Presentación

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martes, 20 de octubre de 2015

Sobre el pasto

Hace unos días, aburrida en medio del denso tránsito de la tarde, me he enterado de que eso de malentender lo oído y recomponerlo dándole un sentido distinto tiene un nombre: mondegreen. Nombre singular, pues nace justo de aquello a lo que nombra: un malentendido sonoro.
     Resulta que, cuando era niña, la madre de la escritora estadounidense Sylvia Wright solía leerle un libro de versos antiguos. Sus favoritos eran aquellos que cantaban el asesinato de un conde, muerto al lado de su amada Lady Mondegreen. Mas la pequeña, seguramente tan inexperta en inglés antiguo como deseosa de una muerte más dulce para el pobre conde, malentendió el triste final de la historia, que reza originalmente: They have slain the Earl o'Moray / and laid him on the green. Al parecer se negó siempre a aceptar la versión en la que conde era asesinado y dejado sobre el pasto sin compañía alguna.
     Es casi seguro que a todos nos ha ocurrido este curioso fenómeno —del cual, por cierto, no he hallado un nombre en español—. Puede ocurrir sin darnos cuenta, como en el caso de la pequeña Sylvia; o bien, ante un discurso obscuro al que intentamos darle sentido malogradamente. Así, es posible que se presente en el habla corriente, pero es mucho más frecuente al escuchar o cantar una canción, lo que produce los más variados e incluso divertidos equívocos.
     Recuerdo que, de niña, desarrollé una extraña obsesión por saber qué decía exactamente la letra de algunas canciones, lo cual era complicado especialmente cuando se trataba de letras en inglés: pegaba la oreja lo más posible a la bocina esperando sacar de la maraña de melodiosos ruidos, palabras que significaran algo para mí. Al fracasar en dichos intentos, comencé a escuchar canciones en español y me frustraba no entender tampoco. Pasaba horas regresando la cinta para volver a escuchar e intentar hilvanar una frase que tuviera sentido.
     No sé si todos se afanen en cuestiones tan fútiles, pero sí creo vislumbrar en los llamados  —ahora sabemos—  mondegreens,  un ejemplo de cómo intentamos siempre darle sentido a las cosas, de que no podemos vivir en lo absurdo; por frívolo que éste parezca. Sin duda, la neurolingüística, o algún engendro parecido, tendrá sus vastas explicaciones sobre cómo nuestro cerebro es capaz de procesar sonidos y de infundirles un significado; pero me parece que eso de dar sentido es cosa de hombres, no de señales electromagnéticas.
     Es natural al hombre tratar de darle sentido al mundo. Su mirada, su pensamiento, su ser todo apunta siempre a algo y siempre  ­—o casi siempre­— intenta comprenderlo. Nombrar es un primer acercamiento. Hay, claro, quienes intentan comprender cosas más nobles que otros, y dan por ende con nombres más dignos. Pero las palabras, el discurso, siempre iluminan algo. Esto de los malentendidos sonoros, me parece, es una modesta muestra de esto.

     No solemos callar pese a no entender (aun cuando no nos demos cuenta),  por eso llenamos siempre el ruido con palabras. Enmudecemos sólo ante lo innombrable. Ante lo que no parece tener sentido. Y aun así, tarareamos. 

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