Si hubiera sabido que
aquel beso pesaría tanto, habría soltado una de las dos cargas antes de que
seguir adelante fuera como caminar sobre las brasas. Así empezó el verdadero trajinar
de Miguel.
Él no era ningún chico especial;
bastante simple para cualquiera de 23 años. Sus ideas sobre el amor eran fijas,
lo mismo que las del trabajo. En general su forma de entender el mundo se
traducía en saber lo que pasaba, decir alguna certeza de vez en cuando y
contradecir las certezas ajenas a cada oportunidad. Era ejemplo de coherencia
entre pensamiento, palabra y acto. Pero como a todos los hombres, hasta la paja
más insignificante le cerró la boca, le revolvió la sesera y lo puso a actuar
como a los que aborrecía.
–Un beso no significa nada– se dijo
a sí mismo mientras menospreciaba su primer acto de infidelidad. No es que
estuviera en peligro su relación con la nena de sus sueños por un nimio
chasqueo de sus labios con una, en muchos sentidos, desconocida. Siguió viendo
a su novia.
Los días con Gloria eran un deleite
hasta para los transeúntes que se cruzaban con la feliz pareja. Eran la especie
de pareja de ninguna película de Woody Allen: totalmente plenos. No les
preocupaban las vicisitudes del futuro ni mucho menos las intromisiones de los
voluntariosos pretendientes de ambos. No es por nada pero, además de felices,
eran una pareja muy atractiva. Los besos que Miguel le daba decantaban en sus
corazones como si se formaran estalactitas. Ni siquiera puedo seguir
describiendo tal complicidad, pues no he sabido de nadie en el mundo que goce
de un amor tan inocente.
No hace falta describir a Gloria:
era el doble de maravillosa que Miguel, y eso ya es imposible, semánticamente
hablando. Su único defecto era amar tanto a su cómico enamorado; enamorado que
no titubeaba en un solo beso, a pesar de tener la huella de otros labios pisando levemente sus talones.
Así pasaron muchas noches de sueños
y risas a lado de la manzana de sus ojos, dicen los gringos, hasta que se
volvió a presentar la oportunidad de besar a otra mujer, esta vez una conocida:
amiga de la infancia. –Si un beso no había hecho mella en mi idílico romance,
por qué habrían de hacerla un par más– se pronunció mientras su boca se fundía
con la de su compañera. Por fin había dejado de pensar y actuar lo mismo. Su
palabra era lo único que le quedaba.
No fue la última vez que probó de
varias mujeres: hablaba muy bien. Sin embargo, su amor por Gloria no mermaba,
sino que se acrecentaba. ¿Cómo era posible lo anterior? Son misterios del corazón
que uno no logra entender. Con cada nueva aventura, sentía más y más culpa con
su amada Glory Box –así le decía él.
Sin embargo, a cada oportunidad se vestía de mil lenguas de diferentes
modistas. Ansioso por querer corresponder a la magnanimidad de su otra parte
comenzó a buscar la forma de volver a ser coherente. Lástima que todos los
hombres buscamos más dar razón a nuestro ser, que ser conforme a la razón, y lo
mismo con nuestras pasiones.
Justo en el nacimiento de su segundo
hijo, sintió la necesidad de revelar la verdad a Gloria, pero decidió que ya
había cargado demasiado tiempo con la culpa como para bajarla de la nada y
destruir todo cuanto amaba, no sólo a su esposa, sino también a sus hijos, la
imagen que el mundo tenía de él y todo cuanto había construido a su alrededor. Esa
fue la justificación, aunque llegó diez años más tarde de lo esperado. Miguel,
un ser de culpa, había encontrado el modo de lidiar con ésta, e incluso de
volverla buena. Se martirizó llevando la inocencia de su dulce amor y de sus
hijos en sus pensamientos, mientras en su corazón estaba la culpa que de vez en
cuando liberaba con alguna amiga lejana, que poco quería saber sobre él. No
debía abrir la caja, o liberaría el mal; no debía abrir la caja o se iría. Si
hubiera dejado ir rápidamente aquel beso primero, quizá las estalactitas de sus
besos no tintinearían tanto a cada segundo.
Pobre de mi hijo.
Pobre de mi hijo.
Talio
Maltratando a la musa
Comedia de un muro
–Sigue a tu corazón–
dice el corazón mismo.
No hay en el abismo
ni libertad ni
prisión.
Vida es lo que buscas:
no está en tus
pensamientos,
está en los pies
sueltos
que pisan calles
cuscas.
Qué se muera tu hijo.
Qué se muera tu padre.
Sólo la tierra arde
volviéndose amasijo.
Llora por la muerte
que destruye amor
puro.
Llora por el muro
que destruye la
suerte.
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