Se
aproxima uno de los días más celebrados en el año y, es sin duda alguna el catorce
de febrero. Día aprovechado por la mercadotecnia para prostituir la falsa
concepción del amor y la amistad. No caeré en la frase de cualquier día del año es bueno para celebrar al amor o a la amistad. Pues
esto me parece un fallido intento de justificación por parte de quien aún no
comprende algo al respecto. Pero con ello no quiero decir que quienes son
partícipes de tal celebración hayan comprendido algo. Intentaré explicarme con
claridad: el amor y la amistad son condiciones humanas, no requieren
celebración, no hay necesidad de hacerlo. Pues por el simple hecho de amar y
ser amigos, es una fiesta en el corazón de cada uno.
Es
decir, no es forzoso obsequiar regalos o aceptarlos para demostrar que se ama o
que se tienen amigos. Pues incluso hay ocasiones en las que se observan
bastantes muñecos de peluche o tarjetas arrumbadas en el armario y, ni si
quiera se recuerda de quien provenían. Me parece que los regalos son un insulto
al corazón. La intención al obsequiar algo es un tanto egoísta e hipócrita: ya
que sólo prueba el remordimiento de conciencia o el vacío que hay en el
interior. Quienes osen en considerar que los regalos compensan el desinterés,
las palabras que no se han dicho o las que se dijeron pero sólo hirieron: no
han entendido nada. Esas personas son la prueba de que el autoengaño es posible
y lanzan una cortina de humo al obsequiar alguna baratija para enmendar la
culpa. Se engañan que son amados por su amante o amigos. Creen que son
perdonados por tener alguna intención aparentemente amable. Esconden detrás su
ego al regalar ostentaciones para impresionar, por eso son insultos al corazón.
El
amor y la amistad no se reducen a demostraciones con objetos. Ambos son asuntos
del corazón. La residencia para estas dos condiciones está en el pensamiento y
la memoria. La convivencia, el trato afable, sonrisas, disgustos, lágrimas,
arrepentimiento, confianza y, demás cualidades que nos hacen ser humanos, son
pruebas de nuestra sensibilidad. Y ésa nunca se sustituirá. Las flores se
marchitan. Las tarjetas se tiran o se arrumban. Los muñecos se avientan en lo
más recóndito del armario. Los autos se devalúan o se destruyen. Los dulces y
la comida se digieren. Los objetos se olvidan, si se corre con suerte, se le
otorgará algún significado. Pero pese a este afán y la insistencia de regalar chunches, éstos siempre remitirán al
recuerdo de alguien. De manera que es preferible ser recordado sin la necesidad
de ver aquel objeto que se llegó a regalar. Es deseable permanecer en la
memoria de los amigos y, que al ser recordada dibuje alguna mueca en sus
rostros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario