Hablar
es, sin duda, uno de los más grandes placeres de nuestra experiencia. Nunca
sabemos con certeza de lo que estamos hablando, sabemos que hablamos y que
podemos dar razones de por qué decimos lo que decimos, pero a ciencia cierta no
tenemos la capacidad de hablar con verdad sobre cualquier cosa. Inventamos
palabras que reflejen nuestro dominio de la naturaleza, así, por ejemplo,
llamamos obsesionado a quien ama con locura y lo calificamos de insano. Sin
embargo, no hay en sí mismo algo que nos haga llamar a las cosas como son sino
como lo que alcanzamos a captar de ellas. En el momento en que adquirimos la
consciencia de lo innombrable, le damos nombre: misterio. ¿Cómo podemos saber
del misterio si en sí mismo se nos oculta? ¿Cómo sabemos que se nos oculta, si
lo oculto lo es porque precisamente no lo podemos saber? Hablar de misterios es
como hablarle a los muertos: no hay respuesta. Si no hay respuesta, ¿qué hay en
el misterio que nos lo enseña tan interesante?
Lo desconocido nos interesa en tanto
su forma ínsita, pues al no poderlo ver, lo ansiamos con más fervor. Lo
ansiamos de esta manera porque descubrir causa en el hombre un gran placer.
Descubrir por vez primera lo que hay bajo las pantaletas de una dama nos
resulta necesario. No es en la meta donde está el deleite, sino en la imagen
del camino. Quizá la meta no sea lo esperado, o quizá sí, pero al llegar a ella
todo deseo menesteroso se disipa en la nada y el misterio desaparece, ya no es
oculto. No sucede lo mismo con los verdaderos misterios, los que se ocultan
detrás de actos vanos como el mironear la vagina de una doncella. Al notar que
los deseos se vuelven más y más grandes e incontrolables, el misterio vuelve a
presentarse: ¿qué hace al deseo ser deseo? Al necesitar la respuesta nos
alimentamos en experiencia y reflexión para tratar de cubrir esa necesidad.
El misterio no está oculto en tanto
que notamos que lo está. Pero al estar oculto no podemos acceder a verlo. Es
como buscar la oscuridad en una alcoba oscura, sabemos que está pero no sabemos
dónde ni sus límites. Al prender la luz nuestro misterio queda sin resolver,
pues ha desaparecido. La ciencia moderna es la luz que nos alejó de los
misterios. Sabemos que el misterio existe en sí mismo por su naturaleza
aporética; ya no necesitamos saber qué es el amor, pues la dopamina y sus
hermanas nos lo han mostrado. Lamentablemente para muchos hombres de ciencia,
el misterio ha crecido, pues en la luz la oscuridad ni siquiera se ve.
Si nada se ve, no hay nada que
solucionar, mas al haberlo visto, creemos en su existencia, por eso el
científico a pesar de comprender el funcionamiento del amor sigue sufriendo por
él, cree, como todos, que hay algo que no ha logrado ver. El misterio se nos
revela gracias a la fe. Sin fe no tenemos nada. Hablamos de los misterios y les
ponemos nombre porque sabemos de ellos. Si no supiéramos de los misterios, no
tendríamos en el mundo la posibilidad de encontrar un conocimiento. Resolver el
misterio de las pantaletas, no resuelve el misterio del deseo, pero al menos
nos da alguna respuesta sensible y comprobable; resolver el misterio de Dios es
imposible, pero al menos nos da respuesta a nuestra manera de relacionarnos con
él. Cómo la fe nos lleva a la revelación es otro de los misterios imposibles.
El misterio y su aporía son lo mismo, es decir, el misterio es la aporía de la
aporía.
Talio
Maltratando
a la musa
Que mire…
Que
mire en tus ojos estrellas
no te
vuelve en una de ellas.
Que
mire en tus piernas cadencia
no me
quita la consciencia.
Que
mire en tu rostro finura
no me
inquieta ni me apura.
Que
mire en tu cabello el fuego
no me
incendia entero el ego.
Que
mire lo que estoy mirando,
me
mata, me está matando.
Que
muera sólo es indicio
que
ando mirando en tu inicio.
Que
mire tu albor llameante
me
desgarra a cada instante.
Que
mire muy dentro tuyo,
sólo
me elude, y yo huyo.
Huyo
de verte completa,
huyo
de tu amor profeta.
Huyo
de tu roja chispa,
huyo
de que seas la misma.
Huyo
de irte, poco a poco,
amando
como un pobre loco.
Loco
es verte pasar siempre.
Loco
es tu andar resiliente.
Loco
es mirarte y temerte.
Loco
es tener vida y muerte.
Vivo
muerto. Muero vivo.
Vivo
al borde y al estribo;
muero
en el deseo lascivo;
muero
y al morir me animo.
Lascivo
no por impío,
y
menos por despiadado,
lascivo
por el estío
de
sentirme enamorado.
Enamorado
de mirarte.
Enamorado
de olerte.
Enamorado
de amarte;
amor
diáfano e inerte.
Que
mire en tus ojos estrellas
no te
vuelve en una de ellas,
te lo
digo con un verso:
te
vuelve en el universo.