Hay un viento que va y viene
de lo alto de la montaña.
Se va siendo lo que tiene
y vuelve hecho una maraña
de hojas, silencios y lodo.
Viene y va tocando todo,
toca la cima y el llano,
el invierno y el verano.
Va pasando entre las ramas
y acariciando las hojas,
hace cariño a las gramas
y del rocío las despoja.
Pasa sin tener descanso.
Pasa y arrulla al remanso.
Rozando el cause del río
fluye en un escalofrío.
Se va y llega hasta la arena,
va y baila con la palmera.
Raya en la espina de Helena
y enreda su cabellera.
Del cabello va al respiro
y del respiro al suspiro
que escapa de vuelta al cielo
torturado por el hielo.
La tortura le atormenta
y en tormenta se convierte;
desdén que la ira acrecenta
tal como crece la muerte.
Cuando la ira se destruye,
el viento se marcha y huye
hasta donde acaba el mar,
volviendo así a resoplar.
Se hace amigo del silbato,
de la flauta y la trompeta,
se hace amigo del ingrato
piso que cruje y se agrieta.
Se mete y llega hasta el fondo
de un canto que llega hondo
y sale como si nada
en una nota cantada.
En lucha con las cortinas
y su escudo de ventanas,
se esfuerza y arremolina
llegando hasta las campanas.
En su lucha su destino
lo conduce hasta el molino
donde pelea un caballero
tal cual viento pendenciero.
La genética del sabio
viaja a través de su vuelo,
viaja y viene hasta los labios
de nuestros hijos y abuelos.
Viento que se vuelve boca,
boca que se vuelve loca
porque funge como nicho
de todo lo que se ha dicho.
Se dice tanto de todo,
del invierno y el verano,
de la pureza y el lodo,
sobre la cima y el llano.
Se dice lo que se tiene
en el viento que va y viene
de lo alto de la montaña
porque al irse nos extraña.
Glauco
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