cada danza indulgente del durazno,
cada día de tus ojos mironeando,
cada indicio de Dios entre los datos.
Amo el duelo que tienen las pestañas
con el viento y la luz de las mañanas.
Amo el diurno clavel de las espadas,
destacando el fulgor de las ventanas.
Amo el aire en los labios congelado,
amo el fuego soplado entre las manos,
amo el aro en el cielo solitario,
amo el yugo del niño abandonado.
Amo el viejo combate. Amo la casa
donde crece el violeta de mi cara.
Amo toda la vista que me llama
a ser uno con todo y que no calla
porque sabe que me hace falta algo,
un secreto, una nota, un simple halago,
un cachito de Dios, un beso dado,
un durazno, un latido y un geranio.
Glauco
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