De lejos se divisa el horizonte.
No es un cerro, ni es mar, ni cordillera.
Es un cielo perdido en una era
que no teme navegar el Aqueronte.
Patinando las aguas de la muerte
van y vuelan los viejos y los chicos
ataviados de ansiosos por ser ricos
sin saber el destino de su suerte.
Una capa delgada de neblina
estimula las ansias del cigarro
que en los nervios estoca su desgarro.
El mirón, a lo lejos, adivina
que ya no hay horizonte sólo hay sueño
desde que cada quien es propio dueño.
Glauco
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