Presentación

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lunes, 6 de febrero de 2017

Pudendo

Pudendo
Un prejuicio común acerca de lo que denominamos como cuerpo es que lo juzgamos adherido a la vergüenza. Por eso es fácil que predomine el discurso de la libertad sexual en torno a la mundanidad de este. No hay parte pudenda para quien sólo ve en la ropa una especie de represión histórica, una imposición a una desnudez que, más que natural, es deseable por desprejuiciada: en ella se muestra la libertad de los dogmas religiosos en torno al pudor y se emprende el viaje a la verdad de la libertad. ¿No es el cuerpo desnudo la mejor imagen que limita la libertad, en vez de acentuarla? Se cree que el cuerpo no es cuestión de pudor, pero se olvida la parte integral que tenía, por ejemplo, la religión acerca de la desnudez de la carne, que es la importancia del amor.
Nadie se desnuda por originalidad. El desnudo voluntario moderno, al menos en la carne, es siempre un murmuro de la ideología. Sospecho que rara vez en el mundo moderno es sincero. Ahí hay algo extraño: no nos desnudamos sin algún motivo. Don Quijote lo hizo parcialmente, por ejemplo, para mostrar el grado de su locura sin causa, encerrado en el vientre de la Sierra Morena. Después de la caída, se dice, se tuvo sentido del pudor. Antes de la desobediencia y de la ingesta del fruto no parecía haberla. El desnudo, decimos, no se expone ante nadie extraño porque tenemos prejuicio sobre el cuerpo. Nos encerramos para lavarnos y para obrar como parte de ese desarrollo de la consciencia sobre lo corporal. Pero en cada uno de esos actos no está en realidad la constante en torno a la vergüenza como lo que obliga a encubrirnos. No lo notamos pero no tenemos nunca la misma idea de eso corporal, al grado de que rara vez existe una constante. Nuestra desnudez no es nunca la misma.

El verdadero prejuicio está en creer que lo carnal es vehículo de la libertad a partir de lo pudendo: lo sexual. Es una falsificación total del aspecto verdaderamente carnal y, por ello, un prejuicio más fuerte y profundo sobre la desnudez. Exhibirse no es un delito contra la castidad potencial del alma. Eso es un modo del fariseísmo, simplemente porque la castidad no se da en potencia. El aspecto carnal de la desnudez a través de la libertad está en la vanidad. Nos miramos con la regla de la gimnasia en el espejo del amor propio. Por eso la vergüenza en torno a lo sexual nos parece fácilmente denostable, sin saber ahí el motivo por el que seguimos escondiéndonos en la ropa. El deseo de lo correcto no se resiste a la desnudez que se exhibe como probando ser barrera. La castidad vaga tras la sencillez de su ropaje, en una inversión del amor carnal: la mano que se extiende en el desierto a todos nos muestra una calidez distinta. No vemos la marca de las necesidades ni el resto de la carne porque en su abrazo, en su roce, sentimos la otra marca de la carnalidad, la que nos de los amantes.

Tacitus

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