Eres fuego en la noche, fuego de muerte y vida,
ardiendo y extinguiendo razones y deseos,
eres razonamiento que al tacto se suicida,
que al tacto se levanta en miles de aleteos.
Eres el ave inmensa que vuela al paraíso
de carnes nocturnales, oscuras y lascivas.
En el cielo que vuelas la virgen se deshizo
para que entre tus alas nacieran llamas vivas.
Entre calientes nubes y sábanas hirvientes
dibujas las figuras de flamas que se funden
en una sola flama; imágenes nacientes
que salen de la boca y en el vientre se hunden.
Hierve la noche oscura en todo lo que eres:
eres planta del campo, eres ramo de flores,
eres fuego en los hombres y fuego en las mujeres,
eres la muerte viva viviendo en los hervores
de toda la existencia de plantas y animales
creciendo en este mundo eternamente lleno.
Eternamente vuelas entre bienes y males.
Eres el cielo malo y eres mundo bueno.
Podríamos ser eternos de dos modos distintos:
fundirnos en razones, doctrinas y creencias
o matar a los dioses en los bajos instintos
de las bocas y vientres: eternas disidencias.
Eres la diferencia oculta bajo el barro,
oculta en la costilla y oculta en aquel fruto.
Eres la semejanza hallada con el faro
de la naturaleza que nos vive sin luto.
Andando por la tierra sin penas y sin gloria
llevamos los deseos, llevamos las razones,
a la más estimable visión de la memoria:
la visión del encanto de nuestros corazones.
En sábanas y nubes se vierten las cenizas
de múltiples ciudades quemadas por las llamas
de grandes explosiones; bombas de llanto y risa
desgarran corazones y hacen hervir las camas.
No hablo del desenfreno, aunque eso se aparente
en mis escuetos versos, que se enciende en el sexo,
hablo de aquel deseo puro e incandescente
que se prende en los huesos y viaja entre los besos.
Eres noche en el fuego, fuego de vida y muerte
razones y deseos ardiendo y extinguiendo
la muerte del suicida que renace en el vientre
de lo que pasa y queda eternamente hirviendo.
Glauco
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