo con alguien que no ha ascendido al mismo nivel?
       Esta disposición a rechazar pláticas aparentemente bobas o simples puede surgir en el mundo terrenal. Nuevamente escuchamos cómo el ávido lector de periódico tacha de idiotas las pláticas de noviazgo de un preparatoriano o que los amores de verano parecen superfluos al contador eficiente de una empresa (por eso seguramente en los cursos motivadores para el oficinista, el chisme resulta un distractor). No obstante, reconocemos que este rechazo muchas veces tiene su origen no en la naturaleza de la conversación, sino en la disposición de los interlocutores. No es que el problema o el punto para platicar sea difícil o irrelevante, en realidad los involucrados son quienes menos quieren tratarlos. 
       La actitud previa resulta peligrosa. Rechazar las pláticas casuales por las trascendentales siempre trae consigo un prejuicio, el cual nos oculta un posible nexo entre ambas. Al final de cuentas, para ascender al cielo se tuvo que partir de lo mundano. Aceptar a la persona de enfrente puede darnos la oportunidad de una plática interesante. Simple sentido común, ésa que a veces olvidamos por haber ido a la escuela. 

*A pesar de ser ejemplos relativos a la ciencia o a las facultades de las mismas, tales actitudes podemos verlas también en el resto de la universidad. Por ejemplo, que los positivistas no hablen con los marxistas o que los metafísicos no volteen el rostro a los analíticos.

martes, 27 de octubre de 2015

Aquí no es así...

          Seguramente han escuchado a los Caifanes, una de las bandas más representativas de la música nacional así como del Rock en español, o rock latino; precursores junto con otras pocas bandas de los toquines masivos y del regreso del Rock a las disqueras y a la radio mexicana, y si no los han escuchado pueden considerar seriamente el tirarse de un puente o jactarse con pena de gustar de ritmos de aparatos electrónicos confundidos popularmente con música y a los que se les llama reggaeton (en caso de no haberse entendido esto último fue en sentido peyorativo). La cuestión que me trae este día a escribir estas líneas, tiene que ver con una canción en específico de la mencionada banda. Dicha canción es "Aquí no es así" del último disco de la era de oro de la banda, El Nervio del Volcán, lanzado en el '94.

          En fin a lo que voy, si bien la parte musical es por demás exquisita, lo que me interesa pues es la letra. La interpretación más común (Y desconozco si hay algún lugar en el que se pueda corroborar las palabras de los integrantes de la banda en cuanto al significado) que se da de la mencionada canción es que habla de los años de la conquista, de cómo llegaron los españoles a apoderarse de estas tierras, de sus templos, despreciando las tradiciones de los pueblos prehispánicos, plasmando la diferencias entre una cultura y otra. Bum! nos da cierta identidad a los latinos y en específico a los mexicanos. Dicha interpretación es genial y por demás excelente.

          Pero... (y aquí está el meollo de esta publicación) me gusta pensar en esta canción, a excepción de algunas líneas, como una canción romántica, una canción que puede ser un canto al amor. El lenguaje de la banda en ese último disco se volvió más profundo y alcanzo un fino nivel metafórico, nos permiten pues no pensar en dos culturas separadas por un océano, sino en dos personas distintas cada una pasando por infinidad de experiencias cada quien con su manera de afrontarlas y sacar conocimiento de las mismas. Una de ellas encontrando en la otra el ideal alcanzado, la otra sin saber cómo reaccionar ante la fortuna del haberse encontrado el uno al otro, imposibilitada para entender el destino. Dos universos distintos uno que no tiene miedo, que no duda en la entrega total, que es capaz de apostar sin temor a perder, el otro que no entiende, que jamás ha entendido la fortuna del dejarse querer y peor aún que no conoce la fortuna de querer con la misma intensidad. La primera persona ve a la otra caminando sobre lo mismo, sobre pasiones y libertades jamás sobre el amor. La segunda persona ignorando todo, y pasando por encima de los demás, pero la primera ve en ella un grado de esperanza y entonces le dice:

"Y vienes desde allá donde no sale el Sol donde no hay calor
-Vaya a saber la clase de desventuras que ha vivido-
donde la sangre nunca se sacrifico por un amor
-donde seguramente nadie le ha mostrado el verdadero camino
(entonces toma la mano del otro y la pone en su corazón y le dice...)

-Pero aquí no es así !!! "


          Intenten escuchar la canción desde esta perspectiva y verán que cobra un nuevo significado, no sólo lean estas líneas porque aquí nomás no les dirán nada, acudan a la pieza. Escuchen la canción y piensen en ella o él en sus pasados, en su presente y encuentren en el pensamiento una sonrisa. Y ustedes disculpen si he insultado a sus ídolos o a los dioses mismos del rock en español, pero me gusta pensar en esta canción de ese modo. Es una manera sutil de decir lo que José Alfredo dijera algún día:

"Y te voy a enseñar a querer... Porque tú no has querido en la vida"

           Les dejo el link y déjenme saber qué tan errado o acertado estoy.

          https://www.youtube.com/watch?v=yHSqaDIW_mk

lunes, 26 de octubre de 2015

Pompas de jabón



“… y hacer burbujas…”

Hace un par de meses, talvez más, después de una experiencia de esas indescriptibles y diáfanas, de ésas que llevo guardadas en un sellado recipiente de jabón, me dio por preguntar ¿qué es un beso? Pregunta simple, absurda, nada reveladora si ustedes quieren, pero pregunta que me vi decidido a tratar de responder. Les ofrezco mi reflexión sin intención ni reacción de que sus besos se vean afectados de ningún modo.
            He de decir que un beso consta de dos partes, en su mayoría ambas activas, aunque hay un caso en el que sólo una parte lo es. En este último caso se encuentra lo pasivo en aquello que no tiene ningún ánimo que le mueva y la actividad se queda en aquél que besa, tal como el inexperto que llena sus labios de ácaros residentes en su almohada antes de dormir, con el inmenso deseo, gozoso o doloroso según medidas, de que esa nocturna situación se torne en una distinta donde sus labios se llenen de otros. En los otros casos ambas partes son activas, aunque el actuar sea distinto.
            Para explicar lo anterior, quizá de mejor manera, imaginemos a un niño que sopla burbujas. Aunque todas las burbujas, variantes en tamaño, son iguales en apariencia, no todas se consuman de la misma forma. Hay burbujas que, sirviéndole de diversión al niño, chocan contra su dedo, estallando inmediatamente dando paso a la efímera risa de éste. Hay otras que se adhieren a alguna superficie, duran un momento, causando el asombro del infante, y, al estallar sin aparente motivo, lo desilusionan por fin.  De otro orden son aquellas que no logran liberarse del arillo de alambre y tela, propiciando un cuasinfinito soplar. Además tenemos a las renegadas que se van con y en el viento y simplemente explotan sin haber dado con nada directamente. Y por último, están las dos pompas que chocan una con la otra formando una sola y más grande que le regala la más inmensa alegría al soplador y al verla estallar grita jubiloso, buscando repetir por siempre aquel glorioso fenómeno. De forma similar sucede con los besos, besos que dependen de dos: del que besa con labios de aguja que explotan a unos labios de burbuja; de los que besan dejando tristeza y/o rabia sin llevarse nada; de los besadores de almohadas; de los que se dejan llevar con el viento, simple y llanamente, sin darle más al beso que el aire que lo impulsó; y por último, de labios que besan y son besados perpetuando la felicidad.
            Así todo beso, de cualquier manera, hace que las dos partes tomen una postura al hacerlo, y al verlo pasar, no sólo en el cuerpo, que es lo de menos –nadie besa a quien no le gusta, y el gusto, creo, está en el alma–, sino principalmente en el soplo que Dios nos dio. Por el beso es que nos damos cuenta de que tenemos alma, de que no somos meras maquinas que van por un cambio de aceite psicológico, de que queremos algo más allá de nosotros. De este modo llegué a decir, hasta hoy, que el beso es parte primordial de la naturaleza humana, y que por esto mismo está en esta misma naturaleza dar cuenta de que existe el alma, e incluso vislumbra que hay tipos de ésta.
            Estas reflexiones, por su nimiedad, terminaron de manera muy divertida para mí, pues me agradó mucho cómo al pronunciar las palabras beso y pompa los labios se mueven como a la hora de besar; cabe señalar que en esa hora no interesan tanto las reflexiones, sólo interesa el beso mismo, ¿o no?

Talio

    Maltratando a la musa

                Un calé

Justo entre las lágrimas y la risa
camina un hermano de esos de Egipto,
de la India, o de allende la brisa,
buscando una forma de llegar a Cristo.

Llora porque un día forjó los clavos
que dieron muerte a la Rosa del Mundo;
y ríe porque ni jugando a los dados
se ha escapado de ser un vagabundo.

Es perseguido por todos los pueblos
que temerosos le niegan la mano:
le creen un ladrón e incluso arcano;
él sólo busca llegar a los cielos
siguiendo la ruta del buen hermano.
Él es un hombre. Él es un gitano.

Maravillas del tiempo





One cannot choose but wonder


¿Cuántos de nosotros no nos hemos preguntado sobre la posibilidad de viajar en el tiempo?, ¿Será posible?, ¿Cómo llevarlo a cabo?, ¿Existirán viajeros en el tiempo a nuestro derredor? Paréceme que la curiosidad no es la única que despierta dicha inquietud. A veces creo que no nos hemos hecho la pregunta adecuada. Supongamos, por un momento, que puedes viajar en el tiempo y, a ti, aventurero novel, te pregunto: ¿Qué harías si viajaras en el tiempo? Deja a un lado el si decides ir al pasado o al futuro, simplemente, ¿qué harías con semejante poder? En otras palabras, ¿para qué viajar en el tiempo? Y a ti, nuevamente, Viajero del Tiempo, ¿para qué quieres ir al pasado o al futuro? ¿Acaso querrás aprender griego de los labios de Homero?, ¿Querrás impedir la impune muerte de César?, ¿O para ver si en aquel futuro se realiza, por fin, el modo de vida comunista? Entonces, tal vez, en un momento efímero volcarán sobre ti las diversas posibilidades de corregir algunos de tus actos; o, quizá, tener una imagen, aunque sea difusa, de lo que en aquel futuro distante te depara y, así, saber cómo conducir tu presente. ¿No serán el deseo, el ansia de saber y el cómo conducir nuestras vidas lo que nos mueven a ese viaje? Está bien, lo admito, no es por aquellas razones, simplemente cada quien viajará según sus antojos, sueños, anhelos o expectativas. Sin embargo, ¿qué significa y para qué viajar en el tiempo? Emprendamos una travesía del tiempo.

Pasado, presente, futuro, espacio, dimensión, tiempo, en fin, tantas palabras que se cruzan constantemente y, ante todo, ¿para qué viajar en el tiempo? He visto plantearse esta pregunta tres veces y respondido, a su vez, de tres maneras distintas. H. G. Wells, pionero en el asunto (en preguntarse el para qué y no el cómo, aunque también lo hace muy similar a la relación dada por Bergson de la conciencia y el tiempo) nos ha legado su Máquina del tiempo. A propósito de su novela se han hecho dos películas, una en 1960 y otra en 2002. Decido traerlas a colación por la sencilla razón de que responden de manera distinta a nuestra pregunta.


En la versión de 1960, George, el inventor entusiasta de la Máquina del Tiempo dice, sin disimulos, cuando se le increpa por su invento: “¿Puede el hombre cambiar su destino?”. No en vano la Gran Guerra juega un papel tan imperante (lo cual no sucede en la novela), pues sirve para cuestionarse si el hombre es capaz de cambiar su constante sentimiento bélico contra sí mismo. Y esto explica las tantas modificaciones que se hicieron de la novela para su adaptación cinematográfica. Pero suspendamos por ahora esta versión, pues hemos hallado nuestra primera respuesta, a saber, se viaja cuestionándose si el hombre puede cambiar su destino confinado a vivir en constantes guerras.


En la versión del 2002, Alexander, el tenaz científico, construye su Máquina del Tiempo porque llega a la siguiente pregunta: “¿Por qué no podemos cambiar el pasado?”. Aquí se pregunta por el pasado, mientras que en 1960 se pregunta por el futuro, el destino del hombre. Dicha pregunta, incoherente en la superficie, surge tras la muerte de su prometida en sus brazos a manos de un asaltante. Alexander pensaba pedir su mano aquella noche que la perdió. Y así, Alexander viajará hasta poder hallar la respuesta a su pregunta. Las muchísimas modificaciones a esta adaptación también son justas, pues obedecen al deseo indomable de querer y poder recuperar a la persona que se ama. ¿Hay barreras para un corazón cegado por el amor?, ¿No es por eso que resulta menos útil un científico que ama a una mujer y no su laboratorio? (No es lo mismo amar a la musa que a la ciencia, quien se retoce con ambas tema caer en los pasos de Víctor Frankenstein, crear un monstruo). He allí la segunda respuesta.


Detengámonos ahora en 1895, en la semilla de aquellas adaptaciones. El Viajero del Tiempo (pues así será conveniente llamarlo) nunca dice exactamente para qué quiere viajar en el tiempo. Sólo sabemos lo mucho que se ha dedicado al estudio del tiempo y a esto, por mi parte, solamente he podido deducir dos alternativas: una a partir del inicio de la novela y otra al final.


Según el Viajero del Tiempo, en la “Introducción” de la novela, tener la libertad de movernos en cualquier dirección despierta en nosotros la inquietud de si acaso también nos podemos mover, con esa misma libertad, hacia el pasado o el futuro. Sin reparos, vemos que somos libres moviéndonos en la tercera dimensión, saltando, corriendo, caminando e incluso surcando los cielos. ¿Y seremos igual de libres en la cuarta dimensión, el tiempo? Aquí, por tanto, el tiempo es una forma del espacio, es decir, no están escindidos (a todo tiempo le corresponde un lugar y viceversa, ¿eco de Poincaré?). El movimiento libre del hombre en la cuarta dimensión consiste en que su conciencia, atravesando la dimensión del tiempo, se mueve hacia el pasado o el futuro. Este tipo de viaje hacia el pasado no es otra cosa que el acto mismo de recordar, pero, ¿cómo sucede hacia el futuro? Soñando. Esforzarnos en ver lo anterior es lo que ocasiona, a mi parecer, el confundir al tiempo abstracto (o psicológico) con el tiempo físico. Por eso el Psicólogo y el Periodista son incrédulos al relato del Viajero del Tiempo cuando éste regresa y termina diciéndoles: “¿He construido yo una Máquina del Tiempo, o un modelo de ella? ¿O todo esto no es más que un sueño? Se dice que la vida es un sueño, un pobre sueño en ocasiones precioso, pero no puedo hallar otro que encaje mejor. Es una locura. ¿Y de dónde vino aquel sueño?”. Viajamos a través del tiempo porque somos hombres libres que recuerdan y sueñan sobre su constante presente. Esta libertad, manifiesta de manera distinta en cada individuo, ¿cómo sería a mayor escala, es decir, cuando es el hombre quien recuerda y sueña?


Mi segunda conjetura surge a partir del “Epílogo”. El Viajero del Tiempo, según nos dice el narrador (¿posiblemente Wells?) pensaba mucho sobre lo poco que los progresos de la humanidad le ofrecían a ésta. Veía que una acumulación necia de la civilización acabaría, al final, con sus creadores. Por eso el Viajero, en el año ochocientos dos mil setecientos uno, llega la conclusión de que esa es la causa por la cual la humanidad terminó por suicidarse, pues los Eloi no tenían deseos, sueños o piedad, aunado al hecho de no maravillarse por su mundo. Al no conocer ni el fuego, ápice de la civilización, no había diferencia entre la vida humana y la vida de la bestia. La comodidad y el bienestar, adyuvantes al progreso insaciable de la modernidad, acabaron con lo más natural del hombre, su bondad. La inteligencia y la fuerza (pues tampoco existía la agricultura en aquel futuro del hombre, es decir, ya no trabajaba con el sudor de su frente) desaparecieron del hombre tras habérselas arrancando él mismo. “La naturaleza nunca llama a la inteligencia a no ser que el hábito y el instinto sean inútiles. No hay inteligencia allí donde no hay cambio”. Estos son los Eloi, aquella futura Edad de Oro que retorna para recordarnos que la felicidad del hombre, en manos del progreso, se reduce a una comodidad pueril. En efecto, ni en ese futuro distante se llegó al comunismo. Por eso los Morlocks trabajan mecánicamente bajo la tierra, para apacentar a los Eloi, su comida. Hemos hallado, así, nuestra tercera respuesta.


Quizá las palabras “viajar en el tiempo” sean aquel impulso humano que nos mueve a preguntarnos sobre nuestro destino; o tal vez sean aquel reclamo del corazón, cuya pasión nos mueve tras habérsenos sido arrebatado lo que más amábamos de un solo golpe. Visto así, Alexander no se queda en el futuro por la humanidad, por más que haya visto que los Morlocks dominarían la Tierra de no ser extinguidos, sino porque la respuesta a su pregunta le exigía entender que nunca recuperaría a Emma, su prometida; o, quizá, sea un impulso que surge a partir de nuestra entera posibilidad de sentirnos realmente libres gracias al movimiento de nuestra conciencia, es decir, de recordar y soñar. Aunado a dejar en nosotros ese pequeño recordatorio de qué es aquello que nos hacer ser humanos, aquella gratitud y ternura que solamente se albergan en los corazones de los hombres. De ser así, Virgilio no erró al decir que non ignara mali, miseris succurrere disco (no ignorante del mal, aprendo a socorrer a los míseros).


Si el Morlock “superior” (de lo contrario, ¿cómo explicar que también hablaba el inglés del siglo XIX?) en la versión del 2002 tenía razón al decir que todos tenemos una máquina del tiempo, consistente en nuestros recuerdos que nos permiten viajar al pasado, y de nuestros sueños que nos transportan hacia el futuro, hoy por hoy, Viajero del Tiempo, recuerda que no hay nada que nos impida soñar en viajar a través del tiempo.


Aurelius 

viernes, 23 de octubre de 2015

El nudo en la garganta

El nudo en la garganta
No sé desde cuándo, pero así sucede. Quizá desde que buscamos soluciones inmediatas, fáciles y cómodas para resolverlo todo. La vida, este entramado de pasiones, razones y un poquito de fe se nos complica muy seguido, se nos enreda en la garganta. No vemos bien el nudo, pero sentimos que está ahí. A grandes problemas, pequeñas soluciones, dicen algunos, con lo que quieren dar a entender que la respuesta es fácil de ver, de enunciar. Así, ávidos de felicidad, vamos en el remanso del mundo buscando soluciones, o al menos algo que nos aliente a seguir adelante con esta carga. El que aún no encuentre la solución a su problema que vaya a Facebook y busque alguna frase alentadora. Ahí encontrará desde consejos para lavar la ropa hasta consejos para saber vivir sin miedo al dolor y la pobreza.
Por lo regular estas frases son tomadas de algunos libros, autores de todas partes y con todos los tonos. No hay que leer el libro completo, o el poema, basta con saber que eso, según alguien más, desata el nudo, ¿si a él le funcionó por qué a mí no? Además, el tedio al trabajo nos detiene sensatamente, ¡pues qué tal si leyendo el libro completo descubro que el autor habla de algo diferente al problema que yo traigo, no, mejor así! Así funciona bien para mí. Pues no se trata de hacer más grande el nudo, sino de desatarlo y rápido.
Lo extraño es que confiemos en las palabras para resolver este problema, y aún más extraño, en las palabras de los demás, cuando ya ni nos hablamos. Aun así parece que en ellas hay algo común cuando nos esforzamos por hablar bien y son bien dichas, pues el problema se ve mejor. El nudo que desatábamos a ciegas se nos presenta claro, y vemos que muchos de nuestros intentos por desatarlo sólo lo encubrían más. Incluso llegamos a advertir que el nudo lo hicimos nosotros. 
Aceptar fácilmente las palabras de otros, sólo era la manera de no decirnos que no, de apretar más el nudo y comenzar a olvidarlo para no sentir que nos está matando. Yo no digo que no. Es difícil ver el nudo, pero si al hablar nos podemos ayudar, hagámoslo bien. Si nos quedamos amodorrados con la palabra ajena (la no pensada), y sin decir nada, ese nudo nos va a ahorcar.


Javel 

jueves, 22 de octubre de 2015

Visitando los recuerdos

¿A quién se admira o elogia? Los ojos han escuchado descripciones de hombres ensalzados, donde los elogios parecen ser sólo un abono de gratificación a sus acciones. El honor era esa búsqueda de todo aquel que, pretendía ser el mejor de todos. La valentía era una de las virtudes más elogiada. Hombres que han quedado en el recuerdo de las páginas y que, son traídos al presente por aquellos interesados en la poesía, la literatura o la historia, siendo éstas las únicas puertas de acceso a tales seres. Aunque tal vez no sean puertas, sino tumbas, donde se ha sepultado el recuerdo de tales hombres. Y debido a ello, cuando se escuchan los testimonios de lo que fueron, parece que se acude a visitar un cementerio, donde al asistir, no se les ha olvidado.

De manera que, si se considera que los hombres de honor y valentía son solamente seres que viven en el recuerdo que la poesía o la literatura hacen, ello parece ser que, estos seres son ajenos a la realidad de este siglo que se vive. Es decir, la primera impresión que se lleva al leer los elogios atribuidos a los más grandes hombres es que parezca una exageración y, en el pésimo ejercicio de comparación con la cotidianidad de este siglo, trae como resultado la consideración de que, sean hombres creados de la fantasía o el deseo de quienes pretendían alcanzar tal grado y que, por ello quizá, parecen carecer de realidad.

¿Por qué es un pésimo ejercicio comparar a los hombres del recuerdo con los de la cotidianidad de este siglo? Se puede decir que, las condiciones son distintas. Es decir, en una respuesta bastante osada, la configuración de la realidad obedece a las condiciones e intereses de quienes viven en ese “ahora”. Por ejemplo, si el honor y la valentía eran el grado más alto que pretendían obtener todo aquel que quisiera ser el mejor de los hombres, entonces esa realidad se caracterizó por la presencia de estas virtudes. En donde no sólo se les pronunciaba elogios, sino que se les creaban odas o himnos. Y por ser el máximo grado a obtener, se hacía todo lo posible por recordar las acciones tan valerosas.


En este siglo XXI, las condiciones de vida se han modificado, el honor y la valentía, no son el grado máximo a alcanzar, nuestra realidad se ha configurado obedeciendo a estos cambios. La valentía se ha sustituido por el miedo. Y la noción de honor, parece que se ha dejado de lado. Las odas donde se ensalzaba las mejores acciones, se han cambiado por canciones donde se describe la vileza que puede alcanzar el hombre. De esta manera, no es tan sencillo encontrar un punto de comparación, por así decirlo, entre estas dos realidades. Pues obedecen a configuraciones distintas. Y respondiendo a la pregunta inicial, a quien se le admira y elogia, da cuenta del deseo que particularmente se pretende alcanzar y, de quienes somos. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Paradoja del corrector ortográfico

Caso A: Se nos hace tarde, necesitamos entregar un texto y tenemos límite de tiempo. Apresuradamente, tratamos de hilar las ideas y de lograr que éstas lleguen a cerrarse, de modo que podamos sonreír triunfantes con nuestro cometido cumplido justo a tiempo. Con el último punto colocado en su lugar, damos un respiro y oprimimos, mediante el ratón del ordenador, el botón que dice “Revisar ortografía y gramática”. Surge el cuadro de diálogo de la aplicación y nos muestra una serie de errores: palabras incompletas, un acento mal puesto, algún conjunto ininteligible de letras que representan una palabra que no llegó a ser plasmada y que nos toma un par de segundos identificar. Damos clic en el botón “Cambiar”, damos clic en el botón “Cambiar”, reescribimos una palabra y damos otro clic en el botón “Cambiar”. Finalizó la corrección ortográfica y gramatical. Ya sólo queda entregar el producto de nuestra labor y seremos libres.
Caso B: “Nuevo mensaje de X”. Una emocionante declaración asoma en nuestra pantalla y apenas encontramos tiempo para responder el mensaje y hacer que X conozca nuestra reacción. A medio camino nos topamos con otro nuevo mensaje y otro más. La conversación se mueve con rapidez y si no nos apresuramos no alcanzaremos a expresar todo lo que nos chorrea del corazón y de la mente ante la información recibida, ante las verdades reveladas, ¡ante las emociones vividas! Hacemos que nuestros dedos se esfuercen hasta el agotamiento; no hay tiempo para atinar a las teclas correctas o, en tal caso, a las figuras correctas en la pantalla táctil. En tal momento, nos agrada pensar que para cuando pulsemos el botón “enviar”, en la pantalla se habrán corregido, como por sí solas, las palabras que hayan sido mal tecleadas en primera instancia.
Caso C: Las palabras de ese admirable señor se deslizan demasiado rápido por entre sus labios. ¿No le dolerán ya las mejillas de tanto mover la mandíbula? Pero eso no importa, nosotros tenemos la consigna de recoger y plasmar todas y cada una de sus palabras y, como él apenas se detiene cada tanto para respirar, nosotros apenas respiramos también. Teclear, teclear, teclear, no es extraño que, de vez en cuando algunas palabras salgan partidas por la mitad o con una vocal que no va… ¡Imagínense cómo habrá sido esto en la época de las máquinas de escribir! Allí sí que era valiosa la habilidad de golpear cientos de teclas por cada minuto y sin equivocar una sola de esas teclas. Diez páginas y, en ellas, casi sesenta palabras subrayadas en rojo. Y ya hay que pasar a lo siguiente, así que una vez más el botón “Revisar ortografía y gramática”…
Caso D: Se nos viene la publicación del libro y la transcripción del manuscrito aún no está lista. Se requiere tiempo para darle el formato adecuado y terminar la maquetación, así que debemos trabajar a marchas forzadas. Apenas nos percatamos de las palabras que trasladamos a la versión final de la publicación, por suerte tenemos un procesador de textos que distingue las palabras mal escritas.
Caso E: El calor ya no se aguanta en la oficina, pero por detenernos un momento y sostener una breve charla junto al garrafón de agua, a la vez que remojamos los labios e hidratamos la garganta, el insoportable supervisor nos echa el ojo. Viéndonos volver a nuestro asiento, se aproxima y nos planta firmemente la mano sobre el hombro, dirigiendo la mirada a nuestra pantalla de ordenador, como asegurándose de que todo avanza adecuadamente, sin ver realmente lo que aparece en esa pantalla. Nuestros dedos se mueven frenéticamente sobre el teclado hasta que el condenado decide marcharse. Ha sido medio minuto de tecleo prácticamente descontrolado. Pero con un breve vistazo comprobamos que no hay en la pantalla palabras subrayadas en rojo y continuamos con la redacción del informe.
En cada ocasión escribimos, en cada ocasión dejamos en manos de la tecnología la importante tarea de buscar los errores de ortografía en los que hayamos podido incurrir. Realmente es algo que no nos parece tan importante. Pero el profesor de la facultad encontrará otros cinco errores de ortografía y enunciados mal construidos; X se percatará de que escribiste “haber” en vez de “a ver” y publicará una indirecta en Facebook; aquel admirable señor no estará complacido al ver que aparecen decenas de palabras erróneas en la transcripción de su autobiografía; la editorial será la comidilla de los lectores que, al ir leyendo, se encuentren con que las faltas de ortografía y los “errores de dedo” han opacado la calidad narrativa de Cervantes; y el nuevo jefe de la división de mercadotecnia no sabrá qué quiso decir el empleado que —escribiendo una “t” en lugar de una “r”— ha plasmado en su informe que “este mes nos ha traído un gran teto a la división de mercadotecnia”. El corrector ortográfico de nuestros dispositivos nos traiciona.
Y sin embargo, la mayor de sus traiciones —y de sus peligros— es otra. El corrector ortográfico nos hace pensar que es innecesario tener en mente las normas de la ortografía y la gramática. Algunos hasta podrían llegar a pensar que es innecesario aprender alguna vez esas normas. Pues, al fin y al cabo, el corrector debería encargarse de hacer que nuestros textos sean impecables, después de todo, ésa es su función. Incluso podemos imaginar algún profesor de primaria que opine que no hay por qué fatigarse haciendo que los niños aprendan esos aspectos del escribir. Y aun la gente que comparte a menudo publicaciones sobre la buena ortografía en las redes sociales, muchas veces no conoce más normas que las que el corrector ortográfico le hace saber con frecuencia.
Pero el corrector ortográfico de los ordenadores y demás dispositivos electrónicos tiene muchas deficiencias y limitaciones. Ya por el simple hecho de ser una aplicación electrónica que se basa en un conjunto de algoritmos programados, no es capaz de juzgar, lo cual le imposibilita la aplicación correcta de varias de las normas, sobre todo en casos complicados. Además de que no es capaz de identificar el sentido de un texto ni el de un enunciado, de modo que no es capaz de percatarse cuando una norma o palabra está siendo usada en un caso al que no corresponde. Hay normas que se le escapan, hay ambigüedades que no puede reconocer, hay discrepancias textuales que le son imperceptibles, no puede distinguir las acepciones de cada palabra y las intencionalidades le pasan de noche.
Y nosotros, acostumbrados a no corregir sino lo que nos hace ver la aplicación del ordenador, vamos parcializando nuestro conocimiento del idioma. Se nos atrofia el lenguaje. Y, como tenemos ya una aplicación más avanzada, que corrige los errores sin que lo notemos siquiera, no sabemos ni qué palabras escribimos bien y qué palabras escribimos mal. Así, las herramientas pensadas para mejorar nuestro uso del lenguaje nos vuelven ajenos a nuestra propia lengua.


Pulpdam

Un sentimiento oceánico



Dentro del libro “El malestar en la cultura” escrito por Freud existe una crítica a un sentimiento denominado por el autor como “sentimiento oceánico”, el sentimiento oceánico proviene de esa sensación de eternidad que la religión (cualquiera que sea) provoca en el ser humano. La religión y su sentimiento oceánico no solo sirven como represores de aquellas cosas que el ello y el inconsciente desean satisfacer, también es un motor que mantiene a los humanos en funcionamiento pues se vive bajo la promesa de la tierra prometida, dicho de otra forma, se sufre en el mundo y en esta vida pero solo es momentáneo pues al morir se puede llegar a un lugar en el cual ya no habrá sufrimiento. Entonces esto lleva al supuesto de que si la religión ha logrado suprimir muchos instintos animales en el hombre también lo mantiene con una buena dosis de esperanza.
De acuerdo con el autor, la vida resultaría algo insoportable si no fuésemos capaces de evadir la realidad a través de tres distintas formas, distracciones poderosas, satisfacciones sustitutivas y los narcóticos. La religión o el sentimiento oceánico entran en el primer tipo de distracción capaz de hacer parecer nuestra miseria algo pasajero que puede soportarse pues al final tendrá sus beneficios.

¿Un sentimiento oceánico sólo puede ser provocado por la religión?, ¿existe alguna otra condición emocional capaz de provocar una sensación de eternidad?

martes, 20 de octubre de 2015

Sobre el pasto

Hace unos días, aburrida en medio del denso tránsito de la tarde, me he enterado de que eso de malentender lo oído y recomponerlo dándole un sentido distinto tiene un nombre: mondegreen. Nombre singular, pues nace justo de aquello a lo que nombra: un malentendido sonoro.
     Resulta que, cuando era niña, la madre de la escritora estadounidense Sylvia Wright solía leerle un libro de versos antiguos. Sus favoritos eran aquellos que cantaban el asesinato de un conde, muerto al lado de su amada Lady Mondegreen. Mas la pequeña, seguramente tan inexperta en inglés antiguo como deseosa de una muerte más dulce para el pobre conde, malentendió el triste final de la historia, que reza originalmente: They have slain the Earl o'Moray / and laid him on the green. Al parecer se negó siempre a aceptar la versión en la que conde era asesinado y dejado sobre el pasto sin compañía alguna.
     Es casi seguro que a todos nos ha ocurrido este curioso fenómeno —del cual, por cierto, no he hallado un nombre en español—. Puede ocurrir sin darnos cuenta, como en el caso de la pequeña Sylvia; o bien, ante un discurso obscuro al que intentamos darle sentido malogradamente. Así, es posible que se presente en el habla corriente, pero es mucho más frecuente al escuchar o cantar una canción, lo que produce los más variados e incluso divertidos equívocos.
     Recuerdo que, de niña, desarrollé una extraña obsesión por saber qué decía exactamente la letra de algunas canciones, lo cual era complicado especialmente cuando se trataba de letras en inglés: pegaba la oreja lo más posible a la bocina esperando sacar de la maraña de melodiosos ruidos, palabras que significaran algo para mí. Al fracasar en dichos intentos, comencé a escuchar canciones en español y me frustraba no entender tampoco. Pasaba horas regresando la cinta para volver a escuchar e intentar hilvanar una frase que tuviera sentido.
     No sé si todos se afanen en cuestiones tan fútiles, pero sí creo vislumbrar en los llamados  —ahora sabemos—  mondegreens,  un ejemplo de cómo intentamos siempre darle sentido a las cosas, de que no podemos vivir en lo absurdo; por frívolo que éste parezca. Sin duda, la neurolingüística, o algún engendro parecido, tendrá sus vastas explicaciones sobre cómo nuestro cerebro es capaz de procesar sonidos y de infundirles un significado; pero me parece que eso de dar sentido es cosa de hombres, no de señales electromagnéticas.
     Es natural al hombre tratar de darle sentido al mundo. Su mirada, su pensamiento, su ser todo apunta siempre a algo y siempre  ­—o casi siempre­— intenta comprenderlo. Nombrar es un primer acercamiento. Hay, claro, quienes intentan comprender cosas más nobles que otros, y dan por ende con nombres más dignos. Pero las palabras, el discurso, siempre iluminan algo. Esto de los malentendidos sonoros, me parece, es una modesta muestra de esto.

     No solemos callar pese a no entender (aun cuando no nos demos cuenta),  por eso llenamos siempre el ruido con palabras. Enmudecemos sólo ante lo innombrable. Ante lo que no parece tener sentido. Y aun así, tarareamos. 

7 de mayo (Fragmento)

When you kiss me heaven sighs
And though I close my eyes
I see la vie en rose...
Miro el reloj mientras corro ya sin aliento hacia la parada del autobús; de nuevo se me hizo tarde. Voy nervioso y temeroso pues hoy no es un día cualquiera. Han pasado casi doce horas desde que le entregué aquella carta.
       Llego al colegio con la esperanza de encontrarla sola en el lugar donde solíamos vernos. Camino apresurado mientras siento el sudor brotando de las palmas de mis manos y mi corazón martillea fuerte en mi pecho. Y allí está, más hermosa que nunca, mirando hacia el jardín. Mis pies no responden, me quedo inmóvil y dudo; mi respiración se agita y haciendo acopio de todas mis fuerzas me acerco a ella y un temeroso "hola" sale de mi boca. Ella se vuelve y me mira, sus ojos me parecen hoy especialmente lindos. Sonríe y besa mi mejilla muy cerca de la comisura de mis labios y yo no sé qué hacer, me petrifica su aroma y la calidez de su piel.
     Caminamos hacia el salón y yo no puedo pensar en nada, mi mente está  en blanco, sólo siento el sudor brotando a chorros de mis manos y el corazón que casi quiere salírseme por la garganta. Espero ansioso su respuesta, ella tarda un par de minutos que se convierten en horas para mí y de pronto... ¡allí está!, en su mano, la carta de la que mi vida pende, la de su respuesta, respuesta a la pregunta que tantas y tantas noches me robó el sueño. La tomo con mano temblorosa y la abro con tanto temor que siento que me voy a desmayar; inhalo profundo y comienzo a leer, cada una de las palabras me roba un trozo de vida y se suceden unas a otras quitándome el aliento. Paso la vista por muchas palabras incomprensibles pues mis ojos sólo buscan dos. Sigo línea por línea hasta terminarla, es la carta más bella jamás escrita rematada con la frase más franca y más dulce de todas: "...busca en mi mirada la respuesta".
       La miro, en su rostro se dibuja una sonrisa y lo entiendo, sé lo que significa y sé lo que debo hacer. Me aproximo hacia ella, mi corazón está a punto de estallar y por fin la beso, ese beso con el que tanto soñé, el beso que sellaba el amor que había dentro de nosotros, el beso que me volvería el hombre más feliz del mundo y que fue perfecto. El beso que hizo sin duda aquel 7 de mayo el día más feliz de mi vida.

lunes, 19 de octubre de 2015

Meditación sobre el frío

Meditación sobre el frío
Me asombra constantemente la multitud de dispersiones en los nombres que provienen de las sensaciones. No me asombran porque sean multitud, sino por la aparente simpleza que ostentan para ser dichos. Hoy amaneció el día muy frío, y me parece entender mejor por qué puedo a veces llamar, sin mucho esfuerzo, fría a una persona. Cuando lo hago, es evidente que no me refiero –al menos no la mayoría de las veces- a la temperatura que su ser mantiene; me refiero a un modo en que su ser se presenta, más allá de las barreras del tacto, pero que puedo equiparar muy bien con lo que ellas me permiten sentir.
Si dijera que hay palabras frías como el hielo, estoy seguro que pocos se confundirían tratando de tocar algo que no es sensible por ese medio. En sentido estricto, lo que sentimos al tocar un cubo de hielo no es igual a lo que sentimos cuando escuchamos palabras semejantes al invierno. No creo que pueda decirse que lo único que diversifica la experiencia es el medio. En cierto modo, la incomodidad y la hostilidad que es casi inmediata para nuestro ser cuando el frío nos hiela, se convierte en metáfora cuando usamos esa palabra para indicar que existen palabras que no nos son gratas por su impertérrito choque. Decimos que alguien es frío cuando puede conservar la consistencia de una piedra en momentos insólitos, o que no corresponde a veces a la efusividad del cariño o los momentos alegres: cuando es contrario a nuestra experiencia de lo acogedor, de un espíritu o lugar cálido.
Nos incomoda de muchas la presencia del frío. Nos entumimos, nos sentimos hasta petrificados. Así con las palabras o la frialdad de los ánimos. Más aún, nos sucede que cada inteligencia percibe de distintos modos lo helado de los temperamentos o de las situaciones. No es como para ahogarnos en el vaso del sujeto. Es decir, hay temples que unos perciben helados como un impertinente sarcasmo, pero que otros lo sienten como un velo que encubre, si se esfuerza uno en verlo, un verdadero calor.
Después del romanticismo, muchos se aprovechan de la existencia de ese tipo de  metáforas. O le exageran a la sensación que pueden soportar del calor, o elaboran una tragicomedia proveniente de las frialdades aparentes. Todo el misterio de estas vivencias cotidianas gira en torno a la imaginación. Sólo bajo la permanencia de la imagen de la temperatura puede elaborarse la metáfora de la sensación de las palabras o las presencias. Así funciona, tan taciturno, el lenguaje. Que haya distintos modos en que nosotros percibamos la temperatura de lo impalpable, no es suficiente para decir que los juicios que derivan de ahí sean siempre y necesariamente cuestiones de perspectiva. Tampoco se puede resolver diciendo que todo depende de la altura que la educación estética nos brinde. Si nos fijamos, aunque la imaginación juegue ese papel tan misterioso, no es ella necesariamente libre. Si no existiese la unidad en la percepción del calor, por lo cual llamamos calor a la interacción con el fuego, por ejemplo, no podría jamás tampoco equipararla, intelectivamente, con mi experiencia unitaria del hervor en el cariño de alguien.

La imaginación no puede alienarse completamente de la existencia de las imágenes; y las imágenes no existen sólo sensiblemente. Cuando no podemos notar la calidez en la seriedad, sucede que pensamos que a lo cálido únicamente en medida de la evidencia latente del calor, sucede que queremos el desborde del cariño, como nos ha acostumbrado la pasión sanguínea del héroe moderno. Así se podría comenzar a pensar en las razones por las que algunos creen que el verdadero amor se muestra en el rapto y no en la entregada seriedad. Así se puede comenzar a pensar la razón por la que consideramos a la cruz como una farsa, y al cuerpo como una verdad indubitable.


Tacitus

El irrepetible movimiento del tiempo

Hace algunos días, mientras veía una serie, uno de los personajes en una conversación casual, mencionó de manera simple, al dios de las oportunidades (kairos), fue algo rápido, pero este episodio llamo mi atención, siendo en cierto modo lo que motivo la presente reflexión.
¿Quién es Kairos?
Éste es un dios menor, se le conoce poco, puesto que la mayoría de las veces, es opacado por su abuelo Cronos. Siendo un dios así, qué es lo que hace que yo le dediqué estas pequeñas líneas. Pues bien, después de haber sabido de su existencia, me di a la tarea de investigar más  sobre él, y fue una grata sorpresa la que me llevé. Kairos, siendo hijo de Zeus (dios del orden cósmico) y de Tijé (diosa de la suerte y la fortuna), es no sólo uno de los dioses, que más influyen en la vida de los hombres, sino que también es el que marca la unión entre  hombres y  dioses. Es parte de la triada del tiempo griego, siendo los otros dos dioses, Kronos y Aión. Él es el que les da la unidad a estos dioses que para algunos son más importantes.
Aquel joven apuesto, que aún así posee una calva prominente. Se mantiene sosteniendo  una balanza desequilibrada, y es portador de  pies alados, a los cuales debe una gran velocidad, es el que marca las oportunidades de los hombres, aquel que llama a la inspiración y la fortuna. Aún cuando su imagen no inspire ninguna confianza y que en algunos momentos incluso pueda resultar cómica. 
El momento oportuno (Kairos)  es difícil de reconocer, y su visita es rápida, pero si se le logra identificar y sostener con fuerza, es el que puede dar un giro de 90° a la vida del hombre. Sostener con fuerza los pequeños mechones que cubren su frente, es tarea de aquellos a los que se les presenta, puesto que, si se da la vuelta este bello dios, su clava cabeza, hará imposible el volverlo a sostener. Los momento precisos en los que se debe de actuar es lo que se intenta representar con Kairos, puesto que estos son fugaces y nunca se pueden recuperar. Aquellos momentos únicos e irrepetibles que nos marcan de por vida. Pensando en este hecho, un claro ejemplo, para muchos de nosotros, podría ser aquel momento en el que sin saber claramente el porqué, decidimos estudiar y dedicar nuestro tiempo a la filosofía. Cada uno de nosotros pudo en cierto modo ser visitado por Kairos y todos lo sostuvimos con fuerza, y continuamos aferrándonos a él.
La unión que Kairos nos brinda con los dioses es la de la inspiración, la de aquellos instantes en los que surgen las ideas, en los que se dan los grandes cambios. Pero esos momentos, no son sencillos de identificar, pueden parecernos, rápidos, así como también demasiado lentos. Puede ser que sólo a través de los años podamos notar y sentir la melancolía por no haber podido detener su marcha, así como también la alegría de haberlo sostenido con fuerza.  

Termino diciendo que Kairos nos es un dios inferior, pero se necesita de un poco de atención para notar su importancia. Es un momento único e irrepetible que no es presente sino que siempre está por llegar y siempre ya ha pasado, siendo por ello que es tan difícil de comprender. Él es el dios que le brinda las oportunidades a los hombres, que nos acerca un poco más a nuestros sueños, que siempre intenta ayudar a los hombres y sacarlos de la rutinaria vida en la que los sumerge el día a día. 
Sarasvati

domingo, 18 de octubre de 2015

Algunas preguntas y ¿algunas respuestas?



¿Por qué nos hacemos preguntas? Veo que la pregunta anterior quizá pueda ser clasificada como buena, aunque excesivamente y descortésmente general. Hay que limitarla, ¿no? Pero nada mejor que decir (para encontrar la pertinencia a la acotación): ¿por qué no? Y en respuesta decir: ¿por qué sí? El vaivén de aire malgastado en seguir preguntando y respondiendo tan simplonamente ya todos lo hemos visto en… en diferentes lugares. Mejor pregunto otra vez la primera cuestión o ¿mejor la respondo para así saber si soporta una respuesta cualquiera? Se me acaba de ocurrir una pregunta más interesante (y quizá más acotada): ¿una buena pregunta tiene tal carácter por estar cerca de encontrar una buena respuesta? Respondiendo a lo anterior: ¿dónde se encuentra la base de una buena pregunta y una buena respuesta? Me parece obvio: en la realidad. Si la pregunta no corresponde verdaderamente con la realidad es mala; lo mismo pasa con la respuesta. La respuesta también nos puede conducir y reconducir (así como alejarnos) a la pertinencia de la pregunta; por ejemplo, si alguien pregunta: ¿qué es el ser? Se puede responder (entre otras muchas cosas): lo que está a nuestro alrededor y lo que está siendo. Quien hace esa pregunta se percata, según las respuestas, de si debe replantearla o comenzar a hacer más preguntas para hallar una buena respuesta (en el caso de que eso sea lo que quiera; una pregunta se relaciona con la intención de quien hace la pregunta). Visto así, ha quedado todo con respuesta (al menos lo que he venido preguntando en este párrafo). 

Fulladosa