Presentación

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jueves, 23 de junio de 2016

Música de elevador


No veinticuatro, no veintiseis sino treinta, treinta años, seguramente la mitad de su vida. La mitad de una vida haciendo nada. Hoy, hoy era el día en que eso cambiaría, sabía que tenía que armarse de valor y hacer algo significante, lo que fuese que le permitiera salir del anonimato. Pensaba en toda la gente a la que había visto desfilar por aquel estrecho espacio, siempre hablando de viajes, de negocios de trabajos importantes de ellos, que evidentemente eran importantes, siempre yendo y viniendo, siempre viviendo, mientras él se queda ahí y los veía pasar. Estaba entretenido en su desayuno de melancolía y determinación cuando de pronto estaba ahí, ese persistente calambre. Intentó mover el pie sutilmente, siempre guardando la compostura. Últimamente los calambres eran más frecuentes y dolorosos. Aunque se hubiera esmerado, no hubiera podido ignorar que era su cumpleaños pues ahí estaban los achaques restregándole que ya tenía tres décadas viviendo. Y a manera de regalo tenía ese calambre que llevaba quince largos minutos trepándole por la pantorrilla. Sin embargo, él permanecía con su pokerface, no se dejaría vencer por un calambre. Sabía que para su horrible trabajo la imagen lo era todo y, aunque fuera horrible debía portar el uniforme con rectitud, pues por eso le pagaban, no podía darse el lujo de descomponer el rostro por un calambrillo. "Piso doce", anunció. Bajó un anciano de porte alemán. Presionó el botón que cerraba las puertas del ascensor e intentó gobernar su rostro para que nadie notara su malestar. Una tediosa melodía infinita sonaba como música de fondo, con sus vacíos matices ya aprendidos de memoria. El calambre le empezó a subir por el muslo e hizo una mueca, por instinto volvió precipitadamente a su cara de persona seria-servicial, volteó a ver si alguna de aquellas personas se había percatado de su falta al deber. Se sintió un poco a salvo al notar que nadie lo miraba...nadie lo miraba... algo parecido a la incomodidad comenzó a germinar en su interior. Por el rabillo del ojo miró a aquellas seis personas que vivían una vida muy diferente a la suya. Tres jóvenes hermosas hablaban en un idioma que él no entendía, todas metidas en vestidos entallados que buscaban exaltar todas sus formas; eran del tipo de mujer que jamás se acostaría con él. Dos hombres de mediana edad hablando de ir las próximas vacaciones a Tailandia porque ya estaban tan aburridos de los destinos clásicos, ya lo habían visto todo, ya habían hecho de todo... A su lado, iba un adolescente extremadamente bien vestido que se aislaba del mundo ayudado de unos audífonos. Algo en el estomago se le revolvió.  Emitió un leve gemido y aquella gente no se inmutó siquiera. Los volvió a espiar por el rabillo del ojo y su incomodidad empezó a convertirse en ansiedad. No era la primera vez que la gente lo ignoraba, sin embargo era la primera vez que reflexionaba -más bien especulaba, pero él sentía estar reflexionando- sobre todo lo que aquella situación significaba, o tal vez sólo se sentía sensible porque era su cumpleaños treinta y no había hecho nada en la vida y tenía un doloroso calambre en la pierna y a nadie le importaba. Sonó la campanilla que indica cuando se ha llegado a un nuevo piso "Piso veinte" dijo saliendo de su trance, el adolescente descendió y al hacerlo lo empujó levemente, el chico no se inmutó y bajó en silencio del ascensor. Él, era el que debía disculparse siempre, sin importar quien cometiera la falta, era él quien debía hacer honor a su servil condición, quedó perturbado al hacerse consciente del sabor que quedaba en su boca tras haberse disculpado. Efectivamente, estaba muy sensible. Lo habían empujado, insultado y  nunca se había sentido tan ofendido como en ese instante. Cerró las puertas del ascensor,  decidido ladeo un poco su rostro para poder ver a aquellas personas y pronunció un nítido "Auch" mientras se sobaba el muslo, nadie se giró hacia él. Se quedó frío.

"Piso veintiséis" Bajaron dos de las tres mujeres, despidiéndose de la tercera con un gesto de la mano. La mujer era la única que quedaba en el ascensor. El seguía con el sabor amargo en la boca. La música monótona de fondo estaba a punto de perforarle la cordura, llevaba escuchándola cada día, por diez horas seguidas, durante ocho años, mientras sonreía dócilmente y fingía que era de cartón. Debía aparentar que no se sentía humillado cuando las personas no le regresaban el saludo o aún peor, cuando lo hacían pero lo miraban como si fuera una rata roñosa que a parte de darse el privilegio de existir, se toma el atrevimiento de andar por ahí parlando. No sabía cómo su vida había ido a parar en eso. Treinta años y no merecía que alguien siquiera preguntará por su calambre, probablemente podría morir ahí y nadie lo notaría, probablemente moriría en cualquier otro lugar, sin conocer nunca Tailandia, sin despertar junto a una hermosa mujer desnuda y lo peor: sin que a nadie le importara. no era nadie importante, no conocía mucho mundo (ni poco), hablaba español y en sus vacaciones iba a Acapulco ... Sopesaba todo aquello digno de ser sopesado en un cumpleaños  mientras miraba los lindos muslos de la mujer que perfumaba el ascensor con sus feromonas y su perfume caro. Era claro, debía decidirse, debía actuar para no morir en el anonimato, debía dar el salto y lograr que el mundo conociera su nombre, no ambicionaba que le conocieran, sólo que la gente pronunciara su nombre, se conformaban con que identificaran su rostro con su nombre, únicamente. Mirando aquellas piernas torneadas el rostro y la vida se le iluminó. Se decidió.

La entallada falda le llegaba a la mitad de los muslos y el color negro de la tela contrastaba con su piel morena. Sus meditaciones existenciales se habían tornado en fantasías sexuales. Ni siquiera le había visto el rostro, no le importaba ¡Lo que haría él con aquel cuerpo! Una punzada en la pierna lo regresó a su realidad, realidad que estaba decidido a cambiar. Aquella mujer bajaba en el piso treinta, eso sin duda era una señal. "Piso treinta" indicó a la mujer, se abrieron las puertas y ella hizo sonar sus tacones. Antes de que ella saliera completamente del ascensor, diestramente él presionó el botón para cerrar las puertas, la tomó del cabello y la arrastró de regreso al ascensor. Se cerraron las puertas y la mujer a penas tuvo oportunidad de gritar. 

Dentro del ascensor sólo se escuchaba la tediosa melodía y el forcejeo de los cuerpos en el suelo. Sentía su delgado y caliente cuerpo convulsionarse bajo el de él y su cuello frágil cedía antes sus manos de hombre. En el último instante de vida ella lo miró directo a los ojos y enseguida dejó que la vida se le escurriera. Él se sintió horrorizado al ser observado en aquella circunstancia, si tan sólo lo hubiera mirado así antes, él no hubiera tenido que hacer eso, pero tenía que mirarlo cuando él la estaba estrangulando, cuando había terminado de estrangularla y no antes, cuando aún podía detenerse. Miró con lagrimas en los ojos el cuerpo inmóvil de la que había sido una bella mujer. La mirada penetrante de aquellos ojos muertos lo acusaban y él no supo que hacer, no quería tocarla, se sentía asechado así que se incorporó asustado y salió huyendo. Aunque no era parte del plan huir, tampoco era parte del plan que unos ojos muertos lo miraran como nadie vivo le había mirado. Bajó las escaleras de treinta pisos sin siquiera sentirlos. Caminó todo el día sin destino alguno, al final se sentó en una banca, la mirada y la tibieza de aquel cuerpo muerto ya se habían oreado con el transcurso del día, ahora todo eso era sólo un rumor, un contratiempo, un mal sabor de boca que se menguaba ante el panorama del porvenir, sonrió al pensar que era el cumpleaños más excitante que había tenido en mucho tiempo. Él no era un asesino, pero sin duda era la sociedad quien lo había orillado, se repetía. Después de todo, ese peso en su consciencia era un precio razonable por salir del anonimato. Cerró los ojos y se sintió en paz.



"Fue hallado el cuerpo de una mujer en el elevador de un hotel de lujo en..." "En México, cada día son asesinadas seis mujeres..." Sus ojos ansiosos buscaban sobre las hojas del periódico. El corazón se le quería escapar por los oídos, saboreaba con antelación el placer orgásmico  al leer su nombre. "...NO HAY SOSPECHOSOS". El dolor que cayó  sobre él, le aplastó la existencia. Amargas lagrimas comenzaron a correr en su rostro. Estaba condenado. 




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