Presentación

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domingo, 17 de mayo de 2020

La ruta de un hijo perdido


Para poder sumergirse dentro de las vicisitudes de un corazón endurecido sobre uno de los escenarios más ruines, basta con adentrarse en la historia que se presenta en El Archipiélago en llamas, de Julio Verne. En esta novela se nos ofrecen, mediante la guerra de Independencia de Grecia, los sucesos acaecidos a Nicolas Starkos. Sin embargo, aún cuando éste ostenta el papel de protagónico en la trama, resulta que su madre, por el contrario, es quien se adueña de aquel título realizando una hazaña heroica en particular: el perdón de un criminal.

Esta es una de las pocas novelas que no versan sobre invenciones científicas o de lugares ignotos alrededor del globo. Claro que existe una extrema minuciosidad al momento de trazar las rutas de los navegantes, así como la descripción sucinta de los paisajes del archipiélago en el Mediterráneo (de ahí el lugar con el que se bautiza la historia). Pero no por ello le resta importancia en la narración de los hechos. Se desarrolla entre 1828 y 1829, cruzándose con la gran batalla de Navarino, en la que perecieron muchas flotas otomanas. Plantear este escenario es vital, porque así se colocan las piezas de quiénes son los aliados (los franceses con los griegos) y, preciso es señalarlo, el papel que juegan los particulares en las guerras.

Es común identificar a los hechos históricos como meros datos aglutinados de fechas y lugares, pero se nos olvida que son personas de carne y hueso quienes, en el desarrollo de ese magno evento, tuvieron un tiempo y lugar específicos en los que tomaron decisiones y les acaecieron controversias internas. Para mostrar esto último, Verne se hace de la figura de un pirata, a la vez conocido y desconocido, que también hace de traidor y enemigo vendiendo esclavos como fruto de la guerra para simplemente enriquecerse. El cauce de los hechos lo lleva en poder hacerse de un inmenso lote por la muerte de uno de sus comparsas, el banquero Elizundo, pues comprometiéndose con su hija (Hadjine) la herencia de ésta pasaría a manos del pirata.

El destino hizo que Hadjine se enamorara de un francés, Henri d’Albaret, por lo que rechazaría al pirata y haría con los millones de su padre su propia hazaña: liberar esclavos como fruto de la guerra. Puesto que el viejo Elizundo y Nicolas Starkos hicieron su fortuna por medio de la venta de esclavos, la heroína redimió las acciones del padre libertando almas destinadas al suplicio. A su vez, Andrónika, madre del pirata, quien mostró una valentía sin igual en el desarrollo de toda la guerra, luchando por la libertad de su patria antes que la de ella misma (cualidad única del ciudadano), es quien redimirá las acciones del hijo. Lo singular es que lo hace no por medio de la violencia, ni la diplomacia (Hadjine, antes que libertar a los oprimidos le preocupaba limpiar su propia imagen), sino por medio del sacrificio, es decir, ofreciendo su propia vida en un intento desesperado por salvar la de su hijo, el traidor de su patria.

Como se ve, es muy difícil conciliar hasta qué punto la voluntad de un individuo (Adrónika) se liga con la voluntad general (patria), porque los intereses quizá nos parezcan disímiles en la superficie. Ejemplo de ello está en los fines que buscan los comerciantes, piratas, banqueros y marineros en la novela, sacando ventaja del conflicto político. Porque en el fondo la relación de la patria con todos sus ciudadanos parece ser la misma que sostiene una madre con su hijo. Si esto no fuera así, no habría cabida a ese pasaje inicial de la novela donde Nikolas Starkos regresa a la casa paterna por última vez, como aquel último deseo de ver lo que a uno le ha cultivado cuando niño (el regazo de una madre/el país donde nació) y en donde, al encuentro furtivo con su madre, es rechazado imperiosa y oprobiosamente por ésta. Momentos después de que partiera el hijo, la madre prende en llamas la casa paterna, no sin antes maldecir al pirata.

Sin la singular acción heroica emprendida por Andrónika en la batalla de Escarpanto, poco antes de que su hijo muriera a manos de un ciudadano griego, es decir, recibir el perdón de la madre intentando salvarle la vida por haber traicionado a su patria, se hace visible que las llamas acaecidas en el Archipiélago no son la de los cañones u obuses en la guerra, sino de aquel rincón a veces ignorado por nosotros y que quizá sólo apreciamos hasta convertirse en cenizas: el hogar y la patria.


Aurelius


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