Presentación

Presentación

sábado, 31 de diciembre de 2016

Times that are gone

Those times that are gone,
they will never exist again
                          (Nevermore).
There will be just the hope
for the coming of new times
that could be so good
—even without
being the same—,
or even more.

L. Pulpdam 

viernes, 30 de diciembre de 2016

¿Maldiciones del movimiento?

¿Maldiciones del movimiento?:

Presencia: Yo que quiero ser, estoy constantemente siendo: Cambio.
Ausencia: Todo lo que no está, y yo para percatarme: Permanencia.
Abandono: No seré yo el que vuelva: ¿Libertad o esperanza?

lunes, 26 de diciembre de 2016

Amor por razonar



El mundo no está en contra del arte ni contra cualquier actividad que no se ajuste a la productividad. Aunque el mundo se enfoca a intentar perfeccionar los mecanismos que proporcionen la máxima productividad. El arte no es un producto, pero se puede consumir como tal; la reflexión nos parece poco productiva, pero mediante ella se pueden innovar y justificar las metodologías que garanticen la mejor productividad. Tales paradojas nos demuestran que no tenemos totalmente claro cómo usar adecuadamente las perlas de la razón, ni si hay un modo adecuado de convivir con el mundo productivo. Dicho de otra manera: todo artista u hombre de ocio no se encuentra en el extremo de odiar el egoísmo comercial hasta el punto de no formar parte del mismo, ni el mundo comercial arruina el arte o la posibilidad de reflexionar. El mejor modo de vida no se encuentra en la incorpórea pregunta por el ser ni en la posibilidad de tener la satisfacción plena de los sentidos.

Más que una definición, la filosofía, como cualquier arte, es una actividad, lo cual no la transforma en mera acción o producción. Pero sin acción no hay filosofía. ¿Cuál es la pregunta central de la filosofía?: ¿cuál es el mejor modo de vida? La pregunta nos obliga a observar nuestras acciones (ya realizadas y las que estamos planeando) a reflexionar si ellas fueron y son las mejores. La pregunta central de la filosofía nos obliga a reflexionarnos a nosotros mismos, a saber por qué actuamos, para qué actuamos; ¿cuál es el mejor modo de actuar?, ¿qué acciones nos acercan más a filosofar? Separar la reflexión filosófica de la actividad inevitablemente lleva a creer en el destino, a aceptarnos como totalmente indefensos ante lo que “algo desconocido” nos depare; el destino es todo poderoso y nuestras acciones son débiles, víctimas de ese algo. Creer en la impotencia de la acción, de la elección por lo justo, por lo mejor, es creer que el filosofar es destino. Qué sea la sabiduría y cómo es posible acercarse a ella afecta directamente a la pregunta principal de la filosofía. 

Vivir y reflexionar en un mundo productivo es posible siempre que nuestro interés, el punto vital de nuestras acciones, apunte directamente a la búsqueda por la sabiduría. Un albañil puede filosofar sin necesidad de hacerse con los medios de producción siempre que su amor hacia el saber lo ayude a encaminarse hacia la actividad reflexiva; si lee un diálogo platónico con amor, posiblemente podrá hacerse de las preguntas socráticas sin necesidad de tener un doctorado. El chico de oficina que no es consciente de su espacio en el mundo por carecer de una ventana, siempre podrá apoyarse en lo que hace y cuestionar si su actividad es justa o injusta; si el rellenar formatos, oficios, etc., no está contribuyendo a la acumulación de actos injustos. Si trabaja bajo el régimen, debe percatarse de la probidad de su labor según sepa de la probidad del mismo régimen; si es para la iniciativa privada, qué de bueno ofrece lo que hace. También puede argumentar que los más altos vuelos del espíritu justifican cualquier actividad; lo cual lo enceguece a mirar las consecuencias de la afirmar la separación entre el pensamiento y la acción. Por eso es tan difícil la pregunta por el mejor modo de vida, pues exige cuestionar las actividades a las que estamos acostumbrados y no caer en reduccionismos imposibles. Así como la pregunta por lo justo requiere responder por qué es mejor ser justo que injusto, la pregunta por el mejor modo de vida exige responder por qué es mejor ser sabio que ignorante (una vez que se ha respondido en qué consiste la sabiduría y la posibilidad de acceder a ella) y demostrar la posibilidad de la sabiduría en el mundo productivo. 

Fulladosa

domingo, 25 de diciembre de 2016

Razón amorosa

Razón amorosa
Es difícil creer que el mundo moderno esté falto de reflexión por falta de tiempo para ello. En realidad es difícil aceptar esa afirmación en cualquier tiempo. El pensamiento siempre se ha presentado, en sus mejores casos, como algo excepcional. Como la política, necesita del ocio para su ejercicio. Lo primero que pensamos es que la vida cotidiana es demasiado ominosa en sus cuidados como para permitir que una vida vivida para pensar se mantenga sin necesidad de atenderla. No confundamos, no obstante, ese requerimiento con el ejercicio como tal. No hay que hacer de la coincidencia un destino. No creo en que el pensamiento esté opuesto a la vida cotidiana, porque no creo en que sea un pasatiempo. El pensar nos permite entender y navegar en lo cotidiano.
Una vida para pensar tiene el impedimento de que pensar no es un negocio que permite mantenerse. Polvo somos, y polvo que necesita mantenerse siéndolo, para convertirnos en lo mismo. El ocio nunca garantizó la existencia de la filosofía, sólo la permitió. Por ello nunca deja de ser sorpresivo el socratismo que hace de la virtud y la verdad una discusión en la pobreza. Los talentos se arruinan tanto en la dedicación a “lo mundano” como en el ocio desaprovechado. Sócrates abrió una ventana en lo ordinario: conversaciones con gentes memorables, ideas constantes, que reproducen la lectura. Platónicamente, dialogar es una emanación socrática; las mañas del pensador, sus emociones vagan en la imaginación atenta, esmerada, que puede hacerles tiempo con suficiente convicción.
Sería falso decir que el socratismo permite labrar filósofos. Pero sí permite que su vida, su acto y palabra, nos muestre en obras e interrogue acerca de lo filosófico. Un lector atento, aunque desprevenido, se quedará con la idea de que el socratismo es el sistema platónico de la verdad: la división de los mundos y la importancia de la inteligencia para hablar de lo inteligible. Es una lectura posible de la filosofía: la burla sobre Tales y la irresoluble querella entre el filósofo con la ciudad se esconden ahí, y el lector tardará en reconocerlo, o quizá nunca lo haga. Ahí hay un reconocimiento que nos lleva a vagar por lugares remotos: el interrogador es reconocido porque se llama, irónicamente, un ignorante.
No hay, hasta donde sé, una musa para la filosofía. Pero incluso poéticamente sería una contradicción afirmar y creer sinceramente que la poesía esté opuesta a la carne que nos obliga a trabajar (la poesía entera es un trabajo). La filosofía no es, entonces, una vida inspirada al estilo de las musas. Sócrates era un enamorado distinto al poeta. Decía que el amor era cuestión importante porque era lo único que nos elevaba a nuestro ser original, de lo cual el amor de los amantes era un símil. ¿Será que la filosofía era solamente un amor por conversar con jóvenes bellos? Aparte de esa versión que lo hace un enamorado de jóvenes, podría ser que sus preguntas por la verdad muestren, con el hecho de no ser conclusivas, que no hay a dónde llegar. La filosofía es sólo ejercicio de la superioridad intelectual. Extrañamente, Sócrates hablaba del amor en un diálogo que se vuelca en un análisis sobre la fuente del poder de la retórica y el lenguaje. Extrañamente, el problema del amor se da una vida que cuestionó la tiranía, así como se defendió a sí mismo y a su oficio de acusaciones que involucraban lo polémico de la justicia sobre un individuo. En la existencia platónica del filósofo, su esposa e hijos no son personajes; tampoco, por ende, su oficio. Sólo esa pobreza que se templa con el fuego de su capacidad intelectual.

La filosofía naufraga cuando la vida moderna se transforma en un pretexto. El verdadero problema de lo filosófico de cara a lo moderno no está en lo opresivo que es el progreso, sino en la dificultad que lo moderno crea para disimular lo catastrófico de una vida que disuade en torno a la libertad por la verdad. Es un problema político, cuya tensión teológica y filosófica es palpable en la re-paganización de la felicidad. Sócrates sabía conversar porque sabía del vínculo entre nuestros pensamientos y nuestra vida: la burla o silencio hacia él era el amor a las ideas propias, el placer de la ignorancia. La filosofía hace de la razón una vida mejor. Es la posibilidad de una mejor vida en oposición a la tiranía, y en tensión con la política. Una tensión que nos muestra al amor y la razón en la misma vida, en contra del prejuicio carnal más inmediato.


Tacitus

viernes, 23 de diciembre de 2016

Ruina #2

Extraños, sinceramente no sé qué pasa. Estuve gran parte del día pensando lo que escribiría pero nada me gusta o satisface.(Deben saber que éste también fue el motivo por el que no publiqué hace dos semanas.) En fin, tenía la opción de no postear nada, pero mejor me sincero y de paso les recomiendo unos álbumes buenísimos para estas fechas. Googleen Navidades soleadas de ayer y hoy o Lost en navidad. Sé que existen muchos álbumes de villancicos pero, en lo personal, éstos son de los que más me gustan (además quería presumir que los escucho ahora). Bailen mucho, ¡felices fiestas! Un abrazo. 

Pd. El título se me ocurrió mientras platicaba con Pulpdam hace unas semanas (gracias por la idea jaja). Y sé que antes del 2 va el 1, pero lo nombré así porque ya tengo apartada la primera "ruina". Espero poder publicarla el siguiente año. 

La chica entre dos planos 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Diez poema-forismos derrotistas


Escribir es desperdiciar el alma intentando hacerla libre. 

***

Todas las contradicciones que represento,
son el hambre de la vida por indefinirme. 

***

Alguna vez creí que era una hombre débil.
Hoy en día estoy completamente seguro. 

***

El cambio es un pesar indescriptible.
Sólo unos pocos verdaderamente cambian.
La mayoría sólo modifica la estrategia del auto engaño. 

***

Es en el espacio entre el deseo y la realización
donde se esconde la felicidad y la vida. 

***

Romper las reglas puede traer como regalo la libertad.
Romper las propias es regalarse excusas. 

 ***

La soledad es un astuto proceso en él que el cuerpo reclama su independencia.
Al final, la compañía suele ser sólo la evasión a si mismo.

***

Un beso se congela cuando nace, o muere el amor.

***

Las personas no son escalones; son trampas. 

***

Si los dioses fueran mortales, les llamaríamos esclavos.


martes, 20 de diciembre de 2016

Ayesha, el velo de la razón

Querido lector, es muy grato saber que nos sigues por medio de este blog, así como también es del agrado de muchos de nosotros saber que hay alguien que sigue nuestros pasos en este recorrido —no dudaré en llamarlo— literario. Quiero, por tanto, emprender una nueva tarea. En esta nueva labor me propongo realizar una lectura, en la medida de mis posibilidades, sobre una obra de mi elección, escogida a la sazón de mis gustos ya de antaño antes de ingresar a la Facultad. Quiero compartir con ustedes algunas de mis reflexiones sobre una obra que por fin he podido leer sin premuras ni ataduras académicas y con el único fin de alimentar el espíritu.

Así, mi tiempo lo he invertido en la lectura de la novela Ella, de Sir Henry Rider Haggard. Novela bastante corta, a decir verdad, pero que me ha dado mucho en que pensar. Suele pasar que las obras más cortas son las más complicadas de asimilar al intelecto. Tampoco refiero esto con la idea de anunciar una de las obras más importantes en la historia de la literatura, no, simplemente quiero compartir con ustedes una de las tantas lecturas que me han sido muy ajustadas a mi gusto y que, sinceramente, he disfrutado mucho en leer. 

Sin más preámbulo, en esta entrada abordaré únicamente la “Introducción” y posteriormente iré de capítulo en capítulo en las entradas subsecuentes. 

Introducción a la novela Ella

Antes de abordar el contenido de la “Introducción” a la novela quiero señalar un aspecto respecto al título. Éste es un nombre, tal como se verá a lo largo de la historia, y cuando una obra lleva por título el nombre un personaje, como nos dice Bergson en su Tratado sobre la risa, la tesis central está sopesada y llevada en tal personaje y que, por ende, será único, es decir, hablamos, pues, de una pasión. Tal viene a ser la base de muchas tragedias griegas. En las comedias sucede lo opuesto, no es un personaje, sino la situación y la circunstancia, lo que ocupa el tema central de la trama. Este breve paréntesis se sostiene porque “Ella” será quien deba ocupar nuestra atención, pero cabe notar que no será sino hasta después de la mitad de la novela que sabremos quién es, no obstante su procedencia y origen nos resultarán un gran misterio.

Ahora bien, para introducirnos a la trama, el autor, que ahora se colocará como editor, comienza con una escena peculiar. Dicha escena nos muestra a dos personajes: al Dios griego y a Caronte. Esta alusión resulta importante, porque con ello nos prepara sobre cómo hemos de abordar la obra. Es decir, de la mano del barquero de los muertos que lleva al mismísmo dios (con base en la mitología griega). A dónde lo lleva es a lo que la continuación del realto nos conducirá. Esta escena se desarrolla presuntamente en la Universidad de Cambrigde y con ello parece señalar que nos situamos desde el punto de vista sumamente racional del relato. Estamos ante la razón.

En la siguiente escena el Editor nos habla de una carta enviada por Caronte de su reciente viaje al África. Dice que su aventura ha sido extraordinaria y que si es deseo del Editor que la publique, ya que éste también realizó un viaje al África.

Hay dos aspectos relevantes: primero, dicho viaje, en efecto, corresponde al hecho por el mismo Haggard hacia el mismo continente; segundo, el viaje tiene que ser para nosotros del mismo modo como lo fue para los viajeros de aprendizaje. La solicitud de Caronte de no usar sus nombres reales resulta un tanto confusa. Por el momento digamos que Caronte, Ludwig Horace  Holly, y el Dios griego, Leo Vincey, son invención del Editor, pero más adelante señalaré por qué esta hipótesis no se sostiene. Partamos, por tanto, con la idea de que el relato que se nos ha de narrar es, en efecto, real, y así nuestra tarea será saber a qué realidad nos remite.

Por último, haciendo la suma de todos estos detalles, hemos de partir de un relato donde Caronte, barquero de los muertos, conduce al Dios griego a una aventura donde la propia razón se ve en crisis. La pregunta apunta hacia cuál es dicha tensión, puesto que que se dirigen hacia la misma Ayesha, es decir, "Ella". El velo misterioso que encierra dicha mujer nos ayudará a resolver, por el momento, esta cortina ofuscada ante la razón.


Aurelius

lunes, 19 de diciembre de 2016

El fin del perdón

La temporada decembrina es de las más bonitas del año, o al menos eso dice más de medio mundo: luces en las casas, gente luciendo sus abrigos (modestos o altivos), los niños sonriendo; gente promoviendo la paz y el amor por todos lados. ¡Qué bello es el espíritu navideño! Nunca falta el insufrible que nos insta a ver más allá de las campañas publicitarias, queriendo que pensemos lo mismo que él de tan bella época como lo es esta. Con uno como ésos me encontré hace unos días, proclamaba “en diciembre es tiempo de perdonar: perdonemos, pues.”, lo cual me dejó pensando en dicho asunto.
            El perdón en verdad no es cosa fácil por más que tratemos de verlo de esa manera. En su mayoría, solemos asumirlo como parte de la reparación del daño. Otros tantos, casi equiparables con la mayoría, arrojamos sentencias que unen al perdón con el olvido. Y sólo un pequeño sector de la población rechaza la idea del perdón, pues en una actitud trágica no reconoce que las cosas se puedan olvidar, ni que puedan ser reparadas: lo hecho, hecho está. Todo lo anterior partiendo de un deseo de bien. Pero ¿serán buenas las implicaciones causales del perdón? Si perdonamos para olvidar o para reparar el daño hecho ¿estamos siendo buenos?, es lo que quiero decir, o más complicado aún, ¿no debemos perdonar porque todo pasa por algo? Si no comprendemos la naturaleza del perdón corremos el riesgo de andar por otros senderos que, si bien no son de muerte, tampoco son de vida eterna.             Es necesario empezar aclarando que, en el específico caso del perdón, en tanto búsqueda del bien, todo lo que le rodee debe ser bueno, o sea causas y consecuencias, pues es un fin en sí mismo. Es fin en sí mismo desde el preciso momento en que perdonar es para ser bueno y hacerlo es bueno, no es como trabajar que, en su sentido más popular, no es siempre bueno pero nos trae un bien, pensando éste último en el mismo sentido. Perdonar, decimos, es buscar el bien desde el bien mismo. Sin embargo, las razones que nos llevan a perdonar no siempre parecen estar ligadas a dicho fin.
            Perdonamos para reparar lo que hemos hecho. Si hicimos algo malo, pedimos perdón deseando que el agraviado o los agraviados, según sea el caso, ya no se sientan mal por nuestra pésima conducta. Fácil es perdonar de esta manera, cuando el agravio no pasa de darle un trancazo, sin querer, a una persona en el transporte público, o habiendo intención, cuando hacemos comentarios impertinentes y esperamos que aquel con quien sostenemos la charla no se sienta ofendido.  Toda esta actitud está ampliamente ligada al olvido, pues en medida que son acciones que no trascienden, pasan rápidamente, dejando de formar parte de nuestra experiencia personal.
            El olvido entra en acción a penas hablamos del perdón desde el momento en que decimos “para perdonar tienes que olvidar, pues si no, no puedes perdonar”. Lo anterior siempre lo decimos cuando de acciones más trascendentales se trata, es decir, para perdonar al asesino de nuestro hijo, o a la mujer amada que ha olvidado nuestro amor por el amor de un amable efebo, necesitamos olvidar que eso sucedió. Olvidarlo es ponerlo en la nada, como si ni siquiera hubiese sucedido, es decir, no hay, como mínimo, mal que reparar, y por lo tanto no hay bien que perseguir; es como decir que no vale la pena perdonar.
            Si perdonar no vale la pena, entonces ni siquiera hay una asunción del bien como parte efectiva de la verdad que todo hombre desea. Si simplemente la vida es así y no hay nada que perdonar dado que no hay maldad que reparar, ni nada que olvidar, entonces perderíamos sentido al buscar el bien. No podríamos buscar el bien pues ésta no existe como fin en sí mismo, sino como mera causa de la tragedia.
            ¿En qué consiste, dado lo anterior, perdonar? Si el perdón debe admitir el recuerdo, y debe ser trascendental, incluso es parte necesaria de la odisea que el bien nos representa. El perdón es, así, lo que nos permite ser buenos aunque padezcamos el mal y aunque lo actuemos. El perdón no es para el agraviado, sino para nosotros; y si somos el agraviado que necesita perdón, debemos reconocer que también es para nosotros. El perdón borra la tragedia de la vida ya que –incluso si las cosas pasasen por algo determinado– no admite el mal en ningún momento. El perdón recuerda, porque es la memoria la que alimenta el deseo del bien, y no repara el mal pasado, sino alimenta el bien futuro. El perdón es posibilidad verdadera del bien que es fin en sí mismo.            
           
Talio



Maltratando a la musa

                 Divina unión

La esperanza nunca conoció al olvido,
se casó con el amor y de ahí nació el
recuerdo y el futuro ya sabido.
La esperanza y el amor son uno, son fe.

viernes, 16 de diciembre de 2016

La fuerza de Tersites

La fuerza de Tersites
El poder siempre está en relación con saber emplearlo, es decir, saber actuar bien. Quien puede actuar bien y no lo hace, es por dos razones principales: o no sabe o no quiere, o –añadamos una tercera– sabe y quiere, pero algo falló. El poder es un asunto de arte, es decir, de belleza, de sapiencia, de verdad. No por nada los cantos homéricos exaltan la belleza de los cuerpos en combate, es decir, la belleza del guerrero, el que sabe de contiendas así como de leyes. Recordemos al más testarudo, feo e impropio de todos los guerreros: Tersites: el poder en bruto, sin sapiencia, ni belleza, ni verdad, sólo voluntad exasperada. Tersites es el gran cobarde que enfurecido agrede al rey, porque ya no quiere luchar. Tersites no ve la trampa de la comodidad; su rencor violenta a su alma al grado de no querer ver la verdad. Tersites olvida por qué abandonaron la casa; él cree que sólo se trata de ensanchar los cofres del rey, por eso termina diciendo: ¡Pues junta riquezas tú solo!…mientras repta hasta nuestros oídos, “haríamos bien en hacer lo mismo.” Un testarudo, temeroso y rencoroso como él no actúa por nadie que no sea él mismo.
Tersites no sólo no ve la trampa de la comodidad, sino que confunde la potestad del rey. La mirada del más bajo de los aqueos nos persigue. Pues quién no ha escuchado decir al vecino o a uno mismo que la política es sólo para poder granjearse lujos, poder, y goces. El asunto mejora si esto se puede hacer sin tanto esfuerzo, como lo exige el rey, la virtud. Pero así perdemos al poder –lo pervertimos– y ganamos la fuerza. También perdemos la dignidad, pero ganamos la posición. Así, pasamos de la Poesía a la Física; de la Ética a la zoología. La lucha no es por el poder, sino por la fuerza; confundimos el ingenio de Odiseo con la habilidad de las ratas. Resulta de todo esto que Darwin es mejor que Aristóteles para explicar la excelencia del hombre y sin la necesidad de explicar la relación entre comunidad y virtud, o ¿sólo sobornamos a la razón con el placer y con la esperanza de que todos seremos fuertes?
Tersites nos perjudicó mucho, pues confundió para nosotros al poder con la fuerza, y a la ostentación con la majestuosidad. Además de que encumbró a la comodidad ensalzándola de filántropa. Por eso nadie ejercita el poder político, porque es difícil.  El que tiene más fuerza reirá para siempre. Pero para nuestra suerte, Odiseo, acompañado de Atenea, le da un golpe al más vil de los hombres y en seguida nos arenga recordando que aún no se han cumplido las promesas. Aún no se está en paz y por eso no se puede regresar a casa. La victoria está ofrecida a los esforzados y así se vaticinó desde antes de la empresa. Odiseo junto a la diosa nos anima a buscar la excelencia del hombre en la justa batalla, mientras que Tersites temeroso parece un animal encorvado, que bulle de rabia, aunque en realidad llora.
Un cuerpo esforzado, una mente digna y un corazón justo son las joyas de la excelencia humana, del poder bien ejercido. Además, ¡qué infame volver con el Hombre y decirle, no hice nada más que recostarme en la playa porque temí a tu mundo!

Javel

jueves, 15 de diciembre de 2016

Esferas en el árbol

El olor a pino, parpadeo de luces de colores que iluminan los techos de las casas, múltiples adornos, dulces, coronas de adviento, entre otros símbolos que caracterizan estas fechas, indican el inicio de Navidad. Para la consideración de algunos, es una fecha de tranquilidad y de buenos deseos. Para otros es recordar y, mantener la tradición, del nacimiento de una “deidad antropomorfa”. Otros disfrutaran de la compensación económica que merecen y, aprovecharan las ofertas que están al por mayor. Pero habrá quienes consideren esto como la época de lo hipócritas. Cada uno tiene su propia esfera que lo define. Es decir, para los que viven y mantienen la tradición de estas celebraciones, entrarán en la esfera de los que poseen “espíritu navideño”. Sin embargo, aquellos que rechacen ser participes de esto estarán en la esfera del Grinch: adjetivo adjudicado, arbitrariamente, para definir la indisponibilidad para compartir y festejar. Sea como sea, todas las esferas son partícipes en la decoración de este árbol, de esta celebración. 
No obstante, lo que entre deja ver estas fechas decembrina es que siendo una época de propiciar “buenos deseos”, la cotidianidad dista de ello. Los religiosos no se cansan en insistir que “Cristo debe nacer en nuestros corazones”. La mercadotecnia no pierde oportunidad en lanzar ofertas al por mayor. Los aguinaldos parecen ser destinados a cumplir expectativas. Los hospitales no dejan de recibir enfermos, lo mismo ocurre con los reclusorios; a diferencia de aquéllos, éstos padecen la enfermedad de ser víctimas. Y entre contrastes y opuestos se distingue esta fecha. Sin embargo, lo que se ve, se vive, no es cosa de Navidad o de otra celebración, es nuestra vida. En alguna ocasión escuché decir a una señora: “para mí no hay Navidad, todos los días son iguales” y ¡Cuánta razón tiene! Asumir de esta manera las celebraciones navideñas expresa mucha sinceridad.
Las luces, el dinero, el olor a pino y demás símbolos envolverán en una gran envoltura de papel celofán, nuestra cotidianidad. Donde a través de ella se puede ver, pero de una manera decorada, “bonita”, si es que esta definición existe. Tal vez por ello le llamen la época de los hipócritas. Aunque, cabe señalar que sólo he mencionado banalidades que distinguen esta celebración. Me he olvidado del acontecimiento del cual subyacieron toda esta clase de hipocresías, del nacimiento de Cristo. El cuento es muy conmovedor, la intención de principio es noble al pretender propiciar buenas acciones, esto puede ser aceptado por la mayoría. Pero ¿se trata sólo un cuento más? No podría responder. Lo que sé es que es necesario comenzar a ser sincera conmigo misma para lograr vivir la Navidad: no me refiero a fortalecer los hábitos de esta tradición, sino la causa de la que infieren frivolidades, tomarme con seriedad esta fecha, decir algo de este día sin remitirlo a cosas inverosímiles.  


   

lunes, 12 de diciembre de 2016

Expresiones del pensamiento



Decir que algo es inefable debería hacernos sospechar de lo que decimos. Si quien afirma que el lenguaje tiene límites pensara en los límites de su afirmación, seguramente se daría cuenta que no basta con no entender algo, sino que hay que esforzarse por pensarlo. Quizá alguien más avezado en las reflexiones sobre los límites del pensamiento vea que hay experiencias humanas que no se pueden decir, como las explosivas y tormentosas pasiones. Pero desechar la labor poética es algo indigno de quien dice pensar. No hay separación clara entre las pasiones y el pensamiento, la imaginación y las imágenes de la palabra las unen. 

La dificultad por pensar qué hace la poesía y cuáles son sus límites ante el pensamiento, nos hacen creer que la expresión popular del arte es algo poco pensado o de ánimo vulgar. ¿Cómo vamos adquiriendo nuestros gustos musicales?, ¿por qué hay canciones que expresan, y nos permiten entender, mejor nuestro estado de ánimo que La pasión según San Mateo? Toda obra de arte expresa y nos exige entender algo distintivo del corazón humano; la amplitud del alma humana se refleja en el arte. La pregunta por el buen arte también se puede decir preguntando qué es lo más importante o distintivo y bueno en el alma humana. Por lo anterior queda más o menos clarificado que lo importante no es sólo expresar, sino hacerlo bien; hacerlo bien significa que podamos entender con suficiente claridad qué es lo que nos está pasando dentro de nuestro corazón, qué es lo que sentimos. Por eso es incorrecto decir arte popular y arte vulgar, o arte para el vulgo y arte para la aristocracia, lo correcto es pensar en buen arte y mal arte. Por eso, a su vez, algunas expresiones de pueblos prehispánicos pueden ondear entre el buen y el mal arte, aunque hay que reflexionarlo mucho para notar que ese arte nos exige repensar nuestras creencias y las creencias que ese arte presentó. 

La poesía, así como toda expresión artística, responde a una necesidad por clarificar al hombre en el mundo en el que vive; lo mismo puede ayudarle leer la Biblia que una canción de José Alfredo Jiménez, aunque inevitablemente El Libro siempre le dará más respuestas. La cultura no se debe limitar al canon de su época. 

Fulladosa