Presentación

Presentación

lunes, 20 de noviembre de 2017

Bárbaras alegrías

Bárbaras alegrías



Alguna vez miré en los ojos de otro, un hermano,
la esencia que nos hace ser otros y lo mismo;
la fuerza que le hace a mi brazo alzar la mano
y así jamás caerme al fondo del abismo.

No sé cómo ni cuándo me di cuenta del amor
que las zánganas abejas profesan a las flores,
les hacen día tras día su traqueteante labor,
llevando a casa y a todas partes sus hervores.

Como una flauta desenfrenada sopla el viento,
desafina en cada moral el orden natural,
así confina flores y bestias a un lamento
del que parece imposible poderse escapar.

Si no logro fugarme, y nadie puede hacerlo,
¿qué haremos en este oscuro y tórrido agujero?
Nos daremos la mano y al compás bailaremos
recordando que es feliz hasta el niño yuntero.

No se encierran el amor ni las pasiones dispersas,
no hay en el limbo rastro de un amor mal dado,
por eso no podemos ser injustos. Dispersas,
hermano, por vivir de día y de noche enamorado.

Miro alrededor y sólo miro amor y paz,
miro y sigo mirando sin buscar una respuesta,
en un hoyo tan profundo no se puede pedir más
que una pueril alegría que el soberbio detesta.



Talio

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Deseo y vida

Deseo y vida
El deseo es propio del animal. Sólo lo vivo desea. Sus facultades están integradas en el deseo. Es un rasgo principal del ser vivo la capacidad de desear. Por eso la vegetación es apenas vida, de manera que se podría afirmar que el nombre genera controversias. El deseo no se aclara sin una investigación del alma, evidentemente. El hombre no es el único con deseo, pero sí el único capaz de juzgarlos, de comprenderlos a partir de fines y medios. Pero eso no sería posible fuera de su pertenencia a lo animal. El deseo del hombre es una propiedad de su vida. No basta decir que es natural desear, hay que notar el carácter conflictivo que para nosotros tiene pensar la relación íntima entre vida y deseo en la esencia del hombre, sin llegar a la conclusión más evidente: el camino de lo racional. La razón y el deseo son dos caras de una contradicción o armonía superficial si no nos revelan el problema del alma. Revelar el problema del alma requiere, a su vez, que pensemos en la palabra natural.
Desear es natural, pero eso no ilumina para nada lo que a todos en alguna medida nos parece oscuro: el deseo por sí mismo sea quizás juzgable. Es difícil afirmar ese carácter del deseo porque pensamos que hay una separación tajante entre el hecho y lo deseado: nuestra idea de la conciencia está proyectada a partir de esa separación. No es lo mismo el deseo que se enciende por el hambre que el deseo amoroso, aunque tengan algo en común. Justo esa comunidad es lo que permite alumbrar la relación del hombre con lo animal. Las aves desean comer: se ve en su movimiento, que también es complejo, pues incluye la migración, la diversificación en las técnicas de construcción de nidos. Su subsistencia sería imposible sin el deseo. En el hombre, se dice, hay una elevación con respecto a esa evidencia primitiva. Pero justo la animalidad muestra que un rasgo fundamental del deseo es que integra la facultad análoga al intelecto del hombre que poseen los animales. Su sensibilidad muestra no sólo que huyen del dolor, sino que reconocen lugares inhóspitos como posibles hogares, o que reconocen a sus presas. La construcción animal, que existe en muchos animales, sería imposible sin ella.
La inteligencia del hombre, es cierto, es variable. Pero el hombre no pude hacer nada que no se le permita por sus “potencias” en el sentido más laxo del término. El hombre es un ser natural. El conocimiento y la ignorancia son naturales: Aristóteles reconocía como asociados el amor a los sentidos con la capacidad natural y el gusto por la verdad. El animal no puede ignorar más que en el sentido de desconocer el mundo que rebasa su rango habitable. La experiencia humana de la verdad está posibilitada por sus facultades que lo unen y separan de la animalidad. El problema de la definición clásica estriba en comprender la manera en que lo racional es indisociable de lo animal, pues en caso contrario la definición perdería su sentido: no atendería a la esencia, sino que sería, como en las definiciones modernas, síntesis de términos mediante un predicado supuesto. La sensibilidad es ya una puerta a la verdad: la de la experiencia, que está limitada ante la técnica como instrucción ante lo sensible.
El deseo del hombre parece más complejo, es cierto. Pero no es lícito hacer de esa complejidad una separación que no intente comprender a la vez la existencia de la esencia. ¿Qué hace la inteligencia humana que parece hacer tan radical una posible diferencia en torno su relación con la facultad desiderativa? Si es la existencia de fines y medios, ¿cómo entender seriamente dicha existencia sin meternos con el problema del bien, más allá de la oscuridad en que hemos obviado la palabra? El deseo es justo lo que muestra que el hombre “no es” bueno por naturaleza, y que enunciar el problema del bien en esos términos es ya una interpretación amañada. No puede ser “bueno” por naturaleza porque la acción que se orienta al bien en sentido invariable, ya que “bien” no tiene un sentido moral absoluto. El bien hace inteligible el deseo y el mundo, en tanto motivo natural. Eso no hace “bueno” al hombre, sino sólo lo faculta para desear algo. El bien es asunto discutible por ser objeto de la inteligencia y el deseo. Los deseos son discutibles, en tanto que conllevan una “idea”. Al menos lo son aquellos que provienen de los animales racionales.


Al igual que Fulladosa, me despido de los lectores de este blog, en esperanza de encontrarlos en algún otro momento. Gracias por leer lo que alcancé a expresar por aquí.


Tacitus

domingo, 12 de noviembre de 2017

¿Algunas respuestas? y algunas preguntas



Encontré, en mi lectura matutina de los periódicos, una frase que me fascino y se ha convertido en el estribillo de mis reflexiones: “[Twitter] es como una cantina a oscuras y ruidosa en la que te metes sólo para que algún desconocido te aseste un sillazo en la espalda.” Cada que la leo no puedo evitar lanzar una carcajada, un grito de risa que se apaga con el seco sillazo de saberme incapaz de encontrarle sentido a la mentada red social. No quiero volver al lugar común donde se dice que las redes sociales, especialmente Twitter, cercenan la posibilidad del diálogo y en consecuencia de la política, tampoco busco lanzar sillazos, pero es inevitable advertir que ningún tuit nos hará mejores lectores. Ni 280 caracteres lograrán que seamos conscientes de nuestros prejuicios.

Amontonar libros en la memoria suena tan aburrido como arrinconar miles de papeles en un rincón; no ayudan a nada, nada clarifican, mucho menos comprendemos por qué estamos juntando tanto. Creo que hay clubes de coleccionistas de datos, que se engrandecen presumiendo a otros sus enormes montones, recordando qué dice la línea 6 del papel 18 que se encuentra en el montón 54 recolectado en 1570 y recuperado por él. ¿Ganará quien tenga más montones o quien pueda recordar con mayor exactitud el contenido de todos sus papeles? Sinceramente apreciaría más lo segundo, pues es más raro de verse. Pero, una vez fuera del club, ¿qué hacen aquellos coleccionistas de datos?, ¿viven como todos los demás, pero con más orgullo por tener algo distinto?, ¿viven infelices porque pocos les reconocen su sapiencia?, ¿se mezclan entre los demás y se confunden? Lamentablemente, sus oscuros rincones son estáticos.

Leer es el acto de educación básico. Si uno no sabe leer o si no fue educado en el modo adecuado de leer, su educación es precaria, limitada. El problema se agrava no sólo si creemos que el conocimiento tiene una aplicación práctica y su finalidad principal es la consecución del éxito social, sino si se critica esta intención. Las carreras ubicadas dentro de las humanidades presumen los mejores índices de lectura, pero los humanistas quizá no sean a quienes más les gusta leer y sean quienes leen peor. ¿A qué me refiero cuando hablo de buena y mala lectura? A no entender lo que nos dice el autor en algún libro y a no querer indagar los motivos por los cuales lo escribió. Si suponemos que un texto nos va a decir lo que queremos que nos diga, estamos leyendo mal, pues estaríamos adecuando nuestras ideas a lo que estamos leyendo. Los modos mencionados de la lectura poco cuidadosa, desafortunadamente, son usados constantemente por los humanistas especializados, aquellos que se vuelven especialistas en un punto específico del pensamiento de algún pensador, historiador o poeta genuino. Ellos leen para armar un discurso cuyo centro es inamovible y se les van acumulando nuevos conceptos; algunos tienen distintas especializaciones, pero nunca son capaces de confrontar los conceptos de sus dos especialidades, ni qué decir que eso les sirva para entender el mundo y su propia experiencia en él. Si esto suena tenebrosamente aburrido, lo más tétrico es que así les enseñan a leer a sus estudiantes, propagando sus vicios en personas altamente influenciables. Aunque esta situación se vuelve cómica cuando los especialistas se quejan de que sus alumnos no entienden nada (a veces les lanzan sillazos); los especialistas simplifican sin darse cuenta de que lo hacen, pero manteniendo su autoridad como simplificadores expertos.

Sólo cuando se lee con cuidado la autoridad no recae en el especialista, pues tanto el especialista como las personas a las que enseña no son tan inteligentes como el autor que están leyendo. La autoridad se da justamente cuando el autor, o el buen lector, dicen algo verdadero; la autoridad no la otorga la tradición. Leer con cuidado es querer entender el mundo con cuidado, sin tablas, esquemas o conceptos inamovibles. La literatura, por ejemplo, nos ayuda a entender los problemas de las relaciones humanas. ¿Si leer no nos ayuda para entender la complejidad de la realidad, para qué leer? 


Anuncio. Estimado y fiel lector que cada dos semanas veías mis ocurrencias, arrebatos y reflexiones, lamento que ya no podamos seguir interactuando en este espacio, pues me voy a otro lugar donde, con trabajo constante y algo de suerte, podamos seguir reflexionando juntos. Mis mejores deseos para ti y para todos aquellos que se quedan en este espacio; platiquen y dialoguen mucho. 

David A. Fulladosa

lunes, 6 de noviembre de 2017

Secretos de mujer


Secretos de mujer


He mirado tu hombro muchas veces:
cuando sostiene el bolso donde guardas
tu intimidad, tu belleza y tus desdenes
ajenos a una sociedad en llamas;

cuando se oculta tímido tras el abrigo
veraniego de algodones y animales
ficticios, innombrables. Soy testigo
ocular de tus formas tan sensuales.

He mirado tu hombro tantas veces:
cuando miro el vaivén de tu cabello
metamorfo, de color, que tejes
mientras mis labios chocan con tu cuello;

cuando destila el sudor amordazado
por un alma soñadora y lúcida
captora también del mar salado
que suda en tu hombro tu propia vida.

He mirado tu hombro varias veces
pero nunca como antes lo miré:
lo miré con ese amor al que le temes,
al que le temes por ser tierna mujer.



Talio