Puede que escuche tu nombre
en el toque de la diana
que da ritmo a la mañana
que se pinta con el cobre.
Puede que al verte me asombre
al encontrarme despierto,
sintiendo que me hallo muerto
en los brazos de Morfeo,
pero es que cuando te veo
el sueño es mundo perfecto.
Veo el vaivén de la campana
en lo alto de la torre.
Veo que la paloma corre
al arco de tu ventana.
Veo que te asomas lozana
y me miras de reojo,
mientras miras el cerrojo
de la puerta de tu casa,
por donde nada más pasa
el tinte de color rojo.
Puede que vea tu figura
en el dintel de tu puerta,
que vea tu lealtad abierta
a una odisea, una aventura.
Veinte años en tu cintura,
veinte de ida y de regreso,
entre la piel y los huesos.
La vuelta sería temprana,
de la sierra hasta la llana
en un carruaje de besos.
Pero lo que mirar pueda
no es nunca una realidad.
Es sólo la ingenuidad
que entre mis ojos se queda
y sobre ellos rueda y rueda.
Rodando la caravana
sobre mis pasiones llanas,
voy pasando y te confundo
con el cántico profundo
de los toques de la diana.
Glauco
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