La inundante tristeza que me acaba
no me viene del eco de los cerros
ni del llanto, en aullido, de los perros,
me viene de la soledad más brava.
Me come la tristeza con su agravio
el pan de la paciencia y valentía,
me come hasta dejarme en agonía,
entumecido, enmudecido, el labio.
Es cierto, ser valiente yo quisiera;
la estatua de mi amor en tu camino
y dios surcándome la cabellera…
Quizás en la miseria está el destino,
ése que quiere que todo se muera,
mas yo con la esperanza bebo vino.
Glauco
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