Presentación

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martes, 28 de febrero de 2017

Estrofa V de mi vida: mi vieja estrella

EL ARCA DE LO IMPOSIBLE

Volver a verte fue regresar al pasado. No sé si sea una jugada del destino, una burla de mi sino, pero sé que tenerte cerca me llena de alegría y luz. Aún no sé por qué te vuelves a cruzar en mi vida, sin embargo no quiero que te apartes una vez más. Te busco, ¿hago mal en hacerlo?, ¿Qué tan culpable son los sentimientos de un enamorado? Sí, me estoy enamorando, ¿de ti?, ¿de tu belleza?, ¿de tu presencia? Sólo pido una señal para saber si puedo seguirte extrañando con tanto ahínco; porque ya empiezo a contar el tiempo que hace falta para volverte a verte.


Aurelius

lunes, 27 de febrero de 2017

El misterio y su aporía

Hablar es, sin duda, uno de los más grandes placeres de nuestra experiencia. Nunca sabemos con certeza de lo que estamos hablando, sabemos que hablamos y que podemos dar razones de por qué decimos lo que decimos, pero a ciencia cierta no tenemos la capacidad de hablar con verdad sobre cualquier cosa. Inventamos palabras que reflejen nuestro dominio de la naturaleza, así, por ejemplo, llamamos obsesionado a quien ama con locura y lo calificamos de insano. Sin embargo, no hay en sí mismo algo que nos haga llamar a las cosas como son sino como lo que alcanzamos a captar de ellas. En el momento en que adquirimos la consciencia de lo innombrable, le damos nombre: misterio. ¿Cómo podemos saber del misterio si en sí mismo se nos oculta? ¿Cómo sabemos que se nos oculta, si lo oculto lo es porque precisamente no lo podemos saber? Hablar de misterios es como hablarle a los muertos: no hay respuesta. Si no hay respuesta, ¿qué hay en el misterio que nos lo enseña tan interesante?
            Lo desconocido nos interesa en tanto su forma ínsita, pues al no poderlo ver, lo ansiamos con más fervor. Lo ansiamos de esta manera porque descubrir causa en el hombre un gran placer. Descubrir por vez primera lo que hay bajo las pantaletas de una dama nos resulta necesario. No es en la meta donde está el deleite, sino en la imagen del camino. Quizá la meta no sea lo esperado, o quizá sí, pero al llegar a ella todo deseo menesteroso se disipa en la nada y el misterio desaparece, ya no es oculto. No sucede lo mismo con los verdaderos misterios, los que se ocultan detrás de actos vanos como el mironear la vagina de una doncella. Al notar que los deseos se vuelven más y más grandes e incontrolables, el misterio vuelve a presentarse: ¿qué hace al deseo ser deseo? Al necesitar la respuesta nos alimentamos en experiencia y reflexión para tratar de cubrir esa necesidad.
            El misterio no está oculto en tanto que notamos que lo está. Pero al estar oculto no podemos acceder a verlo. Es como buscar la oscuridad en una alcoba oscura, sabemos que está pero no sabemos dónde ni sus límites. Al prender la luz nuestro misterio queda sin resolver, pues ha desaparecido. La ciencia moderna es la luz que nos alejó de los misterios. Sabemos que el misterio existe en sí mismo por su naturaleza aporética; ya no necesitamos saber qué es el amor, pues la dopamina y sus hermanas nos lo han mostrado. Lamentablemente para muchos hombres de ciencia, el misterio ha crecido, pues en la luz la oscuridad ni siquiera se ve.
            Si nada se ve, no hay nada que solucionar, mas al haberlo visto, creemos en su existencia, por eso el científico a pesar de comprender el funcionamiento del amor sigue sufriendo por él, cree, como todos, que hay algo que no ha logrado ver. El misterio se nos revela gracias a la fe. Sin fe no tenemos nada. Hablamos de los misterios y les ponemos nombre porque sabemos de ellos. Si no supiéramos de los misterios, no tendríamos en el mundo la posibilidad de encontrar un conocimiento. Resolver el misterio de las pantaletas, no resuelve el misterio del deseo, pero al menos nos da alguna respuesta sensible y comprobable; resolver el misterio de Dios es imposible, pero al menos nos da respuesta a nuestra manera de relacionarnos con él. Cómo la fe nos lleva a la revelación es otro de los misterios imposibles. El misterio y su aporía son lo mismo, es decir, el misterio es la aporía de la aporía.

Talio


Maltratando a la musa

Que mire…

Que mire en tus ojos estrellas
no te vuelve en una de ellas.
Que mire en tus piernas cadencia
no me quita la consciencia.
Que mire en tu rostro finura
no me inquieta ni me apura.
Que mire en tu cabello el fuego
no me incendia entero el ego.
Que mire lo que estoy mirando,
me mata, me está matando.
Que muera sólo es indicio
que ando mirando en tu inicio.
Que mire tu albor llameante
me desgarra a cada instante.
Que mire muy dentro tuyo,
sólo me elude, y yo huyo.
Huyo de verte completa,
huyo de tu amor profeta.
Huyo de tu roja chispa,
huyo de que seas la misma.
Huyo de irte, poco a poco,
amando como un pobre loco.
Loco es verte pasar siempre.
Loco es tu andar resiliente.
Loco es mirarte y temerte.
Loco es tener vida y muerte.
Vivo muerto. Muero vivo.
Vivo al borde y al estribo;
muero en el deseo lascivo;
muero y al morir me animo.
Lascivo no por impío,
y menos por despiadado,
lascivo por el estío
de sentirme enamorado.
Enamorado de mirarte.
Enamorado de olerte.
Enamorado de amarte;
amor diáfano e inerte.
Que mire en tus ojos estrellas
no te vuelve en una de ellas,
te lo digo con un verso:
te vuelve en el universo.





domingo, 26 de febrero de 2017

Impromptu en la ciudad



Hoy las calles me han deprimido. A donde sea que voltease, la miseria embargaba la vida de la gente. Decenas, quizá cientos de personas son asaltadas a diario. A tu lado en el metro podría ir un loco dialogando con alguna de sus varias personalidades. Se necesitan vender varios bubulubus para sobrevivir un día, para hacerte tu propia cajita feliz se deben hurgar montones de botes de basura, para sacar la papa se deben hacer muchísimas ilusiones al ritmo de Natural Blues de Moby; muchos mariguanoles separan de unos tacos a muchos hijos. Casi me siento culpable de sentirme feliz. De sentirme colorido en medio del gris. La vida, vivir, parece sencillo y sobre todo hermoso cuando tu mano pende al ritmo del andar de la mujer que quieres. Y es tan bello sentir tanto, sobre todo rodeados de esta tierra que se empeña en amedrentar a las personas. Amo la metáfora de los besos en medio de incendios. La ciudad arde. La gente no se abate pero no se inmuta, se entregan a sus rutinas profesando una esperanza inaudita. Las cosas irán a mejor, se prometen. Ya no habrá vacío, idealizan. Estaríamos mejor con López Obrador, sentencian. Veo sus problemas y quisiera poder desaparecerlos para siempre. Pero parece no estar en los hombres el prevenir problemas, sino el crearlos. Olvidar por un momento que el mundo es una pintura que se cae a pedazos es glorioso. Y cierta radiante y particular sonrisa me inyecta ese dulce olvido. De vez en vez un hombre asesinando la comedia en pos de una moneda me recuerda de dónde vengo, de una jungla hambrienta donde los perros llevan escopetas. Palabras, palabras por todos lados, hombres ansiando ser escuchados. La ciudad derrama música e historias por doquier. Y al ritmo de las teclas sonando es que me doy cuenta que esta melancolía repentina y pasajera es de impotencia, de no poder ayudarles, de creer no ser capaz de contar sus historias, de lo poco que me importa no tener muebles y vivir entre puñados de ropa sucialimpia y all bran, de no poder comprarme los libros que se me antojen, de no poder comprarle todo lo que hace brillar sus ojos kawai. La ciudad -la carne, no el cemento- me inspira muchas cosas, temores y palabras, pensamientos que van y vienen, que revolean mientras el metro avanza y la frente se me llena de sudor. No se puede hacer gran cosa en una lata de sardinas. Hace calor, sus brazos me arrullan y vuelve el confort. Si puedo sentir algo como esto, el mundo no puede ser tan malo. La pasión ha creado el mundo que piso a diario; la belleza de un amanecer sólo es por la oscuridad que la antecede. No nos quebremos tanto la cabeza. La mente es experta en solucionar los problemas que ha creado. Me entrego al calor de su abrazo y la dulzura de sus besos. Vayamos por tacos. Pide los que quieras, hermosa, con once pesos llego a mi casa. Compraré muebles tarde o temprano. No te vayas. Es tarde y me da pendiente. Póngale otros cinco. Veamos si el comediante de la máscara rota consigue suficientes monedas, si el señor de los alebrijes se persigna antes de acabar la noche, si algún borracho no retiene la comida, averigüemos qué hay al fondo de la olla del consomé de los tacos de cabeza. No temamos a la cólera ni a la tifoidea ni a los aliens ni a la adultez ni a las becas ni a la pedantería humana ni a los chacas ni al dolor ni a los bolsillos vacíos ni al efecto invernadero, ni a los polos derretidos ni a Hegel ni al ridículo ni al polvo de construcción. Cada minuto que me siento vivo aprendo a morir.
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viernes, 24 de febrero de 2017

La noble economía de la nada

La noble economía de la nada

Razonamiento económico
Ya se sabe que cantidad no es calidad. Podríamos añadir al viejo adagio que mucho menos es cualidad. Calidad se refiere al mejor modo de ser. Cualidad se refiere a aquello por lo que identificamos esto y no lo confundimos con eso otro. La cantidad es sólo un accesorio. Pero un accesorio que nos permite llegar a todos. La calidad importa más, y todo buen productor o prestador de servicios y filántropo lo sabe bien. Ningún empresario deja que en sus fábricas se produzcan artículos que no sirvan. Para esto hay jefes de control de la calidad, sin los cuales, habría muchas quejas porque lo que se vende está mal. ¿Cómo compartir el bien, si hay mucho mal?

Iniciación a la nada
El mejor modo de ser del hombre recibe el nombre de virtud. El hombre virtuoso es el mejor de todos. Para llegar a ser el mejor de todos, también se ha de contar con un examinador, que nos impida, ya sea con la vergüenza o el dolor o un argumento, hacer cosas viles. Hoy que la cantidad importa más que nunca, el corazón y la conciencia de los hombres han perdido trabajo. Importan las vivencias fuertes y en exceso, más que el conocimiento del bien. Pero acaso eso sólo sea posible para los que pueden costear tales vidas; queriendo imitar a los aristócratas del placer, el exceso moderado también es aceptado en este mundo. Es el joven drogándose cada fin de semana hasta morir, pero sólo esos días, no más. Todo con moderación. Es vivir al límite sin culpas de conciencia. ¿Es el exceso moderado el nuevo modelo de la perfección humana?* Yo creo que sí, pero sólo lo creo porque estoy drogado. Cuando deje de estarlo, no lo creeré más y ni la sociedad podrá inculparme por no vivir sujeto al canon, ni la conciencia podrá atormentarme, pues a nadie le importa nada. 


*La moderación en el límite es una falacia construida por el miedo al valle de lágrimas. 

Javel

lunes, 20 de febrero de 2017

Palabras equívocas



Explicar alguna situación o fenómeno exige más que proferir palabras. Parece que cuando se intenta explicar algo complicado se van extendiendo los límites de nuestra comprensión, como cuando intentamos explicar algún estado de ánimo. Pero esto es aparente. Los límites de la comprensión exigen más que dar explicaciones, pues las explicaciones pueden ser aparentes, como lo acabo de mostrar. Es cierto que la palabra es el mayor vínculo que tenemos entre el mundo y nuestro pensamiento, nuestra comprensión, pero el mundo no es uno, aunque tampoco es infinito. He ahí el primer problema con el que nos enfrentamos cuando queremos explicarnos: reducir lo múltiple a lo unívoco. Nuestra imaginación nos puede ayudar a entender las diversas relaciones entre las cosas, pues imaginar es otear las multiplicidades, pero esa imposibilidad puede ser usada como un arma, pueden convencernos confundiendo las multiplicidades no sólo que tiene el ser, sino las que hace el hombre. No podríamos ser convencidos si todo fuera fácil de conocer e identificar.

Pero la retórica no sólo se reduce al entendimiento, pues cuando captamos (vemos, escuchamos, tocamos, entendemos e imaginamos) se nos mueven las pasiones. Y ahí la imaginación realiza una actividad más difusa. Somos convencidos cuando nos agrada lo que dice quien está profiriendo un discurso, cuando nos hace sentirnos eufóricos y querer actuar según vemos que dice algo, cuando parece compartir nuestros mismos intereses y pletóricos gritamos al unísono sus palabras, cuando imaginamos que quien habla nos está representando tanto en sus ideas, como en sus actitudes, o cuando vemos que está diciendo la verdad. Los métodos para convencer son muchos: los comerciales, las propagandas, pero siempre llenará más el ánimo, siempre será más fácil convencer, un discurso bien preparado. Tal vez porque el discurso llena el ánimo y parece ofrecernos una explicación. Aquí vemos los peligros de la palabra, los peligros de la política, pues un discurso puede movernos a actuar injustamente, cuando nosotros pensábamos que era justo. Aunque mediante las palabras también podemos disuadir o ser disuadidos, ver que en ocasiones es más justo no actuar que dejarse llevar por el impulso de la masa. 

Las palabras exigen ser pensadas, entendidas en su completitud. Pensar la palabra, sus límites, sus posibilidades, nos exige pensar los límites de lo que podemos captar, de hasta dónde podemos y conviene actuar, no sólo ser convencidos de que parece que nada puede ser explicado completamente y las palabras tienen un límite hacia la actividad de la verdad. Las situaciones necesitan ser clarificadas por nuestras palabras, no sólo clasificadas porque imperiosamente necesitamos una explicación para hacer algo; actuar sin entender qué hacemos y hacia donde nos dirigimos es el primer obstáculo hacia la vida política, hacia el intento de actuar. Pensar los discursos, los que proferimos y los que escuchamos, es pensar las posibilidades de nuestro actuar.   

Fulladosa

domingo, 19 de febrero de 2017

Palabras como hombres

Palabras como hombres
La comprensión nunca está completa si no puede ser dicha. La palabra es habitable en tanto que no es el mundo. El mundo puede habitarse gracias a ella. No podemos decir que el mundo es creado cuando lo hablamos, mucho menos producido. Nuestra palabra no es divina. Habitamos la palabra como residencia de unidad propia: proviene de nosotros. Las cosas nunca son cosas en el mismo sentido. Mejor dicho: ser cosa es ya un modo de habitar el mundo en la palabra. Nos dirigimos a los demás con la confianza de ser entendidos, cuando en verdad nos entienden desde su ser, que puede compartirse. Por eso la imaginación es tan importante para la palabra: no hay ese vínculo complejo si el otro no ha habitado un terreno que le parezca semejante. Los acentos, entonaciones, expresiones comunes son la presencia del modo en que se habita el mundo de manera compartida. El tono del “freseo” contra el tono vulgar del barrio cuyo mimetismo va más allá del remedo: dicen del hombre como dicen de las cosas que el hombre cree ver. Mucho del repudio social está en esas diferencias lingüísticas, que incendian el prejuicio al instante de que la voz es emitida.
Creemos que el lenguaje tiene un sólo fin: comunicar. Pero ese es el mundo que la publicidad, los intercambios comerciales, la falta de tiempo para relacionarse, el progreso, las citas a ciegas, la educación moderna y, en fin, las ideas sobre la igualdad y desigualdad actuales han hecho habitable para nosotros. No hay duda que la experiencia del lenguaje requiere del otro, incluso cuando hablamos a solas: le hablo a otro yo, o desde otro yo, que me responde con el mutismo. Pero nunca hay un intercambio tal cual de información. Porque la información ya es un nombre, una prefiguración del modo en que la expresión se manifiesta. La expresión nos sirve lo mismo para sonorizar y, al mismo tiempo, darle lengua a la emoción de manera primitiva, pero inteligible; para narrar el acontecimiento más reciente de nuestras vidas y, por supuesto, para persuadir de nuestras causas o razones.
Hasta la política tiene fundamento a través de la palabra. Creemos ahora que la política no puede ir sin la persuasión en tanto que ella es la técnica de la afiliación, que es la dominación burocrática. Sacamos nuestras razones y las exponemos en el orden que creemos conveniente según el modo en que entendemos la vida y, por ende, al otro. Por eso, en parte, somos seres políticos. La retórica moderna permea la política moderna a grados en que nos sería difícil aceptarlo. Si se requiere de un enemigo para los males generales, se culpa a los impuestos, a la inmigración a la crisis financiera; si se requiere de un proyecto renovador, basta implementar una revolución burocrática, cuyos males pueden ser costosos políticamente, pero siempre se podrá sostener que es por un bien mayor. Ambos casos le suenan razonables a algunos, pero a otros no. Las fallas de la retórica no evidencian su ausencia, sino su clara presencia. La idea de un redentor semi-católico en un país católico funciona muy bien con un discurso sencillo y, por supuesto, con la inteligencia política que se requiere para mantenerse en ello. Todas son, eventualmente, formas modernas del dominio y, por supuesto, de retórica que nos ilusionan, enfurecen, divierten, entristecen, enaltecen en nuestra condición de seres hablantes.
Pero, ¿eso significa que la retórica tiene un dominio absoluto del reino político y que, por tanto, la retórica nos vela la posibilidad de entender lo que sucede, de habitar mejor la política? Es decir, la retórica superpoderosa siempre es dominación. Habitar el mundo, habitar la política mediante la palabra es un efecto ilusorio de los distintos escenarios que la propia voluntad plantea. Por ende, la verdad, eso que parecemos perseguir con nuestras respuestas emocionales a las cosas que nos parecen verosímiles, es siempre un espejismo. Por eso los antiguos retóricos podían decir que lo que valía la pena aprender era a persuadir de nuestros deseos y que en ello estaba el verdadero poder. La palabra desarma todo, sobre todo tratándose de política. Más interesante: toda forma de la palabra, en tanto expresión de una educación, de un tiempo, es una producción de la que nosotros no nos apropiamos, sino que ella ya está para nosotros (aunque podamos aportarle algo grande y nuevo); no hay modo del habla que no incluya un resquicio de nuestra moralidad, que quiere imponerse siempre. Ni la filosofía –mucho menos ella- se salvaría.

No obstante, podemos ver la sabiduría en la palabra en relación con el saber del hombre. Para algunos, ese saber estaba directamente relacionado con el poder que la palabra podía tener: no puedo imponerme si no sé con quién estoy hablando. Pero también podríamos decir que la verdad tiene distintos grados de ser vista. No todos pueden verlo todo ni de manera igual. Por ello el problema de la retórica y del límite de toda palabra no está en el efecto que ella tenga para cierto fin. Lo importante de un discurso es, junto a su buena producción, la capacidad que tiene para allanar lo político para distintos oyentes. Es un modo en que la verdad puede exponerse. Un modo de transmitir la causa y de juzgarla. Un buen orador puede ser un hombre equivocado. Y nosotros, que escuchamos palabras sensatas, podemos no escucharlas porque no nos disponemos a habitar lo que nos dicen. No somos capaces de entenderlo todo, porque incluso el acto de escuchar tiene al mundo en él: ese mundo que nosotros vamos viviendo. Pero es en ese mismo lugar en donde reside la posibilidad de la verdad. La inteligencia nunca se da de manera absoluta. Por eso la idea de la retórica como dominación se encuentra tarde o temprano con el misterio de las facultades en el lenguaje. La dominación es el espejismo de la verdad. Por eso la sabiduría práctica, que es verdadera, requiere articular la virtud en la prudencia: aunque digan que la acción les da la razón a los dominadores, resulta totalmente lo contrario, por más que se nieguen a verlo en su obstinación. Un discurso sensato puede pasmar a los asnos, como un simple gesto salvaje puede regresarlos al caos. La palabra que nos hace habitable el mundo lo hace como nosotros nos disponemos a habitarlo.


Tacitus

miércoles, 15 de febrero de 2017

Pésame ( A Lina Monur)


Tengo el pésame
En el “bésame”
Que tus labios de horizonte
De crepúsculo sobre el desierto
De Explosión de luz en el vacío,
De hoja de árbol perenne,
Nunca van susurrarme;

No será ventolina
Trémula
Lo que yo desearía que fuese
Huracán de bula
En la canícula
De tu respiración silente
Emulando al viento
Que intenta loar un secreto;

El del alma que se escapa
Cada vez que se da un beso.

Pero no es sólo uno
Son ósculos diminutos
Igual a motitas de polvo
Que han de recorrer tu cuerpo

Que han de alcanzar su meta última
En la metafísica
De tu recuerdo
enmarañado
Como el hilo
Con el que ha jugado un niño:

Y ese niño soy yo
Correteando encuentros
Que no llegan
Que se hacen tarde
Y que me vuelven loco.

De pronto,
vuelvo a ser un hombre
Bastante trastocado
Por la sombra del vacío
Que se arremolina a mi lado
Junto a al ventana de mi baño
Donde fumo un cigarrillo
que en el chispear de cada bocanada
Forma tu figura en ese hilo
De muerte

que se va tejiendo al cielo

Y entonces pienso
Que estoy muerto
Si te digo que te quiero

Pero no pienso estar vivo
Si por lo menos no te escribo

Así es que me doy cuenta
Que tengo el pésame
En “el bésame”
Que en tus labios danza,
Dulce,
esquivo
Y distraído.

martes, 14 de febrero de 2017

Capítulo 2 "Pasan los años"

Continuando la lectura de Ella, en este segundo capítulo llegamos a saber un poco de la educación de Leo Vincey y llega un nuevo personaje, Job. Nuevamente la intrusión de un nombre bíblico nos hace pensar sobre su relevancia en la obra, amén de que no hace gala de su nombre. Por el contrario, Job se vuelve en el ayudante de la crianza del niño con la ayuda de Holly, en efecto, será su niñera, no obstante, representa los valores de la rectitud y la suma obediencia. En pocas palabras, es un perfecto criado. 

Por otro lado, dicho capítulo es breve. Y considero que hacemos bien fijando la atención en el detalle del aspecto físico de Leo. Su aspecto era perfecto, sus rizos bellos en extremo y de un carácter cálido y amigable. Esto me sugiere dos cosas: primero, que Leo verdaderamente parece un Dios griego encarnado; por otro, que la novela inicia con la vida, con el apego que a ella le tenemos y del cual nos cuesta deshacernos. La imagen sugerente de lo anterior está en el pequeño Leo frotándose las lágrimas con una mano en puño cuando deja a su nodriza. 

Así, la aventura comenzará en el próximo capítulo donde dará pie el verdadero velo de Ayesha.


EL ARCA DE LO IMPOSIBLE

He visto una pregunta que, nuevamente, me ha inquietado en una serie de televisión, "¿todos podemos filosofar?".



Aurelius