Un día llegó la madera
a hablarle a mi corazón,
le susurró desde afuera
el tono de una canción
nueva como primavera
pero eterna como el sol.
Y haciéndome marioneta
le dió una tarea a mis dedos
acariciar al poeta
con armonía y sin enredos.
Es una verdad abierta
cantada en un mundo cierto.
La madera hizo un temblor
en ese profundo hueco
donde respira el amor
y el recuerdo grita el eco.
Aquel grito destructor
hace explosión en el pecho.
Los dedos en procesión
pasan abajo y arriba
entre todo el diapasón.
Con su caricia está viva
la belleza en notación
y la poesía en armonía.
Mi movimiento y mi voz,
rasposa pero sincera,
me presentaron a Dios
(la belleza verdadera).
Y hablando, mi corazón,
se hizo eterna la madera.
Glauco
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