Lo peor que
hacemos como hombres modernos es no querer entender el mal. Como seres que
tienen la capacidad de razonar, no querer cuestionarse si lo que se hace está
bien, perjudica, daña o mata, es desdeñar el bien. Lo que no quiere decir que
las personas más racionales sean las más bondadosas. Toda reflexión justifica
nuestros actos, pues la razón también puede ser utilizada (y creo que es el uso
más habitual que solemos darle), para acomodarnos al mal, sin verlo. Un asesino
a sueldo puede justificar sus acciones diciendo que la vida es una selva, él
sólo es un león, ataca por instinto de supervivencia a los conejos, siervos,
jaguares o incluso a otros leones. El hombre moderno engaña a su consciencia;
se engaña.
La consciencia
del hombre moderno se vuelve un estorbo para el éxito individual. El egoísmo
ayuda a aceptar el mal. La tentación del placer nos disfraza en aceptable,
incluso bueno, lo malo. El engaño es astuto. Pero el engaño lo hacemos
nosotros. Nos satisface engañarnos disfrutando del mal.
No entendemos
cómo el mal se cuela en lo que hacemos, en lo que pensamos, en lo que deseamos
y en lo que dejamos de hacer. Pensamos mal al creer que sólo en la acción se ve
el mal. Quizá queremos hacer el bien, pero deseamos hacer el mal sin
percatarnos de ello; por eso la centralidad de cuestionar nuestras acciones en
todo momento se vuelve decisiva. No querer hacer el mal e intentar entender
todo lo que está detrás de nuestra acción, no nos garantiza que actuaremos
bien, pues hace falta intentar ejecutarlo. Es decir, nuestra reflexión nos debe
ayudar a alumbrar nuestras acciones y viceversa.
La serpiente
engañó a Eva y ella a Adán; aparentemente le dijo algo razonable. Las personas
nos juntamos para decidir qué está bien y qué está mal; quién es bueno y quién
malo. Una mayoría puede decidir que es malo pensar determinadas ideas; que es
malo comer determinados alimentos; que es mala una persona. Allan Bloom vio
perfectamente que no estaba mal que sus estudiantes universitarios vieran en
Hitler a un hombre malo, lo malo es que no supieran explicar por qué era malo.
Nos auto engañamos al creer que podemos decidir qué es bueno y qué malo.
El mal se
arrastra hacia nosotros con sigilo, poco a poco, sin que nos demos cuenta; pero
el mal no está separado de nosotros, así como el alma no se separa del cuerpo. Lo
que no quiere decir que no podamos ser buenos. Pero contemporáneamente creemos
más en el mal que en el bien.
Fulladosa
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