Presentación

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miércoles, 2 de noviembre de 2022

¿Feliz día de muertos?

 Yo no sé en qué tiempo fui consciente de la finitud humana. No recuerdo haber pensado en la muerte, de ninguna manera, hasta que empecé a hacerme el profundo, el intelectual, el consciente —dicen que así se les dice. En esas faustas edades, embullido por unos vulgares Camus y Kierkegaard, hasta un poco por Schopenhauer, tejía razones para celebrar la muerte. El Día de Muertos y su consecuente bacanal me parecían el mayor festejo de este ¿fenómeno?. Ponerse tan incróspido, dañando de tal forma el cuerpo, que la muerte nos llegara más rápido y así nos apartara de este mundo cruel y sin sentido me parecía el más grandioso acto de humanidad. Redimido por la cristiandad otrora rechazada, replantee las razones del festejo: –Se festeja a los muertos porque no están muertos, porque gozan de la vida eterna– me dije jubiloso. Por último, aunque no como final, me propuse hacerme mi propia visión de la muerte y los muertos y terminé diciendo, respecto del mentado día, que se festeja a los muertos porque nosotros estamos vivos y tenemos esperanza. ¡Qué cándido (voltairiano) me ví! Sin embargo, hoy vuelvo a la pregunta, ya con la muerte en el recuerdo (sí, en el corazón), y no logro entender por qué celebrar la muerte y a los muertos. 

Motivos para celebrar hay muchos. Se celebra que un niño ha superado los tres años y su cuerpo es fuerte como para mantenerse con vida; se celebra el cumplimiento de un sexenio que cambia de nivel escolar a un niño que siente los primeros cosquilleos de la pubertad; se celebra el cumpleaños; y así entre celebraciones vamos notando que realmente lo que se celebra es el cambio: en secundaria, a los cuatro años y/o año tras año todo cambia en formas diversas, relativas y específicas. 

No es difícil darse cuenta de que la muerte también trae cambio y ahí encontramos una razón del Día de Muertos. Sin embargo, esto desentierra la pregunta ¿todo cambio se celebra? Por sí sola la pregunta queda sujeta a la respuesta de cada uno, mas si buscamos responder de manera racional y no al contentillo, nos encontramos con complicaciones. Sí, celebramos el cambio, pero también el gozo que éste produce. No es que uno decoré su casa y prepare un platillo especial sólo porque se le quitó la diarrea, sí hay un cambio y sí da gusto, pero no parece ameritar una pachanga. El mérito de la celebración gozosa de cambio radica en la universalización de la misma, sólo en el reconocimiento del gozo mutuo es que la celebración tiene sentido. 

Todos, de algún modo, convivimos con la muerte —¿y con los muertos?—. Toca a nuestra puerta y muda a nuestra madre a vivir únicamente en el corazón; anda a hurtadillas entre los chismes de los fieles e infieles; se nos presenta en una ensoñación cinematográfica; y un larguísimo etcétera. A pesar de ese constante contacto, no es que sea una experiencia universal. Sí, podemos enterarnos de los 15,400 muertos en el primer sexenio de este 2022 en México y eso no hará ningún cambio significativo en nuestras vidas. Aun así, el muerto (los 15,400) sigue muerto y sigue en nuestro imaginario. Parece entonces que la experiencia no es la misma, pero sí el concepto. 

La experiencia de la muerte, la cercana, la real, no es del muerto sino del vivo. En ella encontramos la pena de la consciencia de la ausencia, el calor de la nostalgia, el principio de la melancolía; encontramos el alma desgarrada entre la vida y la muerte, aferrándose a seguir al occiso y siendo forzada por la misma naturaleza a seguir así. No puedo imaginar a nadie celebrando que su alma está donde no quiere. ¿Cómo podríamos pensar que ese dolor descorazonador merece ser celebrado? Sí, es un dolor conmovedor, pero no universal y unívoco. Quizá podríamos celebrar que alguien muere cuando ha sufrido mucho en el camino, pero creo que ahí celebramos que ya no sufre y no tanto que se haya muerto.

El concepto de la muerte, por otro lado, es descubrible y moldeable, es decir, el concepto de la muerte viene acompañado de una racionalización previa, igualmente natural al ser humano, pero que poco tiene que ver con la experiencia. Sí, ese concepto puede consolar, esperanzar, desestimar o lo que sea, pero no evitará el dolor; le dará sentido y valor, pero ni con eso ese dolor se vuelve un motivo de celebración. 

Uno de los muchos conceptos de muerte está relacionado con el Día de Muertos. No hay necesidad de ponerse teológico, prehispánico, sociológico, profundo, para dar cuenta de que se celebra una idea de muerte ligada a una tradición que, es cierto, se ha vuelto estandarte de la mexicanidad. Lo que intento decir es que está bien celebrar ser mexicano (ideas que nos hacen llevadera la vida), pero ¿a nuestros muertos, su muerte y la muerte? Lo veo difícil. Quizá por inseguro o ególatra, me dolería saber que la gente está contenta porque me morí y no creo que sea el único en esas circunstancias. 

¡Ya! ¡Muriendo este escrito! Debo decir que no tengo ningún problema con el Día de Muertos y su celebración, sólo no me cabe en la cabeza lo disfrazado que está: en él celebramos otra cosa menos la muerte, porque, lo sepamos o no, el dolor y la tristeza, la pena y la amargura, la ausencia irrevocable y la imposibilidad del regreso, no pueden —ni deberían— ser celebrados. Habría que ser un monstruo para celebrar que alguien ha muerto. A lo mejor por eso la gente se disfraza. 

Glauco

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