Presentación

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jueves, 31 de marzo de 2016

Crónica de una muerte


Aún recuerdo cada detalle con precisión morbosa. Era de noche, la cerveza se había acabado y alguien tenía que ir por más y, como siempre he sentido un estúpido gusto por ser "acomedida" me ofrecí. Es curioso porque lo recuerdo todo salvo sus rostros, sus nombres son sólo una pieza más en este rompecabezas de oscuridad. En fin, ellos dos se levantaron del sofá y se ofrecieron a ir. Salimos, nos detuvimos en el portón mientras uno de ellos encendía un cigarro.
- ¿Quieres?- Ofreció él.
- No quiero morir- contesté bobamente. Él hizo una mueca y comenzamos a caminar por la calle desierta. Era una calle completamente recta, casi era dorada, la luz artificial y los arboles contrastando a los lados le conferían ese aspecto fantástico, casi podía imaginar a la tal Dorothy caminando por ahí, era la luz o el alcohol.

Caminábamos los tres por la dorada calle. Ellos, que a pesar de no recordar sus rostros sé que eran mis amigos y lo sé porque cuando pienso en ellos aún siento algo cálido en mi interior (si eso tiene sentido), caminaban junto a mí, hablando y bromeando, yo iba absorta, callada, tal vez ya sabía lo que nos iba a pasar porque el silencio nunca fue, hasta entonces, una palabra que pudiera relacionarse conmigo. Ojalá hubiera bromeado con ellos.

Todo pasó en segundos, un tipo salió (y no es que haya salido de ningún lado sino que de repente fui consiente de él) de entre las sombras. Su sudadera rojo sangre rompiendo  la oscuridad y lo dorado de la calle ya era un mal augurio. Su rostro lo conozco, incluso tengo un nombre con el que se le identifica, sin embargo no tiene caso ya nombrarlo. Él, el dueño del único rostro que recuerdo me miró, sonrió socarronamente y nos llamó, nos pidió que nos acercáramos. Uno de mis amigos tomó mi mano mientras comenzaba a correr, yo le imite, mi otro amigo hizo lo mismo. Corrí por instinto, pues en mi amígdala algo se había encendido desde que miré aquel rojo brillante en la oscuridad. Miles de años de evolución no se equivocan. Aunque debo decir que la ayuda de mi ancestral compañera no sirvió.

Corrimos hasta el final de la calle y no nos aguardaba ninguna ciudad esmeralda al final de aquel camino dorado, sólo había una esquina oscura, no había luz artificial, no había brillo dorado, simplemente estaba la más cruda y natural oscuridad en su máxima expresión. Salió otro hombre de las entrañas de la oscuridad (vestía de gris) y el que nos venía siguiendo por fin nos alcanzó, nos acorralaron. Él, el que estaba uniformado del color de la sangre, se acercó a mí y me pidió (más bien me ladró) que le diera mis cosas y al mismo tiempo sacó una navaja. Nunca encontraré las palabras para lo que sentí. Las piernas me temblaban, y muy en el fondo, en lo más inconsciente de mi consciencia, no podía asimilar que todo aquello estuviera pasando. Si no fuera por mi actual condición tal vez aún no lo creyera.

Creo que pasaron tres segundo desde que el exigió que le diera mis cosas, miré la navaja, todavía pasó por mi cabeza que no le daría el billete de doscientos que tenía en el compartimiento secreto de mi bolsa, le dí el celular de trecientos pesos que llevaba, él movió su navaja hacia mí, yo la esquive y le balbuce que no era necesario, él me dijo que me había dado la oportunidad de hacerlo por las buenas y me hundió la navaja en el estomago. No sé si les haya pasado algo semejante, pero lo único que lleno mi ser fue el "esto no me está pasando". Sí, todo eso pasó en tres segundos, tal vez en menos. Y sí, me apuñalaron por un celular de trescientos pesos. 

Es tan...triste cuando algo así te pasa. No pude gritar ni reaccionar en el instante. Sentía demasiada tristeza y sólo solté una lagrima pues, realmente no podía, no puedo creer que me haya pasado todo eso aquella noche. Pero ya pasó... Un segundo después de recibir la primera puñalada el malparido me sumergió su asquerosa navaja otra vez, ahora en mi hombro, caí por el dolor. Que asqueroso escuchar como se corta la propia piel. 

Caí en pasto y entre todo ese caótico horror fui capaz de percatarme que había casas al rededor, aún tenían las luces encendidas y grité. Grité desgarradora y terriblemente, y aunque el dolor y toda aquella situación era horrorosamente indescriptible, admito que exageré para que la gente saliera y nos ayudara. (No, no puedo satisfacer su morbo, no sé que le estaba pasando a mis amigos en aquellos segundos de infierno). Es evidente: nadie salió. 

Yo estaba en mi exageración cuando de pronto, por el rabillo del ojo vi algo elevarse y aterrizar en mi pierna. No estoy muy segura si escuche un "¡cállate!" o lo pensé. Juro por Dios que ahí ya no exageré. Creí que un rayo me había partido la pierna (ahora sé que fue un machete) grité con una demencia y unas fuerzas sobrehumanas, aunque sólo fue por una milésima de segundo porque al instante vi un cuerpo caer frente a mí. La oscuridad le cubría el rostro, pero su brazo extendido cayó frente a mis ojos y pude ver como le cercenaban el brazo a aquella figura de rostro anónimo (que sabía perfectamente que era mi amigo). Un sabor-olor a sangre inundo mi sistema y pensé que era la sangre que me salpicaba del brazo que estaba siendo mutilado. Mas cuando intenté gritar me di cuenta que no podía. Me habían cortado la garganta, era mi sangre la que estaba degustando y olfateando. 

Sentí la sangre gorgoteando y algo en mi interior: era negro, era frío, se expandía como humo y me iba llenando al mismo tiempo que me vaciaba. Sentí desolación y un híbrido de paz y resignación. Al fin lo entendí: era la nada extendiéndose por mi ser en una especie de taquicardia pausada y axficiante... es difícil de explicar a alguien que no ha muerto. El vacío se fue apoderando de mí.

Ahora sólo soy silencio...



miércoles, 30 de marzo de 2016

Conversando con Cármides: comentarios marginales y pertinentes a "Compartiendo una taza de café"

Antes de comenzar mi intervención, quisiera agradecer al responsable por el espacio prestado. Las debilidades mostradas por los medios tradicionales son suplidas por los digitales. En esa medida resulta un buen augurio que jóvenes tengan la consciencia suficiente para escuchar a sus locutores. Son los debates de las ideas quienes mueven al mundo y no ningún otra fuerza. Me han convocado para brindar una aportación al trabajo escrito de Cármides, mejor dicho un comentario breve. Sería un promesa vana si afirmo que agotaré en su totalidad lo redactado por este joven, así que prevengo que no lo haré. En realidad acotaré mi comentario a un texto suyo. A continuación hablaré acerca de Compartiendo una taza de café, relato publicado el miércoles 17 de febrero de 2016.
    En apariencia el autor narra un suceso que vivió una mañana, incluso pide disculpas porque contará algo insustancial. Su advertencia debe ser todo lo contrario, esto es, lo que nos dirá tiene un porqué. Personalmente he seguido lo que escribe el joven y puedo observar que usualmente aboga por la sutileza. Honestamente no he acabado de comprender si lo hace intencionalmente o por su deficiencia en argumentación. Una crítica que puede hacérsele está en la carencia de finura en sus argumentos, por esta carencia a veces se siente que no puede llegar al límite de sus planteamientos. En medio de su sutileza los escritos terminan viéndose incompletos o indirectos. Para un debate eso resulta un problema. 
    Entrando en materia, en términos generales, el relato se pregunta por las conversaciones y la participación de las personas en ellas. Podemos asumir esta hipótesis por el comienzo. Según, inocentemente, sólo quiere contarnos su ida a esa cafetería, en esta visita ve alrededor que la gente se reúne para comer o una taza de café. Habiendo anunciado su tema, Cármides nos invita a reflexionar acerca de las clases de conversaciones que tenemos. Señala el joven que algunas eran para "concretar un negocio, otros tenían motivos menos formales o remunerativos." Según cada conversación varía por "el ánimo en aquel momento, lo que se hablaba e incluso el mismo curso (...)" En ese sentido podemos entender que, por ejemplo, una relación de "urbanidad" está lleno de "gestos vacuos" debido a los individuos y su disposición en el momento. En no todas las reuniones las personas están presentes, es decir, la interacción puede ser fingida y, por tanto, falsa. 
    Ahora bien, en contraste, tenemos algunas conversaciones que también señala Cármides. Cito brevemente a éste: "me sorprendían por hacerme pensar mucho, por haber el intento mostrarme algo y lograr hacerlo." Si bien la anterior clase de conversaciones no tenía fundamento, mínimamente en ésta había una intención por enseñar o dilucidar un conocimiento. La conversación se establecía con un fin didáctico, no se volvía un intercambio de "gestos vacuos" o palabras insustanciales. Continuando esta idea, también podemos pensar que no todas los romances o amistades son iguales. En otro escrito, El trastorno de Linus, hacia el final deja una idea interesante: ¿los amigos son nuestras frazadas de consuelo o tesoros que guardamos recelosos? Sus asociaciones tampoco son inocentes, pensar los amigos o amantes de ese modo nos conduce a consecuencias interesantes. Una de ellas es la cancelación de "experiencias conjuntas". El amigo sirve como pañuelo de lágrimas o fuente de interés, nunca un ser humano con quien ser amigo. 
   Al final de su texto Cármides repentinamente nos menciona acerca de un tabloide y la desacreditación de un personaje público en boca de su ex pareja. Dado lo que hemos observado, este hecho no parece un ejemplo inconexo en el planteamiento del joven. En las condiciones planteadas en el ejemplo podemos ver dos personas que, pese a que intercambien palabras en los medios, tampoco conversan ni generan esta actividad en los lectores del diario Basta. Como dice el autor referido, "el periódico nacional publica una cuestión personal, misma que fue usada por la mujer seguramente como venganza personal contra su pareja previa. Ahora nosotros, el público, nos hemos involucrado en eso, sin saber qué hacer con la información (...) Nuestros escritos públicos provocan estallidos que sólo alimentan la afición por espectáculo, en raras ocasiones sirven para la discusión en la plaza. Los escritos pueden hallarse en medios impresos, televisivos o digitales." En ese sentido, a diferencia de una lectura enriquecedora, enterarnos de esa clase de discusiones cierra cualquier clase de conversación (charla, plática, diálogo, etc.). La palabra muere pronto con discusiones sensacionalistas y personalísimas (como ejemplo las acusaciones dirigidas contra uno o tres individuos). Con esta actitud, entre intereses personales de quienes están al frente de los medios, se comete una gran falta de respeto a los espectadores (llámese lectores o audiencia). 
    Afortunadamente, reitero, este espacio sirve para debate y conversación. El escrito de Cármides puede servirnos para reflexionar la disposición a conversar y tener una "experiencia conjunta". Implícitamente eso hace el joven al terminar incluyendo al lector en el final del texto, contarlo le permitió "aclararle la mañana". ¿O también aclarará algo a quien lo lea? Una verdadera lástima que su autor no haya sido más directo, hacer explícita la unidad de lo que escribe hubiera aclarado mejor. Gracias por su atención.

Dr. Casimiro U. Nívoco
Profesor emérito de la Facultad de Derecho en la Universidad Científica y Humanista (UCH)

lunes, 28 de marzo de 2016

El día de la discriminación



Debería haber un día de la discriminación. Y es que a la acción de discriminar estamos atados toda la vida. Discriminamos entre las buenas paletas de hielo y las que sólo pintan la lengua; discriminamos entre las muchachas dignas de llevar de paseo por la alameda y las que es mejor mantener en el anonimato de las borracheras; discriminamos entre lo que vale la pena saber y lo que no, entre las imágenes que vale la pena construir y las que no, entre los buenos decires y los chafas, entre las mejores reflexiones y las peores; y así pasamos la vida discriminando entre todo cuanto hay –no cabe duda que cuando la discriminación sea más tomada “en serio” habrá marchas de feos, zurdos, gente que se corta las uñas a mordidas y hasta de niños delgados que son discriminados. Esta acción la llevamos a cabo de manera tan sencilla que no tenemos el menor reparo en si la hacemos bien o no. El caso es que discriminar, más allá de la cotidianeidad, es sumamente difícil pues nunca sabemos del todo qué es lo que queremos.
            Para entender en qué consiste discriminar, más allá de la maldad de las empresas multinacionales que no admiten tatuados, ni de las leyes que protegen a los tatuados, habría que ver primero en qué consiste, pues de no hacerlo seguiremos pensando que el sistema es un grosero porque nos hace a un lado por gordos. Siempre que se discrimina es porque se tiene una idea de bien. Las chicas antreras que califican a los chicos a la entrada del establecimiento más nice de cualquier barrio, discriminan a los guapos de los feos pues andan buscando un bien, cualquiera que sea (y quién sabe si lo sea), para sí mismas (ya sea a la vista o para encamarse un día más con un desconocido). Las empresas discriminan buscando la buena apariencia y funcionamiento de sí mismas: por eso las chaparritas no pueden ser aeromozas. Claro es, entonces, que la discriminación siempre se hace en miras de lo mejor, el problema viene cuando se trata de discriminar entre lo mejor y lo peor, entre lo que es verdaderamente bueno y lo que sólo nos aparece como conveniente.
            Buscar el bien es algo que no cualquiera hace, y es que la comodidad y la soberbia –iba a decir orgullo, pero en estos días de Pascua suena mejor soberbia– nos impiden tal búsqueda, pues si somos comodinos creemos alcanzar rápidamente el bien, y si somos soberbios, creemos que, aunque no lo alcanzamos rápidamente, tenemos el mejor modo para llegar hasta él; en cierto sentido ser cómodo es ser soberbio –como el Cómodo de Gladiator¸ de Ridley Scott. Así discriminar, en las manos del humilde, que discrimina no para demeritar sino para conocer, se vuelve una acción digna del buen hombre; en manos del soberbio se vuelve uno más de sus brazos en el engañoso abrazo de la perfección.
            Ahora bien, al discriminar tenemos la bendición o maldición de nuestros gustos, aspiraciones, tendencias, etc. Esto quiere decir que indudablemente nunca separaremos por el deseo del bien, sino por alguna otra razón. También quiere decir que el que busca separar tiene la responsabilidad de educarse, y esto de nuevo trae consigo el separar. De esta forma discriminar se vuelve una rueda de hámster en la que cada día nos subimos y cada día nos bajamos, para que al siguiente se olvide el camino recorrido, que no existe físicamente, y volvamos a empezar.  No es lo mismo alguien que discrimina jitomates en la recaudería más cercana sabiendo cuáles debe escoger, que alguien que en el separarlos aprende cuáles son los buenos y cuáles los malos. Discriminar es aprendizaje, nunca conocimiento. Quizá por eso se tilda de malignas a las grandes corporaciones, pues discriminan sin deseo de aprender, o quizá por eso deberíamos discriminar tatuados, pues se separaron a sí mismos sin deseo de conocimiento. –Analyse, quizá por eso no hay diálogo entre nosotros, porque discriminamos más de lo que deseamos saber. Entonces, pues, la separación es sólo una capa más de tierra en el camino del buen hombre.
            ¿Tendrá razón Sócrates al separarse de los que sí saben? Sépalo Dios. Lo que sí hace falta es un día en el que celebremos, discriminando, claro está, que podemos discriminar.

Talio


Maltratando a la musa

Presencia nocturna

En la noche, mientras busco dormir:
¡qué suave es el áspero tirol de la pared
cuando me recuerda el beso que me diste ayer!
Deseo tenerte siempre junto a mí.

Las sábanas transpiran tu aroma:
nunca sentí ,tan cerca, la selva en mi cama
como al recordarte, sucia y salvaje dama.
Deseo compartirte lo que se asoma.

El aire, al pasar, se hace más denso:
diría que es cuando se me hace presente aquel
brillante, cobrizo y bello color de tu piel.
Deseo que a tu cama llegue mi beso.

El sueño continúa en la inconsciencia:
entre uno de tus poros, al fin, he caído,
quedando, en la realidad, desprotegido.
Deseo esta nueva noche tu presencia.

Vida reflexiva

Borges dice, a propósito del libro, que éste debe ser una forma de felicidad, que la lectura, en el mejor de los casos, debe ser una especie de felicidad para los hombres. Un libro, continúa diciéndonos, no debe revelar las cosas, debe, simplemente, ayudarnos a descubrirlas. De los libros sagrados, háblese del Corán, de la Biblia, por citar algunos ejemplos, aunque hayan sido revelados, siempre deben interpretarse. Si esto es verdad, aunque en el fondo creo que sí, ¿obramos con justicia vedando la lectura con los demás? La lectura siempre se da con alguien más, con otro, de lo contrario, ¿cuál sería el beneficio de leer?, ¿por qué negarle la felicidad al otro? La escritura es un accidente del lenguaje, somos nosotros quienes hablamos a través de los signos. El diálogo, por tanto, se merma en cuanto ya no haya nada que decir; fracasa en cuanto se deja de creer en la verdad; hiere en cuanto una de las partes no ayuda a descubrirla, abandonando, pues, a su hermano, el hombre.

La nula disponibilidad a dialogar viene a ser una de dos: o creemos estar en la verdad y poco nos interesa el bien del prójimo, puesto que no existe prójimo ahí donde me sé diferente y mejor que los demás, o simplemente no sabemos qué es dialogar. Lo segundo es benéfico que lo primero y, de ser así, tenemos remedio. Aún se puede dialogar aunque haya quienes no lo propicien. La felicidad no debe requerir un esfuerzo.


Aurelius

EL ARCA DE LO IMPOSIBLE

Valerie

You’re the strength I need to fight,
you’re the reason I still try.
I’m the moth and you’re the light,
use this wings so I can fly.

Craig Mabbitt

A sabiendas de mi fracasado como poeta —jamás he podido componer cuatro versos como Dios o la musa lo mandan— encuentro de buen gusto aquellas líneas. Tómense en serio o en juego, no lo sé. Lo que sí sé es que el alma y la pluma tornan posible el Arca de lo imposible.

sábado, 26 de marzo de 2016

Los tres regalos (Primera Parte)



Érase una vez, en algún lugar remoto, una pequeña familia derruida por una enfermedad contagiosa.  Sólo sobrevivían la madre y los dos hijos. Los demás fueron, ya no eran. Una estirpe humilde que murió entre gritos lastimeros, gente que vino al mundo entre gritos y se fue de él entre más gritos. No sólo ellos, miles murieron a granel, con la piel ennegrecida por un virus que no respetaba ni estratos ni humanos, ni reyes ni mendigos. La madre y sus hijos, una niña y un niño de cinco y cuatro años, respectivamente, tomaron lo que pudieron cargar de su casa -comida y mudas de ropa - y  huyeron de su pequeño pueblo en algún país de algún lugar en algún mundo. Ir de pie con dos niños pequeños era complicado, por lo que la madre, en medio del pandemonio de cadáveres y la confusión, robó una carroza impulsada por un caballo blanco y uno negro. Así anduvieron, huyendo de la muerte vestida de negro y  con cara de piojo hasta que los ladrillos rojos y los tejados de madera quedaron atrás. A lo lejos veían el humo blanco de las chimeneas mezclándose con el humo negro de las fosas comunes y con el ruido de las ruedas chocando con la terracería del camino. Anduvieron por un buen tiempo - cargados de comida e incertidumbre - hasta que el camino se convirtió en un prado muy vasto y el clima se enfrió conforme la noche los empezó a cubrir. A lo lejos se escuchaba el canto de los lobos, danzando con la luna. El camino olía a hierba fresca y a roble,  la noche se pintaba de luces a lo largo de los prados en ambas orillas del camino: todo recubierto de cientos de luciérnagas entregadas a sus entomológicos asuntos. La niña estaba atenta al camino, su madre taciturna dirigía a los caballos, el niño dormía incómodamente, tiritando cada vez con más insistencia. La niña abrazó a su hermano. Así se fue buena parte de la noche, hasta que la peripecia vino en forma de colmillos, orejas puntiagudas, hocicos alargados y un pelaje grisáceo. Ágiles, hijos de la noche, amigos de las sombras,  vinieron los lobos, una pequeña jauría pero hambrienta que atemorizó a los caballos. La madre tiró con más fuerza de los caballos, que no necesitaban motivación para acelerar el paso; las mordidas que los lobos les lanzaban bastaban como aliciente. La carroza estaba inestable, la velocidad y  pequeñas rocas del camino  la hacían dar pequeños brincos que despertaron al niño que unió sus gritos a los de su hermana. La madre ya no podía controlar la carroza, los lobos desviaron del camino a los caballos que por esto se adentraron en la espesura del terreno, cada vez más accidentado. El bosque los recibió con una sinfonía de ramajes que daban latigazos a la carroza. Una fina línea de sangre corría y goteaba por la mejilla de la madre. Algún lobo brincó de entre unos matorrales y aterrizó en el asiento de la carroza. La madre soltó las riendas y se interpuso entre el lobo y sus hijos, olía a miedo. El bosque dio paso a un gran barranco, los caballos galopando furiosos hacia el precipicio, el lobo enseñó los colmillos mientras sus hermanos seguían lanzando mordidas a los caballos, entonces la madre golpeó la nariz del lobo y lo empujó de una patada, el lobo reculó lo suficiente para que la madre pudiera intentar liberar la carroza de los caballos. Los equinos no parecían darse cuenta del precipicio al que se acercaban. La madre consiguió la empresa justo antes de llegar al vacío, pero los caballos refrenaban y viraban para eludir el precipicio. Los lobos se detuvieron, como si conocieran el vacío; sólo la carroza se precipitó al abismo. Unos gritos alargados y el sonido de colmillos desgarrando carne antecedieron a un gran impacto de agua y madera rompiéndose. La madre salió del agua en cuanto pudo y buscó a sus hijos. Primero encontró al niño bajo el agua, lo tomó en sus brazos, subió a la superficie y nadó para buscar a su hija. La niña, víctima de la corriente se aferraba a un pedazo grande de madera. La encontró porque gritaba. Llegó a ella y empujó por un buen tiempo  y cuanto le fue posible la madera hacia la orilla. Al llegar a la orilla acostó al niño y le besó, le sopló vida y apretó su pecho acompasadamente. Una vez el niño hubo escupido un borbotón de agua, la madre se desmayó.
Le despertó el rumor lejano de voces y el calor del fuego. Abrió lentamente los ojos y levantó la cabeza, todavía agotada. La vista nublada dio paso a la forma definida de sus hijos y de una pequeña anciana de sonrisa amplia y cabellos grises y muy largos. La niña hablaba con la anciana alrededor de una fogata y su hijo se le abalanzó en cuanto la vio despertar. El abrazo fue cálido y reconfortante. Habían sobrevivido. Sin embargo le incomodaba la anciana, se levantó y fue hacia ella.
-Me alegra encontrarlos y que usted esté bien, señora. ¿De dónde vienen? – dijo la anciana con las manos reposadas en el regazo y sentada en un tronco de árbol caído.
-Estoy bien, gracias. Venimos de un lugar al que ya no se puede regresar ¿Quién es usted? – inquirió la madre, desconfiada.
- Soy lo que ves y lo que hago de mí. Nada más y nada menos – confió la anciana mientras se paraba y se acercaba a la madre y le acariciaba la mejilla herida.
La madre se hizo para atrás y dijo algo así como  “Agradezco que haya visto por mis hijos mientras estaba indispuesta, pero ahora estoy aquí. Nos vamos”. La anciana no puso ninguna objeción, sólo recalcó lo feliz que era de verles ahí y les deseó buen viaje mientras se despedía de un beso en cada mejilla de los niños. La madre se puso en medio de sus hijos y puso una mano en el hombro de cada uno, dirigiéndolos hacia el bosque. Mientras la familia caminaba, dejando atrás a la anciana, ésta le gritó a la madre algo así como “¿A dónde van? ¡No hay salida! ¡no podrán salir!”  Los niños pudieron sentir cómo la mano posada en sus hombros se tensaba y apretaba un poco más…

Sobre la otredad

Sé que todos en algún momento hemos olvidado cosas que, creamos o no importantes, influyen en el modo en el que pensamos o actuamos frente a tales o cuales situaciones. Por ejemplo, el otro día olvidé que no había lavado trastes en días y me molesté porque mi abuela me había insinuado ´sutilmente´ que hiciera algo de quehacer. Pero hoy, en este breve escrito, quisiera recordarles otra cosa. Algo que sin duda sabemos pero no siempre tenemos presente y por ello a veces desdeñamos a otros y sentimos que odiamos a quienes habitan con nosotros: ¡Hora que me acuerdo, el otro (rico, pobre, drogadicto, enfermo, loco, gordo, tonto, guapo, inteligente, etc.) es parecido a mí! Pero esperen, tampoco digo que todos somos totalmente iguales, porque la diferencia es clara. Sin embargo, aunque viniera Aristóteles y nos recordara que algunos hombres nacieron amos y otros esclavos, yo, en lo personal, defendería a los esclavos diciendo que quien tenga mentalidad de amo no significa que puede mofarse, maltratar, y hacer demás cosas denigrantes a los (supuestos) esclavos. Pero bueno, esto dejémoslo para otro escrito. Por ahora quiero enfocarme en el pensamiento, muchas veces olvidado de que “el otro es como yo (o tú, o él, o quien sea)”.


Ahora, ustedes como lectores pueden llegar a pensar que con lo antes dicho acabo de proclamarme cristiana mocha o hippie-mugrosa debido a que en cierto modo estoy diciendo que todos somos hermanos, hijos de la madre naturaleza/Dios, y es cierto, pero la verdad es lo de menos. Con esto quiero decir que este pensamiento no es parte de ninguna ideología, o tal vez sí, pero yo lo veo más como algo que ya tenemos dentro, no es necesario razonarlo demasiado para ver lo necesario de tal. Hablo del respeto y de la valoración a los otros hombres. No me parece correcto voltear a ver al vagabundo con mirada de quien está en el zoológico; no me parece justo ver al drogadicto como basura; tampoco cuando insultamos por placer, cuando golpeamos, cuando mandamos porque simplemente queremos; ni me parece el dejar de escuchar al gordo simplemente porque pensamos que lo único importante que cruza por su mente es la elección entre chocolate y fresa. Pero la realidad es que muchas veces lo olvidamos, consciente o inconscientemente, y esto afecta nuestra relación con los otros, nos jerarquiza con argumentos que no son válidos. Incluso al sentirnos superiores porque pensamos que nosotros, como pacifistas conscientes, nunca dejamos de tener presente que el otro es como nosotros, caemos un poco en este pensamiento no correcto, seguimos denigrando a aquellos que lo olvidan y los vemos con cara de desapruebo. Pero ¿saben qué? Lo confieso, yo también lo he olvidado y he tardado en tarde cuenta, me arrepiento pero a veces se escapa. Lo importante es identificar esos momentos e impedir que se vuelvan a repetir. El ejercicio es constante, no se nos debe escapar de la mente. Pero ¡bah!, me doy por bien servida con que me lean y lo piensen un poco.


viernes, 25 de marzo de 2016

Desde la banca


Desde la banca
Había escogido bien las palabras para este día. Palabras precisas, pero delicadas, frases fuertes, que marcaran la personalidad que pretendía representar, es decir, todo lo que un estudiante puede ofrecer con la buena voluntad en su servicio para la sociedad. Bien sabía él que palabras sin emociones, sin excelentes sentimientos, son pura sofística. Mover almas cualquiera lo hace (Aquí se sonrojó recordando las villanías ajenas y de otros), pero conducir las almas de los demás al mayor bien, muy pocos lo consiguen. En fin, planeó esto casi durante toda su vida, por lo que la confianza que le daba su humilde, pero napoleónica empresa, lo avalaba. 
Con todos estos pensamientos se levantó de la banca del parque en cuanto la vio pasar, con todos estos pensamientos y sentimientos que se le agolparon en todos los nervios del cuerpo como un secreto estruendo fue tras ella y con la respiración de quien va tras su mejor conquista, la tomó del hombro, la miró a los ojos y he aquí que no supo qué decir. Ella siguió caminando elegantemente, preciosa, alta, con la luz del sol en toda su piel, modelando la vida, él se dijo a sus adentros sin ningún reproche "Aún soy estudiante, quizá más adelante pueda hablar con ella". 
Cuando regresó a la banca donde estuvo sentado, halló a un joven estudiante, más joven que él; al notar la diferencia de grado, con ternura le comunicó lo que le había pasado (hay que decir que no se esforzó mucho en encontrar el mejor camino, ni las palabras, pues sabía lo difícil que sería que ese joven le entendiera, así que decidió hablarle con sinceridad), a fin de educar a alguien más, pues ése era su noble fin. 

 Javel

jueves, 24 de marzo de 2016

Vida reflexiva

¿Mantenerse en la vida reflexiva? Respondiendo a la entrada del pasado domingo 20 de marzo, he de reconocer que no entendí con claridad la petición que originó este pequeño diálogo. No es justificación, sin embargo, al momento de cuestionar a qué se refería con dicha interrogante, la respuesta que obtuve fue la siguiente: “piénsale”. Entre las líneas publicadas, puede entenderse que no le pensé lo suficiente. Pero, hay ocasiones en las que es necesaria la explicación detallada para poder responder con claridad.
Ahora bien, para seguir en el camino reflexivo, la sugerencia que se expone, en la pasada entrada, consiste en enfocarse solamente en la reflexión, prescindiendo de los recuerdos que trae consigo alguna escena. Es decir, transformando los recuerdos en reflexiones. Estoy de acuerdo con dicha observación. Sin embargo, mi respuesta solamente se tornaba en explicar el por qué de consolarse en recuerdos. Así pues las pasadas líneas pueden ser pretenciosas, ya que el autor parte del supuesto de saber cuáles son las actividades pertinentes que conducen a la mejora de una vida reflexiva.
Pero, caer en supuestos conduce a seguras equivocaciones. Soy consciente de que la vida reflexiva es un camino con muchas veredas, de las cuales hay que recorrer con pies descalzos, ya que al usar zapatos o atajos, podría perderse el camino. Muchas trampas hay en ese recorrer y, ser engañados o presas de sofismas son latentes amenazas que constantemente están: aunque, cabe señalar que no estoy muy segura de identificar un sofisma. Aunado a ello, la soberbia y la pretensión dificultarán más el recorrido. Pero con este tipo de situaciones, muchos estamos acostumbrados a lidiar, aunque no sabemos con seguridad si seguimos en la brecha correcta.
Esta vida dedicada al pensar es lo mejor que le ha ocurrido al hombre. La vida reflexiva conducirá a lo que se quiera. Pero este camino exige estar desnudos para poderlo recorrer. Es decir, despojarse de supuestos, pretensiones, soberbias y, señalamientos que consisten en poner etiquetas a los que caminan al lado nuestro. La vida reflexiva exige mucho, pero lo que en ese recorrido se encuentra es lo mejor que le puede pasar a la humanidad. Tal vez por ello se pueda creer que este camino es solamente para los esforzados. Aunque este tipo de creencia alimentará más la soberbia. Para no perder el camino, si bien es cierto que hay que recorrerlo con luz, reflexión, también hay que acompañarlo con diálogo, el cual me parece que no se está propiciando. Pues la publicación del resto de las entradas dista de lo que exponemos tanto “Fulladosa K”  y yo (Analyse). Así que este ejercicio parece estar fracasando. Entonces, me tomo el derecho de preguntar al resto de los autores y lectores:

¿Por qué esa nula disponibilidad para dialogar?  

    

miércoles, 23 de marzo de 2016

(De un lugar común)

Alguna vez volverás a este lugar, en sueños.
Y me verás aquí;
y te verás aquí.
Y tal vez sientas la nostalgia del lugar.
Y tal vez veas la alegría de estar aquí, juntos.
Y tal vez quieras visitarme, visitarnos,
una y otra vez.

L. Pulpdam

lunes, 21 de marzo de 2016

La lógica del poder

La lógica del poder
La convicción de que la política requiere de la retórica está mal evaluada en nuestros días, a pesar de ser evidente. Se une a la lista de cosas evidentes, pero de difícil explicación seria, como el movimiento, el hombre, y el mundo en general. La lógica del poder, como interpretación del sostén político, a pesar de no ser simple, ha jugado mucho en contra del correcto entendimiento de dicho vínculo. En efecto, en esa lógica de dobles intenciones, maquiavelismos de todo tipo, conspiraciones, revolución y tiranos de caricatura se diluye el modo correcto de entender la política nacional y la política en general. Es, por ende, una lógica insuficiente que vicia la explicación de algo esencial en el hombre: el lenguaje y su relación con lo público y lo común.
La interpretación actual de la retórica, comúnmente, proviene de su asociación con lo turbio y lo encubierto. Creemos, inmediatamente, que convencer siempre es una especie de dominio. Quizá digamos que pensar lo contrario es idealismo, pero quedarnos con lo que ofrece esta explicación es pecar doblemente de parquedad en la explicación. ¿De qué manera es posible el mismo poder, tan celebrado y asumido por el mundo moderno? Nuestra formación llama inmediatamente a un eco del pasado: al poder lo fundamentan la astucia y la ambición personal. Ahí se acaba la explicación. La diferencia sustancial entre los hombres está representada en la intensidad de la ambición, y la retórica es un instrumento político, no precisamente en el mejor de los sentidos posible, sino político como medio de manejo, siempre al servicio del individuo.
No obstante, el rey sin súbditos no puede ser rey, y el príncipe sin vasallos no es más que un pobre loco. Incluso la democracia sin líderes momentáneos, en un caso inverso, no pasaría de ser un “club”. La lógica del poder puede ser muy eficiente para quien se quiere prevenir de los abusos, pero termina siendo inservible para quitarnos el sabor amargo ante la imposibilidad de dar mejor razón de los actos humanos. Cuando somos injustos con la retórica, es porque dicha lógica nos deja en ascuas ante la verdadera pregunta de la política: ¿qué es lo justo? Es la pregunta principal porque sólo con base en la relación pública que requiere un juicio, entre lo mío, lo de otros, y la confluencia de ambos en la organización política, se da de manera efectiva (no en el sentido actual) la posibilidad de vivir bien, que todos vemos imposible bajo el mando político inestable.
Puede que el papel tan cotidiano de la retórica hasta en los hechos más cotidianos parezca desvirtuarla; sin embargo, creo que es por ese papel cotidiano por donde habríamos de empezar si queremos recuperar la posibilidad de hablar bien de ella. Por la injusticia hablará la retórica de los hombres; pero también al revés. Más allá de los nacionalismos, el ingenio de un discurso no lo hace tiránico, sino brillante. Lo brillante viene del conocimiento que el orador tiene de la situación y de los hombres a los que se dirige; los discursos buenos lo son tanto por su producción como por la causa de la que intentan convencer. En el ocaso del nihilismo, recuperar el acceso público a lo bueno mediante los efectos consabidos de la palabra no sólo abriría la puerta hacia el  desengaño de la democracia moderna del progreso, nos permitiría comentar a profundidad nuestra crisis, valorándola desde la insuficiencia de la lógica del poder. La retórica muestra una cosa de apariencia sencilla, pero intrincada hasta la complejidad: la posibilidad de convencer a alguien, aun teniendo propósitos oscuros, no existiría sin la distinción entre lo verosímil y su contrario. El necio Menón no puede aprender ya nada, convencido de que la filosofía es inútil; pero la fuerza de su necedad emanaba de lo convencido que estaba de otra cosa, y no únicamente de su poca inteligencia.

La sombra de la historia es una versión culta de un maquiavelismo. Mejor dicho, es su fruto más grande. A la luz de ella, se justifican siempre los cambios políticos en función de una causa general. La retórica se modifica, según esto, por la presencia innegable de la mano del progreso. Se modifica para presentar como única salida, frente a los empellones del histórico espíritu humano, a la interpretación de lo político en función de lo efectivo, de la paz moderna. Decisivo será que podamos todavía dar razón, lo cual no hace el progreso y sí, sobre todo, la retórica, que es parte importante en dar razón tanto de lo justo como de lo injusto. Decisivo será intentar remover la fantasmagoría del estado, y entender lo humano sin la lógica del poder que él implica.


Tacitus