Presentación

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lunes, 27 de febrero de 2017

El misterio y su aporía

Hablar es, sin duda, uno de los más grandes placeres de nuestra experiencia. Nunca sabemos con certeza de lo que estamos hablando, sabemos que hablamos y que podemos dar razones de por qué decimos lo que decimos, pero a ciencia cierta no tenemos la capacidad de hablar con verdad sobre cualquier cosa. Inventamos palabras que reflejen nuestro dominio de la naturaleza, así, por ejemplo, llamamos obsesionado a quien ama con locura y lo calificamos de insano. Sin embargo, no hay en sí mismo algo que nos haga llamar a las cosas como son sino como lo que alcanzamos a captar de ellas. En el momento en que adquirimos la consciencia de lo innombrable, le damos nombre: misterio. ¿Cómo podemos saber del misterio si en sí mismo se nos oculta? ¿Cómo sabemos que se nos oculta, si lo oculto lo es porque precisamente no lo podemos saber? Hablar de misterios es como hablarle a los muertos: no hay respuesta. Si no hay respuesta, ¿qué hay en el misterio que nos lo enseña tan interesante?
            Lo desconocido nos interesa en tanto su forma ínsita, pues al no poderlo ver, lo ansiamos con más fervor. Lo ansiamos de esta manera porque descubrir causa en el hombre un gran placer. Descubrir por vez primera lo que hay bajo las pantaletas de una dama nos resulta necesario. No es en la meta donde está el deleite, sino en la imagen del camino. Quizá la meta no sea lo esperado, o quizá sí, pero al llegar a ella todo deseo menesteroso se disipa en la nada y el misterio desaparece, ya no es oculto. No sucede lo mismo con los verdaderos misterios, los que se ocultan detrás de actos vanos como el mironear la vagina de una doncella. Al notar que los deseos se vuelven más y más grandes e incontrolables, el misterio vuelve a presentarse: ¿qué hace al deseo ser deseo? Al necesitar la respuesta nos alimentamos en experiencia y reflexión para tratar de cubrir esa necesidad.
            El misterio no está oculto en tanto que notamos que lo está. Pero al estar oculto no podemos acceder a verlo. Es como buscar la oscuridad en una alcoba oscura, sabemos que está pero no sabemos dónde ni sus límites. Al prender la luz nuestro misterio queda sin resolver, pues ha desaparecido. La ciencia moderna es la luz que nos alejó de los misterios. Sabemos que el misterio existe en sí mismo por su naturaleza aporética; ya no necesitamos saber qué es el amor, pues la dopamina y sus hermanas nos lo han mostrado. Lamentablemente para muchos hombres de ciencia, el misterio ha crecido, pues en la luz la oscuridad ni siquiera se ve.
            Si nada se ve, no hay nada que solucionar, mas al haberlo visto, creemos en su existencia, por eso el científico a pesar de comprender el funcionamiento del amor sigue sufriendo por él, cree, como todos, que hay algo que no ha logrado ver. El misterio se nos revela gracias a la fe. Sin fe no tenemos nada. Hablamos de los misterios y les ponemos nombre porque sabemos de ellos. Si no supiéramos de los misterios, no tendríamos en el mundo la posibilidad de encontrar un conocimiento. Resolver el misterio de las pantaletas, no resuelve el misterio del deseo, pero al menos nos da alguna respuesta sensible y comprobable; resolver el misterio de Dios es imposible, pero al menos nos da respuesta a nuestra manera de relacionarnos con él. Cómo la fe nos lleva a la revelación es otro de los misterios imposibles. El misterio y su aporía son lo mismo, es decir, el misterio es la aporía de la aporía.

Talio


Maltratando a la musa

Que mire…

Que mire en tus ojos estrellas
no te vuelve en una de ellas.
Que mire en tus piernas cadencia
no me quita la consciencia.
Que mire en tu rostro finura
no me inquieta ni me apura.
Que mire en tu cabello el fuego
no me incendia entero el ego.
Que mire lo que estoy mirando,
me mata, me está matando.
Que muera sólo es indicio
que ando mirando en tu inicio.
Que mire tu albor llameante
me desgarra a cada instante.
Que mire muy dentro tuyo,
sólo me elude, y yo huyo.
Huyo de verte completa,
huyo de tu amor profeta.
Huyo de tu roja chispa,
huyo de que seas la misma.
Huyo de irte, poco a poco,
amando como un pobre loco.
Loco es verte pasar siempre.
Loco es tu andar resiliente.
Loco es mirarte y temerte.
Loco es tener vida y muerte.
Vivo muerto. Muero vivo.
Vivo al borde y al estribo;
muero en el deseo lascivo;
muero y al morir me animo.
Lascivo no por impío,
y menos por despiadado,
lascivo por el estío
de sentirme enamorado.
Enamorado de mirarte.
Enamorado de olerte.
Enamorado de amarte;
amor diáfano e inerte.
Que mire en tus ojos estrellas
no te vuelve en una de ellas,
te lo digo con un verso:
te vuelve en el universo.





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