Una lluvia de espadas invisibles
ha bajado del cielo en este otoño
rompiendo los calores irascibles.
El viento siembra un pálido retoño
muy cerca de los tiritantes huesos
llenándolos de fuerte frío bisoño.
A pasos trepidantes y tropiezos
corre ese viento por las altas copas,
nubes verdosas de los troncos gruesos.
Olas de viento chocan con las ropas
erosionando en el calor. El frío
es la pista donde el viento galopa.
El rayo dominante está vacío,
es lámpara mas no es un gran fogón,
es recuerdo brillante del estío.
Palpita tembloroso el corazón
humano desgastado por el viento
helado que lo convirtió en jirón.
Espasmos fuertes causa en el aliento
mundano de los hombres desdichados
mientras da juego a niños opulentos.
Lleva hacia abajo calurosos grados,
poniéndolos en términos de heladas
violentas y de fuegos delicados.
Es invisible la lluvia de espadas
que blanden del otoño los guerreros
sobre fogones y sobre frazadas
y sobre los friolentos verdaderos.
Glauco
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