Presentación

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lunes, 21 de enero de 2019

Ana y Joaquín

Joaquín pasaba por Ana,
la esperaba en su jardín
con el sol de la mañana,
que esperaba a Ana y Joaquín.

Un camino no es igual
si se ilumina solito,
pues no hay sombras que moldear
en el lienzo del camino.

Por eso el sol aguardaba
por esta linda pareja,
para pintar en las bardas
sus sombras que se reflejan.

Verlos era una lindura,
y calentarlos también:
él la llevaba segura,
y ella segura con él.

Con el sol del meridiano
Ana y Joaquín se bañaban
del calor y de los rayos
que todo lo iluminaban.

Y el Apolo en lo más alto,
alegre de hacerse parte
del abrazo enamorado
de esos jóvenes amantes,

sonríe para el mundo entero
con su luz y su fulgor,
siente que ha sido el primero
en sentir inmenso amor.

Ana y Joaquín en la barda
se han ocultado del sol,
quieren que su llama arda
con un auténtico ardor.

Entre pórticos y sombras
ellos hacen el amor.
El sol llora que se escondan
cuando florece la flor.

Se cuela por una reja
pequeña entre la cortina
y la ventana; se queja
de la bigamia divina.

Él quiere participar
de aquella acción inmortal,
mas no puede deslizar
sus rayos en el palmar.

Es que Ana y Joaquín se ocultan
hasta que llega el ocaso.
Ellos dos tienen la culpa
del llanto solar e ingrato.

Joaquín regresa con Ana
en la penumbra nocturna.
El sol llora y se desgana,
reemplazado por la luna.

El sol desea la mañana
para volver a salir,
para mirar cómo Ana
se desvive por Joaquín.

Glauco

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