Presentación

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miércoles, 21 de agosto de 2019

¡Qué triste es ayudar!

Andando por la ribera
vi un pedazo de madera
flotando cerca del río.
Temblaba como de frío,
parecía querer nadar,
mas sólo podía flotar.

Me le acerqué para hablar
y dijo desear el mar;
dijo también que quería
llegar pero no podía.
Le pregunté ¿por qué no?,
y de llanto se quebró.

—No me basta ser madero
para lograr lo que quiero—
me dijo con voz dolida.
Su esperanza destruida
hizo en mi ser un misterio
dejándome un tanto serio. 

—Dime lo que necesitas,
por lo que lloras y gritas—
pregunté conmocionado,
dejando todo de lado:
quería poder navegar
para llegar hasta el mar. 

—Yo no soy un carpintero—
díjele al pobre madero.
Sentí por él mucha pena,
pero pena de la buena,
pena de la que se aleja
y solo alegría nos deja. 

—Con pena no logro nada—
díjome muy enojada.
Me pidió sinceramente
que me convirtiera en puente
entre el trabajo y mi mano
para llevarle al océano.

Yo no sé tallar madera
y aunque tallarla supiera,
no habría tomado el trabajo
pues un madero no es barco,
ni una mano es el timón
del deseo de un corazón. 

Un deseo no es suficiente
para ayudar a la gente.
No debí haberme acercado
a ese madero mojado,
no debí hacerlo llorar
si no lo podía ayudar.

En ese río finalmente
se incrementó la corriente
y el madero se fue al mar.
Ahora en un nuevo lugar
nacerá un nuevo deseo,
pero yo ya no lo veo. 

Glauco

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