Nos hablan las pasiones
llorando entre sus risas los lamentos
de nuestros corazones;
transforman los momentos
gritándonos, volviéndonos violentos.
Alguna vez, no sé si por el astro
divino que conduce las acciones
o por la mano cruel de las pasiones
la reina se abrasó y prendió al hijastro.
Culpose de sentir tales martirios
de amor, de sexo, miles de navajas;
perdiose la ternura y las alhajas
volviéndolas locuras y delirios.
El hijo del marido, sentenciado,
sufrió la regadera de la muerte
hasta, bajo Neptuno, estar inerte.
En esta historia que nos han contado
quedó grabada eterna en una piedra.
¿Qué gran pasión habrá perdido a Fedra?
Glauco
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