Presentación

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viernes, 30 de octubre de 2020

El mercado de la Merced

 

En el suelo se realiza

entre los pies y un tomate

un inconsciente combate

en que los pies no lo pisan.

El tomate se desliza

buscando que algún rincón

lo salve de la explosión

que al contacto con el pie

de un hombre que no lo ve

traería con un pisotón. 


Mientras tanto en las cabezas

se hacen patentes los gritos

de doñas y muchachitos

que ofrecen uvas y fresas,

tacos de tripa y cervezas. 

Son la confusión de un eco

que va a dar a un triste hueco

donde nadie los percibe.

Los gritos son voz que vive

en un recuerdo reseco. 


Mercancía de temporada

adorna toda la zona,

cuelga de tubos y lonas

para poder ser comprada

por clientela enajenada. 

Navideños arbolitos,

calaveras y gorritos,

chocolates, corazones,

flores para los panteones,

palmas que alaban a Cristo. 


Clientela por todos lados,

en los puestos y pasillos,

caminando bajo el brillo

puesto por el enlonado

que despeja el día soleado,

comprando ropa interior,

escuchando a aquel señor

que da clases de tejido,

mirando al niño perdido

con indiferente amor. 


Están las chicas que aman,

a cambio de una monedas,

paradas en la vereda.

El aceite de caguama,

siempre que no se derrama,

cura de todos los males.

El crimen se hace señales

vulnerando al inocente.

El merolico no miente

sólo esconde las verdades. 


Vagabundos y diableros

forman parte del paisaje.

Raro es ver quién no trabaje

entre tanto arrabalero,

naco, compa, chaka y ñero. 

Lo que no es raro de ver

es gente que pa' crecer

en ese entorno ha encontrado

su realidad: el mercado

de la famosa Merced. 



 

Glauco



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