Presentación

Presentación

lunes, 30 de mayo de 2016

De política y escritores

De política y escritores
Es difícil saber cuál es el lugar político del escritor. Sobre todo en tiempos de emergencia. No es que las demandas de los tiempos exijan cosas variables a su trabajo; puede que su lugar siempre sea el mismo, a pesar del cambio de los tiempos. Es decir, que no es del todo acertado decir que se merezcan obras urgentes, acordes a la desesperación de la vida política. La revolución no es obligación de la palabra. Aceptar que el lugar principal del escritor está en la oratoria sindical, o en la rebelión contra la mafia del poder, es coincidir en que lo que menos necesitamos es la verdad. El escritor funciona como parte de la retórica de la política moderna. Es importante pensar su verdadero lugar si queremos entender la tiranía.
Uno no puede aceptar simplemente que los mejores escritores son los que toman claramente el bando de los buenos. Eso reduciría en gran medida el trabajo que significa entender bien a un escritor: no hay claridad en torno a cuál es el bando bueno. El único compromiso del escritor es hacer bien su trabajo. Y su trabajo no puede reducirse a la crítica. Su opinión política importa en la medida que pueda accederse a la verdad de la política. Las burlas, sátiras, denuncias y críticas no son nada sin ello. Si necesitamos escritores que nos revelen lo que hemos de hacer, es porque hemos de admitir tácitamente que la política es un fracaso total. Es decir, que la verdad era para tiempos menos desesperados.
Ningún escritor, por más posmoderno que sea, desconfía de que su palabra tenga valor frente a su lector. No es el caso, tampoco, que los buenos escritores sean los mejor entendidos. Sucede de manera inversa, y creo que es por una buena razón. Los buenos escritores sabían de lo que hablaban, por muy complejo que fuera. De hecho, el conocimiento de su uso de la palabra brota de su conocimiento de las cosas que referían. La sabiduría de Cervantes en el Quijote, hecha en lengua “vulgar”, está hecha para muchos lectores, pues su intención de hablar de aventuras se asocia muy bien con la posibilidad de encontrar lo serio en lo risible. Ese libro no deja de ser bueno porque pueda ser tomado por un cuento entretenido. Aún como libro de cuentos es excelente.
Es falso decir que una obra así sea hecha con fines meramente políticos, en el sentido más simple de política. Pero no es del todo falso decir que su sabiduría tenga algo político que enseñarnos. La labor de Cervantes no es la del reformador social. Leer su obra, como he dicho, no hace de todos hombres mejores, puesto que puede tomarse como entretenimiento. Ni siquiera Goethe, que decía que sus obras estaban dirigidas a gente selecta, podía decir que su obra no tuviera, por eso mismo, una enseñanza política. Las falsedades que en torno a Nietzsche han surgido en relación con la dictadura muestran el nervio del problema, sin por ello responsabilizar directamente al mismo Nietzsche. En los tres, es tan grande el juego de sombras como las trampas a los lectores, que en ello se reconoce su maestría. Antes de decidir si el valor de sus ideas es el del instrumento político, tendríamos que juzgar mejor si podemos decir que entendemos bien la política. Leer bien conlleva reconocer el prejuicio de la instrumentalización política, de las “ideas” como acceso a los escritores. Sólo así podremos navegar en su sabiduría.




Tacitus

domingo, 29 de mayo de 2016

Sueños socráticos (notas al Teeteto parte IV)



Mucho se ha dicho sobre la carencia de verdad, sobre el subjetivismo o sobre el mundo sin relaciones (irónicamente se argumenta diciendo que los culpables son los pensadores, pues ninguno se pone de acuerdo). Sin afán de ser molesto, sino buscando darle el pertinente reconocimiento a quien se lo merece, me parece que esto ya fue propuesto por Sócrates (si usted lo quiere comprobar, amable lector, le sugiero leer el diálogo Teeteto; si lo googlea verá que es fácil encontrarlo). Es maravilloso encontrar examinadas nuestras más queridas creencias, nuestros más amados prejuicios, por el gran Maestro. Pero nuestra maravilla, como la de Euclides, debe llevarnos a indagar el modo en el cual ya fueron pensadas, tal vez refutadas, las ideas con las cuales nos manejamos día con día, las que nos parecen tan propias de nosotros; también podemos maravillarnos y, consecutivamente, espantarnos, ocultándonos en la oscuridad más cómoda. 

Teeteto se encuentra maravillado y Sócrates aprovecha ese estado para seguir avanzando en la indagación sobre el conocimiento; ¿esto nos demostrará que le interesa más la verdad que apantallar muchachitos? El argumento siguiente, aparentemente una reestructuración mejorada de la anterior indagación sobre la definición de que el conocimiento es percepción, es bastante complejo. Aunque puede ser resumido así: el movimiento de las cosas coincide con el movimiento de quienes percibimos, surge algo de esa coincidencia y se perciben colores, sonidos, etc., que siempre nos remiten a las cosas. Esto suena maravilloso, muy bonito, aparentemente verdadero, pero ¿hay percepción sin pensamiento? Dicho de otra manera: ¿la percepción antecede al pensamiento, como si fueran dos instancias diferentes pero ambas influyendo en nuestro modo de conocer? Dicho de otro modo: ¿las percepciones son confusas, indistinguibles entre sí? Quizá sea cierto lo que dice Sócrates: primero percibimos las cualidades de las cosas y luego las cosas; primero percibimos un ruido y luego qué lo provocó. Pero el triunfo de esta respuesta se desvanece con otra pregunta mucho más complicada: ¿hay cualidades de la cosa sin perceptor? O ¿debido a que hay cualidades de la cosa hay perceptor y debido a que hay perceptor hay cualidades de la cosa? Entonces ¿por qué si hay cualidades todo está en movimiento? Es decir ¿cómo notamos el constante cambio de una piedra gris aproximadamente del tamaño de una rata de alcantarilla?, ¿en esto consistirá la prueba a Teeteto, en que distinga entre lo que es y lo que no es? O ¿irónicamente nos demuestra que si todo cambia no hay afirmación ni negación posible? Tal vez Sócrates le quiera demostrar a Teeteto (y a otros más) los absurdos de sus prejuicios; quiere mostrarle que no es importante tener un sueño muy apantallador y rimbombante; quiere mostrarle que lo importante no es distinguir entre sueño y vigilia, sino entre opinión, imagen, apariencia y verdad. 

Fulladosa

viernes, 27 de mayo de 2016

Teorías en lo cotidiano

Hace poco tuve un conflicto interior pues mi memoria no es muy buena. Bien dicen que ésta es indispensable para llegar a obtener un verdadero conocimiento y por ello mi ánimo decayó. Estuve meditando sobre esto y observé, gracias a otras personas que me rodean, que existen (por lo menos) dos tipos de reflexiones. La primera es la reflexión que consiste en aprenderse todas las teorías posibles y que las mezcla, haciendo de ellas una mejor. La segunda no va tan enfocada a las teorías, pienso que se centra más en la vida práctica. Por ejemplo, en una discusión sobre el pensamiento de Sor Juana Inés de la Cruz, un sujeto con el primer tipo reflexivo podría decir que es influenciada por Platón, Aristóteles, etc., mientras que el otro podría analizar directamente los problemas que presenta Sor Juana, sobre el método a usar para llegar al conocimiento, sobre las metáforas que usa. Sin embargo, nótese que es los dos tipos de reflexiones se está generando cierto conocimiento.

Ahora, ¿recuerdan cuando, a lo largo de su formación académica, se la pasaban aprendiendo cosas que creían que jamás les servirían para la vida fuera de las escuelas? Cosas como el teorema de Pitágoras, cálculo, o incluso la teoría de la evolución o de la selección natural. Estoy segura de que más de uno lo dijo incluso en el bachillerato o hasta en la carrera, pero ¿porqué decimos esto? ¿acaso no nos tomamos la carrera (pensando específicamente en filosofía) en serio? (Aquí, extraño lector, tiene toda la libertad de acomodar las preguntas para que queden de acuerdo a su licenciatura) ¿Qué estamos haciendo entonces, queremos vivir encerrados en aulas aprendiendo lo que dijo un señor medio loco de hace muchísimos años para darnos cuenta que sólo se burla de nosotros? ¿Acaso no hablamos sobre la vida? Y entonces, ¿por qué no vivimos? ¿Por qué tenemos que separar lo que aprendemos en la academia de lo que aprendemos de la escuela de la calle? Porque hasta donde he notado, ¡tratan sobre lo mismo!

Perdónenme si parece que los acuso a todos. Sé que muchos de ustedes, grandes extraños, ya lo han pensado antes e incluso ya lo ponen en práctica pero a mi, en estas semanas, se me hizo más evidente. Sólo déjenme recordárselo. De verdad es muy emocionante encontrar a Hegel, a Schelling o a Pico della Mirandola en la vida cotidiana. Búsquenlos, y si ya los encontraron recuerden que existen muchas teorías (en general) que faltan por vislumbrar.

¡Suerte!

La chica entre dos planos

jueves, 26 de mayo de 2016

Claro de Luna

Nocturne


Mis pasos me habían llevado hasta ahí, como si todo en mi vida hubiese estado encaminado a llevarme frente a aquella carretera serpenteante que se abría paso entre los robustos árboles. No tenía idea de en dónde estaba, había tomado un autobús en la Terminal del Norte sin prestar atención al destino, algunas horas después ahí estaba, caminando por inercia, arrastrado como un patético imán de vísceras y cuero. Moví mis pies hasta que las casas y las personas a las orillas de aquel camino (que me encararía con mi destino) fueron apareciendo más caprichosamente y de un momento a otro noté  que estaba solo entre aquellos árboles y risas de aves exóticas que sin duda, conocían mi historia.

Entre los arboles se dibujaba una sabana de neblina, era un día nublado, aunque eso no era relevante pues llevaba la vida entera viviendo las cosas entre tinieblas. Debía estar en algún lugar tropical pues, después de caminar sin parar y, cuando el Sol comenzaba a languidecer, noté que el aire empezó a volverse tan pesado y húmedo que casi me podía sentir masticándolo. La luz comenzó a escasear y decidí adentrarme en el Bosque buscando frescura. Caminé por largas horas, así, con la mente suspendida y los pies en automático. Había tanta variedad de vegetación que era fácil ofender al gusto sensible, la burla de las aves llegó a ser insoportable,  el calor amenazaba con extinguirme. Ignoré todo aquello pues mis pies parecían inmunes a todo lo que padecieran las otras partes que conformaban mi cuerpo. 

Seguí caminando, un recuerdo me destelló en los sesos: el funeral de mi madre. Tenía once años, estaba en el panteón, mocoso, tonto, sintiendome infinitamente triste y no amado. No sé si alguna vez creí en Dios, no lo sé, nunca le hablé y no estoy seguro de que él me hubiera contestado. Una rama en mi cara. Seguí caminando con los rasguños de pino en la mejilla. Otro recuerdo: la casa pobre, fría, miserable como mi pobre alma de niño herido... mis drogas, mi Soledad, mi sangre, mis tripas, mis lagrimas, mi oscuridad, mi confusión, mi hambre de pobre, la piedra que fumaba mi tío, mis poemas. Pasaban como luciérnagas en mi conciencia, pedazos de historia revoloteaban ante mis ojos, tal vez el clima los excitaba, tal vez era algo más. Yo me los intentaba sacudir con la mano, eso sí, sin dejar de caminar, mi corazón estaba en pausa, pero mis pies marchaban autómatas.

Desde niño me sentí asqueado por la humanidad, ignorado por ella. Y cómo alguien iba amarme si mis padres, de cuyas entrañas había nacido, no me amaban, me habían menospreciado como a cualquier baratija, me habían desechado y así, la vida me iba orillando más al precipicio, fueron días nublados. Aún recuerdo el crucial día en que cumplí cinco años. Ese día mis padres me dejaron en la casa de la abuela, prometieron que regresarían por mí, pasaron los días y mis padres no volvieron. Sí, a los cinco años mis padres me regalaron con la abuela. Ella lloró amargamente cuando recibió la cínica llamada de la mujer que me había parido anunciando que no volverían. "¡No lo puedes decir así, como si me lo estuvieras regalando!". La respuesta la imaginé cuando la abuela saltó los ojos cómicamente, soltó el teléfono y comenzó a llorar como nunca volvió a hacerlo. La abuela fue mi verdadera madre, al menos los años que me duró, por ella sentí lo más cercano al amor humano y ella en verdad se esforzaba por sacarme adelante: acogió mi corazón infantil-desgraciado y lo arropó, pero su tibieza era demasiado endeble para rescatarme, ahora lo entiendo. El día que ella murió algo que ya estaba oxidado en mí desde el día que nací, terminó de podrirse por completo. Las personas en el panteón no soportaron la peste y huyeron durante la ceremonia.

Los pies me punzaban y estaba muy seguro de que esa tibieza pegajosa que sentía en los pies era mi propia sangre, llevaba todo el día caminando y ahora la noche estaba sobre mí. Había tropezado un sinfin de veces, sin duda estaba a punto de desmayarme, sin embargo no intentaba parar, no me interesaba parar. Esa dulce mezcla de aromas, combinación entre nochosfera y lubricidad del bosque, realmente era excitante. Debía estar muy adentrado en el Bosque cuando llegué a un claro. Aquel lugar tenía todas las características que probablemente la gente común llamaría "hermosas" y la gente más pueril llamaría "sublimes", pero  para mí era un lugar de un gris más tenue que el resto del mundo. Caminé hasta el centro de aquel espacio natural circundado de árboles desdeñosos, sobrios y robustos. Me tumbé en la hierba que olía a tierra y polen remojados. El sonido de los grillos, del viento danzando con los arboles y una amalgama de sonidos nocturnos compusieron una melodía que escurría melancolía. Tirado ahí, con la majestuosa Luna mirándome, me sentí tranquilo, ignoraba si mis pies sentían dolor, sólo sabía que mi corazón encontraba tranquilidad en ese lugar. En ese momento no sabía el porqué pero, para los desgraciados como yo, ilusiones así se saborean delicadamente. Cerré los ojos y dejé que la Luna me viera en ese momento tan intimo, tan pudoroso, donde me encontraba por vez primera tranquilo. Los insectos danzaban por todas partes, parecía que intentaban animarme o sacrificarme, los árboles tétricos miraban el espectáculo.

Cerré los ojos y vi aquellas escenas de mi vida como quien mira un anuncio de cerveza: interesado pero siempre superficialmente. El niño de once años quedó completamente sólo en una casa pobre con un tío ausente que apenas y recordaba que el niño tragaba, antes no se murió de hambre por la caridad de las vecinas !Pobre infeliz! Por suerte o desgracia, el tío al que por necesidad psicológica llamaba "padre" murió dos años después. Todos miraban al pobre niño al que sus padres no habían querido y que ahora quedaba en calidad de huérfano ¡pero qué mala suerte! Ese niño vio siempre cientos de miradas de lástima pero nunca una de amor. Todas estás imágenes las veía en blanco y negro como una película de cine mudo adaptada por Tim Burton. Es triste ver cuan estratosféricamente es superada la ficción por la realidad. El Bosque seguía en su ritual. Aquel niño tenía un único amigo en el mundo, también caridad del destino o algo así. Vivió en su casa, una linda casa de esas que tienen loseta en el piso, las paredes eran blancas y la decoración de buen gusto, nada que ver con las paredes rosa mexicano de su casa y las decenas de imágenes religiosas que las tapizaban y que durante su dolor sólo estuvieron para estar mirándolo morbosamente.  Vivió en aquella linda casa con aquella familia que suponía que aquello los hacía muy buenas personas ¿qué hay más noble que recoger a un huérfano? La vida ahí fue cómoda pero, llevaba tada su existencia sintiendo que no encajaba, y le resultaba difícil perder los hábitos, no podía sentirse feliz. El día que el huérfano consiguió trabajo se sintió optimista, quería sentirse útil y demostrar a aquella familia tan noble que él podía ser agradecido y acomedido. Compró cervezas para festejar con su amigo, él le hacía sentir algo cálido en las entrañas,  es alentador una estrella fugaz en la noche fría. Al llegar a la casa linda y ajena le recibió una patrulla en la calle, justo frente a la casa que le servía de refugio, el rostro compungido de la madre de su amigo, el padre de éste llorando junto a un cuerpo cubierto por una sábana blanca, todo ese dolor tan familiar lo hicieron darse la vuelta y ya no querer más, encender el modo automático, ese que lo había llevado hasta aquel claro a confesarse frente a la Luna. Se detuvo la proyección.

Cuando abrí los ojos no soporté la mirada de la Luna, intenté evitarla cobardemente. Sin incorporarme, volteé el rostro y aguardé varios minutos esperando que mirara hacía otro lado, pero podía sentir su brillo exactamente arriba de mí. Nunca nadie había mostrado tanta perseverancia por mí. Mi corazón comenzó a inundarse y se desparramó, lagrimas invisibles y heladas purgaron mi alma y curaron mis pies heridos. La Luna me arrullaba y escuchaba mis lamentos, me succionó el veneno sin alterar mi alma naturalmente turbia. Sentí como se me iba trepando de a poco la tranquilidad, sonreí y miré agradecido al Bosque. Por fin me animé a darle la cara a la Luna que aguardaba pacientemente en toda su gloria, desnuda exhibiéndose sólo para mí. Nos miramos larga y profundamente, ella no me miraba con lastima, sólo me contemplaba como si yo fuera una flor nocturna. Con cada inhalación de mi pecho sentía como se hinchaba la Luna paulatinamente. Los insectos y las encinas seguían haciendo su ritual crepuscular a mi lado. Y yo, a cada segundo podía sentir como mi vista adquiría los características del tacto. Sentía la textura de los cráteres lunares, podía degustar ese tétrico brillo lunar: sabía a leche de almendras. Me sentía lamiendo amorosamente los lunares de la Luna y ella coqueta se admiraba.

Dejé de sentir la hierba bajo mi cuerpo, seguía obsesionado mirando a la Luna. La melodía del Bosque iba menguando en un susurro que iba impregnándose en mi cabeza y de un modo imperceptible la melodía estaba dentro de mí, tatuada en mi cerebro. Lentamente, con ritmo de ola fui elevándome, no sé exactamente cómo ni cuánto tiempo, pero ya no padecía en la Tierra. Cuando llegué a la otra cara de la Luna ella me besó y me susurró en el alma: "Bienvenido" Lloré pequeños diamantes, lloré de sentirme tan  amado, no puedo creer cuánto tiempo pasé deambulando, perdiéndome de toda esta plenitud que ahora me embarga. Cuando volteo a la Tierra me rió al recordar las vicisitudes que allí acontecieron. Viví ahí siempre como un extranjero, siempre como una sombra moribunda que pasea por las noche para disimular su oscuridad, caminado siempre entre hombres que no saben nada de la muerte. Los hombres se repiten constantemente que van a morir, que todos lo hacen, pero no hay nada a lo que le teman más, desean enardecidamente que ese día esté a mil años luz.

No me alcanza el lenguaje del Universo para describir cuan hermoso es aquí arriba. Es indescriptible cuanto siento ahora, porque siento, no en el limitado modo humano. Puedo sentir respirando al Sol, siento mi devenir sincronizado con las galaxias. Y, en lo más profundo de mi ser hay una melodía que sabe a polvo lunar y luminiscencia, siempre constante, siempre triste y cercana. Ahora vivo en la otra cara de la Luna, donde vivimos una cantidad limitada de los que algún día fueron hombres. Aquí están todos los hombres que han nacido para morir. Hablo de aquellos que maman de la muerte, esos que llevan la marca en el alma, de aquellos que, a diferencia de la mayoría de hombres,  no tienen esperanzas, como los otros que están siempre creyendo que la vida les alcanza, se horrorizan si ven a un niño morir y lamentan "le faltaba tanto por vivir". Nosotros nos reímos de aquellos !Pobres! No importa la edad o las metas, la muerte no es cruel, sólo es. Cada mañana no es el comienzo de un día más de vida, es un día menos de vida. Para aquellos que desde que nacemos ya entendemos eso, la Luna, melancólica, maternal, nos guarda un lugar. Nosotros, los que realmente sentimos cada suspiro del "Voy a morir" de nosotros es el Reino de los cielos: seres oscuros "decadentes", "los malditos", "pesimistas"... nosotros los que vivimos en la otra cara de la Luna somos los que le conferimos la melancolía a su espectro y ella a cambio, en su beso nos convidó luz.



miércoles, 25 de mayo de 2016

Leones rugiendo

Recientemente ocurrió una polémica en Internet muy significativa para nuestros días. Regularmente los sucesos en torno a la libertad de expresión, traen consigo una gran polémica. La lucha entre sus defensores y detractores se ha vuelve recurrente en la discusión y medios públicos. Quienes la defienden afirman que es un derecho inalienable en los individuos, a todos deberían garantizarnos el poder emitir una opinión. Por el contrario otros alegan que existe sensibilidad por ciertos temas en el público, de ahí que tampoco sea válido emitir cualquier opinión. Para que yo pueda respetar tu derecho a la expresión, tú debes respetarme a mí. Como muestra de este conflicto, sucedió que en semanas pasadas una usuaria de YouTube quiso festejar el cumpleaños de Adolf Hitler. Mientras entonaba Happy Birthday con su voz tierna pero sensual, ofrecía unos pastelitos con una esvástica de chocolate encima (algo dulce para algo muy amargo) a la foto del alemán. Al final advierte que muchos se indignarán y le preguntarán por qué hace eso, a lo que ella responde que busquen en su canal un vídeo donde muestra que el dictador no fue tan malo como lo escriben los libros de historia. Y así ocurrió.

Después de haber sido publicada la pequeña ofrenda, los comentarios corrieron con la velocidad característica de Internet. Algunos, otros usuarios de YouTube, pedían remover el vídeo o cancelar su canal. Otros se sumaban a la petición y escarbaban en éste hallando vídeos sorprendentes. Por ejemplo, podía encontrarse uno donde leía la emblemática obra del dictador, Mi lucha. Línea por línea transcurría el vídeo. En otro la jovencita (sí, tiene dieciocho) nos enseñaba cómo detectar a los judíos mediante sus rasgos físicos, parecía haberlos estudiado con la minuciosidad propia de la taxonomía. El cese de su canal no detuvo la polémica y mucho menos la presencia de la muchachita en YouTube. Decenas de usuarios volvieron a subir sus vídeos, quizá para conseguir reproducciones o por enarbolar la bandera de la libre expresión. Debajo de ellos existen muchos usuarios que declaran muerta esta libertad y, de modo ambiguo, critican o defienden a la que se asume como nacionalsocialista (sin tener la menor incomodidad se asume así). 

Como símbolo de esta libertad susodicha, siempre queremos aducir al Internet. Celebramos que como individuo podamos protestar u opinar sin restricciones y mejor aún desde lo accesible y sencillo de la red. Un buen ejemplo lo tenemos en YouTube donde cualquier con una cámara no importa  mucho la definición— grabarse y subir contenido sin ningún límite aparente. En sus primeros pasos, el eslogan que identificaba a la página sugería esto: Broadcast yourself. Menciono aparente porque todo colaborador de la página debe cumplir un reglamento, entre sus reglas se contempla no incitar a las agresiones o publicar contenido ofensivo.

En la página mencionada, YouTube, diversos canales quieren evitar problemas, evadir los lineamientos de la plataforma, bajo el pretexto de que se dedican entretener. La supuesta falta de seriedad en los vídeos pretende que los regaños tampoco lo tengan, el rato libre que pueda eximirlos de responsabilidades, Sería difícil, casi imposible, discernir con precisión si el contenido publicado realmente quiere sólo entretener o esconder verdaderas convicciones. Lo que resulta más claro es el efecto devuelto. Entre ofendidos y entusiastas, reaccionan como consecuencia a lo pronunciado. Esto no sólo sucede en Internet. La ironía agría de Charlie Hebdo ocasionó la ira musulmán y vimos que la ofensa rebasó el simple refunfuño. Las palabras a veces pueden tener alcances insospechados.

Seguramente la ligereza en torno a la libertad de expresión viene con el descrédito en la política. Si no alcanzamos a ver hasta dónde llega lo que dicemos, es porque no creemos que llegue a algún lado. La insistencia en expresarnos, remarcar nuestra libertad, descuida si nuestras palabras son adecuadas o verdaderas. Enarbolar la bandera nos mantendrá en la confusión, bajo los ideales de tolerancia y respeto seremos incapaces de comprender los verdaderos casos de censura y el silencio del tirano. Cuando realmente llegué, quizá no lo veamos. O si nunca llega, cometeremos actos atroces en pos de ello. ¡Ah! Y en cuanto a Evalion, la internauta del principio, ahora recolecta dinero para producir audio libros, entre otros proyectos, para poder remediar la degradación humana. 

martes, 24 de mayo de 2016

La timidez de un Flamenco

Estaba dormitando en el micro. Uno consideraría imposible conciliar el sueño en una caja de zapatos viejos, pero sin duda es posible, es real, es un hecho cotidiano, es costumbre y rutina. Al subir logré bisbisear una pegatina, de esas que suelen decir “la bajada es por atrás”, “toque el timbre, no grite”, casi siempre acompañadas de algún dibujo animado. En este caso el mensaje era “Si piensa dormir, con confianza, pídame la almohada”. Me hizo un poco de gracia y logré olvidarme un rato de la presión del trabajo; los papeles, las fotografías, los insultos. Voy de base a base; de bullicio a bullicio; de donde todo es nada y viceversa. No pude evitarlo, y mis ojos comenzaron a cerrarse. Frente a mí un anciano tenía un férreo olor a orines, a mi lado una pareja de novios se besaba sintiéndose invisibles, y en el aire estaba la música del chofer; tan omnipresente, tan inocua en su vulgaridad. Comencé a irritarme, y no podía ver la hora de llegar a mi casa, quitarme los zapatos, darme un baño, y hasta suicidarme. Pero no, lo último se me olvida con lo primero. Los primeros días calurosos del año. Odio el calor. Odio sentir pegajosa mi piel, y odio ver mi frente brillar mucho más de lo que odio las frentes brillosas de la gente; odio el aroma que expide una axila casi humeante que parece un árbol cuyas raíces comienzan en la mano sujeta del pasamanos, y odio los pantanos de sudor que las rodean volviéndose una espesa sombra, como una bisagra de porquería. Apenas hemos cruzado el viaducto. “Hemos cruzado”, de repente nos hemos vuelto una hermandad, familia, todos odiando a todos, todos compasivos o ignorantes de los otros, todos somos uno hasta que lleguemos a nuestro destino… todos…

Aún puedo recordar la conferencia. Marco estaba ahí, hablando, dando su discurso frente a todos los doctores. Siempre le ha gustado la filosofía, siempre le ha gustado estar saludable, siempre tan distinto, tan audaz, tan perfecto, tan no mío:

Gracias, compañeros. Investigando y ahondando en la abundancia de problemáticas con las que nos enfrentamos nosotros los nutriólogos, me he dado cuenta de que la mala alimentación es impulsada más allá de una mala costumbre, típica y ordinaria, nacida de una ignorancia siempre en constante evolución. He considerado que hay tres o cuatro factores por los cuales la sociedad mexicana- y hablo de la sociedad mexicana, porque es la sociedad en la que vivo, a la que padezco, y a la que he estudiado. Aunque no temería equivocarme al decir que serían prácticamente factores patológicos de cualquier sociedad tercermundista de nuestro globo-. Como les decía, estos casi cuatro factores, ya que uno va de la mano con el otro, se me presentan como un cuadro perfecto donde se encarcela la alimentación de los mexicanos; un cuadro del cual mencionaré sus lados; el primero, sin duda, es la cultura y la costumbre (se escuchan cuchicheos) Como les dije, es un factor, pero no el único. El segundo es, a mi parecer, la economía de los mexicanos; y el tercero, nacido de el segundo, el tiempo de los mexicanos; y por último la naturaleza animal de los hombres; ese viejo motor que hasta nuestros días no deja de catapultar la dualidad de todos nosotros. La naturaleza bífida de nuestro existir, repercutiendo siempre en nuestra alimentación como en toda nuestra vida (Aplausos).

Yo no aplaudía. Mi secreto parecía que hacía vibrar ya de por si toda la sala; cada butaca era movida por mí, por mi fantasía, por el ensueño y la abnegada certidumbre de verme aislada en esa emoción. Pero era en realidad yo quien temblaba, el mundo seguía ahí, quietecito, esperando la catástrofe de siempre; la destruye esperanzas, la amarga y sedienta catástrofe.

Un mensaje me despertó. Estábamos por cruzar el parque de los venados. Al parecer había un choque en la esquina donde están las canchas de basquetbol. Cómo fui feliz en ese parque con mi hermana, y Graciela, mi mejor amiga. En esa esquina di mi primer beso. Muchas cosas pasan en un mismo lugar. Yo no vi el resultado del accidente, estaba dormida. Pero a mi lado la pareja se había marchado, y ahora estaba una anciana hablando con su hija que estaba a un lado; una muchacha de cabello chino, desaliñada, con la frente sudorosas y la nariz chata; en su regazo llevaba a un niño de aproximados cinco años con labio leporino. “Pobres chamacos. Me imaginé a mi niño, nomás porque se les jue la pelota… esa vieja estaba ciega pa’ no haberlos visto. ¡Si eran como tres! Seguro andaba borracha”. Pensé en el folclor de mi entorno y me irritó. Casi me daban nauseas. Revisé mi mensaje; René; hablando de nauseas. Olvidé por qué me casé con René. En un principio el era como Marco. Era un ideal, una belleza en traje sastre con corbatas casi siempre con rombos en el tejido. Su voz, su amabilidad, su lucidez. Podíamos hablar de todas las pendejadas que quisiéramos. Daba lo mismo; yo le hablaba de psicología, de mis pacientes, de mis rencores contra el seguro social, de Skinner y el juego mental del poder; él me hablaba de Julio Cortázar, de Kurt Vonnegut, de Hemingway, de Panero. Siempre compartíamos algo. Siempre construyéndonos el uno al otro. Hoy es diferente. Hoy los mensajes dicen “llegaré tarde”, “compra leche antes de subir”, “saca al perro”. “Yo traeré el vino” decía este último. Hoy es nuestro aniversario de bodas; una fecha como un onomástico. Una de esas fechas que sin marca en el calendario nadie sabría qué es, excepto día de la señora del Carmen o tal vez el recuerdo de mi último periodo menstrual. René hacía eso. Por alguna razón, para él, eso era como decirme “aún te amo”. Me sentía terriblemente cansada y con mucho calor. El que René llevara el vino significaba que yo tenía que comprar la cena. Pensé en cuánto le gusta la comida italiana, y decidí ir al restaurante que está a dos cuadras de la casa; sí, todo sería más fácil así. Tal vez se daría cuenta de que ya no me importa ni cocinarle, y terminaría con esta farsa. Tal vez, pensé, hoy sería el hermano gemelo del día en que nos casamos; el hermano maldito; un nuevo comienzo como lo fue en aquel entonces. Si tan sólo Marco aliviara la soledad póstuma al divorcio. Si tan sólo Marco…

Ahora, ¿Por qué estamos tan seguros de que es una costumbre? Para empezar, ¿quién de los aquí presentes es vegetariano o vegano?(Breve silencio seguido del sonido del movimiento de sacos estirados) Me sorprende un poco ver que haya tantos jóvenes en nuestras filas. Pongan mucha atención. Tal vez después de esta conferencia comprenderán un poco de lo que es la carne sin la carne y por qué (risas).
Primero que nada, hemos confundido en nuestro campo, el hecho de a lo que llamamos una costumbre. Comer carne no es como un día feriado, es más como un estilo de vida. ¿Por qué? Bien, todos quienes hemos leído a Octavio Paz en “El laberinto de la Soledad”, podemos estar de acuerdo en las características aisladoras de nuestro pueblo mexicano. Pero, retomando un poco más la idea de este constante sentimiento de abandono, como el sentimiento de sometimiento silencioso que se rompe en intermitentes lapsus de rabia y personificación de la identidad mexicana, podemos darnos cuenta, que el mexicano no quiere abandonar el consumo de carne, porque para él representa poder. El comer carne no se nos aparece como una costumbre cualquiera, como se nos podría decir. Si no más bien, como un sinónimo de poder, de riqueza, en el que aquel que ha se ha sacrificado para obtenerla la ve como un regalo de su esfuerzo que no está dispuesto a reprimir, puesto que entre más le demuestre a los otros que es capaz de conseguirla entonces el se convierte en el paradigma de los mexicanos típicos; esos que ante la falta de educación se conforman con el poder y la vaga admiración. Así es como comprendemos el porque el consumo de carne no deja de elevar su constante producción en masa, para la satisfacción de la copiosa egolatría simiente de nuestra individualidad mexicana, puesto que el consumo es lo que crea la barbarie. Y claro está que también el control de natalidad en el mundo como en el país es, sin duda, el factor primario de la escasez global de recursos, como de la producción masiva de alimentos provenientes del reino animalia. No por nada es típico referirnos a una taquería algo insalubre, y decir que su carne “ha de ser de perro“, puesto que hablamos de que la carne ahí ofrecida es de baja calaña y por lo tanto una buena carne es símbolo de estatus.

Comencé a sentir una mirada. El microbus estaba lleno. Yo seguía en mi lugar, al lado de la puerta delantera, a la cabeza del asiento comunitario de espaldas a la ventana. A mi lado estaba una estudiante de enfermería, o eso decía su uniforme inmaculado. La mirada provenía de la parte trasera del microbus, frente a la puerta de bajada. Ahí, en el tubo donde está el timbre, un joven de aproximadamente veinticuatro años estaba recargado, con los auriculares puestos, mirando donde me encontraba. Lo miré de reojo, y me sometí a mis pensamientos nuevamente; los aplausos para Marco… No podía evitar sentir la mirada, pero creí que era un error. Volteé nuevamente y era un señor, como de cincuenta años que me miraba y esquivó la mirada cuando nuestros ojos se encontraron. Pero al virar la cabeza un poco, ahí estaba el joven, observándome. Esquivé sus brillantes pupilas antes de ver lo que me pareció una sonrisa. Pensé “¿Qué querrá este imbécil?” ¿Qué querría de mí? Una mujer poco atractiva, de piernas flacas, de pechos caídos, de nariz larga, aunque a veces parece algo fina y distinguida, tan pálida y ojerosa, con estas pecas de antifaz; debe ser uno de esos ladrones bien vestidos; carterista. De otro modo no entiendo por qué me mira, si mi ropa me hace ver como una maldita monja, con esta blusa color hueso con su brochecito en el cuello, y esta falda negra, y mi cabello corto que parece subirá a mi garganta; este color de pelo casi cano, entre negro, cano y pelirrojo, más pelirrojo todavía. Me habrá confundido con alguién. El se veía bien. No era un muchacho muy guapo. Era algo fornido, llevaba un abrigo negro en medio de tanto calor. Cuando lo miré nuevamente se lo quitó y pude ver sus bíceps. Su camiseta blanca pegada al pecho, y su sonrisa media chueca, y ese cabello castaño algo enmarañado, pero sobre todo sus ojos; parecía que me devoraría en el primer instante en que soltara un respiro. Podía presentir mi insalubre agonía si me reflejara en esos ojos tan tristes como calmos y rabiosos al mismo tiempo. Pequeños mares de emociones contenidas que no parecían tener iris, sino más bien parecían los ojos de un perro escrutando la obscuridad, desconociendo, guiándose por el sonido, el sonido de la música que escuchaba, pues de vez en vez los cerraba y movía sus manos al ritmo de lo que me parecía era Jazz. ¿Sería Monk, o Coltrane? Dudo que su gusto llegara a Sun ra. ¿Por qué me preocupaba qué escuchaba? Me miró nuevamente sin parpadear. Por un instante se me figuró a un simio, y alcancé a reírme. El sonrió de manera más confianzuda, pero yo seguía a la defensiva, sin comprender nada. Si tan sólo Marco me mirara así…

El segundo motivo, como lo dije, es la economía. La situación económica del mexicano promedio no se presta para hacer una consulta de nutrición, y aun haciéndola, por obligación aunque sea, se ve privado de la oportunidad de conseguir equilibrar su dieta, puesto que , eso todos lo sabemos, es mucho más fácil encontrar un puesto de tacos, gorditas o tamales, fuera de nuestras casas y empleos, que encontrar un tienda, o un puesto que venda ensaladas. Incluso cuando encontramos fruta, la mayoría la vende con una plasta inmensa de crema chantilly. Cualquiera diría en todo caso “ Eso es un pretexto. Podría comprar verdura y fruta por su cuenta, y preparase algo que llevar de su casa al trabajo”. Pero consideren que el mexicano promedio carece de tiempo, porque carece de una planeación, puesto que su trabajo ya es de por sí demandante. Después de ocho horas de laborar, de al menos una o dos horas en el trayecto de su casa al trabajo (digamos ida y vuelta, si tiene suerte) de la crianza de los hijos, de la comida o la cena, del estrés que se vive por la inseguridad, del trabajo que ya está germinando incluso antes de dormir, díganme ¿Quién tendría tiempo para cuidar su alimentación? ¿Quién para hacer ejercicio? Para cuando tienen una escasa posibilidad, es cuando los hijos crecen, y regularmente, su cuerpo está ya demasiado atrofiado para moverse con la misma ligereza que antes. Por lo tanto, es por eso que pareciera que el vegetarianismo como el veganismo, siguen siendo una especie de contracultura edificada, solventada, inventada y vivida sólo por un sector minoritario con ciertas comodidades y privilegios; el sector petimetre de nuestro país; el ampuloso hombre de la cultura encarcelada en su aula de oro; el quejumbroso acaparador de ideas, que rechaza al ignorante y vive de él; la sanguijuela del buen vivir; el ilustre que no comparta el saber, el que comparte solamente su desprecio; el hombre de cualquiera de estas butacas (Aplausos y abucheos. Gritos y pisadas. El caos de la verdad).

Bajé del micro. La mirada me seguía aún al caminar. No podía negar que me sentía alagada, y excitada de alguna manera. Hace cuanto que no tenía un romance de transporte público. Bellos días de juventud, cuando era la hija y no la madre, la señorita y no la señora, la de las piernas lindas con las mallas por encima de la rodilla y la falda corta. De algún modo u otro, uno adopta las misma costumbres que despreciaba, y no precisamente porque sea un esclavo más del sistema, como solía pensar, sino porque el crecimiento altera las costumbres y los cánones de belleza y la concepción de personalidad. Cuando joven salía con hombres mayores, que se vestían sin preocupación del qué dirán; chamarras de cuero, pantalones rotos, cabello despeinado que no usaban ni un pants para ir al super. Y a esa clase de hombres, ahora más chicos que yo, los veo como tontos, ilusos que creen que una personalidad se manifiesta en la ropa. Cuántos más rebeldes he visto vestidos de traje, y cuantos sodomizados están ahora gritando “libertad”, mientras se someten a la ley de su público, su audiencia, su sector en el cuál son reyes y dechados y al final son capaces de vender a su hermano por un puesto en la burocracia, o la gerencia de alguna empresa. Recuerdo ese libro de “La revolución, y nosotros que la quisimos tanto”. Como los hippies, sucios, predicadores del amor y paz se transformaron en Yippies; los jóvenes que trataban de compaginar la libertad con la labor empresarial y luego se volvieron los Yuppies, los que nosotros podríamos denominar “Juniors”. Es así el cambio. Es así la vida. Ya no soy esa. Por eso me sentí atraída por ese muchacho, tan bien vestido para su edad, tan confiado; sólo otro modelo de la misma estupidez, pero un tanto más cerca de la madurez.

Entré al restaurante de comida italiana y pedí dos órdenes de espagueti, dos rebanadas de lasaña, un poco de pastel de la casa, y para mañana cuatro rebanadas de pizza. Cuando me voltee para tomar un asiento, ahí estaba, en la puerta: Marco. No comprendía que hacía ahí; me pareció una locura. Me dijo que iba a ir a cenar a con una novia (pues el no creía en los compromisos ni las formalidades del matrimonio) que habían bajado por un poco de pasta, pero que irían a casa de unos amigos y por eso estaban de prisa, por lo que me pidió pasar primero. 
-Tú sabes como son las mujeres. Llevo esperando una hora aquí, en su departamento y ella apenas llegó. Me estoy hartando de estar aquí. 
-Adelante. No tengo mucha prisa. Por cierto, me gustó lo que dijiste en la conferencia. No es mi campo, pero me pareció muy interesante. Tus dos semestres en la facultad de Filosofía surtieron efecto.
-Y espero que mis cuatro semestres en derecho también. Alguno me irá a demandar por difamación. Soy un provocador; me gusta convencerlos de que son lo que menos esperan. La verdad se desconoce hasta que los aplausos se transforman en salas vacías. 


La mujer de Marco estaba atrás esperando en el auto porque decía que hacía frío. Sentí una especie de punzada en el estómago. Qué suerte la mía; la amante de Marco vive a dos cuadras de mi casa, en el edificio del restaurante favorito de mi esposo. El mundo no es pequeño, es una mierda. No distinguía bien su rostro. Parecía joven. Supuse que lo era. Siempre buscan a alguien joven. Marco se despidió, me dio un beso, y me dijo que esperaba que cenáramos un par de semanas después, en su casa. Cerdo. Un dulce cerdo. "Claro, nos estamos viendo". Vi que me señaló desde el auto y la mujer que lo acompañaba me hizo un gesto como de saludo. Yo lo respondí por cortesía. El auto arrancó. Yo seguía esperando mi orden. Inesperadamente el joven del microbus entró al restaurante; sentí frío en la espalda, sentí que mis piernas se hacían fideos; tal vez con ellas se haría mi orden.
-Descuide, vengo con ella- le dijo al mesero que volteaba el letrero de BIENVENIDOS, cuando notó que le echaba una mirada inquisidora. No me negué. - Hola, me llamo Arturo. Disculpa el atrevimiento. Pero no pude resistirme. Cuando bajaste sentí que era necesario seguirte. Lo medité una cuadra más y bajé tratando de encontrarte. Caminas muy rápido. Cuando te vi andar hacia el restaurante estaba por entrar, pero vi que mi madre estaba con su novio. El estaba hablando contigo mientras ella estaba en el auto. ¿Lo conoces?. 

El mundo no es pequeño, es una mierda. 

-No, no lo conozco. Llegó a pedirme mi lugar porque tenía mucha prisa y lo cedí… Aunque no veo por qué tenga que darte explicaciones.- Elizabeth, arruinando momentos increíbles con la mezquindad eterna de tu boca. 
-No, disculpa. No era una explicación lo que quería. Sólo preguntaba algo absurdo, porque tengo miedo de lo que estoy haciendo… Sigo sin creerlo. Además, lo cuestionaba, porque esperaba que no fuera así. El tipo es un patán, por eso evito verlo cuando está en casa. Me parece un pendejo pretenciosos pseudo-filósofo y doctor. Relacionando esto con lo otro sin saber cómo. Sin justificar nada. Cuando le dije que yo estudiaba filosofía creyó que seríamos amigos. Los filósofos no pueden ser amigos de filósofos. Y yo, que no soy filósofo, no puedo ser amigo de uno, por el simple hecho de que él tampoco lo es, pero cree que lo es. Lo siento, sigo divagando por el nerviosismo. 

“Me parece impropio que me hayas seguido. No sé, pero supongo que tienes la idea de que no estoy casada. Déjame decirte algo: no soy una de esas mujeres que está buscando una aventura con un jovencito que le sonríe en el transporte público. Deberías buscar a otra víctima a quien seducir por compasión o por esa enfermedad que sufren ustedes los hombres de buscar amantes con edades diferidas. Intenta contagiar de ese instinto vital de la sexualidad a una niña de tu edad, que tenga piernas lizas, los pechos firmes, los ojos brillantes, el cuello estirado y vientre plano, sin estrías ni arrugas alrededor del ombligo. Intenta conseguir una mujer normal, que te atienda y no tenga que disculparse porque su marido le pidió quedarse esta noche junto a él, o porque siempre no se cancelaron las vacaciones o la cena con los suegros. Intenta algo así. Déjame a mí, con mi matrimonio acabado, y las noches de lectura para conciliar el sueño. Déjame aquí, conmigo, y vete por ahí a ser un joven normal; vete a beber a los parques; mucha cerveza, y mezcal. Vete de aquí y no te contamines de mí; no me hagas la madre verdugo de tus futuras fechorías.” Debí decirlo. Pero flaqueé. Sin duda verlo ahí, me inspiraba ternura y deseo. Hacía tanto que no me pasaba algo así. Hacía tanto que la vida no sabía tan bien. La orden estaba lista; la última orden del día. Descanso para todos. 

-¿Por qué estás nervioso?-. Entré al juego. No habría un aniversario común, no habría una cena típica. De ahora en adelante todo sería distinto. No importaba que sólo se quedara en eso, siempre sería mucho más que eso.
-Me pareces una mujer… una mujer muy linda. Hablo de ti, lo que expresas así como eres. Sé que pensarás que estoy buscando una manera de engrandecer mi ego, esperando encontrar una mujer casada que se vea sola y tratando de sacarle provecho de alguna manera, o tan sólo divertirme así, sin pensar, sólo porque sé que tengo la capacidad de hacerlo. Pero, cuando te vi, pensé que una mujer como tú, sin duda representa todo lo que me gusta del sexo opuesto, toda la psicología, la ingenuidad que se esconde en el interés por alguien, sin saber por qué. Tu cabello casi cano, y tu manera de vestir, me hace desear todo lo que se esconde, todo lo que ese frío silencio y esa mirada de ojos azules es capaz de producir en la mente de un hombre sencillo y estúpido como yo. Pero… desconozco el resultado, sólo conozco la potencia de mis actos, sólo eso. Sé qué es algo bueno, porque he contemplado la alegría de verte dormir, sin estar a tu lado para hacerlo-. Me había olvidado que cuando uno es joven es más abierto a expresar incluso lo que otros piensan, acertando sin querer.

El vino está abierto y las manos entrelazadas. Hay velas, y un poco de música relajante. Me siento conmovida.
-Te amo, Elizabeth.
-Te amo, René. Hacía tanto tiempo que no me sentía tan bien. Tan plena, y feliz.
-Lo sé. Hay muchas cosas que ya no he dicho. Muchas cosas que se ocultan al hablar, y que las encuentras de vez en cuando por la noche, esperando el autobús, dentro de él. Las respuestas aparecen.

Siento su erección. René ha vuelto a ser René. Elizabeth es nuevamente Elizabeth. Mi cabello vuelve a tapar su rostro, y mis labios siguen recorriendo su cuerpo, una y otra vez; del pecho hasta los muslos peludos, y de camino al falo un par de besos en el estómago, en el cuello, sin secuencia, todo improvisado; somos un tango. Ha puesto a Gardell. Su lengua ha recobrado fuerza, o acaso estoy muy sensible. Arturo… Arturo… Tan joven, tan lindo, tan dedicado, tan suave, tan perfecto con esos muslos prominentes y esos pectorales suaves como almohada y tan protectores como una piedra ante las bestias del sueño. Arturo, danzando en el desierto, convirtiéndolo en laguna fértil, en mancha sobre la intachable mujer de bien, la que no se queja, la madre compasiva, la esposa incondicional… Arturo, el joven muchacho que guarda vino debajo e su cama, y que me acaricia durante décadas en un segundo; empañando mi candidez, engalanando mi perfidia. Arturo y Mingus; René y Gardell. El mundo no es pequeño, es maravilloso. Ahora me viene a la mente Marco, tal vez no sea tan idiota, pero sin duda ya no es Marco el brillante, el sapiente, el intachable Marco de la camisa color beige, con el micrófono en la cara, con la palabra entre neurona y labios; ya no es Marco, pero viene a mi mente con el final de su discurso… con… el final… de todo…

La naturaleza animal, señores. El humano-y aquí si aseguro que es cuestión humana y no cuestión étnica- está ávido por desatar su naturaleza animal, por complacer sus deseos básicos, disfrazados de oportunidades únicas, que sin duda, sí son fugaces, pero no son necesarias para el espíritu del hombre moderno, más de lo que lo son para el espíritu primigenio de su animalidad. Dentro de esos sentimientos infinitamente primitivos que sólo poseen los humanos, está el instinto por traicionarse, por darse la espalda y faltar a todo en cuanto cree, sólo por desear algo de lo que se ha reprimido. Regularmente, en este acto, los hombres se ven perseguidos por la conciencia, la culpa del homo Sapiens Sapiens. Sin embargo, en algunos casos, la realidad es que la culpa se difumina, y el camino de su vida se abre a otras experiencias, otras virtudes desconocidas hasta entonces; sorpresas antes impalpables son el pan de cada día del hombre nuevo que encontró en su traición interna, la felicidad de él y de los suyos. Viene a mi mente el caso de un hombre que se nutría sólo de vino y pan remojado en manteca de cerdo. Tenía noventa y cuatro años, y se sentía mejor que la mayoría de los que estamos presentes en esta conferencia. El bello placer de la rebelión que causa la esencia individual contra la generalidad médica. La naturaleza es un hecho innegable, pero la personalidad es única, y los deseos que a unos culpan a otros los liberan; así es la vida y no hay remedio, y si lo hubiera, déjenme asegurarles doctores, que ni siquiera ustedes quisieran encontrarlo. La necesidad de la carne; la necesidad de vivir…

-¡Oh, Arturo, la necesidad de ti!
-¿Qué?

lunes, 23 de mayo de 2016

Apología por una computadora descompuesta y un poco de sueño


Pido a todos los lectores de Los Nombradores Mudos, y a los mismos Nombradores (nada asegura que sí nos leamos entre todos) que me disculpen pues debido a una falla técnica de mi computadora hoy no puedo publicar de manera seria como en otras ocasiones he tratado de hacerlo. Por último sólo les diré lo siguiente:


No hace mucho, leyendo el Génesis, me surgió la absurda, interesante, desviada, sincera, boba, o como gusten llamarla, duda de qué habría pasado si Adán jamás hubiera despertado del sueño al que lo indujo Dios para crear a Eva, ¿sería toda nuestra vida un sueño, y por lo tanto buena?






Talio


Maltratando a la musa




Sueño




Siento el sueño soplar en mi cabeza
cuando cierro los ojos. ¡Oh, sorpresa!
Siento el sueño, también, en la firmeza
de mis ojos abiertos a la fuerza.



Lamento heroico en tres actos

TERCER ACTO

Nescit homo finem suum;
sed sicut pisces capiuntur hamo,
et sicut aves laqueo comprehenduntur,
sic capiuntur homines in tempore malo,
cum eius extemplo supervenerit.

El hombre no conoce su fin;
así como el pez cogido en la red,
y al igual que el ave aprisionada en el lazo,
así los hombres son tomados por el mal tiempo
cuando al punto les sobreviene.


Teódulo, el guerrero sin comparativos, logró llegar a Oblivion tras muchas penurias y asperezas. En la entrada, un arco daba paso a un largo puente, en cuyos pilares estaba grabado la insignia del medallón que su esposa le diera antes de morir. Fue así como Teódulo entendió por qué le dijo “donde las luces tocan la tierra”; es decir, su camino tuvo que ser muy largo para darse cuenta que ese lugar no era sino aquel donde la mano de Dios se une con su Creación, de modo que, ¿para qué ir a la tierra de los muertos? Para recuperar a su esposa e hija, según nuestro guerrero.

Teódulo vivió creyendo en lo que para muchos era una ilusión, una entretenida fantasía, un cuento para niños, pues sólo así su existencia seguía teniendo un propósito. Decían que en Oblivion los viajeros hallaban lo que más deseaban en el mundo, pero cada uno veía cosas distintas, de modo que nadie sabía qué le deparaba en aquel lugar. Al final del puente se hallaba una cabaña en medio de una hermosa pradera; y juzgando por la iluminación que las ventanas traslucían, nuestro héroe no dudo en acercarse para reunirse, según él, con su familia.

Pero no hay garantía para lo que, bajo la creencia de una larga espera, como en sueños, perseguimos con tanto afán y presteza. Nuestro héroe, al abrir la puerta de la cabaña, no halló a nadie. Nadie parecía vivir en aquel lugar, sin embargo, tuvo la sensación de que la cabaña sólo lo esperaba a él. Teódulo enfureció, maldijo a su Dios y tomó su espada. No faltaba más para comprender por qué se llamaba la tierra de los muertos. En el pórtico, viendo la luna, puso fin a su existencia.


Aurelius