Presentación

Presentación

lunes, 30 de enero de 2017

Glory Box

Si hubiera sabido que aquel beso pesaría tanto, habría soltado una de las dos cargas antes de que seguir adelante fuera como caminar sobre las brasas. Así empezó el verdadero trajinar de Miguel.
            Él no era ningún chico especial; bastante simple para cualquiera de 23 años. Sus ideas sobre el amor eran fijas, lo mismo que las del trabajo. En general su forma de entender el mundo se traducía en saber lo que pasaba, decir alguna certeza de vez en cuando y contradecir las certezas ajenas a cada oportunidad. Era ejemplo de coherencia entre pensamiento, palabra y acto. Pero como a todos los hombres, hasta la paja más insignificante le cerró la boca, le revolvió la sesera y lo puso a actuar como a los que aborrecía.
            –Un beso no significa nada– se dijo a sí mismo mientras menospreciaba su primer acto de infidelidad. No es que estuviera en peligro su relación con la nena de sus sueños por un nimio chasqueo de sus labios con una, en muchos sentidos, desconocida. Siguió viendo a su novia.
            Los días con Gloria eran un deleite hasta para los transeúntes que se cruzaban con la feliz pareja. Eran la especie de pareja de ninguna película de Woody Allen: totalmente plenos. No les preocupaban las vicisitudes del futuro ni mucho menos las intromisiones de los voluntariosos pretendientes de ambos. No es por nada pero, además de felices, eran una pareja muy atractiva. Los besos que Miguel le daba decantaban en sus corazones como si se formaran estalactitas. Ni siquiera puedo seguir describiendo tal complicidad, pues no he sabido de nadie en el mundo que goce de un amor tan inocente.
            No hace falta describir a Gloria: era el doble de maravillosa que Miguel, y eso ya es imposible, semánticamente hablando. Su único defecto era amar tanto a su cómico enamorado; enamorado que no titubeaba en un solo beso, a pesar de tener la huella de otros labios  pisando levemente sus talones.
            Así pasaron muchas noches de sueños y risas a lado de la manzana de sus ojos, dicen los gringos, hasta que se volvió a presentar la oportunidad de besar a otra mujer, esta vez una conocida: amiga de la infancia. –Si un beso no había hecho mella en mi idílico romance, por qué habrían de hacerla un par más– se pronunció mientras su boca se fundía con la de su compañera. Por fin había dejado de pensar y actuar lo mismo. Su palabra era lo único que le quedaba.
            No fue la última vez que probó de varias mujeres: hablaba muy bien. Sin embargo, su amor por Gloria no mermaba, sino que se acrecentaba. ¿Cómo era posible lo anterior? Son misterios del corazón que uno no logra entender. Con cada nueva aventura, sentía más y más culpa con su amada Glory Box –así le decía él. Sin embargo, a cada oportunidad se vestía de mil lenguas de diferentes modistas. Ansioso por querer corresponder a la magnanimidad de su otra parte comenzó a buscar la forma de volver a ser coherente. Lástima que todos los hombres buscamos más dar razón a nuestro ser, que ser conforme a la razón, y lo mismo con nuestras pasiones.   
            Justo en el nacimiento de su segundo hijo, sintió la necesidad de revelar la verdad a Gloria, pero decidió que ya había cargado demasiado tiempo con la culpa como para bajarla de la nada y destruir todo cuanto amaba, no sólo a su esposa, sino también a sus hijos, la imagen que el mundo tenía de él y todo cuanto había construido a su alrededor. Esa fue la justificación, aunque llegó diez años más tarde de lo esperado. Miguel, un ser de culpa, había encontrado el modo de lidiar con ésta, e incluso de volverla buena. Se martirizó llevando la inocencia de su dulce amor y de sus hijos en sus pensamientos, mientras en su corazón estaba la culpa que de vez en cuando liberaba con alguna amiga lejana, que poco quería saber sobre él. No debía abrir la caja, o liberaría el mal; no debía abrir la caja o se iría. Si hubiera dejado ir rápidamente aquel beso primero, quizá las estalactitas de sus besos no tintinearían tanto a cada segundo.  
                Pobre de mi hijo.



Talio


Maltratando a la musa

Comedia de un muro

–Sigue a tu corazón–
dice el corazón mismo.
No hay en el abismo
ni libertad ni prisión.

Vida es lo que buscas:
no está en tus pensamientos,
está en los pies sueltos
que pisan calles cuscas.

Qué se muera tu hijo.
Qué se muera tu padre.
Sólo la tierra arde
volviéndose amasijo.

Llora por la muerte
que destruye amor puro.
Llora por el muro

que destruye la suerte. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario