Cuando conocí a Jesús
no deseaba conocerlo.
Caminaba sin su luz
y en la luz no podía verlo.
No sabía que me hacía falta
ni quería que me sobrara.
No quería una cruz tan alta
que en la sombra me dejara.
Yo no pedí que viniera,
ni busque su compañía.
Yo estaba bien allá afuera
sin una cruz en mi vía.
Y vino.
Vino a complicarlo todo,
a cambiar agua por vino,
a llenar ojos de lodo.
Y vino.
Vino a arruinarme la suerte,
a deshacer el destino,
a arrancarme de la muerte.
Y ahora que sé quién es
puedo mirarlo a los ojos
y decirle que es mal juez;
nos condenó a ser rastrojos.
Su luz me ha dejado ciego.
Ya no miro ni deseo.
Todo se consume en ruego
por las cosas que no veo.
Dió una cruz a mi espaldar,
y ahora le puedo decir
que no la quería cargar,
que así no quiero vivir.
Y vino.
Vino a quitarme ese peso,
a ponerme en el camino
por donde iba al comienzo.
Y vino.
Vino a cambiar mi moneda,
a hacer mi nicho barcino,
a ponerme una barreda.
Y vino.
Y no sé cuándo se vaya.
Glauco
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