Alguna
vez oí a un viejo decir que interpretar es exprimir para sacar. Dicho así suena
divertido y hasta bonito, sólo falta ver qué consecuencias tiene. Y es que si
se tratara sólo de exprimir, pues no tendríamos ningún reparo en lo sacado, y
obviamente no tendría ningún sentido hacer tal ejercicio. Exprimir conlleva un
deseo de limpieza, de bien –yo nunca he exprimido una jerga sólo para quitarle
lo mojada, sino para hacerla mejor, pues sirve más en ese estado. Del mismo
modo tratamos de interpretar lo que otros di/ha/cen, buscando no poner de más,
ni quitarle nada a lo que ellos han di/he/cho. Afortunadamente no es una labor
sencilla, pues de serlo qué sentido tendría leer, chismear, escribir, comer,
etc. Pues bien, habría que ver qué se hace en este baile de razón e
imaginación.
Interpretar, desde su raíz misma,
nos manda pa’dentro, pero contrario a lo que muchos dirían, no nos manda solos;
nos manda con todo lo que hemos tomado de fuera y que será el objeto de nuestro
ejercicio. El lío está en que, como nos quedamos encerrados, corremos el riesgo
de perder la cordura y terminar por abusar de lo que metimos y pervertirlo, en
vez de darle el justo valor. Peor todavía si nunca salimos de la habitación y
sólo sacamos las manos por una ventana para asir desde el interior lo que
podamos. Así nos pasamos la vida tratando de entender, hasta cierto punto, lo
inentendible. Podemos ser muy buenos y siempre tratar de darnos cuenta de este
pequeño traspié, sabiendo que lo importante de interpretar no está en encontrar
la verdad, sino en encontrar el camino a ésta, o podemos ser de estos últimos
que, cegados por la luz de la alcoba no dejan lugar a dudas, aunque digan que
sí, al error.
Encontrar la verdad y encontrar el
camino, son dos cosas totalmente distintas desde el bello quehacer de la
interpretación, pues en el primero, ya se ha salido nuevamente al mundo con
algo mejor de lo que llevó dentro, y en el segundo caso, se entra para buscar
el camino, para dar forma a una herramienta más para ir en busca del bien. Con
lo anterior no quiero decir que no se desee el bien al interpretar –el bien
siempre se desea, diría el filósofo–, simplemente se desea tener algo mejor que
nos acerque a éste. Por desgracia, como ya dije anteriormente, no todos
encuentran el camino a la verdad, sino el camino a su propia profundidad, ésa
que los encierra más.
En el caso de lo interpretado, de
aquello que tomamos para no ir nomás a nuestra vera, podemos convertirlo en una
bomba de tiempo que un día nos estallará en la cara o en provisión para un
tramo del camino, que luego tendremos que resembrar para que dé más fruto, y
podamos seguir. De este modo, al interpretar deci/hace/mos que, tanto lo interpretado
como nosotros, tendemos a lo mejor, pues él, que nos ayuda, se vuelve mejor
para cumplir esta difícil tarea, y nosotros también al poder cumplirla.
Interpretar es una labor comunitaria que nos permite hacer un mundo mejor, no
como producto de la técnica, sino como producto de la imaginación, como
producto de la verdad.
Entonces al interpretar hacemos un
mundo, en toda la extensión de la palabra, mejor. Obviamente en caso de que lo
hagamos con ese afán de bien, y no por mera especulación, vanagloria intelectual,
desfachatez sentimental, etc. Interpretar le da al hombre la posibilidad de
saber que aunque una jerga está llena de varias cosas antes de exprimirla, ésta
puede mejorar, no en utilidad, sino en verdad.
Talio
Maltratando a la musa
Caminar
De un
simple movimiento mecánico
a un
ardiente despertar del ánimo
se da
un gran correlato acérrimo
que
le da a esta acción un toque mágico.
Nos
lleva por muy diversos caminos,
volviendo
a los pies la máxima expresión
de la
voluntad viva del corazón
que
nos permite ir a nuestro destino.
Nos
diferencia de otros animales,
pues
ellos no conocen el tropiezo.
Por
eso, mis amigos, les confieso
que,
a pesar de no ser todos iguales,
uno
solo nos habremos de llamar
por
el fabuloso don de caminar.
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