Presentación

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domingo, 28 de mayo de 2017

Astutas ocultaciones



Lo peor que hacemos como hombres modernos es no querer entender el mal. Como seres que tienen la capacidad de razonar, no querer cuestionarse si lo que se hace está bien, perjudica, daña o mata, es desdeñar el bien. Lo que no quiere decir que las personas más racionales sean las más bondadosas. Toda reflexión justifica nuestros actos, pues la razón también puede ser utilizada (y creo que es el uso más habitual que solemos darle), para acomodarnos al mal, sin verlo. Un asesino a sueldo puede justificar sus acciones diciendo que la vida es una selva, él sólo es un león, ataca por instinto de supervivencia a los conejos, siervos, jaguares o incluso a otros leones. El hombre moderno engaña a su consciencia; se engaña.

La consciencia del hombre moderno se vuelve un estorbo para el éxito individual. El egoísmo ayuda a aceptar el mal. La tentación del placer nos disfraza en aceptable, incluso bueno, lo malo. El engaño es astuto. Pero el engaño lo hacemos nosotros. Nos satisface engañarnos disfrutando del mal. 

No entendemos cómo el mal se cuela en lo que hacemos, en lo que pensamos, en lo que deseamos y en lo que dejamos de hacer. Pensamos mal al creer que sólo en la acción se ve el mal. Quizá queremos hacer el bien, pero deseamos hacer el mal sin percatarnos de ello; por eso la centralidad de cuestionar nuestras acciones en todo momento se vuelve decisiva. No querer hacer el mal e intentar entender todo lo que está detrás de nuestra acción, no nos garantiza que actuaremos bien, pues hace falta intentar ejecutarlo. Es decir, nuestra reflexión nos debe ayudar a alumbrar nuestras acciones y viceversa. 

La serpiente engañó a Eva y ella a Adán; aparentemente le dijo algo razonable. Las personas nos juntamos para decidir qué está bien y qué está mal; quién es bueno y quién malo. Una mayoría puede decidir que es malo pensar determinadas ideas; que es malo comer determinados alimentos; que es mala una persona. Allan Bloom vio perfectamente que no estaba mal que sus estudiantes universitarios vieran en Hitler a un hombre malo, lo malo es que no supieran explicar por qué era malo. Nos auto engañamos al creer que podemos decidir qué es bueno y qué malo. 

El mal se arrastra hacia nosotros con sigilo, poco a poco, sin que nos demos cuenta; pero el mal no está separado de nosotros, así como el alma no se separa del cuerpo. Lo que no quiere decir que no podamos ser buenos. Pero contemporáneamente creemos más en el mal que en el bien.   

Fulladosa

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