Presentación

Presentación

jueves, 30 de junio de 2016

Gustoso el autor con la soledad y sus estudios, escribo este soneto


Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos.
Y escucho con mis ojos a los muertos.


Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o secundan mis asuntos,
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.


Las grandes almas que la muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Joseph!, docta la imprenta.


En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquella el mejor cálculo cuenta
Que en la lección y estudios nos mejora.




Francisco de Quevedo  

miércoles, 29 de junio de 2016

Dos Líneas (primera parte)

¡Cómo es que estoy haciendo esto? Subo al carruaje y tomo asiento y los caballos comienzan su marcha bajo el estímulo del látigo.
¿Y qué si resulta cierta la idea de la que Jorge me ha hablado tan insistentemente? ¡Pero él no es más que un gendarme de clase baja! ¿Cómo pueden sus palabras tan incoherentes tener algún efecto en mi ánimo? ¡Yo —estudioso de las letras antiguas, y reputado como hombre de fino juicio— creyendo en una idea que no pudo provenir sino de la más baja superstición!
Pero es cierto que éste es un caso verdaderamente singular. Siete muertes tendrían que ser atribuidas al terrible efecto de esas dos líneas plasmadas en una sencilla hoja de papel, si creyésemos en la absurda suposición del gendarme Jorge. ¡Una “página maldita”! Casi me carcajeo al pensarlo así, pero en el fondo de mi alma no puedo evitar que aparezca cierto dejo de aprensión, sobre todo después de que el señor Rubalcaba, aquel admirable Doctor, se convirtió en la séptima víctima de lo que sea que cause esta serie de muertes. Y sin embargo es dudoso hablar de una “serie”, ¿cómo asegurar que esto no es más que una compleja interpolación de cadenas causales independientes cuya coincidencia es nada más que un curioso accidente del tiempo, así,  sin significado propio ni mayor relevancia que el hecho de involucrar la muerte de algunos hombres excelentes? ¿Pues no es acaso la mente humana la que, en su afán de dar sentido a lo que presencia, se afana en conectar los sucesos y aun deformar los hechos, inscribiéndolos por la fuerza en un sistema según el cual todos apunten a una sola idea?
Pero, ahora que lo pienso, me parece mayor desgracia que la muerte del Doctor Rubalcaba, la del tan talentoso autor de esas supuestas dos líneas asesinas. Ese escritor que, a sus treintaiocho años, llevaba ya algún tiempo abriéndose paso en el ámbito de las letras nacionales y que incluso había comenzado a ser conocido fuera de nuestras fronteras. Leyendo sus más recientes piezas, yo fácilmente hubiese podido asegurar que aquel hombre estaba en la cima de su talento. Y todo esto me llena más de intriga. Rubén López de Gracia, un hombre relativamente joven para la cantidad de logros que había acumulado en este mundillo de nuestras letras. Rubén, el primero de la lista de víctimas que el gendarme Jorge atribuye a la “página maldita”. Y, entre López y Rubalcaba, la madre y la joven esposa del primero, un detective y dos agentes de la policía nacional.
¡Qué cosa tan rara! El relato de los sucesos, tal como me lo contó Jorge, me resulta inverosímil. López de Gracia encontrado sin vida en su escritorio. Sentado en la silla de manera normal pero echada su cara sobre el escritorio, como si se hubiese dormido mientras trabajaba. Dos libros abiertos sobre el mueble: uno de ellos rotulado como Cuaderno de intentos y frases sueltas y el otro como Diario Personal y algunos tomos apilados en la esquina de la superficie. El pelo del fenecido cubriendo la página del Cuaderno de intentos y frases sueltas, la “página maldita”. El Diario, por su parte, colocado justo a un lado del Cuaderno… mostrando la última entrada en él escrita.  Todo esto es lo que describió a los agentes de policía —Jorge entre ellos— el viejo jardinero que la madre de López de Gracia envió a la Comisaría para que informara lo ocurrido.
La madre, la segunda víctima de las líneas fatales. Ella fue la primera en ver el cadáver de Rubén. Lo encontró y rápidamente llamó a voces a su nuera y al jardinero y le pidió a éste último que fuese  buscar la ayuda de la policía. Ella entró a la habitación tan sólo para ofrecerle a su hijo una taza de té, pues era costumbre de aquel joven escritor tomar té mientras escribía por las tardes. La madre no quería que nadie tocara nada en la habitación hasta que llegara la policía, de modo que despachó al jardinero e hizo salir de la pieza a su nuera, pero mientras esperaba, ella misma no pudo evitar echar un vistazo a lo que había en torno al cuerpo de su hijo. Miró, probablemente,  la página del Diario, la cual quedaba a la vista y pudo leer lo que en ella había escrito López de Gracia. En realidad, lo último que él había escrito. Pero el último registro del Diario de López de Gracia seguramente le causó a la madre una curiosidad imperiosa, y no pudo resistirse al impulso de retirar, aunque cuidadosa y aun cariñosamente, la cabeza de su hijo, dejándolo a un lado del Cuaderno... Y entonces habrá leído las dos líneas ahí escritas y, si hacemos caso a lo que proclama Jorge, habrá muerto al instante. Pues cuando el jardinero volvió, acompañado por los gendarmes, la pobre anciana se encontraba tendida sin vida en el suelo, justo a un lado de la silla donde yacía todavía su hijo y él recostado en el escritorio a un lado del Cuaderno… a diferencia de como el jardinero lo había visto antes de marcharse hacia la comisaría. Es comprensible que la anciana no haya podido evitar la curiosidad luego de leer la última entrada del Diario de su hijo:
¡Me encuentro sumido en la mayor excitación que haya experimentado! En tan sólo dos líneas creo que he realizado la mayor obra de mi vida. Jamás había escrito algo tan bello y no creo que haya sido escrito o se escriba en el futuro algo que iguale la gloriosa perfección de estas dos líneas, ¡ni siquiera en cuatro mil páginas enteras! ¿Qué rayo de entendimiento me ha alcanzado? ¿Qué luz ha deslumbrado mis ojos y guiado mis manos? Tal belleza he plasmado, que siento que podría morir en su presencia, ¡su enigmática presencia! No es tan sólo el hecho de que la intimidad de mi diario personal me permita darme el lujo de ser jactancioso y dar rienda suelta a mi vanidad de escritor; verdaderamente me expreso de esta manera con justicia, soy sincero al proclamar aquí la grandeza de esas tan pocas palabras. Pero a cada instante y con cada palabra que cruza ahora mi mente, siento que se me va la idea que apenas hace unos minutos he plasmado en mi cuaderno de intentos, como si mi mente fuese tan débil que no pudiese retener una idea tan magnífica y tan magníficamente expresada. ¿Siquiera entiendo realmente lo que yo mismo escribí? Siento que se me borra, como si no lo hubiese escrito yo realmente, debo releer esas dos líneas antes de continuar esta anotación, quiero escribir aquí algún comentario, una explicación que me ayude a retener algo de claridad sobre aquella idea que ahora me resulta ya confusa y evanescente…
Yo mismo estoy ansioso de leer esas dos líneas, desde que Jorge me relató lo que decía la página del Diario, pues cualquiera que haya conocido en persona a aquel escritor, se percata de que si él llegó a expresarse así de un escrito suyo —aun en secreto— debe ser porque el escrito era verdaderamente una maravilla. Pues él era un hombre honestísimo y era además de una humildad admirable y odiaba vanagloriarse de sus creaciones. Incluso a veces llegaba a subestimar sus propias obras y su espíritu perfeccionista era de lo más severo. Realmente no culpo a la anciana por leer esas dos líneas.
Y además, a un lado del cadáver de la anciana, los policías hallaron el cuerpo, también sin vida, de la joven esposa de Rubén López de Gracia. Aquella dulce joven de nombre Laura, que seguramente aportaba a la vida de Rubén las mayores alegrías, aun en tiempos adversos. Jorge asegura que ella habrá encontrado a su suegra sin vida y, a pesar del horror que seguramente experimentó, no habrá podido evitar notar el cambio de posición del cuerpo de su propio marido. Seguramente —dice Jorge— la imagen cambiada del marido hizo que la atención de la mujer se volcara rápidamente sobre las dos líneas escritas en el Cuaderno… y su mente, como un sabueso que al distinguir el olor de una presa no se resiste al impulso de correr tras ella, devoró ávidamente el contenido de esas líneas, sin percatarse de que hacerlo equivalía a tragar el veneno que acabaría con su vida.
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L. Pulpdam


martes, 28 de junio de 2016

Nillius in verba-Palabras al viento (Convocatoria)

Nillius in verba    Palabras al viento

Por el motivo de celebrar un año de "Los Nombradores mudos" Se hace el llamado a todos los Nombradores y público en general para realizar un artículo sobre la escritura. Enviar a más tardar el 15 de agosto de 2016 al correo dondelaslucestocanlatierra@gmail.com

Los Nombradores Mudos

lunes, 27 de junio de 2016

"Estoy vivo en este momento"


Un artista que pinta aquello que más ama. Recuerda a la mujer de la que se ha enamorado. En los instantes en que se llena con las imágenes de los momentos que pasó  a su lado, puede pintar. Su amor se oculto, pero ahora se muestra y libera en su obra. Él quiere expresar aquella esperanza que ella le sembró.
Pueden pasar los días, caminar los mismos senderos, puede externamente parecer el mismo hombre. Pero ahora es alguien distinto.  Sabe que ya es él: un artista. Ahora está vivo. Su arte le da la vida. Sus pinturas que había dejado olvidadas, las ha vuelto a retomar, pero las formas y los trazos han cambiado. Hoy pueden tener un significado. No son simples copias de la realidad ¡No!  Esas líneas: rectas, onduladas y en espirales, los colores que mezclados que se llenan de luz y sombras, son la puerta a su corazón.
Pero ¿el pintar será aquello que le hizo exclamar: ¡Estoy vivo en este momento!?   ¿Fue el hecho de estar enamorado? Será tal vez que sólo en el momento en que logra capturar su amor en la pintura es cuando puede ser él mismo, puede sentir y pensar con mayor claridad qué es eso de amar y vivir la vida. Eso es lo que le brindo vida, el amar la vida en su creación. No el tener reconocimiento o renombre del artista cotizado, eso no importaba, lo que le daba vida eran los recuerdos que podía plasmar en el concreto. 
La vida del artista es su arte.
Puede ser una grata maldición la que pesa sobre los artistas. Esa en la que sólo a través del arte pueden sentir y vivir la vida. El dolor y la alegría, el amor y el odio, son la vida misma. Crear sus obras lleva a los artistas a conocer lo que es amar vivir. Como aquel Van Gogh que se pensaba a sí mismo con la serenidad del monje budista, aún cuando sus conocidos lo pensarán más como un loco con melancolía infinita. Pero aquel loco no era más que el cuerpo, en los instantes en que no se encontraba pintando, no era él. Por su arte era el hombre que podía tocar las estrellas con su brocha.
 En algún lado leí que aquel que quiera ser escritor debe no poder dejar de escribir, y en el momento en que pueda imaginar una vida sin letras, será la indicación para dejar de escribir, de que no se tiene alma de artista. Supongo que lo mismo pasa con las demás artes, puesto que el artista es aquel que hace del arte su vida, ya sean sus letras, sus cuadros, sus esculturas, son los reflejos de su corazón, son las voces de su alma que grita:

¡De alguna forma, al fin estoy vivo!

Sarasvati


Notas sobre el tiempo y el Génesis

Notas sobre el tiempo y el Génesis
El tiempo pasa. ¡Vaya frase! En el mismo enunciado están encadenados dos elementos casi en amorosa y eterna compañía: el tiempo y el movimiento. ¿Por dónde pasa? No hay lugar: el mundo es el escenario del paso del tiempo. Podemos frenar el movimiento de los carros, utilizar nuestra mano para detener antes la caída de una gota de lluvia. Pero al movimiento no lo podemos detener, como al tiempo. Ni el suicidio detiene la corrupción de los cadáveres. Los modernos se desesperan y se afanan en emborracharse con todo lo que puedan: ríen mientras mueren o lloran por el inevitable fin de la vida. Los naturalistas piensan en que no hay razón para turbarse por los caprichos de lo material: la vida es una ilusión, como para los budistas, quizá los menos materialistas de los que sabemos.
¿El Génesis será también el origen del tiempo? Pregunta que parece ociosa. Está en la la palabra principio, justo al inicio de la narración. Tal vez no se refiera al tiempo. El génesis es una secuencia de eventos, en donde la noche y el día por obra del sol y la luna son previos a otros eventos de la creación. Inicia con la creación del cielo y la tierra. Los días se distinguen o se cuentan a partir de la separación de la luz y las tinieblas. Y parece que no había alternancia: ambas permanecían. ¿Cómo es que pasaban entonces los días? No podían pasar como ahora pasan, en medio de nubes pasajeras, lluvias y cantos de grillos. Para que no se vuelva la ridícula versión que la ciencia hace de él, reduciéndolo a mito de una disposición de la materia por una voluntad suprema, tendríamos que renunciar a entenderlo a partir del movimiento natural. De hecho, nada tenía forma: la luz no servía para distinguir nada, sólo a sí misma de las tinieblas. La tierra y el cielo existían, pero en ellos no había vegetación ni colores. Incluso hay dos cielos.
Dios no puede estar sujeto al tiempo: todo se hace por su palabra. Si estuviera sujeto al tiempo, no habría creación. Si no hay creación, no hay principio para explicar movimiento alguno. La teoría del big bang es la disolución del movimiento: todo comienza por una explosión. Las explosiones no son causas, sino efectos. Por eso el génesis no es una explicación cósmica. El tiempo no es sólo cuestión de naturalismo, y eso el pensamiento moderno lo entendió bien. La versión kantiana del tiempo está en el mismo libro en donde se habla de los límites de la metafísica.
El paso del tiempo se nota, decimos, en el envejecimiento. La vida termina. ¿Para qué? Es la pregunta romántica, casi faústica de quienes no hallan el sentido. ¿Cómo tomar el tiempo en el sentido del Génesis, sin romanticismos y sin la ciencia moderna? Evidentemente, no estuvimos para presenciar el inicio. Por eso dicen algunos que es cuestión de creerlo. El punto del Génesis quizá sea que el mundo no tiene un reloj. El mundo tiene un orden: Dios se lo puso. Pero, si la teleología en el tiempo es posible, no puede entenderse como un período histórico. Si la vida termina, eso no prueba la falsedad del origen. No habrá quien cuente el tiempo, así como en el principio.



Tacitus

domingo, 26 de junio de 2016

Acerca del brexit y otras cosas opinables: notas sobre el Teeteto parte VI



Hablamos para todo; nos gusta decir nuestras opiniones que pretenden reflejar la verdad sobre todo. Recientemente Gran Bretaña se separó de la Unión Europea y en casi cualquier lado he escuchado opiniones al respecto. El asunto lleva fraguándose desde hace mucho (incluso mataron a una diputada inglesa por su oposición al mejor conocido como brexit); desde hace mucho la economía de diversas partes del mundo se ha visto alterada. No pretendo hablar de economía y política aquí. Tan sólo pretendo usar el ejemplo para mostrar que siempre tenemos una opinión sobre algo y, regularmente, creemos en la verdad de esa opinión. En el caso de qué sea la sabiduría o el conocimiento, podemos preguntarnos: ¿también tenemos una opinión de eso?, ¿creemos que esa opinión es verdadera?, ¿si no es verdadera, por qué la tenemos? Pero si no queremos fastidiarnos con preguntas cansinas, podemos afirmar: “todos, en alguna medida, tienen la verdad, pues cada cabeza es un mundo”. Independientemente de que con esta respuesta le estemos dando la palma a Protágoras, el afamado sofista de Abdera, por haber dicho lo que queríamos escuchar, con esa respuesta no se está haciendo la pregunta enserio, tan sólo se busca dejarla a un lado. ¿Qué hacer para responder? Mejor dicho: ¿qué hacer para preguntar adecuadamente? La respuesta es fácil: dialogando. Aunque esto nos lleva a otras preguntas. 

Teeteto continúa en la discusión sobre si el saber es percepción con una actitud muy tranquila, dando una opinión que, al parecer, no había entendido del todo, pues Sócrates la lleva al extremo de decir que si la percepción es única y nosotros nunca percibimos de la misma manera porque lo que percibimos ya nos cambió para futuras percepciones, no hay sabiduría. Dicho de otra manera, si toda cabeza es un mundo, todos vivimos en burbujas, sin darnos cuenta que existen personas más inteligentes que nosotros o que podemos equivocarnos, que podemos pensar, que podemos entendernos y, en consecuencia, que podemos dialogar. Dicho de otra manera: si la percepción es individual y depende únicamente de lo que percibimos y de cómo nos encontremos en un momento en específico, un cerdo es igual de sabio que un hombre, pues el cerdo estando enfermo percibe de diferente manera que estando sano. La tranquilidad de Teeteto es un vicio común al dialogar, pues no quiere contradecir a quien aparenta saber más y, al parecer, no quiere pensar junto con él. Por eso su hijo, su idea, está siendo examinada y vapuleada por Sócrates. Aunque no se trata de vapulear la idea, sino de demostrarle que era deforme desde el nacimiento, que la semilla era venenosa desde la inseminación. Teodoro cree que Teeteto es su hijo y vuelve a elogiarlo para elogiarse a sí mismo, pero él tampoco se había dado cuenta del veneno protagórico; peor aún, no se da cuenta del peligro de querer escuchar verdades sin entenderlas. Su figura representa a quien se entretiene escuchando verdades, quien ve el show de los argumentos desde la primera fila, pero no se percata de que ahí todo es actuación. Teeteto, joven inteligente, puede quedarse en el teatro, volverse actor o buscar algo más verdadero.    

Fulladosa

viernes, 24 de junio de 2016

Sentimiento sobre un México herido


De verdad, sé y confieso que no comprendo nada. No entiendo de qué va la dichosa Reforma Educativa, no sé cual es la verdad con respecto a lo que pasó en Oaxaca. No tengo una teoría súper buena y verdadera sobre lo que pasa actualmente en el país. Tampoco tengo un pensamiento muy crítico que digamos. No he tomado una postura. No me he proclamado a favor o en contra de los maestros de la CNTE. Pero si sé, y siento, que tengo un nudo en el pecho. Por ello, quería escribir sobre lo que ha ocurrido en la última semana en el país, en general. Pero de verdad, ¡no sé que decir! No sabría proponer algo para calmarnos a todos. No sé cual es la solución, no sé si es más factible una lucha armada o una pacífica, ni siquiera sé si estamos listos para una revolución. No sé que hacer, yo como habitante de la capital, llena de recursos y de miedo, con falta de coraje y valentía. Y sí, me adelanté al comentario (que me pone muy de malas) sobre irnos todos con machete en mano en contra del Gobierno Opresor. Aclaro que me pone de malas porque se me hace muy absurdo el ir a matarnos entre nosotros, lucha entre "policías y obreros-campesinos", dejando de lado nuestra condición de seres humanos. De ser así, no quedaría nada. Pero quién sabe, a lo mejor sólo eliminando completamente la raza humana podamos solucionar todos los problemas actuales. Sin embargo, no estoy de acuerdo porque yo, como Talio, elegí la vida, aunque tomaré su frase pasa usarla en otro sentido (espero no te moleste Talio, sino, espero los reclamos en los comentarios).

Digo que elijo la vida porque me duele ver como gente muere por un ideal, y lo pienso por ambos lados. Unos matan y disparan por mandatos teniendo en mente un hueso más grande, otros torturan y humillan a quienes, dicen, son traidores al pueblo. Pienso que el pueblo somos todos, e independientemente de eso, los dos bandos esta formado por seres humanos, hombres errantes y aferrados a lo que más desean. Es cierto que ninguno quiere morir pero si prefieren matar a quién está frente de él. ¿Acaso no les duele? Duele Nochixtlán, Ayotzinapa, Atenco, Juárez, como duelen todas las muertes silenciadas por la impunidad, y peor, por el olvido y la indiferencia. Duele el seguir vivo, no siendo más que espectadores impotentes ante la situación de extrema violencia. Duele el miedo, la angustia, la desesperación. Y estoy segura que no necesito ninguna teoría para padecer de este dolor. No necesito leer o ser una erudita para sufrir la lucha que hombres protagonizan por falta de diálogo. Pero con esto tampoco quiero dar a entender que yo, estudiante de la gloriosa UNAM me digné a bajar de mi nichito para empatizar con el pueblo. ¡Yo también soy parte del pueblo! ¡A mi también me están hiriendo!

¿No se dan cuenta? A nosotros como estudiantes, filósofos (o estudiantes de filosofía), licenciados, maestros, doctores, obreros, campesinos, burgueses, etcétera también nos afecta todo esto. No sólo económicamente, nos afecta en cuanto a que ese que cayó herido de bala es un igual, este vestido con o sin uniforme. Entonces ¿Por qué seguimos haciéndonos de la vista gorda? De verdad no sé si este escrito sirva de algo, como no sé de que sirve voltear la mirada hacia el Otro y acompañarlo en su dolor, pero ahora, con tanta indiferencia y hastío emanado de todo cuerpo, me parece lo mejor que podríamos hacer.

También podemos cantar y bailar esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=pt_TDfDzWDc

He aquí algo de la letra, de mano de alguien llamado Sael Bernal:

No abuses más de la fuerza que un uniforme te da. Mira que la dignidad no tiene color de piel, tampoco clase social. La libertad no es metralla, la libertad no es violencia, la libertad es conciencia de derrumba las murallas. No queremos más prisión, no más desaparecidos, queremos pueblos unidos en un solo corazón. Queremos que esta canción vaya trazando un destino, obreros y campesinos, estrechemos nuestra manos, todos juntos como hermanos hagamos la libertad que nos de justicia y paz a todos los mexicanos.

La chica entre dos planos

jueves, 23 de junio de 2016

Música de elevador


No veinticuatro, no veintiseis sino treinta, treinta años, seguramente la mitad de su vida. La mitad de una vida haciendo nada. Hoy, hoy era el día en que eso cambiaría, sabía que tenía que armarse de valor y hacer algo significante, lo que fuese que le permitiera salir del anonimato. Pensaba en toda la gente a la que había visto desfilar por aquel estrecho espacio, siempre hablando de viajes, de negocios de trabajos importantes de ellos, que evidentemente eran importantes, siempre yendo y viniendo, siempre viviendo, mientras él se queda ahí y los veía pasar. Estaba entretenido en su desayuno de melancolía y determinación cuando de pronto estaba ahí, ese persistente calambre. Intentó mover el pie sutilmente, siempre guardando la compostura. Últimamente los calambres eran más frecuentes y dolorosos. Aunque se hubiera esmerado, no hubiera podido ignorar que era su cumpleaños pues ahí estaban los achaques restregándole que ya tenía tres décadas viviendo. Y a manera de regalo tenía ese calambre que llevaba quince largos minutos trepándole por la pantorrilla. Sin embargo, él permanecía con su pokerface, no se dejaría vencer por un calambre. Sabía que para su horrible trabajo la imagen lo era todo y, aunque fuera horrible debía portar el uniforme con rectitud, pues por eso le pagaban, no podía darse el lujo de descomponer el rostro por un calambrillo. "Piso doce", anunció. Bajó un anciano de porte alemán. Presionó el botón que cerraba las puertas del ascensor e intentó gobernar su rostro para que nadie notara su malestar. Una tediosa melodía infinita sonaba como música de fondo, con sus vacíos matices ya aprendidos de memoria. El calambre le empezó a subir por el muslo e hizo una mueca, por instinto volvió precipitadamente a su cara de persona seria-servicial, volteó a ver si alguna de aquellas personas se había percatado de su falta al deber. Se sintió un poco a salvo al notar que nadie lo miraba...nadie lo miraba... algo parecido a la incomodidad comenzó a germinar en su interior. Por el rabillo del ojo miró a aquellas seis personas que vivían una vida muy diferente a la suya. Tres jóvenes hermosas hablaban en un idioma que él no entendía, todas metidas en vestidos entallados que buscaban exaltar todas sus formas; eran del tipo de mujer que jamás se acostaría con él. Dos hombres de mediana edad hablando de ir las próximas vacaciones a Tailandia porque ya estaban tan aburridos de los destinos clásicos, ya lo habían visto todo, ya habían hecho de todo... A su lado, iba un adolescente extremadamente bien vestido que se aislaba del mundo ayudado de unos audífonos. Algo en el estomago se le revolvió.  Emitió un leve gemido y aquella gente no se inmutó siquiera. Los volvió a espiar por el rabillo del ojo y su incomodidad empezó a convertirse en ansiedad. No era la primera vez que la gente lo ignoraba, sin embargo era la primera vez que reflexionaba -más bien especulaba, pero él sentía estar reflexionando- sobre todo lo que aquella situación significaba, o tal vez sólo se sentía sensible porque era su cumpleaños treinta y no había hecho nada en la vida y tenía un doloroso calambre en la pierna y a nadie le importaba. Sonó la campanilla que indica cuando se ha llegado a un nuevo piso "Piso veinte" dijo saliendo de su trance, el adolescente descendió y al hacerlo lo empujó levemente, el chico no se inmutó y bajó en silencio del ascensor. Él, era el que debía disculparse siempre, sin importar quien cometiera la falta, era él quien debía hacer honor a su servil condición, quedó perturbado al hacerse consciente del sabor que quedaba en su boca tras haberse disculpado. Efectivamente, estaba muy sensible. Lo habían empujado, insultado y  nunca se había sentido tan ofendido como en ese instante. Cerró las puertas del ascensor,  decidido ladeo un poco su rostro para poder ver a aquellas personas y pronunció un nítido "Auch" mientras se sobaba el muslo, nadie se giró hacia él. Se quedó frío.

"Piso veintiséis" Bajaron dos de las tres mujeres, despidiéndose de la tercera con un gesto de la mano. La mujer era la única que quedaba en el ascensor. El seguía con el sabor amargo en la boca. La música monótona de fondo estaba a punto de perforarle la cordura, llevaba escuchándola cada día, por diez horas seguidas, durante ocho años, mientras sonreía dócilmente y fingía que era de cartón. Debía aparentar que no se sentía humillado cuando las personas no le regresaban el saludo o aún peor, cuando lo hacían pero lo miraban como si fuera una rata roñosa que a parte de darse el privilegio de existir, se toma el atrevimiento de andar por ahí parlando. No sabía cómo su vida había ido a parar en eso. Treinta años y no merecía que alguien siquiera preguntará por su calambre, probablemente podría morir ahí y nadie lo notaría, probablemente moriría en cualquier otro lugar, sin conocer nunca Tailandia, sin despertar junto a una hermosa mujer desnuda y lo peor: sin que a nadie le importara. no era nadie importante, no conocía mucho mundo (ni poco), hablaba español y en sus vacaciones iba a Acapulco ... Sopesaba todo aquello digno de ser sopesado en un cumpleaños  mientras miraba los lindos muslos de la mujer que perfumaba el ascensor con sus feromonas y su perfume caro. Era claro, debía decidirse, debía actuar para no morir en el anonimato, debía dar el salto y lograr que el mundo conociera su nombre, no ambicionaba que le conocieran, sólo que la gente pronunciara su nombre, se conformaban con que identificaran su rostro con su nombre, únicamente. Mirando aquellas piernas torneadas el rostro y la vida se le iluminó. Se decidió.

La entallada falda le llegaba a la mitad de los muslos y el color negro de la tela contrastaba con su piel morena. Sus meditaciones existenciales se habían tornado en fantasías sexuales. Ni siquiera le había visto el rostro, no le importaba ¡Lo que haría él con aquel cuerpo! Una punzada en la pierna lo regresó a su realidad, realidad que estaba decidido a cambiar. Aquella mujer bajaba en el piso treinta, eso sin duda era una señal. "Piso treinta" indicó a la mujer, se abrieron las puertas y ella hizo sonar sus tacones. Antes de que ella saliera completamente del ascensor, diestramente él presionó el botón para cerrar las puertas, la tomó del cabello y la arrastró de regreso al ascensor. Se cerraron las puertas y la mujer a penas tuvo oportunidad de gritar. 

Dentro del ascensor sólo se escuchaba la tediosa melodía y el forcejeo de los cuerpos en el suelo. Sentía su delgado y caliente cuerpo convulsionarse bajo el de él y su cuello frágil cedía antes sus manos de hombre. En el último instante de vida ella lo miró directo a los ojos y enseguida dejó que la vida se le escurriera. Él se sintió horrorizado al ser observado en aquella circunstancia, si tan sólo lo hubiera mirado así antes, él no hubiera tenido que hacer eso, pero tenía que mirarlo cuando él la estaba estrangulando, cuando había terminado de estrangularla y no antes, cuando aún podía detenerse. Miró con lagrimas en los ojos el cuerpo inmóvil de la que había sido una bella mujer. La mirada penetrante de aquellos ojos muertos lo acusaban y él no supo que hacer, no quería tocarla, se sentía asechado así que se incorporó asustado y salió huyendo. Aunque no era parte del plan huir, tampoco era parte del plan que unos ojos muertos lo miraran como nadie vivo le había mirado. Bajó las escaleras de treinta pisos sin siquiera sentirlos. Caminó todo el día sin destino alguno, al final se sentó en una banca, la mirada y la tibieza de aquel cuerpo muerto ya se habían oreado con el transcurso del día, ahora todo eso era sólo un rumor, un contratiempo, un mal sabor de boca que se menguaba ante el panorama del porvenir, sonrió al pensar que era el cumpleaños más excitante que había tenido en mucho tiempo. Él no era un asesino, pero sin duda era la sociedad quien lo había orillado, se repetía. Después de todo, ese peso en su consciencia era un precio razonable por salir del anonimato. Cerró los ojos y se sintió en paz.



"Fue hallado el cuerpo de una mujer en el elevador de un hotel de lujo en..." "En México, cada día son asesinadas seis mujeres..." Sus ojos ansiosos buscaban sobre las hojas del periódico. El corazón se le quería escapar por los oídos, saboreaba con antelación el placer orgásmico  al leer su nombre. "...NO HAY SOSPECHOSOS". El dolor que cayó  sobre él, le aplastó la existencia. Amargas lagrimas comenzaron a correr en su rostro. Estaba condenado. 




miércoles, 22 de junio de 2016

Extraños acostumbrados

Crueldad pura eres
que juzga velozmente,
impacientado por leerte
aceptas mejor no verme.

¿Adónde llevará este silencio
que esconde la ruina que somos?
¿Terminará por sorprendernos
en medio de lo espantoso?

Frente a frente, ojo y ojo,
miraremos y no podremos
reconocernos,
el pasado acabará alojado
y el futuro, obsoleto,

Las palabras se deshacen
en una discreta vorágine,
la amistad muere...
la indiferencia vuelve.

Inciertamente
lo que fuimos,
originalmente,
ha concluido.

martes, 21 de junio de 2016

De viento, neurosis y neblina

I

Era el viento y las puertas aún abiertas en sus ojos;
Era el calor que punza dentro y fuera del abrazo
y que servil se afrenta a la bufa de mis pies descalzos.
Yerto, casi muerto, logro verme sutil frente al enojo;

logró romper mi piel con el susurro de la madrugada:
un leve soplo de verdad afilada; un breve canto de ausencia
una presencia ya familiar en mis caminos; esa incorregible indiferencia
ese breve espacio de tiempo que en si mismo llega a nada.

Pero si de esto he parloteado hasta el cansancio
es un cuento rancio que se aceda en el destino
es un poema necio que nació sin el placer del vino
es un final ya dicho, en esta vida a la que escancio.

II

Pero entre neurosis y neblina, brotas como agua dulce
como una sed redentora que crece entre tus paredes
como ese breve goce que casi nunca nos sucede
a nosotros los que nos marchamos antes de que el cielo nos expulse.


Pero tu sensibilidad me intriga y me hace una partícula en el viento.
Crecí bajo el rescoldo que en mi pecho anida, debilitado
y ni en mis locuras más volubles pude ver lo que tú me haz retratado.
Verte es como estar en otra vida, verte es ya no vivir el padecimiento.

III

Y así es como a esto se reduce: al aire y sus variantes
a como las cosas se dan, se privan, o  se olvidan
a como los malos y brutos pasos también se oxidan
y al incordio bendito de intentar no ser el de antes.

lunes, 20 de junio de 2016

Yo también elegí la vida

Claro ha sido para todos mis más fieles seguidores y para mis más acérrimos detractores que me he ausentado de este fabuloso quehacer por tanto tiempo. Ya he ofrecido disculpas muchas veces (aunque, gracias a Dios, no tantas) por mis ausencias. Y hoy me siento feliz por poder expresarles de manera más fluida lo que me ha mantenido pensando estas últimas semanas.
Muchos podrían pensar que en esta entrada veré, con quienes gusten, si la vida es un sueño de Adán o no, o qué sinonimia existe entre la Voluntad de Dios y el Libre Albedrío. Sin embargo, no lo haré así por el momento. Prefiero hablarles del gusto que me da estar vivo. No leerán un ensayo, ni un relato, ni un tratado, ni nada que se le asemeje a esos fabulosos trabajos que adornan los libreros. Leerán mi alma o un fragmento de ella. Para quienes creen que me conocen: no me creerán; quienes lo saben: lo sabrán; y quienes no tienen ningún prejuicio en mi contra porque no me conocen o porque no les intereso: no les molestará (a no ser que mi estilo sea definitivamente una tortura a la razón). Hoy tengo ganas de vivir a través de mi escrito.
¿A quién le gusta vivir en un mundo como este? Está lleno de corrupción, de fragilidad, de inconformidad, de egoísmo, de egolatría, de mucha, y poca al mismo tiempo, reflexión, de indiferencia ante nuestra propia vida; está pasando por un periodo en el que los países sólo pueden instarnos al llanto con sus derrochadoras políticas: derrochan muerte y destrucción; está pasando por la lejanía de Dios y la cercanía de los vídeojuegos que permiten a los hombres matar sin matar; está en un periodo en el que solamente un genocidio parece ser la solución, el destino y la libertad de veras. Vemos gente comiendo tacos en cada taquería como si no hubiera otros sufriendo por la explotación de sus pueblos. Vemos hombres muriendo mientras otros sólo se pierden en el alcohol. Vemos clérigos devastando la esperanza de un pueblo que ya ni siquiera sabe que la tiene.
Sin embargo, vivir es tan bueno como un par de tacos gigantes, de esos de “cómase dos con una Coca, y no paga”. ¿Por qué es bueno? Porque con cada acción que realizamos, nos encontramos en posibilidades de hacer el bien. No podemos hacer que el niño de la calle deje de tener frío. No podemos detener las balas que atraviesan a los hombres en Medio Oriente. No podemos robar al Vaticano para darle de comer a los niños anémicos en África. Tampoco podemos dormir a los desahuciados para apresurar su reunión con Dios. Mucho menos podemos darle, a todos, la verdad absoluta. Y, al no hacerlo, no pecamos de omisión, solamente conocemos los alcances de las acciones del hombre, es decir: el hombre puede hacer lo que puede, y ya. Por lo anterior se podría decir que estamos llamados al mejoramiento de nuestra persona para poder hacer mucho más por el mundo, y que al no hacerlo estamos alejándonos del camino del bien. Nos la pasamos deseando tanto nuestra propia superación que no atendemos al hecho de que en el Bien uno no puede superarse. Es igual de bueno dar un verdadero beso de amor a nuestra madre que salvar a trescientos prisioneros de guerra, y esto es porque si se hace con un sincero deseo del bien nos acercamos más al mismo. Quizá a eso estamos llamados en la vida: al Bien. Por eso me encanta vivir, porque, por más que el mundo se esté, como dicen, desmoronando a grandísimos pedazos, las personas pueden ser siempre buenas y permitir a los otros ser buenos.
Yo no soy bueno, pero ¡cómo me encanta pensar que puedo serlo! Como Elena Pérez Hoyos: elegí la vida.

Talio


Maltratando a la musa

                 Luciernagas

Empiezan la vida con grandes deseos
de brillar para siempre en un futuro
y pasan la niñez llena de apuro,
mientras, de los árboles, se vuelven reos.

Llega el momento de salir al mundo.
Bendito sea el sol que se llevó la lluvia.
Bendita la noche que siempre les guía.
Llega el momento de ir a lo profundo.

La negra noche les muestra al ajeno
que sólo es ajeno porque otros lo creen;
les hace saber que todo ahí es bueno

porque hace perpetuo (su forma) su ser.
No mis amigos, no hablo del humano,

hablo del insecto lampyridae.

Post scriptum a "Lamento heroico"

Gracias, si acaso me has dado una segunda oportunidad


Estoy en deuda con ustedes. Prometí una explicación de la breve historieta Lamento heroico en tres actos pero, para serles franco, mi entrada pasada merecía una pausa a dicha secuencia. Es inevitable hablar cuando un suceso fortuito golpea la marea de lo cotidiano. Encontrarse con una vieja amistad es reconfortante para el corazón, y más cuando ésta se había distanciado por los impulsos impetuosos de la traviesa mocedad. En fin, la compañía de una excelente persona ilumina y da calor al corazón del hombre en cualquier parte del mundo.

Y para no alejarnos tanto, debo decir algunos aspectos de la historieta que me vino en compartirles. La idea es simple: la vida de un héroe. En él quise enmarcar un aspecto importante de la vida del hombre, que no es otro que aquel en el que depositamos todos nuestros deseos, los cuales nos hacen actuar inherentemente a cada paso que damos. Quise ver si acaso sería posible el caso en el que, por alguna razón, no se lograrase tal fin, es decir, no se consiguiese el bien deseado o anhelado. ¿No es verdad que siempre decimos: tranquilo, pasará, todo irá mejor? Pero si, por alguna causa, no se alcanzara ese estado de plenitud o de felicidad, ¿qué más habría que esperar? De ser así ya no habría nada que esperar. Qué si te digo que al final del día nada sucede por una razón, es decir, que es mentira que "todo sucede por alguna razón". ¿No sería eso el fin de la vida humana, un exterminio del hombre?, ¿no es arracanrle al hombre lo que precisamente lo hace humano? En parte por eso cuestioné en mi entrada pasada a aquella persona que me dijo que el amor no existía. Claro que existe pero, al igual que muchas otras cosas, no se le ve con los ojos de la cara.

Sin embargo, lo relevante en la historieta, y de ahí que sólo sea en tres actos, es que, primeramente, cada uno se esfuerza en lo que considera como lo mejor; luego sobresale, mejora, se forma un hábito conforme a ello, pero si es el caso que pierde todo a su alrededor, lo último que le queda es continuar con dicha creencia; por último, se da cuenta que no existe tal cosa que guardaba con tanto ahínco en su corazón. Después, nada. Y la vida entera se nos va en eso, en seguir nuestras creencias, en afirmarlas o en cuestionarlas. Pero rara vez podemos ser jueces sobre ellas, de modo que, en el peor de los casos, erramos y tropezamos al precipicio. Pero si por un golpe de suerte nos topamos con aquellos que nos ayudan a ser mejores personas o, en caso contrario, emprendemos la búsqueda de saber qué somos y hacia dónde vamos, quizá tengamos una segunda oportunidad. La vida, pues, me es un hermoso y temible misterio, porque en las más de las veces somos sorprendidos por las circunstancias y pocas veces podemos llevar con firmeza el timón de nuestras propias acciones.



Aurelius

domingo, 19 de junio de 2016

Les étoiles filantes

               
                                                      Para una osa osa, cuya sonrisa hermosa y contagiosa propició este cuento
Se quitó las lagañas de los ojos. Su cuerpo desperezado se mostraba reticente a abandonar la cama. El calor de las cobijas era pegajoso y plácido, unos minutos más…era todo lo que quería. Pero las reglas eran claras, tenía una gran responsabilidad. Le gustaba su trabajo, le gustaba sentirse importante. Pero sobre todo le gustaba complacerlo a él, al gran Telos. Las buenas obras hacían sonreír al gran señor, la obediencia era la gratitud con el creador. Pensaba en las recompensas de Telos, en la gran maravilla paradisiaca que había creado para él, para su hermano y para aquellos seres tan extraños de allá abajo. Se levantó de la cama e hizo algunas flexiones; estaba apegado a su rutina, la cual empezaba con lagañas en las sábanas y calistenias al pie de la cama, seguida de preparar una bebida caliente y darse un baño rápido. Todavía tenía buen tiempo antes de tener que hacer su trabajo, ese empleo que era su vida y cuya importancia era sustancial para toda vida. Todavía era el turno de su hermano, seguro ya harto de trabajar, de dar vueltas, inquiriendo cuál es el sentido de todo ello; su hermano el de las preguntas, el inconforme, el lleno de peros, el que a veces le parecía tan similar a aquellos seres, las nuevas creaciones de Telos. Sin embargo lo quería, era su hermano y al final siempre hacía su trabajo, a regañadientes, pero lo hacía. Y quizá las preguntas no estuvieran de más. Él también a veces se hacía algunas preguntas, pero siempre las desechaba tan pronto como pudiera, pues sabía que cuestionar las cosas es algo que no le gustaba a Telos. No tenía ni una sola duda de su poder y omnisciencia, no quería hacerlo enfadar. Pero la verdad es que estaba lleno de dudas. A veces pensaba que no podía disfrutar del todo el emporio blanquecino y luminoso que había sido dispuesto para ellos. El paraíso se desbastó muy rápido para él. En el principio todo el tiempo se maravillaba viendo a las estrellas, viendo hacia arriba; ahora pasaba sus horas libres observando debajo de las nubes, hacia abajo, en el reino de aquellos que Telos llamaba “hombres”. Le parecían tan extraños, le extrañaba esa inflexión tan inusual que hacían sus bocas, como alzándose hacia las mejillas, a veces hasta acompañada por gesticulaciones sonorísimas. Él jamás había hecho algo así, pero parecía atractivo, pero no podía entender por qué lo hacían. Su hermano, siempre curioso e imaginativo, ya había descifrado el misterio de aquellas extrañas formas repentinas en las comisuras de los labios de los hombres. “Les pasa cuando su emoción es incontenible, hermano; cuando su gusto es tal que tiene que expresarse”. Él no era tan observador como su hermano. Quizá por eso Telos le había dado el primer turno, pues él era quien creaba la luz, donde la vigilancia eterna de los hombres era más fácil. Su hermano era quien traía la oscuridad. Luz y oscuridad estaban al alcance de sus brazos, lo único que tenían que hacer era ir a la Gran colina, donde estaban los engranajes que Telos llamó Día y Noche y girarlos hasta que su turno terminara. Claro, era un trabajo complicado y además les parecía era demandante, los engranajes pesaban y eran ruidosos, pero el espectáculo inefable de ver el amanecer o el atardecer eran dignos del paraíso y justificaban el suplicio del trabajo. A veces pensaba si los hombres, si aquellas criaturas podrían comprender la magnificencia divina del alba y el crepúsculo. Estaban allá, tan abajo, pero el paraíso se extendía diario hacia ellos por un breve lapso, si es que lo sabían ver. Su vida estaba repleta de instantes en el paraíso con muchos tonos de grises alojados en medio. Sintió un poco de lástima por ellos; al observarlos por tanto tiempo, se daba cuenta que siempre se concentraban más en los instantes grises que en los momentos gloriosos, que vivían más temiendo lo gris que propiciando que aparecieran los momentos gratos: eludiendo más que persiguiendo. Se preguntó una vez más porqué Telos los alojaría en aquella tierra inhóspita y no con ellos, aquí arriba. Y desechó una vez más la pregunta, no quería ofender la perfección de Telos con dudas. Además, se hacía tarde y el día tenía que empezar a una hora en específico. No comprendía porqué, ni siquiera comprendía bien qué era eso de lo que Telos les había hablado, eso del tiempo: vicisitudes de la inmortalidad, quizá. Se vistió con la camisa blanca que siempre usaba, tomó su bebida caliente, comió algo antes de salir a trabajar. Desde su casa se veía el torso de la colina, también las grandes escaleras que llevaban a las ruedas del día y la noche; con la cima erigiéndose hacia el cielo, oculta del marco de la ventana, no podía ver a su hermano, pero sabía que ya estaría algo desesperado por acabar su turno. Y entonces salió hacia la colina. Abrió la puerta y el gran viento le llenó el rostro y el cuerpo entero, era una fuerte brisa fría y refrescante. Algo había en esa luz incansable que sólo podía describir como sublime. Siempre la mejor parte de su trabajo era el camino hacia las ruedas, la vista era magnífica una vez estando arriba. La Gran colina era enorme. El blanco inmaculado siempre le brindaba una calma, una paz impoluta que toda desazón borraba. Aquí todo era blanco, sólo al fondo -en los confines del paraíso - el verde imperaba: era el jardín de Telos. En el blanco, él y su hermano vivían apaciblemente, sin emociones ni contratiempos. Era fantástico, se decía; era hermoso, se convencía; era apacible, se recordaba. Sus andares hacia la colina fueron inusualmente intranquilos. Cada paso que daba, cada escalón, la sensación de que algo iba mal acrecentaba. Apuró sus pasos, subiendo los escalones en parejas, luego en tercias. Jadeando llegó a la cima de la Gran Colina, desde ella se veía la entrada al jardín de Telos y los grandes árboles frondosos que había tras sus muros. Su hermano estaba dando vueltas a la rueda de la noche; ambos sudaban. Su hermano vestía una playera negra que el sudor pegaba a su cuerpo. Cuando lo escuchó llegar le saludó fríamente, con el desdén de un hombre que no tiene interés en lo que hace: “Saludos, hermano”, dijo mientras se limpiaba el sudor con una mano y empujaba la gran rueda con la otra. “Que Telos te bendiga este día, hermano” respondió el otro devotamente, mientras se acercaba a la rueda que creaba el día. “Pues dudo que eso suceda, no veo porqué habría de ser así si eventualmente tengo que venir de nuevo a girar esta rueda” se quejó mientras giraba una última vez esa rueda que originaba la noche. De un tiempo para acá se había vuelto insoportable su trabajo, cada vuelta de la rueda le aquejaban más y más dudas sobre la naturaleza de su existencia. Había nacido para algo más que solamente girar una llave y rendirle pleitesía a Dios ¿cierto?, pensaba que un Dios realmente digno de alabanza querría que sus creaciones fueran lo mejor dentro de sus posibilidades, que vivieran la vida al máximo de su potencial. Girar una rueda no tenía sentido. El único consuelo que le apaciguaba es que Telos mismo había ido a encomendarles aquella misión, no habría podido seguir la orden a ciegas, sin tener una certeza que diera fuerza a la fe que en aquel entonces tenía. Y su hermano no supo qué decirle, sólo el silencio respondió a las quejas que propinaba un poco a su hermano, un poco a él mismo y otro tanto a Telos. Antes de que la espesura del silencio los dejara demasiado sombríos, resolvió restaurar la plática, ya era demasiado sufrir el trabajo en el silencio, imbuido en los pensamientos, como para ahora, el único instante en el que podía interactuar con alguien, lo arruinara por sus imprecaciones contra la fe. A pesar de que eran dos, su trabajo irremediablemente los separaba. Estaban solos. “Vi unos hombres que estaban haciendo unos ruidos hermosos” dijo, recordando algo que le llamó la atención en su turno, esperando que ello detonara de nuevo la plática. “¿Qué clase de ruidos hermosos? No entiendo, no sabía que había sonidos bellos”  respondió extrañado su hermano, mientras se colocaba en su rueda y comenzaba a girarla. “Yo tampoco lo sabía, hasta que los escuché. Jamás los había visto antes, estaba observando sitios nuevos y los encontré. Era…no sé cómo describirlo, todos tocaban herramientas hechas de madera y cuerdas, de ellas salían los sonidos más melodiosos que he escuchado. Sentí mucha dicha, hermano. Esos hombres, son interesantísimos” Sentía cómo se abría poco a poco, cómo sus emociones cedían a su hermano, estaba deseoso de contar sus impresiones, pero también sabía que su hermano estaba cegado por su fe, que jamás apreciaría a aquellas criaturas como él. Se amaban, pero jamás podrían comprenderse entre ellos. “Pues sí tú lo dices. A mí me parece que son unas criaturas viles. En mi turno, incontables veces los he visto hacer cosas que no me atrevo si quiera a mencionar. Hermano, tienen una afición temible por la sangre. La violencia y la maldad son su sello. Su naturaleza es maligna” profirió aquel, con la playera blanca empezando a llenarse de gotas de sudor por el gran esfuerzo que implicaba mover la rueda del día. “Eso dices tú, hermano. Pero no los debes haber visto como yo; los he visto amarse llenos de sudor, los he visto devorarse los labios, sedientos del otro; los he visto llenarse de caricias y he visto el brillo de sus ojos cuando se miran entre ellos: son capaces de amar” dijo él con la convicción del hombre que ha pasado la mitad de su vida anhelando una existencia como la que tenían aquellos hombres de allá abajo. ¿De qué le servía el paraíso si estaba en una miserable  e infinita soledad? Su convicción era irreductible, sabía que lo que realmente quería era una vida humana y lo que ella implicaba. Y estaba dispuesto a cualquier cosa por conseguirla. Cualquier cosa. “Si es cierto lo que dices, puede que sea esa misma facultad suya de amar, de entregarse de lleno a las pasiones, lo que provoca esa violencia con la que se tratan los unos a los otros. El amor no purifica su alma de su naturaleza malévola, acaso la provoca” No podía soportarlo más, su hermano jamás le apoyaría; sentía el enojo coloreando su rostro, moviendo su boca “¡Pues yo voy a averiguarlo!” dijo finiquitando la plática y encaminó sus pasos a las escaleras, colina abajo. Sus palabras lo condenaban. Su plan estaba al descubierto. Debió haber pensado más, ser menos emotivo, pero era demasiado tarde para lamentos. Además estaba exhausto, el trabajo era realmente difícil y agotador, al acabar el turno lo único que querían era descansar. Definitivamente no era un trabajo para una sola persona. Por eso Telos sabiamente los había creado a los dos. Y eso era terrible…no podía dejarlo. Nunca podría girar ambas ruedas él solo. Pero su necedad y su fe eran imbatibles. Esta breve plática como la de hoy llevaba mucho repitiéndose, es difícil saber el tiempo, pues a los inmortales el tiempo es algo que no les interesa, pero lo cierto es que sabía que la única manera de lograr su objetivo –ser y vivir como un hombre-, era convencer a su hermano de que se fueran juntos… era eso o tendría que matarlo, y definitivamente no quería tener que hacer lo último, pues era realmente complicado matar a alguien inmortal. Lo primero era tener que escabullirse al jardín de Telos, después cortar uno de los frutos de un árbol viejo que estaba al centro del jardín. Lo sabía con certeza, lo había visto en un sueño en el que le fue revelado que la única manera de ser un hombre era comiendo el fruto y descender por el árbol hasta el mundo de los hombres. El fruto del árbol concedía la mortalidad, sabía que tendría que matar a su hermano porque podría verlo cuando intentara escapar. Era un plan osado, además tenía que hacer que su hermano comiera la fruta y sin sospechar. Era una tarea muy difícil, pero sin duda menos tortuosa que una eternidad creando la noche para los hombres. Lo que sea con tal de vivir una vida mortal. Los hombres vivían realmente poco, sólo eran pestañeos en el devenir del universo, pero su vida estaba repleta de tantas cosas que lo fascinaban; cada noche, cada giro de rueda estaba más y más embelesado con la vida de los hombres, cambiaría dichoso su eternidad en el paraíso por una vida humana  y mortal. Los hombres eran fugaces, como las estrellas en el cielo de Telos, pero sus mentes estaban llenas de los recuerdos de esa vida. Y en cambio él, lo único que recordaba era una rueda girando, sueños, su hermano y cada tantos milenios algún mensaje de Telos, que nunca salía de su jardín y no gustaba de ser visitado. Quería recuerdos, quería todo lo que ellos tenían, quería que la muerte diera sentido a lo que viviera: ¿al final qué nos queda? Solamente los recuerdos que creamos, lo que conocimos, todo aquello que nos hizo lo que somos. Para cuando llegó a su casa, ya no cabía duda en su cabeza: sería un humano, costara lo que costara. Quería ser una estrella fugaz.  

     Nunca había sentido miedo…hasta ahora. Tampoco había entendido a su hermano…hasta ahora. Sentía una gran emoción dentro de él. Sin duda era por culpa de aquella fruta tan deliciosa que ambos comieron antes del conflicto. Debajo del temor, del horror, se alojaba algo que no sabía distinguir, nunca lo había sentido, pero hacia palpitar su pecho y le erizaba todo el cuerpo. Sintió algo húmedo cayendo de sus ojos. Era un líquido que fluía con la misma velocidad que la sangre que escurría por el piso de la casa. Las frutas estaban en el piso, salpicadas de sangre al lado de su hermano muerto, su hermano al que tanto amó, su hermano el de la cabeza hecha añicos, hundida dentro de sí misma. Era un espectáculo grotesco que no podía dejar de mirar. “Tú me hiciste hacerlo…tú me obligaste. Lo siento. Lo siento. Lo siento” Las palabras se cortaron en su boca, las rodillas se doblaron y se pintaron de rojo, la respiración se entrecortó, se mezcló con lamentos…hasta que de repente de dio cuenta...no estaban girando las ruedas. Y entonces, al igual que la sangre, corrió; corrió hasta la colina, de tres en tres escalones, con el corazón en la garganta para cuando llegó a la rueda y a la vista del mundo de los hombres. Lo que vio fue un caos. No había ni día ni noche. No había certeza posible. El Sol gobernaba un cielo oscuro. Así nació el Sol de medianoche, una suerte de tarde perpetua.  
El día y la noche se habían roto en astillas y se habían unido en uno para socavar sus fracturas. El beso era hermoso, pero los hombres no pueden gozar de lo eterno, sólo les es dado intuir el infinito, nunca conocerlo. Y así es que él supo que esto no podía seguir así, que ellos estaban abajo por algo y él arriba también. Entendió mejor. Lo comprendió mientras veía el mundo de los hombres, que empezaba a sentir los estragos del Sol de medianoche; demasiado impresionados con la belleza, no eran capaces de hacer otra cosa que contemplar el cielo. Se olvidaban de sus labores, de todo lo que los conformaba. El arrobo de la perfección infinita les cegaba. Sus ciudades ardían, sus navíos encallaban, sus carretas volcaban. Con razón estaban allá, donde el paraíso y el infinito les estaban vedados, donde la gloria de la eternidad era una búsqueda usualmente infructuosa y la felicidad era entregada a cuenta gotas. Y viendo hacia abajo presenció la condición de los hombres creados por Telos: están condenados a buscar el paraíso, deben buscarlo, mas nunca poseerlo. No hizo falta más. Fue suficiente. La rueda tenía que girar. Y sabía que quizá moriría en el intento, girar las ruedas era un trabajo muy duro para uno solo. Pero igual tenía que intentarlo, la furia de Telos motivaba cada paso y cada presión que aplicaba a la gran rueda que propiciaba el día. Sendas gotas de sudor colmaban su frente y caían al pasto de la Gran colina; conforme caían él pensaba en su hermano. Y giró y giró la rueda mientras pensaba en lo recién sucedido: ya había sido bastante extraño por sí mismo encontrarlo en su casa con una pequeña canasta con unas frutas cuando tendría que estar finalizando su turno. Se disponía a ir al trabajo cuando lo vio de pie en la puerta de la casa, con la canasta y la boca ligeramente imitando aquellos gestos extraños que hacían los hombres. Él, ingenuo y de fácil confianza, había aceptado la invitación, la fruta, el pretexto. Y la verdad es que el sabor de la fruta era lo más delicioso que había probado. Lo cierto también es que sí se vio tentado por su hermano, que realmente consideró la propuesta de ir al mundo de los hombres. Pero también cierto es que el amor que le profesaba a Telos era incomparable, ni siquiera al que sentía por su hermano. La decisión fue difícil, pero al final escogió a Dios. Los argumentos se calentaron, los ademanes se volvieron más prolongados y las voces se fortificaron. Eventualmente de los puños pasaron a golpearse con objetos, uno quería detener al otro de conseguir lo que querían. Uno quería ser para siempre y el otro sólo quería ser. Ambos peleaban para no morir. Y al final uno murió defendiéndose del otro. Murió con su camisa negra salpicada del carmín de la sangre, con la cabeza abollada de tanto ser estrellada con la pared de la casa.
El día ha terminado y se dirige hacia la otra rueda, la camisa blanca totalmente húmeda. Está sumamente fatigado, siente el peso de la mortalidad blandiendo al máximo en su corazón. Se abalanza como puede sobre la rueda que hace la noche, la rueda que debería girar su hermano, el hombre que mató, el hombre que intentó matarlo, el hombre que quería ser un hombre. La rueda giró, la noche llegó. Pero el esfuerzo era demasiado y al final, al cabo de un largo rato, se desplomó sobre la rueda y la inercia lo empujó hacia el piso. Le costaba respirar. El pecho le dolía y sentía algo subiendo por su cuerpo, cuando hubo llegado a su boca lo tuvo que expulsar mientras se ponía de lado: era más sangre. Ya había visto suficiente por hoy, había visto todo ese rojo emanando de su hermano y en su propio cuerpo aterido por los golpes. Dejó de poner atención a la sangre y se enfocó en el mundo de los hombres. Surgía de nuevo el Sol de medianoche. Al cabo de un tiempo, los hombres sucumbían a sus encantos, dejaron de hacer sus cosas y se entregaron a la contemplación una vez más. Los hermanos habían fracasado, su finalidad en la vida, había fracasado. Él lo supo en ese momento, mientras apoyaba su cabeza en el pasto y observaba hacia arriba. Un ruido constante e imparable se apoderó de él: se estaba riendo a carcajadas. Se dio cuenta que era la primera vez en un gran lapso de días que volteaba a ver hacia arriba y eso le causó mucha gracia. Sintió que moría. Sabía que moría. Se sintió feliz por poder conocer la risa y estos sentimientos que le abrumaban. Sus últimos pensamientos los dedicó a su hermano, le agradeció el regalo de poder saber lo que era ser mortal, ser humano, el poder disfrutar las cosas porque se van a terminar; le agradeció la posibilidad de ser feliz, de ser como aquellas estrellas que titilaban en el cielo ¡Qué bello era ser como una estrella fugaz! Murió con una sonrisa en los labios en aquella Gran colina, mientras los hombres continuaban con su agónica muerte contemplando la perfección…
…dentro del jardín de Telos, un Dios abrió los ojos y se levantó por primera vez en quién sabe cuántos milenios.