No es la vida la escuela que quería,
ni es maestro el fatídico dolor.
Yo creí que el maestro era el amor
y que era la escuela la alegría.
Sin embargo, el amor es un maestro
que no enseña de modo que se aprenda
del amor. Al contrario, hace que encienda
del dolor y la vida el fuego nuestro.
Además, la alegría nunca es escuela
porque sola, en sí misma, nada da,
pues así como llega se nos va.
Es preciso aprender, aunque me duela,
a pesar de que el duelo no quería.
Me es preciso querer la vida mía.
Glauco
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