Alguna de esas tardes
lluviosas de junio compartimos el mismo camino. Pareciera que caminábamos juntos,
pero no fue así. Compartí sólo tu presencia física. La ausencia de tus
pensamientos era evidente. En ti prevalecía el recuerdo que tanto te ha
maltratado. En tu miraba se notaba qué tan verdugo eres de ti mismo. Entre
sonrisas fingidas, continuamos nuestro andar. Las muecas sinceras que
expresamos en aquella tarde demostraban nuestro egoísmo e hipocresía. Hasta hoy
entendí la envergadura de mi amor propio. Comprendí que disfrutas mucho el auto
flagelarte, así mismo que te has auto engañado. Disfrutas vivir en lo
imposible. Predicas muchas cosas y, crees que tu ideal corresponde con tus
acciones ¡qué iluso puedes llegar a ser!
Ese mundo en el que
vives me demostró lo egoísta que soy. Once meses, dieciséis días y, quizá
cuarenta minutos, tardé en darme cuenta que sólo me importaba lo miserable que
eres. Me alegré al escuchar que no eras correspondido. Disfruté que el ideal
que tanto has perseguido, carece de realidad. Pero estos pensamientos, sólo me
hicieron sentir un placer fútil. Mi egoísmo me hizo darme cuenta que no me he
olvidado de mí y, por ello no era amor lo que sentía hacia ti. El fracaso de tu
amor imposible, agrandaba mi ego. La consideración de todo ello, me orilló a
ser miserable. Era necesario prescindir de tan extraños y funestos
pensamientos. Vislumbré que no podía caer en lo mismo que tú.
Me he despojado de mi
soberbia y, gracias a este gesto pude darme cuenta que el amor, el que es
verdadero, hace que te desnudes de prejuicios, de amor propio, de nombre, de
todo. No todos conseguimos hacerlo, a veces el amor propio u otras pasiones
impiden el desnudo. Aquella tarde de junio me enseñó que tanto mi egoísmo como
mi soberbia son muy grandes. Pero al menos soy sincera conmigo misma. Y por
esta sinceridad, creo que corresponderé con alguien sincero. A él le faltaba
tener un tiempo para sí mismo. Necesita responderse muchas cosas. Pero él
disfruta su engaño. Quizá es un hombre atado a un ideal doloroso. Jamás
entenderé su masoquismo, pero le agradezco que me ayudara porque me encontré a
mí misma.
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