La mirada del hambriento
trae toda el hambre del mundo.
No hace falta ver profundo
para ver el sufrimiento.
Le pesa cargar sus cejas,
también cargar sus pestañas
y el vacío de sus entrañas
es como cadena y rejas
de una cárcel construída
de anhelos y sinsabores.
Nada sirven los calores
y las alegrías de vida
para quien padece hambre.
El hambre parece río
que fluye como vacío
arrastrando ausencia y sangre.
El hambriento en su mirada
lleva un misterio escondido,
un saber que está perdido
entre la vida y la nada.
El hambre no es avaricia,
ni es humildad, ni es ausencia,
es comunión y consciencia
que a todos nos acaricia.
Glauco
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