Presentación

Presentación

viernes, 30 de junio de 2017

Gracias a ti

Gracias a ti

Caía el sol tan pesado en la espalda y la cabeza de Joaquín, que lo mejor que se podía hacer era refugiarse en las sombras frescas de los árboles o edificios, ya no valía la pena quedarse a ver cómo se mojaban las escuinclas con los enormes chorros de agua fría. Ni su cuerpo excitado se sentía como el calor de fuera, ni el calor de fuera seducía tanto como los pechos humedecidos y tibios. –Quizá bajo el monumento a la revolución esté mejor, se dijo, -pero ahí hay manifestantes, y frunció el ceño de tal manera que más bien parecía que el sol se lo estaba deformando. Le empezó a doler la cabeza, así que decidió ir por unas aspirinas al seven de la esquina. Compró sus pastillas, un refresco y salió rumbo a la calle de Vallarta. El calor en verdad era insoportable. ¿Por qué salí a caminar?, se reprochó en tanto se sentaba frente a la estatua del presidente de la Comisión Mexicana de Trabajadores. ¿Para qué salí?, se volvió a preguntar. Porque no tienes nada que hacer; hoy uno sale por nada y para nada, dijo al fin. Divertirse, trabajar o estudiar ya vienen a ser la misma cosa: inversión de tiempo, habilidades, emociones. No –se detuvo riendo- el derroche es más atractivo, el chiste es vivir por vivir y que todo se acabe. Suspiró aliviado.
Y de buena manera se habría quedado ahí encorvado mirando sus zapatos ir y venir contra la banqueta, si no hubiera sido porque el dolor se calló como si se hubiera dormido. Además una de las muchachas que se refrescaban en las fuentes le sonrió al pasar, y esto fue todo lo que necesitó para seguirla de lejos hasta que ella se detuvo. Ella lo esperaba, lo miró, se sacó la camiseta frente a él para exprimirla, y dejó que a Joaquín se le humedeciera el alma con la vista de su piel blanca, su brasier azul repleto de lunas llenas y sus ojos a medio amanecer. Él sentía como si la línea de agua que se estrellaba contra el piso le perforara los oídos. Ella arqueó la ceja del ojo derecho, lo miró otra vez y se dijo: –Flaquísimo, altísimo, inocentísimo, -y sonrió maliciosamente.
-Oye, -¿Sí? -¿Cómo te llamas? –Joaquín –¿Y vives por aquí? –Sí, por ahí. -¿Y tú? -¿Qué cosa? -¿Cómo te llamas? –Adivina – ¿Fernanda? –No. –¿Dulce? –Tampoco. –No, pues no sé. Me doy. –Me llamo Yaz, y sonrió. –¿Jazmín? –Sí  –¿Y-y-y-y vienes muy seguido? –A veces. Cuando no tengo nada que hacer. –¿Trabajas? –No. –¿Estudias? –Menos. No pasé los exámenes para la UNAM. Así que como quién dice, no tengo nada que hacer. –Entonces vienes diario. –Sonrieron los dos. –Tampoco. Me gusta andar por aquí, por allá. En todas partes me acomodo, menos en la contemplación. No que no sea pacífica, pero no me gusta estar de aburrida en mi casa, pensando y así. No me gusta no hacer nada. –¿Y ahorita a dónde vas? – Yaz subió desenfadadamente ambas cejas al mismo tiempo que subió los hombros como diciendo “no sé a dónde”, “no me importa”. -¿Tú? –No sé.
Y así, sin acordarlo, siguieron caminando. Ella de vez en cuando lo miraba y le sonreía provocativamente. Él se estremecía, pero no por mucho tiempo, porque, según él, ya sabía a qué quería jugar Jazmín, así que también le sonreía inocentemente. Que se confié –se decía.
El calor ya está bajando, ¿verdad?, dijo Joaquín. –Sí, respondió ella arrastrando con sus risueños ojos los labios de Joaquín hasta sus labios, ya está bajando. También arrastró las palabras. –¡Mira!, dijo ella, ya se secó mi ropa. Para demostrárselo, tomó la mano flaca y grande del inocente, y la arrojó como al conejo a mitad de su pecho. También el pantalón, y dejó que le tocara las nalgas. Entonces él la abrazó, y ella no se resistió. La besó tan rápida y ligeramente que parecía no tocarla. La vida se consumía por la vida. Sus sexos se tocaron. Sus respiraciones agitadas revolvíanse cual cenizas. “Como dos estudiantes en celo”, escuchó a lo lejos Joaquín. Cuando por fin terminó, ella le besó la mejilla, mientras al oído le decía –Gracias. –¿De qué?, dijo él sorprendido y aún excitado. –Por nada, sonreía ella irónica. Risa tan hiriente que quebró los ojos de Joaquín.
-Por nada y el derroche, ‘para hacerlo más atractivo’ ¿Recuerdas?, más risas.
Joaquín se puso tan pálido y triste que sintió como si un frío sepulcral le aguijoneara todo el cuerpo. Frunció el ceño y… al fin despertó. Comenzaba a llover. ¡No pasó nada!, se dijo melancólico. Ensimismado caminó hacia el metro mientras la gente corría escapando de la lluvia. Él era el único que disfrutaba de la lluvia.
–Al fin el insoportable sopor de la ciudad comienza a evaporarse, se dijo mientras respiraba aliviado el aroma a tierra húmeda, que aún en la ciudad es refrescante, al menos de principio, porque después todo se vuelve hastío, exceso, derroche. Al llegar al metro, escuchó que alguien gritó “¡Yaz!, no te vayas sola, déjame acompañarte.” La carita angelical de la muchacha se sonrojó, pero sonriendo agradecida dijo, “Gracias”.
Joaquín susurró desde los torniquetes: –No. Gracias a ti.  

Javel

   

jueves, 29 de junio de 2017

Despedida a Sarasvati

¡Adiós!
El acto de despedirse exige recordar y con ello es inevitable contener la humedad en los ojos. Alguna vez escuché decir a Javel no extrañamos a las personas sino lo que nos entristece es la ausencia que dejan, y me parece que ha acertado al decir eso. Si bien es cierto que la convivencia forja lazos fuertemente fraternales, quien se queda en el presente y no se olvida es el recuerdo de las personas con las que se convive. Es decir, se puede olvidar la imagen de la persona, aquélla se puede alejar o perecer, pero la impresión que deja en el alma es imborrable. No pude evitar contener las lágrimas al escuchar: me iré. Varios momentos traje al presente y, confirmé las palabras que había dicho Javel, recordando incluso a él. Las despedidas son letales, pero necesarias para ver la utilidad de los recuerdos y, comprobar fácticamente la existencia del alma. Tal vez la ausencia sea la Niebla de la vida en el sentido en que Unamuno lo dice en su nivola.  
         Hoy toca despedirme de Sarasvati y, a la vez informarles a todos Los Nombradores Mudos que ella tendrá que salir de viaje y, por ello le resultará complicado regresar a colaborar en este espacio. En este viaje espero que lleves contigo tus recuerdos, la impresión de este blog y de cada uno de los que aquí colaboramos. Enseñanzas, reflexiones, críticas, observaciones y demás actividades intelectuales que se realizan en este espacio, espero que las lleves contigo, en tu memoria, en tu presente. ¿Te extrañaré? No, porque has dejado una impresión en mi alma. Pero es inevitable no sucumbir ante la nostalgia que dejará tu ausencia. Solamente me queda agradecerte porque a tu lado comprendí el concepto de amistad, eso que todos denominan con el nombre de amigos.
         Se aleja tu presencia, amiga, pero me quedaré con tu recuerdo y, cada que te extrañe releeré las publicaciones que nos dejas. También haré lo mismo con las pequeñas correspondencias que hemos tenido. Sinceramente sé que te irá bien donde quiera que te alojes. Sé que el cambio te sorprenderá, quizá te traerá incertidumbre, pero sabrás conducirte por el mejor destino. Ojalá encuentres regocijo en tu corazón y tranquilidad en tu alma en aquel sito.

Te quiero, amiga.  

lunes, 26 de junio de 2017

Caminos de la acción



Las acciones humanas no caen en la posibilidad de ser previstas con certeza. Es cierto. Pero pueden ser previstas. Carecen de la posibilidad de que se realice ciencia sobre ellas, pero no de que dejen de ser racionales. Su propia racionalidad nos muestra que la posibilidad de la acción es teorizable. Podemos reconocer los elementos bajo los que caen todas las acciones. Sin finalidades y sin voluntad no hay acción. Paradójicamente eso no quiere decir que toda acción sea necesaria. Más paradójico es que su falta de necesidad no cancela que una acción pueda verse completa, con principio y fin, que sea causada por algo, que pueda ser comprendida. Sin comprensión de la acción se vuelve imposible entender los límites de la acción humana. Aunque la acción tenga un elemento irracional, la acción no es irracional, ni lo irracional de la acción es incomprensible para el juez de la misma. El problema de la ciencia política no se reduce a los problemas de la acción, pero ese es el primer problema que debe comprenderse. 

Los hombres, en sus relaciones cotidianas, no mantienen los mismos fines ni los deseos por ellos; cambian fines y deseos sin necesidad, pues cambian tanto por alguna decisión como por circunstancias que ellos mismos no deciden, pero sí deciden qué hacer ante determinada circunstancia. Pero los fines individuales se subsumen ante el fin de la comunidad; los fines estrictamente individuales no existen, pero hay fines que destacan porque afectan directamente a toda una comunidad. ¿La finalidad es comprendida por todos? En caso de ser oscura para la mayoría, inclusive para quienes toman las decisiones que pretenden fincar dicha finalidad, ¿se puede hablar de comunidad o se cae en una diversificación de grupos sin mayor unidad que la territorial? Sin lo común la posibilidad de la vida política se dificulta. Pero volviendo común la finalidad tampoco se garantiza la vida política, pues la finalidad puede ser injusta o propiciar la injusticia y eso la vuelve dañina, destructiva, al régimen. En este punto se puede discutir lo bueno y malo para un régimen, lo justo y lo injusto, la virtud y el vicio; los extremos que enmarcan la reflexión sobre la política. La buena finalidad de la comunidad debe dar cuenta del hombre, permitir y, quizá, propiciar su felicidad. El mejor régimen es aquel que propicia la virtud, la justicia, lo bueno. Sin régimen o su posibilidad es inexistente la ciencia política o la filosofía política. 

La reflexión sobre las acciones humanas en comunidad parte de una experiencia política previa y su comprensión. No hay reflexión política sin política; la teoría no antecede a la práctica; comprender la dialéctica, la mutua dependencia, entre la reflexión de la práctica y la práctica misma es indispensable para entender la filosofía política. No hay posibilidad de la ciencia política sin las posibilidades de lo que mueve a actuar al hombre y qué requiere para que pueda alcanzar la virtud. El poeta entiende, mejor que nadie, los distintos caminos que puede tomar el hombre. Pero la causa de que así lo haga, sus medios o posibilidades, y cuál es la finalidad que lo guía, eso depende de quién conozca la verdad del actuar humano. 

Fulladosa

domingo, 25 de junio de 2017

Fatuidad y verdad

Fatuidad y verdad
El conocimiento de la naturaleza no se obtiene de la observación. Se obtiene sólo el conocimiento de las cosas naturales. Se sabe, por ejemplo, que todo lo vivo muere, sin necesidad de comprobar esa oración como los escépticos más superficiales lo querrían: agrupando el infinito. El lenguaje no es así. La experiencia de la verdad, que no se da sin él, tampoco. Por eso los sistemáticos positivistas son malos pensadores. Las evidencias en torno a lo vivo son un conocimiento limitado del alma. La experiencia de la verdad es lacónica: de la muerte no se sabe más que su ocurrencia, porque no existe experiencia de ella; la vida es algo que se ve en otros y en nosotros, pero eso no es suficiente para conocer lo que el ser vivo es, más allá de las diferencias evidentes entre individuos y especies. Por eso las definiciones son posibles. La ciencia requiere de lo universal para llamarse así. Las demostraciones matemáticas son infalibles por lo mismo. Los argumentos sobre el movimiento y de la causalidad en el mundo no requieren de pruebas múltiples para corroborarse.
El hombre es el único ser natural en el que la causalidad parece complicarse. Sus acciones no pueden ser objeto de teoría, porque no hay manera de establecer necesidad en ellas. Su ser político, que indica naturalidad, no es ajeno a ser explicado en términos de causalidad, pues su actuar es racional: toda empresa suya se explica en función de un bien que se desea. Nada en la naturaleza se conoce en el ámbito de la práctica además de la acción humana. Conocemos la acción de otros sólo hasta que la vemos, a pesar de poder imaginarlas, como hacen los poetas. Conocemos, como en el caso de lo natural, a media luz: su actuar no siempre revela la intención entera, el ser del hombre. No sirve de nada ahondar en la conexión entre su cerebro, sus músculos, su proceso digestivo y el movimiento de la sangre: la acción no pertenece al conocimiento de la materia. El conocimiento que tenemos de la acción viene tanto de lo observado en otros como en nosotros: sabemos de nuestros deseos de manera parcial también. La literatura, por ejemplo, ofrece conocimiento de la acción del otro en el juicio que hacemos de ella, que es un juicio que involucra nuestro propio ser.
El ser político del hombre se expresa en la acción, pero no en sentido individual. Su ser político no puede explicarse si no es en relación con su lugar en una comunidad o fuera de ella. Las injusticias y la depravación no lo hacen menos político. Podría pensarse fácilmente que la ciencia o el conocimiento de la política depende de qué tan predecible se vuelva la acción de los demás. Pero la práctica es el campo de la acción en tanto que se distingue de la causalidad de otros seres. No es un conocimiento analítico, o un conocimiento de principios en torno a las razones de cada acción en cada individuo. El conocimiento de la acción es limitado si no se sabe de ética y política. El conocimiento de la política, en tanto distinción del hombre, está en la pregunta sobre el mejor modo de vida, mejor ubicada en la constante fricción entre las comunidades como son y el mejor modo posible de ser. Se creería, por ello, que la confrontación con la sapiencia moderna que, según se dice, se basa en la cuestión técnica del dominio, que tiene que hablar del hombre como es (de ahí el conocimiento de la naturaleza), se reduce fácilmente al problema del bien en la acción humana y al problema de la retórica en él. Pero, ¿qué sucede si esta misma idea, la de la fricción entre la pregunta por el mejor modo de comunidad y las acciones recurrentes iluminan no sólo la pregunta por la virtud en la política, sino también la idea de que la naturaleza está en lo que se puede dominar? El conocimiento de la política permanece como un problema agudo, si pensamos que la idea más común del político está ligada con la posibilidad de prevenir, prever, domeñar la tempestad para acertar. ¿No esa definición superficial del conocimiento de lo político nos ha sido enseñada gracias a que entendemos del bien en un sentido meramente pragmático? ¿Puede el pragmatismo ser una losa constante sobre la reflexión de lo político y de lo ético, en cada acción que tomamos, en cada palabra que decimos, en cada pensamiento que nos ilumina en sombras?

La ciencia política no requiere de demostraciones posteriores para externar la verdad. Quien entiende de política distingue cada régimen en función de sus hombres, sus leyes, pero ese entendimiento no sería posible si cada habitante fuera un átomo, si la ley careciera de sentido en común. El conocimiento de los tipos de regímenes se obtiene de la manera en que se organiza el hombre, porque en eso consiste, en gran parte, su ser político. Pero ese conocimiento no se usa como regla: entender la democracia va más allá de pensar en el poder aglomerado; entender la aristocracia va más allá de entender las cualidades “superiores” de los que mandan. De ahí surgen casi todos los malentendidos actuales. Por eso podemos observar nuestra ignorancia para pensar algo que no nos es lejano, sino que se articula en palabras, instrumentos propios del género humano. Se cree que el racionalismo es idealismo cuando no entendemos que el bien es fundamento de lo real, no imposición de la razón misma. Por eso los científicos de la política se confunden fácilmente con los críticos de los políticos.


Tacitus

sábado, 24 de junio de 2017

Breaking Bad, bitch!

El recurso narrativo utilizado tanto en la literatura como en películas sobre primero contar el final, y posteriormente desarrollar la trama, es de antaño. Muchos se han valido del mismo, desde Eurípides y Homero y ahora, recientemente, por Breaking Bad. En realidad ya es un tanto sobrevalorado este recurso, sino es que sobreexplotado, pero Vince Gilligan, creador de la serie, lo ha utilizado con bastante ingenio para plantear tanto la causa del mal en el hombre como el sentido que cada quien le da a su vida respecto de esto último.

En la serie no hay una respuesta a la pregunta por el origen del mal, simplemente se desarrolla el problema, pero con una sutileza. La clave, a mi juicio, está en el primer y último capítulo. Podemos preguntarnos si Walter White, protagonista de la serie, se hizo o siempre fue malo tomando como base los dos capítulos antedichos. Cabe señalar que la única vez, a lo largo de la obra, que se dice "breaking bad" es en boca de Jesse Pinkman al preguntarle a Walter por qué quiere meterse en el mundo de las drogas. Esto sucede, obviamente, en el primer capítulo. Entonces, ¿por qué nos vemos movidos a realizar actos, si no injustos, malos?, ¿Por qué quebrantamos la ley?

¿La pista, no irá, quizá, por el lado de qué disfrutamos más de la vida? Walter llevaba una buena vida con un trabajo estable, siendo profesor de química e inicialmente también de cajero en un lavado de autos, una familia cálida y un ritmo de vida tranquilo. El elemento que rompe con esto, al principio, es su repentino cáncer de pulmón. En un inicio, la idea de amasar una fortuna es para dejarle un sustento a su familia, y tal era la causa de que Walt incursionara en el ámbito de las metanfetaminas. Él no quería ser un narco ni formar un cártel, sólo quería que a su familia no le faltase un sustento económico llegada su muerte a causa del cáncer.

Pero no es hasta que Walt saborea el placer de realizar actor ilícitos que, diciéndole a su esposa Skyler, afirma "lo bien que se siente romper las reglas", lo que inglés diríamos como "breaking the law". La expresión inglesa "breaking bad" no tiene un equivalente en castellano. Literalmente es "rompiéndose mal", pero siempre se le dice a alguien con un sentido reflexivo. Lo podemos traducir algo así como "volverse malo" o "corromperse", esto es, en cómo uno se vuelca a ser malo. De ahí que no tradujesen el nombre de la serie en Latinoamérica.

Gilligan, alfinal de la serie, no hace otra que decirnos lo que ya nos dijo en el primero, a Walter le hacía falta vivir. Ël no había vivido, no había tenido la necesidad de abrazar con tanto desdén y bravura su vida y la de sus queridos con ese afán. Al convertirse en Heinsenberg ríe, llora, blasfema, mata, tiene miedo, ama y, casualmente, obtiene un amigo, Jesse. Nada de esto le sucedía con anterioridad. Todo lo anterior es lo que nos vuelve humanos, con lo que día con día vivimos y luchamos. Y eso, cabe resaltar, también es vivir. La diferencia, quizá, es cómo conducimos esas pasiones tan conflictivas en la trama de nuestro existir. Visto así, tal parece que el único aliciente para vivir es el vicio, pero sin éste la virtud no tendría sentido y no reluciría con tanta belleza. 

Es verdad que la vida se disfruta mucho cuando se rompen las reglas, pero, ¿acaso existirá otro modo de vivirla con tanto placer? Este es el problema que Gilligan plantea y sostiene cuando a Walt se le diagnostica que el cáncer a dejado de avanzar y que ahora lo tiene en estado de remisión. Walt, en efecto, muere, pero bajo la canción de Baby Blue de Badfinger que Gilligan estableció para demostrar que su producto fue lo que, al darle tanta vida, por relacionarse con su profesión de químico que también disfrutaba, también le regaló la plácida muerte.



Aurelius

lunes, 19 de junio de 2017

¿La pregunta?

Del viento se abre un latido breve
entre murmullos de voces mudas,
insistentes, y un suspiro leve
te atrae a las artes barracudas. 

Un haz de láser sale del dedo
indice que señala cuanto miras
apuntando, de tu mano, el celo
ardiente; pa' encenderme conspiras.

Mi fuerza muscular atrae tu mano
sudorosa hasta el afrodisíaco
resplandor de mis genes de gitano
sorteador y espíritu dionisíaco. 

Has héchome el amor en este día
con un sentido toque de la punta
de tu alma que sin dudar te guía
a responder, del amor, la pregunta. 



Talio



Pretexto texteado: una quincena más y yo en las mismas. No me voy, sólo es receso: de una semanita nada más, así que nos vemos dentro de quince días. 

viernes, 16 de junio de 2017

Pobreza


Pobreza
¿Por qué es un problema la pobreza? Porque es injusta ¿Por qué es injusta? Es esta segunda pregunta la que ofrece una posibilidad de entender la naturaleza humana, pues de acuerdo a lo que respondamos sobre la injusticia de ser pobre o de padecer la pobreza, estaremos diciéndonos qué pensamos es el hombre. Sólo al emprender la búsqueda en esta respuesta tan obvia, podremos comenzar a abordar un tema más sustancial. -Ofrezco mínimos esbozos.
Si decidimos que la pobreza es injusta porque impide que los de menos recursos obtengan los beneficios de la capitalización, así como las comodidades de la ciencia. Lo que resalta es que para nosotros, pobreza, es injusticia en tanto que es inherente al hombre el deseo de materialidad. La pobreza es un mal porque todos deberíamos poder tener un auto de lujo y no envejecer, y a día de hoy sólo unos cuantos lo tienen. Pero en el caso de que todos pudiéramos tener un auto de lujo, y corriéramos todos los días en él, quedaría la pregunta: ¿Qué más hacer? Nótese que si bien la envidia podría ser erradicada, no así el desconcierto que apabulla al alma una vez se encuentra consigo misma.
Si decimos que la pobreza es un mal, porque genera degradación en el cuerpo, alma y moral de los hombres al impedirles ascender a los altos valores de las clases educadas y ricas, lo que se ve es que el positivismo nos llevó a reducir al hombre, haciéndolo un ser condicionado enteramente por su circunstancia social o medio. Además de que es bien conocido que también las grandes élites poseen vicios sólo que con mayor “refinamiento”.  Precisamente es el pobre comprometido con su dignidad el que busca en todo abrazarse a un ideal más alto de justicia que sobrepase los valores económicos. Ayudar al sediento, con la poca agua que se tiene.
Si decimos que la pobreza es un mal causado por los sistemas políticos que siempre apoyan más al aristócrata o empresario, es confiar en que la naturaleza del hombre no es falible. En todos los regímenes hay pobres, pues en todas las configuraciones posibles para la búsqueda de la buena vida, los hombres pueden perderlo todo por un arrebato de pasión, o en el cumplimiento de un ideal mal pagado, o por causa de un mal cálculo en la bolsa de valores o mercado local.
La pobreza entendida como un problema de economía es un falso problema, es pensar que sólo tenemos unos cuantos días para vivir, por lo que hay que devorarlo todo, y que no habrá nada más. Pero no es así, que la inmortalidad del alma nos alivia o atormenta una vez cae el ruido del medio, de lo que nos dicen que nos condiciona… Lo que es el verdadero mal en la pobreza, o por lo que es una injusticia, es porque rompe con todos los posibles lazos de la fraternidad: ya sea porque la avaricia embrutece al hombre hasta el punto en que disfruta de ver a su padre bajo sus pies; ya sea porque azuza la desconfianza en que el otro sólo me quiere quitar lo poco o mucho que tengo por la fuerza o el engaño; ya sea porque en la pobreza del otro vea la indefensa y me quiera aprovechar, como en el primer caso, diciéndoles que sólo bajo mi venia estarán seguros, aunque sepa que todo es mentira, es decir, aunque sepa que no hay verdad, y de tirano pase a idealista melancólico.   
En fin. No hay solución real a la pobreza, si ésta atenta o socava la naturaleza humana.

Javel 

lunes, 12 de junio de 2017

El mar de la memoria

El mar de la memoria
Sospecho que las anécdotas, aunque siempre interesantes, no pueden ser decisivas para recordar a una persona. Hay familiares que conozco sólo mediante ese ámbito de la palabra, y para los que parece que basta lo anecdótico, porque se tiene generalmente el prejuicio de que la cercanía es un privilegio restringido. Como si esa cercanía llenara el lago enorme que se abre sobre nuestro conocimiento de la persona recordada, esbozada mediante el recuerdo anecdótico, familiar. Pero lo que pasa con nuestros familiares pasa con desconocidos. Lo anecdótico limita el intercambio vital, a pesar de abrir quizá la zona del recuerdo privado. Como si recordar lo meramente anecdótico ocultara un prejuicio sobre el sentido de la vida misma, no sólo de los individuos. Al recordar a alguien que sentimos importante, la anécdota oculta que la vida de cualquier persona, incluso las menos interesantes, puede ser pensada para ser entendida. Hablar de los demás es hablar de sí mismo.
La amistad y la educación se convierten en cofradías cuando las traga el mar simpático y meloso del recuerdo que no es diálogo. Cuando alguien muere, lo anecdótico parece llenar la histeria del silencio. Por eso las personalidades que se vuelven culto siempre encubren el desconocimiento de quien les rinde pleitesía al dejar este mundo. Un reencuentro amistoso que se recrea en lo anecdótico tiene siempre el toque amargo de la repetición, de la torpeza de una conversación que se muerde su propia cola en cada silencio que busca asir el próximo recuerdo ensayado, los detalles que añadimos como rescatando el tiempo que estamos perdiendo. Parece normal: la vida nos separa de quienes alguna vez compartieron espacios con nosotros. ¿Hay algo que marque el funcionamiento de la memoria amistosa? No podemos ser tan pragmáticos con algo que, decimos, salva nuestra vida de una soledad eterna. Nos estrellamos contra nuestros prejuicios. Si la vida pasa de esa manera, la palabra, la sensibilidad muestra su pragmatismo. Nos usamos en medio de esos silencios que son fríos porque no contribuyen al ruido que hace un recuerdo histriónico.
Recordar lo mejor (o lo peor) demuestra que la memoria es diálogo. El especialista es un vividor de las anécdotas porque su pensamiento de los demás está manchado por no saber leer su propia vida y, por lo mismo, la de los otros. Piensa que el privilegio sobre el saber, sobre la palabra se adquiere a fuerza de sumergirse en relaciones personales, en coordinar la lectura con la tumba que es la vida privada, en no saber que la obra que lee le enseña sobre él mismo y no sobre algo que pasó. Recordar a Cristo, por ejemplo, nunca podrá ser un acto basado únicamente en la publicidad de sus milagros. La memoria de eso nos separa, en el acto de la admiración escéptica o de la creencia que no es fe, sino conmoción, de la memoria que permite acceder, a través de lo atestiguado, a esa presencia que requiere un creyente: el amor. Recordar el amor no es necesario para convencerse de su existencia, sino para entenderse, verse en el acto amoroso. La humanidad de Cristo es recordada no por su poca credibilidad, sino por su presencia carnal y divina. Separarlo de esa condición es desvirtuar el entendimiento del milagro. Es creer que el mensaje del evangelio es anecdótico en la medida en que enseña de la buena moral de un hombre. Pero, ¿por qué el mundo habría de recordarlo? La memoria cristiana no puede confundir lo apostólico con la exclusividad o con la trivialidad.



Tacitus

domingo, 11 de junio de 2017

Despoderamiento



Realizar con éxito cualquier actividad, por más dificultad que pueda representar, nos dispone a comenzar a conocer nuestras posibilidades, a ver lo que podemos alcanzar, a configurar los límites de nuestro poder. Aquí hay que ser cuidadosos al pensar en la actividad, porque fácilmente la confundimos con lo concreto, lo que aparece ante nuestros ojos, aquello que tocamos, que moldeamos. Visto así, dónde encontremos lo característico de la actividad, si en lo concreto o en lo que no es concreto, que algunos llaman ideal, va a fijar nuestra posición con respecto al poder. Problema nada sencillo de resolver, pues donde algunos ven que todo es posible, otros consideran que nada lo es; mucho más difícil es ubicarse entre ambos extremos, aunque esa parezca ser la manera adecuada de pensar el asunto. Aunque actualmente creemos que de la idea se puede llegar a lo concreto; hay que pensar con mucho cuidado y ahínco, piensan algunos, las mejores metodologías educativas para que todas las personas puedan especializarse; la especialización deviene necesariamente en éxito laboral y esto es igual a la felicidad; los que nada pueden son los tontos y los flojos (que es una especie de precariedad intelectual). Quien es más inteligente, más cosas puede hacer. La inteligencia transforma el mundo.

El límite al poder humano, se percató de ello muy bien Joseph Ratzinger (La bendición de la Navidad), se encuentra en la enfermedad. Ante determinadas enfermedades nada podemos hacer. Podemos ser sumamente cuidadosos para no enfermarnos, alimentarnos sanamente y hacer ejercicio, pero algo dentro de nosotros, quizá desconocido o conocido por haberlo visto en algún familiar, puede estarse gestando y limitar nuestro poder. Una simple gripa, tan común en ciertas épocas, nos obliga a no salir de casa a determinadas horas a hacer cualquier actividad; el propio pensamiento se vuelve más perezoso, no se mueve con la misma velocidad, no nos lleva a las mismas veredas. Por eso, Ratzinger ve que la enfermedad no tiene que ser algo que nos cause tristeza, pues sólo al despoderarnos, al no imponer nuestra voluntad ante nuestra circunstancia, podemos comenzar a convivir con el Padre. 

La idea de la conquista del mundo, que heredamos sin darnos cuenta, muestra su falsedad cuando vemos que no podemos conquistarlo todo. El hombre no puede conquistar la propia naturaleza humana. Los entusiastas en el poder humano confían en que algún día la conquista total del mundo deje de ser la promesa eterna. El poder puede ser una ilusión. 

Fulladosa