Respira el perfume del asesino,
mastica las salivas espumosas,
palpita las granadas desastrosas,
cuando inunda con odio al campesino.
El corazón no escapa a su destino,
destruye con su anhelo tantas cosas.
El corazón marchita en sí las rosas
y no se mira ahogado por el vino.
Los ojos se desangran y palpitan
mirando destrucción por todos lados,
los ojos son dos arcos desangrados.
El corazón y el mal se necesitan;
el instinto asesino se respira
cuando en el palpitar está la ira.
Glauco
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