Morada y muy diminuta
es la vergüenza en el rostro,
es inmensa en la disputa
que convierte al hombre en monstruo.
Pelea, siempre pelea,
el hombre de tez morada
contra la sangre de brea,
contra la carne enterrada.
Todo se vuelve vergüenza
cuando la sangre se arroja
sobre la piel y se piensa
que la piel se vuelve roja,
pero se ha vuelto de peste,
de una moribunda hada.
No hay vergüenza que no cueste
tener la cara morada.
Glauco
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