Presentación

Presentación

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Promesas (escribiendo la introducción a un ensayo)

A menudo el mucho prometer resulta peligroso, ¿cómo saber si los objetivos serán cumplidos? Además, “lo prometido es deuda” y las deudas son obligaciones. Hay quien recomienda no hacer las promesas hasta que no se encuentren realizados los cumplimientos. Pero a veces el discurso no se acomoda y quiere ser antes prometedor que cumplidor. Quiere darse a querer, hacerse el interesante. Y se distrae y vaga por aquí y por allá como buscando excusas, haciendo tiempo, estirándose para llenar el espacio. No sabe dónde debería ir, pero se empeña en llamar la atención y hace promesas que tal vez no cumplirá. A veces, logra realizarse aunque con mucho esfuerzo y tortuosamente. Se encuentra muriendo de fatiga y aún así se expone con cierto orgullo, intentando ocultar que casi desfallece y termina con un suspiro de alivio por el éxito mediano o grande. Otras veces no tan afortunadas, termina por renunciar y acaso (avergonzado) acepte su fracaso y busque una manera de disculparse. Tal vez reviva su vicio de prometer y esta vez prometa volver algún día con una solución, con una compensación. Incluso es posible que termine abruptamente sin dar ya razón ni palabra siquiera, como quien, enfurecido por la frustración, abandona la discusión y se marcha de repente con la frente fruncida.
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Y por cierto (como quien no quiere marcharse):
Ésta será la última vez que les dirija una palabra o letra en el año, así que quiero aprovechar el momento para desear a todos un gran año, lleno de felicidad y aciertos.
Hasta pronto.
L. Pulpdam

martes, 29 de diciembre de 2015

Si cinco gatos cazan cinco ratones en cinco minutos, ¿cuántos gatos se necesitan para cazar cien ratones en cien minutos?
       La respuesta realmente no importa, pues es fácil dar con ella, solamente hay que saber hacer cuentas y usar el sentido común, lo interesante es el contexto en el que esta pregunta aparece. Hace unos días mientras hacía uso de mi ocio revisando las nuevas noticias en Facebook, me encontré con un test que prometía darme a conocer mi coeficiente intelectual, como no tenía nada mejor que hacer me dispuse a realizarlo, la prueba consistía en resolver la pregunta de arriba en el menor tiempo posible.
       Después de terminar con el ejercicio y conocer mi CI, me puse pensar en la relación inversamente proporcional entre el coeficiente intelectual y la inteligencia de la gente, pues muchas veces aquellos que presumen de tener una inteligencia superior terminan siendo los seres más engreídos que uno se puede encontrar. Por lo menos en mi experiencia, un alto coeficiente intelectual termina siendo mera pedantería y erudición.
       La sensatez y la inteligencia no siempre se siguen de saber resolver problemas abstractos, las lecciones más importantes en la vida muchas veces nos las dan quienes menos avispados nos parecen y la verdadera inteligencia se pone a prueba en la vida real no sentado frente a un monitor de computadora, quien más hace gala de su inteligencia es el que no se ha enfrentado verdaderamente a la realidad, pues la ingenuidad nos vuelve engreídos y soberbios, en cambio el conocimiento ofrece prudencia y humildad.
       De nada sirve saber cuántos gatos se necesitan para cazar cien ratones si no se tiene la menor idea de cómo dirigir correctamente la vida.

Felices oportunidades


El año nuevo es una celebración que en muchos países, culturas, razas, etc., es de suma importancia pues, sin excepción, representa una nueva oportunidad de ser todo lo mejor que no hemos podido en años pasados; una nueva oportunidad de acercarnos más a la perfección; de lograr todo lo que queramos. La oportunidad, creemos, está en la novedad, es como encontrar diez pesos y tener la oportunidad de gastarlos, o como ir a la universidad y tener la oportunidad de ser un profesionista. Siendo así, digamos lo que digamos vivimos más inmediatamente que reflexivamente. En este respecto la reflexión siempre es una visión hacia el futuro, pues no vivimos la inmediatez según la reflexión presente, sino con base en la pasada, haciendo de la reflexión presente la base de nuestro futuro. Pero dejando de lado ese respecto, sigamos con el año nuevo, que es una inmediatez larguísima, pues es la inmediata oportunidad llena de inmediatas oportunidades, o dicho en otros términos, es la inmediatez que de inmediata no tiene nada. Así, después de todas estas vueltas revueltas, quisiera hablar tantito de tres cosas que del año nuevo me parecen interesantes. Dos ya las mencioné: la inmediatez y la oportunidad; y la tercera: el hecho de desearnos feliz año nuevo, ya que son las tres cosas que más se ven en estos días y creo que vale la pena echarles un vistazo.

Una oportunidad por sí misma es tomada como buena, pues en eso consiste lo oportuno, lo que es bienvenido, lo que es grato ver llegar, lo que hace mejor la situación actual. En este sentido la oportunidad escapa de nuestros planes, aspiraciones, expectativas, etc., porque no estuvo considerada desde el inicio en nuestro curso de acciones, haciendo la vida bastante más complicada, pues aunque sea un bien lo que nos cae, nos modifica el trazo; es como tener bien delimitada la línea al hacer un dibujo y de pronto tener un chispazo de inspiración que nos hace ir hacia otro lado del papel. La oportunidad es un bien del que no sabemos nada, y del que al parecer no podemos saber nada –no en el momento–, de poderlo saber se impide ésta. Un año nuevo es la oportunidad de tener oportunidad, es la insipiencia de la experiencia; es tan paradójicamente inmediato.

Es lo inmediato lo que no podemos ver venir, pues llega, así, de un solo golpe, como esos golpes de frío bajo la noche en que ilusamente nos abotonamos la chamarra o el abrigo después del ventarrón. Lo inmediato, entonces, es la sorpresa más sorprendente, dado que no vemos nada de él. Así de inmediato es el año nuevo, pues pasa ante nuestros ojos, y nunca lo vimos de frente, lo vimos venir e ir, pero jamás de frente; igual pasará con este próximo 2016. Dicho de esta forma suena a que andamos por la vida tan azarosamente que más nos valdría no haber nacido, ya que, con lo dicho, parece aseveración que somos incapaces de saber cualquier cosa. Afortunadamente la oportunidad convierte la inmediatez en perpetuidad: aunque es inmediata, al tomarla se vuelve eterna. Lo mismo pasa con el año nuevo, se convierte en eterno año tras año. Por lo tanto sí podemos saber qué pasa con nosotros mismos, pues nos tenemos ahí para siempre con todo lo que está en el medio. El azar no es incipiente sino omnisciente, dado que si en el destino tenemos el conocimiento del que  escapamos, en el azar tenemos el conocimiento de lo que no queremos escapar, pues ni sabemos qué es, pero queremos. Sólo nos resta echarle, como dice Héctor Ulloa “Don Chinche” en voz de Julio Jaramillo, cinco centavitos de felicidad.

Desear feliz año nuevo es desear felicidad no durante unas horas o un día sino para siempre en esa oportunidad inmediatamente eterna. Por eso en el festejo del año nuevo encontramos algo más que una borrachera o un disgusto familiar, encontramos la fuerza para seguir viviendo, felices en este mundo tan extraño para nosotros. Seremos muy felices gracias a todos –así parafraseando a Zósimo.


¡Feliz año nuevo, amigos míos, venidos y por venir! ¡A reflexionar sea dicho, pues!


lunes, 28 de diciembre de 2015

Trabajo libre

Trabajo libre
El origen de la palabra “trabajo” es bastante sencilla para el español; proviene del latín, y detengámonos ahí. Hace referencia, según fuentes comunes y populares, a tres palos que conformaban un supuesto aparato de tortura, semejante a la cruz. Las imágenes que pude encontrar para figurármelo ilustran a una persona empalada, semejando a una estrella en sacrificio. Podríamos resolver el misterio con un pensamiento sencillo, incluso asociado, dirán velozmente, con los castigos de la expulsión del paraíso: el trabajo es un castigo, casi una tortura extenuante.
El instrumento en cuestión era usado, si vale mencionarlo, para castigar en él a esclavos que no quisieran obedecer, y según algunos otros, su uso inicial no era ése, sino el de sujetar a bestias de carga. En todo caso, el diccionario de la RAE asocia al tripalium con un instrumento de tortura. No me sorprende que muchos puedan coincidir con la semejanza entre la tortura y el trabajo. No me sorprende, en parte, por el modo actual de producir, motor de la economía moderna. Por otro lado, tampoco me sorprende por lo que el trabajo ha tornado para muchos.
Quisiera explicarme brevemente. He visto a gente quejarse una y otra vez por lo miserable de su sueldo. También he visto a gente contenta con su sueldo, pero que, en caso de haber oportunidad, decidirían no trabajar. A ninguno de los dos les gusta trabajar; o al menos eso dicen. Más allá de la idea de que el trabajo dignifique (en el sentido actual de esa palabra), me pregunto si acaso podríamos vivir sin él. No hablo en el sentido monetario, pues esa es sólo la consecuencia de trabajar. Indago si acaso hay una manifestación muy humana en el hecho de producir, manufacturar, labrar e incluso enseñar. Una cosa es la necesidad por la carencia, la cual es muy natural, y otra la tortura. El trabajo no es una manifestación de la carencia nada más, es el modo en que la carencia se sustenta con la obra individual y común de la presencia humana. Trabajar es un modo muy obvio de mantenerse humano.
Uno podría creer, bajo este argumento, que es fácil justificar los pesados yugos, la famosa explotación, por lo humano que es el trabajo. No obstante, el trabajo no puede ser puesto y entendido bien en una gráfica de conveniencias y porcentajes per cápita. Los recursos que se generan con el trabajo hablan de su dimensión política. No hay ciudad sin organización laboral que la sustente en todos los sentidos posibles. Las fábricas y la industria no son los paradigmas adecuados del trabajo, aunque dependan de él. Es curioso que el trabajo se vuelva un tormento en el mundo del crecimiento y el éxito personal. Es decir, no afrontamos correctamente el trabajo aceptando estoicamente y a regañadientes nuestra pobreza, ni tampoco viéndolo como oportunidad de riqueza generada en la autoproducción.

Puede ser que, por la pesadez y el cansancio, el trabajo se interprete como tortura. No obstante, yo he logrado ver que, aún bajo los ardores del sol, hay algo que me impediría separar al hombre de su labor. He visto incluso alegría en soportar las penas del trabajo. Dirán que es fruto de la ignorancia y la molicie. Pero verán, dichas gentes no parecían ignorar lo que hacían ni mucho menos sentarse sólo a descansar. Me parece que a la hora de juzgar los trabajos y el trabajo mismo pesa mucho las diferencias que queremos hacer a partir de la posición económica, incluso. Así, repito, nos enorgullecemos vanamente tanto por nuestra superioridad social, o por nuestra fuerza en los trabajos manuales. El surco que eso abre entre nuestras almas es aún producto de los vericuetos del espíritu moderno, y de nuestra afirmación del trabajo como tortura.


Tacitus

domingo, 27 de diciembre de 2015

Cosas de todos los días



Hace poco vi la famosa y escandalosa película Las poquianchis (1976). La historia, además de ambigua en algunas partes, resulta estremecedora; la indignación al ver tanta injusticia, tantos abusos, es inevitable. Lo más triste es saber que la llamada “trata de blancas” no ha desaparecido y las redes que la sustentan continúan creciendo. El espectador preocupado por la buena vida y la reflexión no puede eludir la existencia de situaciones donde la injusticia tortura a los hombres. ¿Qué hacer ante la corrupción política y humana?, ¿la educación puede mejorar el alma de los hombres?, ¿cómo educar para la buena formación humana?  Antes de precipitarnos al barranco de las respuestas fáciles, abramos los ojos, veamos qué pasa en nuestro entorno. 

Un problema al pensar los problemas políticos es querer ver todo a oscuras, es decir, afirmar la imposibilidad de la justicia es renunciar a la pregunta sin antes haber preguntado; es aceptar la injusticia sin haber buscado la justicia. Para comenzar a indagar en la posibilidad de la justicia, hay que conocer el lugar donde actuamos. Los medios informativos pueden servir a lo anterior, siempre y cuando no nos conformemos con una versión de los sucesos y veamos quién nos dice qué y cómo, pues así podremos notar cuándo se exagera la información, cuándo se usa con fines sucios. También es importante darle un seguimiento cuidadoso a las notas, pues la información se incrementa, cambia o se transforma con el paso del tiempo. Los artículos de opinión, pese a no ser escritos por intelectuales sofisticados la mayoría de las veces, nos proporcionan una visión clarificadora de los hechos o nos permiten ampliar nuestra información; obviamente, también pueden oscurecernos los sucesos.

Otro asunto importante para mejorar el conocimiento sobre nuestro entorno y así ampliar las posibilidades de acción es conocer nuestras leyes. De esa manera sabremos qué se puede hacer en una marcha y qué está prohibido. Las marchas me parecen una buena manera de hacer patente la molestia de la ciudadanía ante el gobierno, pues demuestran organización y el deseo pacífico de buscar un mejor modo de vivir. Sin embargo, considero exagerada la protesta de gente como el Nechaev de Coetzee: “¿Hipotéticamente? Fácil: porque si uno no mata, nadie le toma enserio. Es la única prueba de seriedad, lo único que cuenta.” El nihilismo político de la frase nos muestra a la vida humana, por la que supuestamente se lucha, como algo de poco valor; aceptando lo anterior se cancela la posibilidad de la política. 

Mucho se habla sobre la buena vida, pero poco de cómo obtenerla o de los problemas para alcanzarla. Como en todas las indagaciones filosóficas, la concerniente a la buena vida o siquiera a la vida justa, no resulta clara, tiene muchos recovecos, muchos problemas, algunos sólo pueden ser anunciados; la resolución de los grandes problemas involucra mucha reflexión, propia de textos bien pensados, como los tratados clásicos. No obstante, algunos asuntos relativos a cómo actuar justamente pueden ser abordados en unas pocas líneas; con excesivo esfuerzo y diálogo, quizá puedan ser realizados.

Fulladosa

jueves, 24 de diciembre de 2015

Tres cartas de amor y un tono desesperado



Carta II

A ti, mi memoria más manida


Mastuerzo


Mi memoria más melódica...
mañana de mandarina, malva y melocotón.
Manos masculinas de mayólica me mostraron mariposas melancólicas, ¡miserables, marchitaron!, ¡murieron!
Morimos.


Mil marchas miramos, mil manganillas manipulamos. Mil millones más de maravillas y mimos mordimos. Musitamos mentiras, membranas, malezas. Malgastamos maletas, maniobras, memorias y medras.
Mecimos mantos mágicos; magreamos madrugadas, margaritas y metas.
Movímos montañas, mar y musgo ¡mediocres medios!
Míranos, medianamente maravillosos.


Yo, mujer de mañas, manantial malabarista y maleable; mustia y melindrosa, magnífica y magnética.
Tú, macho meditabundo, mitad marcial, mitad melifluo. Mania misógina de médula macarena y Miel al mirar.

Marginamos los mansos meteoros, mutilamos milochas mágicas.
Maremoto manco nos maniobró.

Maculos los majos, maltrechas las miradas.
Las mentes magulladas, los matices menguados.
Meneos a modo de menjurje. ¡Melopea! mentado modo de magancería.

Mutuo mutismo y mandanga mutó en monstruo mugriento. Murmuró musarañas, misiles mundanos.

Míranos: muñecos de multitud, mordiendonos los muslos.
Mudos, muertos en el muelle, morbosos y macilentos.
Malandante mota, mórbido motete.


Mohína modifico la mañana...
Mentecatos moluscos momificados (memorias) majan mi mente.
Mucha morriña: montón de moho mortífero, monótono y maravilloso.
Melancolía, magistral monserga.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Dispersión

En varias ocasiones no terminamos lo que empezamos por encontrarnos atascados. Dicho de otro modo, nos empantanamos, nuestros pies quedan atrapados y no continuamos nuestro camino. Notamos que cuando lo imaginamos así, sentimos esa frustración de nuestra inmovilidad. Reconocer nuestras extremidades sumidas en el suelo haciendo que no puedan respondernos, quedar sumidos a la tierra que reposa en su inercia natural. Muchos de nuestros proyectos no tienen su conclusión porque nunca llegamos a ésta, avanzamos y nos detenemos antes del final. Por ejemplos, entre broma y broma la verdad se asoma: hacemos chistes de los famosos propósitos de año nuevo, la burla apunta a su lejano cumplimiento. Que todos abarrotan los gimnasios en Enero para adelgazar y en Febrero los abandonan para sudar en otros sitios cerrados. Que quieren resolver el laberinto, pero terminan estrellándose con las paredes del mismo. Después de varias groserías, Teseo es vencido por su vejez encerrado y no por el Minotauro. 

Otro modo de interrumpir nuestras empresas no se encuentra en empantanarnos, sino cuando sucede lo contrario: no permanecemos en un lugar, vamos hacia todos. Varias veces tratamos de expresar esto cuando decimos que tenemos la cabeza en todos lados. Los mecanismos misteriosos en nosotros se concentran en resolver especialmente un asunto, inclinamos la cabeza apuntando a eso. Si ésta mira hacia un lugar indefinido, en realidad no concentramos o retenemos nada. Al estar perdidos, sin dirección o un sitio definido, solemos decir que andamos dispersos. En medio del bosque, el grupo de viajeros se rompe y los integrantes voltean sin alcanzar a verse. Nunca llegarán a su destino por encontrarse dispersos, nuevamente no completarán lo que se propusieron. Igualmente con la parvada de aves, pese a que descansaba en un árbol, el ruido hizo que salieran volando sin seguir trayectoria.

Dispersarse, volar hacia todos lados, implica muchas posibilidades de rutas. Sucede análogamente cuando decidimos llenar nuestra agenda de tareas infinitas. Entusiasmados, con el ánimo hasta la garganta, nos inscribimos en todo lo que nuestro ocio permita. Cine, videojuegos, escuela, teatro, clubes, Internet; en fin, nos proponemos tantas actividades o tareas que no cumplimos plenamente. En ese sentido nos parecemos a un celular inteligente donde permanecen abiertas sus aplicaciones para ser usadas en el futuro. Ahora estos pequeños secretarios administran y apoyan lo que hacemos, organizan nuestros números y hasta nos orientan con sus mapas electrónicos. Todo esto siguiendo la tecnología multitareas. No es necesario esperar a que cargue cada aplicación, ésta nunca se cierra completamente al esperar ser utilizada. Tendemos a vivir como la generación multitareas.   
 



martes, 22 de diciembre de 2015

Venite adoremus


Aún mejor que hallar un lugar pintoresco bajo la arquitectura de Dios, esa vegetación que embellece cualquier recinto y poblado, es poder hallar a quien vive sin exigir nada, contentándose con el amor del prójimo e imitando los pasos del Maestro, en este caso, de Jesucristo. Mejor retrato de lo anterior se puede hallar en La navidad en las montañas de Ignacio M. Altamirano. Atravesando sus páginas se recuerda la sagrada celebración de los pueblos cristianos, la Navidad. Pero cualquier lector también consigue olvidar sus penas y sentirse feliz al contemplar el cuadro que pinta en dicha obra para los no creyentes. Muchos celebran Navidad, siendo cristianos o no siéndolos, pero todos amamos y sufrimos en esta vida. Altamirano recoge el siguiente villancico de una gitanilla que le dice augures a María, a propósito del niño Jesús, pero enmarcando la vida del hombre en general:

Una gitana se acerca
al pie de la Vírgen pura,
hincó la rodilla en tierra
y le dijo la ventura.

“Madre del amor hermoso,
—así le dice a María—
a Egipto irás con el Niño
y José en tu compañía.

Saldrás a la medianoche,
ocultando al sol divino;
pasaréis muchos trabajos
durante todo el camino.

Os irá bien con mi gente;
os tratarán con cariño;
los ídolos, cuando entréis,
caerán al suelo rendidos.”

Mirando al Niño divino
le decía, enternecida:
“¡Cuánto tienes que pasar,
Lucerito de mi vida!

La cabeza de este Niño,
tan hermosa y agraciada,
luego la hemos de ver
con espinas traspasada.

Las manitas de este Niño,
tan blancas y torneadas,
luego las hemos de ver
en una cruz clavadas.

Los piececitos del Niño,
tan chicos y sonrosados,
luego los hemos de ver
con un clavo taladrados.

Andarás de monte en monte
haciendo mil maravillas;
en uno sudarás sangre,
en otro darás la vida.

La más cruel de tus penas
te la predigo con llanto:
será que en tus redimidos,
Señor, hallarás ingratos.”

Con esto nos damos cuenta que no basta celebrar Navidad, sino vivir la Navidad, aprender la sublime comunicación del espíritu humano con el Creador del Universo. Sólo resta desearles Feliz Navidad con el siguiente verso:

La Nochebuena se viene;
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.


lunes, 21 de diciembre de 2015

Nosotros escribimos



Escribir, sin duda alguna, es una actividad puramente humana y su importancia está más allá de los recordatorios. Pensar en la importancia de esta preciosa aunque olvidada actividad nos remite a pensar en el propósito que tiene la escritura, es decir en ese para qué. Y es que para quien le da importancia al escribir la causa de sus pininos literarios puede ser cualquiera, siendo la ceguera de uno mismo lo que me preocupa, pues esto nos conduce por nuevos derroteros insospechados, quizá errados, quizá acertados, pero nunca por voluntad, y una actividad humana sin voluntad lejos está de humanizarnos. Es simplemente cuestión de caminar por la senda de la búsqueda del camino recto, pero habrá que ver más a detalle cuál podría ser la buena causa.
            En la escritura se ven incluidas un sinfín de características que nos hacen saber más y más que de a de veras que es un quehacer puramente humano, como ejemplos podemos ver que hay quienes buscan tener un precioso estilo, otros que buscan tener una esplendorosa claridad en sus decires, otros que buscan dejar estupefactos a sus lectores, etc., etc. Cada ejemplo nos deja ver que sólo los hombres buscamos la belleza, el ejercicio y perpetuidad de la razón y/o trascender eternamente, entre otras cosas. Sin embargo, entretenerse buscando darle realce a una u otra característica nos impide buscar hacernos mejores hombres, pues no la pasamos buscando darle placeres, del tipo que sea, a los lectores y a nosotros (entendiendo el placer en su sentido más moderno). Dudo mucho que Miguel Hernández en las cartas a su esposa haya querido deleitarla con sus maravillosas figuras literarias, o le haya querido poner en un estado sumamente reflexivo, o peor, dejarla anonadada con su sapiencia. Creo más bien que él trataba de expresarse a sí mismo para que su esposa, un ser que le es todo suyo, supiera de ellos dos y de lo que los hace uno solo a pesar de las rejas que les separaban. De igual forma dudo mucho que Aristóteles se sintiera el mesías de la razón, la buena vida, la belleza y el conocimiento, aunque tampoco creo que escribiera por escribir; los motivos que lo llevaron a hacerlo me son más oscuros. Y por último, dudo muchísimo que Dostoievski se haya propuesto analizar toda alma habida y por haber. Son bondades de la creación el que haya hombres que puedan escribir de tal manera, ayudándonos a ver más allá, pero también son bondades de los hombres el querer escribir porque quieren saberse, compartirse, darse, etc.
            Con todo lo anterior no quiero decir que sea  malo preocuparse por hacer reflexionar a los demás, o que sea malo buscar la claridad –por supuesto que no–, pero sí quiero decir que no siempre se escribe con esas miras, pues no siempre somos tan brillantes como para darle a los demás qué pensar, quizá sólo les queremos hablar porque nos importa hablar con ellos, aunque no sepamos completamente para qué, pues somos seres más inmediatos que premeditados, talvez sólo queremos decirle a los amigos lejanos cómo estamos, y en el proceso hacernos de nuevos amigos. Si siempre escribimos para pensar, espero que siempre vivamos para escribir, y si siempre vivimos para escribir, espero que siempre vivamos para el bien, pues el que escribe con ese deseo, más allá de ser un gigante de la conexión bioeléctrica, una flor en tierra yerma o un obelisco omnipresente, será un hombre con amigos, con vida, es decir: escribimos para nosotros y para los otros, pues la escritura nos hace iguales y en esa igualdad encontramos algo más que nuestra propia mirada. A lo mejor sólo hace falta que queramos abrir un poquito más los ojos, más allá de nuestra deslumbrante luz.
            Escribir es ser, pero no sólo escribir.


Talio

           Maltratando a la musa

                Noche de paz

Fiestas han comenzado y hay comida
deliciosa que nos llena la barriga
de algo más que suculentos manjares;
de esperanzadoras felicidades.

El frío acaricia los rostros de amigos
que, contentos, se cierran los abrigos
mientras beben cálidas bocanadas
de risas y tristezas ya pasadas.

Las cabezas blancas rezan y piden
que, en la guerra, aquellos que sufren
encuentren en esa brillante estrella

la fuerza para dejar la querella.
Los niños nos recuerdan la caridad.
Esta es noche de paz, es Navidad.