Presentación

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jueves, 19 de noviembre de 2020

La señora

 

Cuentan que hubo uno señora

que se quedó sin marido

porque antes hubo perdido

la razón ordenadora.

Platicaba a toda hora

sobre su perfecto esposo,

lo cual era vergonzoso

para el esposo real. 

Él se lo tomó tan mal

que se marchó presuroso.


La señora se decía

que su pobre esposo fiel

fue presa de Jezabel

que, envidiosa, le quería,

y doquiera la veía. 

Era blanca, era morena,

era aburrida, era amena,

era todas las vecinas;

todas eran asesinas

de su relación más plena. 


Sus hijos pronto notaron

que su madre no era ya

a quien llamaban mamá

y de ella se alejaron.

También sola la dejaron

porque, sin miedo a mentir,

¿quién se animaría a vivir

con quién no ve la verdad

entre sueño y realidad,

entre soñar y dormir?


Así el tiempo fue pasando

y ella no podía atinar

el son de su caminar,

no sabía cómo ni cuándo

marchaba o iba llegando. 

A veces iba desnuda

reclamando por ayuda,

pero la gente se asusta

al ver lo que no le gusta;

una mujer de alma ruda. 


Le daban medicamentos

para acomodar el mundo,

y segundo tras segundo,

ya ni rápidos ni lentos,

vivía mejores momentos. 

Pero no eran duraderos

los efectos placenteros

de las mágicas tabletas,

al ingerirlas completas

su mente quedaba en ceros. 


Poco a poco fue olvidada

en su pobre vecindario.

Todos la miraban diario

como quien mira la nada:

evitando la mirada. 

Esa mujer ya no llora,

ya no ruge, ya no añora,

ya sólo anda por ahí

aparentando que sí

sabe que ella es la señora. 


Glauco

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