Presentación

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miércoles, 31 de enero de 2018

Milonga del yuntero alegre


Desde que el día se levanta
la tierra se abre caliente,
se abre fuerte, se abre inerte,
se abre junto a la garganta
del hombrecito que canta
sus alegrías y tristezas
al compás de algunas piezas
campesinas populares,
son canciones singulares
del trabajo y las perezas.

Carlos, el niño yuntero,
pasta mirando las vacas
pastar para no estar flacas,
pasta la flor del florero
pa' hacer trabajo sincero.
Y entre el pasto que se come
y el pasto que abajo pone,
de sus pies desmejorados,
sólo hay uno de dos lados:
hambre de la que dispone.

Se arrastra por el arado
para cimentar la casa
de la col, la calabaza
y el tomate colorado.
De vez en cuando ha robado
unos cuantos vegetales
para ir y alimentarles
la barriga a sus hermanos,
haciéndolos verse ufanos
con sus risas inmortales.

El sol se le para encima,
en su sombrero de paja,
mientras él aún resquebraja,
sintiendo profunda grima,
la tierra que tanto estima.
El sudor moja su frente
y se adhiere fuertemente
a su piel reseca y blanca,
que al olerla se levanta
un aroma de hombre fuerte.

El trabajo no termina.
Aunque se caiga el ocaso,
seguirá alzando su brazo
como un minero en la mina
que vuelve la roca fina.
Así continuara Carlos,
queriendo siempre brindarlos,
sus días en los sembradíos
hasta dejarlos baldíos,
hasta volver a sanarlos.

No se detendrá ante nada
realizando su trabajo.
Ama lo que hay debajo
de su sangrienta pisada:
ahí está su tierra amada
que le provee de alimento,
le deja sentir el viento
sobre su cara mugrosa;
puede ver la vida hermosa
brotando en todo momento.


Talio





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