Allí está otra vez, esa punzada que parece golpe de puñal, me dobla el dolor y a penas puedo respirar. Me miran e intercambian miradas de desconcierto y lástima. Me disculpo, me despido y me alejo. No necesito todo esto, no tengo que fingir que sé socializar, realmente no importa que les simpatice. Mis intentos de parecer normal y agradable no van a parar los juicios insanos que lanzan hacia a mí. Por mí se pueden ir todos al diablo.
Logro respirar normalmente y mis pasos me han traído hasta el estacionamiento. ¡Qué atardecer! Un recuerdo me golpea de lleno y me transporta al mismo lugar, con el mismo increíble espectáculo de luces naturales en el cielo, la única diferencia es que por aquellos tiempos estabas tú: besabas mis manos con tus labios siempre fríos, siempre perfectos. Eramos cómplices, nuestras miradas siempre sincronizadas, por aquellos días el pecho me pesaba de sentirlo tan lleno. Me despide el recuerdo y sólo siento las sombras sobre mí. Hoy, en mi abandonada realidad, no hay labios fríos, ni olor a tabaco de clavo. Hoy el pecho lo siento a punto de sumirse de tan vacío.
Al llegar a la casa, lo primero que me recibe es el silencio, me incomoda, ansioso prendo el estéreo, no espanto a la soledad, mucho menos a mis demonios, sin embargo, se sostiene la fachada. Ese sillón me mira con su color naranja que sobresale entre tanta monotoneidad; ahí está, pegado a la ventana, esa ventana que estaba abierta cuando hacíamos el amor: nos encantaba el exhibicionismo. De repente estás ahí, todo tu ser completamente materializado, me miras con esa mirada tuya de cuando decías amarme. Sacudo mi cabeza abruptamente, siento venir la jaqueca, sé que ni aunque Dios me amara estarías aquí. Busco huir, volteo a todas partes, busco huir de mi alucinaciones y mi realidad ¡Quiero huir!
No hay donde huir.
¡Cuanta ponzoña escondida en el perfume de tu bello! Me dopo con pastillas y no puedo aun concebir que las personas gocen eso, esa porquería que llaman amor. Esto no puede ser el amor, esto es la desintoxicación que sufres después de la más paradisíaca y dionisiaca juerga de tu vida, esta es la penitencia ¡la odio! Recuerdo cuando dijiste que el amor es la locura aceptada en sociedad, yo reí y respondí que el amor es meramente racional ¡vaya estupidez! Sin duda nunca me había enamorado.
Las pastillas empiezan a hacer efecto y me tumbo en el sillón, siento la pesadez embargarme y ¡No, en el sillón no! No dormiré en este endemoniado sillón. Me arrastro como puedo y me dejo morir en la cama. . . La brisa entra por la ventana, es una brisa suave y fresca. Nos arrulla el susurro del mar, siento la piel pegarse con las sabanas, hace demasiado calor. Quiero despertar y hacerte reír. ¡Cómo me fascina hacerte reír! Tú, que siempre te encerrabas en silencios taciturnos, me has vuelto cálido con la sinceridad y espontaneidad de tu sonrisa. ¡La bendición que es tu sonrisa! Estiro la mano para sentirte al lado mio. Nada. No hay nada. No hay rumor de mar, sólo está ese constante ir y venir de autos que jamás descansan en una ciudad gris que tampoco descansa y siempre está en constante engrisamiento. No hay una inmensidad azul frente a nosotros, sólo hay un muro gris que se levanta frente a mí.
No soporto más estas alucinaciones: reencarnaciones mutadas de realidades que viví, que se han volteado en contra mía. Ese dolor que floreció en mi pecho, germinó y sus raíces crecieron hasta intentar sacarme los ojos, con el tiempo las raíces han crecido tanto que el dolor es completamente físico, se ha desbordado y salpica todo lo que me rodea. No sobrevivieron mis amistades ni ese patético laso que promete ser eterno: la familia. Me siento incomodo en cualquier lugar, le incomodo a las personas y ellas me estorban. No puedo soportarlo más. Hora de llevar a cabo el plan.
Saco un gancho de ropa del closet, lo deshago y comienzo a estirarlo. Aunque las lagrimas empañan la visión procuro hacer mi empresa perfectamente. Me siento en la cama, miro aquella herramienta que antes fue un gancho, la coloco en la cama con la delicadeza que merece. Me levanto, me enjugo el sudor y comienzo a gritar. Sí, siempre he sido tan visceral. Grito y golpeo todo cuanto tengo a la mano, empujo, pateo, grito más, sollozo. Me decido. Abro el cajón del buró de noche, tomo el alcohol y el pequeño martillo que fueron adquiridos con este único propósito. Me siento en la cama nuevamente, tomo mi instrumento quirúrgico medieval. Lo admito, me da un poco de escalofríos, no obstante me digo en voz alta "Drásticas curas para padecimientos mortales". Suspiro tan hondo como me es posible. Esterilizo mis herramientas, le doy la bendición a lo que queda del gancho. Repaso en mi memoria las instrucciones que vi en YouTube. Respiro nuevamente y lo hago en un movimiento decidido, firme y profundo. Siento como la sangre me corre hasta el codo, Oigo un zumbido.
Oigo tu risa, tengo un close up de tus largas pestañas bajando, ocultando tus ojos de sol. Saboreo el perfume del café veracruzano, Tu piel brilla bajo el sol. Tú risa. Tus benditas manos. Tu boca. Tu música. Tu cine. Tu mar. Nada. Luz. Nada.
La boca me sabe a sangre, siento la mejilla húmeda y pegajosa. Abro los ojos y veo mi mano tendida frente a mí sosteniendo un metal ensangrentado. Pero, pero ¿qué pasó? Me incorporo con dificultad, estoy en la cama. Me vuelvo y veo un charco de sangre sobre la colcha. Corro por instinto a verme en el espejo. Hay una nota con mi letra que reza "si tienes un gancho en la mano, te hiciste la lobotomía. Si puedes leer esto significa que lo hiciste bien, se lo debes a MedicalGore, dale like a sus vídeos" No entiendo que significa pero me roba una sonrisa mi propio descaro. Me lavo para quitarme los restos de sangre. Empieza a entrar el sol por la ventana. Como insecto encantado me dirijo a la luz, me siento en mi sofá naranja, amo ese color, y siento la calidez embargar mi cuerpo. Me quedo ahí un trozo de vida y pienso que aquellos pequeños detalles hacen de la vida algo bueno. Sonrió, no sé porque, tal vez por lo áureo del Sol, siempre me ha parecido divino. De la nada siento el antojo de un café veracruzano, jamás he tomado café veracruzano... ¿por qué me habré hecho una lobotomía casera? Sólo espero no despertar algún día con la vasectomía casera jeje.
Alguien toca a la puerta. Me levanto desconcertado, me duele un poco la cabeza pero me siento inexplicablemente bien. Abro la puerta y...No reconozco ese rostro bello aunque melancólico. Sin embargo, siento una punzada en el pecho que me da la sensación de familiaridad. Aquella preciosa figura sonríe tímida, huele a tabaco de clavo. No puedo creer la magnificencia de aquellos ojos dorados.

No hay comentarios:
Publicar un comentario