Dos pilares sostienen la elegancia
de una técnica propia de los cielos,
conducen una esfera por los suelos
regando todo el campo de arrogancia.
El pibe, la arrogancia y los pilares
son uno solo aunque parezcan tres.
Se unen en el símbolo del diez
y viven en los gritos de millares.
Con unos límites de nieve blanca
el pibe se conduce por la cancha
a veces muy delgada, a veces ancha.
Es su talento una mentira franca.
Y en sus pilares que son sólo dos
tiene sustento la mano de dios.
Glauco
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