¡Qué exista una palabra de todas las palabras!
¡Qué el sólo pronunciarla incendie y apacigüe
las almas de los tiempos! ¡Qué una boca se abra
como un abismo eterno que todos atestigüen!
¡Qué en esa boca nazcan los cuervos y las zorras,
todas sus desventuras, todas sus moralejas!
¡Qué el tiempo se detenga, también qué el tiempo corra
rompiendo las cadenas, destruyendo las rejas!
Una palabra, un mundo, en el vientre divino,
se gestan cada día y nacen de las lenguas
de pájaros y humanos como risas y trinos,
quemando el viejo mundo, haciendo nuevas treguas.
Se hacen todas las olas, cadenas de oraciones,
y suben, hierven solas, hasta lo más profundo
del mágico universo hambriento de pasiones:
jardín de lo prohibido, Edén de lo rotundo.
Un lobo habla a la luna y un rayo habla a la tierra,
reprensión y lamento hacen de lo imposible
la realidad posible que a la lengua se aferra,
lengua de luna y tierra que roza lo decible.
Rocas hablan de balas hablando de matanzas,
ambas cosas se lanzan por cielos de lo dicho,
las palabras son guerra donde la paz descansa,
son santas las palabras, rocas que hacen su nicho.
Un silbido que suena en el eterno eco
choca con las montañas del paisaje de Dios.
Dios nos ha dado todo, incluso nos dió un hueco
para darle sentido con palabras de amor.
¡Qué el todo se haga uno cuando su boca habla!
¡Qué hable la primavera con el sol del verano!
¡Qué el encanto nos cubra con una eterna alba!
¡Qué nos dé la palabra lo divino y lo humano!
Glauco
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