Presentación

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martes, 30 de enero de 2018

Milonga del pantano



De un pequeño charco de agua
salen unos ajolotes
que nadan entre los brotes
pantanosos de tu enagua
albina que se desagua.
Nadan hasta ver sus patas
llegar a las alpargatas
que usan al seguir tus pasos,
pasos hacia tus abrazos
con que el agua desbaratas.

Fluyendo por las orillas
de la acera descuidada
pasa el agua desbordada
de ese charco. Y las polillas
vuelan bajo las sombrillas
huyendo del aguacero
que cae en nuestro potrero
cuando nos trenzamos juntos
entre las piernas de juncos
nuestras manos de alfarero.

Una brea oscura y espesa
tapa este lote baldío
de andar padeciendo frío,
con su boca sucia besa
el frente de la cabeza
de todo cuanto ahí habita,
la preocupación les quita
de la inminente tormenta
que al suceder los avienta
lejos de aquí, allá cerquita.

Hay otras bestias ocultas
en la madera podrida,
buscan no perder la vida
como lo hicieran las frutas
al caer entre las grutas
de lo que ahora es el pantano.
Bestias lejos de lo humano;
quizá por eso no quieren
ser de las bestias que mueren
en un entorno diáfano.

Son demasiados los gases
que de a poco se liberan
del subterráneo, y esperan
las explosiones fugaces
para convertirse en haces
luminosos de la noche,
dando la ilusión de un loche
playero puesto entre el fango,
dando la ilusión de un tango
respirado con reproche.

Sin humedad ni limpieza
chacualea el agua del charco.
No nos funciona ir en barco
ni en balsa. El agua que empieza
a tornarse verde es pieza
de un paisaje claroscuro
que vuelve al negro seguro.
El pantano es complicado,
creo que ha sido despreciado
por ser un entorno duro.

Mientras yo sigo mirando
los ajolotes danzantes,
pienso en el ahora y el antes,
en esos momentos cuando
la oscuridad iba amando.
Gases y fangos despiertan
deseos lúgubres que aprietan
mis pantanosos instintos
que no son nada distintos
de los que en ti se despiertan.



Talio




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